El Ejército etíope patrulla las calles de la ciudad de Amhara 2021. Minasse Wondimu Hailu/Anadolu Agency via Getty Images

Las múltiples crisis que enfrenta la región precisan poner la seguridad humana  y los derechos humanos en el centro de la agenda política a todos los niveles, solo así se podrá verdaderamente avanzar.

La región del Cuerno de África se enfrenta a una situación particularmente difícil que se ha agudizado sustancialmente desde el último trimestre de 2020. A nivel medioambiental, a las consecuencias de la plaga de langostas (de junio de 2019 a marzo 2022) se ha sumado el impacto de la sequía multiestacional por el fenómeno meteorológico La Niña. A escala política, el estallido de la guerra en Tigray en noviembre de 2020 ha sacudido el conjunto de la región y ensombrecido las esperanzas de cambio en Etiopía. Y en 2022, el empeoramiento de la situación económica global y el aumento de los precios, especialmente como consecuencia de la guerra en Ucrania, ha agudizado la situación de vulnerabilidad de la población. Esta situación afecta a toda la región, que suma 139 millones de habitantes si la definimos en un sentido geográfico estricto como Etiopía, Eritrea, Yibuti y Somalia, pero que crece hasta casi 300 millones si pensamos en el denominado gran Cuerno de África, que incluye también a Kenia, Uganda, Sudán del Sur y Sudán, y que engloba a todos los países de la Autoridad Intergubernamental sobre el Desarrollo (IGAD). 

Una crisis multidimensional

En julio, la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) hizo un llamamientopara recaudar 1.800 millones de dólares para hacer frente a lo que define como la peor sequía en el Cuerno de África en las cuatro últimas décadas. Ésta comenzó en octubre de 2020 y afecta hoy particularmente al sur y este de Etiopía, toda Somalia y gran parte de Kenia. 11,6 millones personas se enfrentan diariamente a una situación de inseguridad hídrica en estas zonas, y ya son 19,4 millones de personas directamente afectadas por la sequía: 8,1 en Etiopía, 4,2 en Kenia, y 7,1 en Somalia. 

Esta realidad tiene impactos multidimensionales inmediatos. OCHA cifra en 7 millones el número de reses muertas, y en 22 millones las que están en riesgo, lo que, conjugado con la realidad macroeconómica es un factor más en el aumento de los precios y la inflación. La pérdida de ganado, el descenso de la producción agrícola y la falta de acceso al agua han generado una hambruna y una situación sanitaria crítica. Todo ello provoca asimismo más movimientos poblacionales. La región alberga 4,7 millones de personas migrantes, y 15,3 millones de desplazadas internamente; de estas últimas, más de un millón lo son como consecuencia de la actual sequía. 

Meki Batu, Etiopía – Plantas de pimiento que crecen en un campo seco y agrietado en la Cooperativa de Productores de Frutas y Hortalizas de Meki Batu.

Los impactos no son solo a corto plazo. En primer lugar porque no hay visos de mejora: hay un riesgo real de que la próxima época de lluvias en octubre-diciembre esté también por debajo de la media, y solo se ha recaudado un tercio de los fondos necesarios para desplegar la ayuda humanitaria requerida. En segundo lugar, porque hablamos de una población con un futuro hipotecado, especialmente para la infancia por los impactos en su salud a medio y largo plazo derivados de la desnutrición, así como por las consecuencias en la escolarización, sobre todo en las personas desplazadas. En tercer lugar, porque la recuperación requiere cambios estructurales, políticos y económicos, si el objetivo es lograr que la situación actual no se repita.

La crisis macroeconómica y medioambiental, así como la conflictividad, extienden además la difícil situación humanitaria a otras zonas de Etiopía, Kenia, y a los demás países de la región. En Uganda hay 15,4 millones de personas necesitadas, en Sudán del Sur 8,9 millones y en Sudán 14,3 millones. En Etiopía la cifra sube a 25,9 millones, incluyendo los 8,1 millones de personas antes mencionadas afectadas por la sequía. En Eritrea, sin datos claros por la opacidad del régimen, OCHA cifra en 1,2 millones el número de afectados. En Yibuti son 132.000.   

Desde lo global hasta lo local 

Una situación así no puede entenderse simplemente como producto de un fenómeno medioambiental, disociado del contexto político. La responsabilidad en la prevención y gestión de una sequía y la mitigación de sus impactos recae en las autoridades locales, estatales, regionales e internacionales, no necesariamente en este orden, si bien ninguno de ellos puede actuar aisladamente para hacer frente a esta realidad. Las conexiones entre estos diferentes ámbitos políticos son profundas. 

La actual sequía es una manifestación de esta realidad. La intensidad, duración y frecuencia de La Niña se han agravado como consecuencia del cambio climático antropogénico, fundamentalmente ligado a los patrones de producción y consumo del sistema capitalista, y a las emisiones de los países enriquecidos. Las consecuencias son, sin embargo, más severas en los países empobrecidos, como vemos hoy en el Cuerno de África. 

El enfrentamiento armado actual en Etiopía, en la región del Tigray al norte del país, también refleja la imbricación entre los diferentes niveles de la política. En este conflicto en el que se encuentran sumidos el gobierno federal de Abiy Ahmed en Etiopía y el gobierno regional de Debretsion Gebremichael del Frente de Liberación del Pueblo del Tigray (TPLF), están implicados también otros actores: locales como las milicias amhara o el Ejército de Liberación Oromo, regionales como Eritrea, e internacionales como Turquía o Emiratos Árabes Unidos en apoyo del régimen de Abiy. La posición de Estados Unidos y de la Unión Europea ha sido menos explícita en su apoyo al gobierno federal, y han adoptado algunas sanciones, pero el conflicto sigue sin resolverse, lo que evidencia su complejidad. La población del Tigray sufre una situación de hambruna derivada de la guerra y del bloqueo al que se encuentra sometida, además de enfrentarse a otras violaciones sistemáticas de sus derechos, en particular las mujeres que sufren el uso de la violencia sexual como arma de guerra. 

El Cuerno de África es una región clave para la sociedad internacional. El Consejo de la UE la definió en mayo de 2021 como una prioridad geoestratégica con la que es necesario consolidar vínculos. La UE se encuentra, por tanto, en proceso de preparación de una nueva estrategia hacia la región. Este interés, compartido por cada vez más estados e instituciones, se debe en parte a que se trata de una región estratégica en la economía internacional, dado que el estrecho de Bab el Mandab y el golfo de Adén son claves en el control del comercio marítimo a través del Mar Rojo, en particular el comercio de gas natural y petróleo. Ello, conjugado con el hecho de que el Cuerno de África se considera una región políticamente volátil, supone que los actores internacionales implicados en la política regional busquen primordialmente la estabilidad a corto plazo, a costa la mayoría de las veces de políticas a largo plazo que realmente contribuirían a mejorar las condiciones de vida de la población. Esta situación también ha redundado en el establecimiento de numerosas bases militares, especialmente en Yibuti. 

La seguridad humana de la sociedad internacional 

Si entendemos la seguridad humana en un sentido amplio, como libertad respecto del miedo y como libertad respecto de la necesidad, y la tomamos como criterio desde el que analizar la eficacia de las estructuras políticas y económicas existentes, desde lo local a lo internacional, el balance en el Cuerno de África es terrible, y por ende también lo es para la sociedad internacional. Aunque haya habido algunos avances en materia de desarrollo humano, el cambio es demasiado lento. 

Las agendas políticas actuales, por lo general, anteponen la seguridad y estabilidad de los estados a la seguridad humana, porque estos no han desarrollado los mecanismos para anteponer la seguridad de su ciudadanía a la de sus gobiernos. El actual conflicto en Etiopía, en el que es difícil ver políticas que hayan defendido siquiera una versión restringida de la seguridad humana como libertad respecto del miedo, es un ejemplo claro de ello, como ya ha acontecido previamente en otros países como Somalia, Eritrea o Sudán. Esto es un obstáculo fundamental para transformar la situación, porque los problemas para la seguridad de los estados interactúan constantemente con los de seguridad humana, y no se pueden disociar. Lo hemos mencionado al señalar cómo tanto el estado etíope y sus apoyos internacionales como el TPLF privilegian su enfrentamiento al bienestar de sus poblaciones. 

Así, incluso la visión más restringida de la seguridad humana como seguridad respecto del miedo es sacrificada por actores internacionales en aras de garantizar la estabilidad de un gobierno afín, y por las organizaciones africanas, paralizadas por sus propios miembros. Es significativo que quienes más han hecho sonar las alarmas por la urgencia de la situación humanitaria regional y actuado frente a ella, en sus diferentes manifestaciones, sean ONG locales e internacionales, así como algunos organismos de Naciones Unidas, por delante de organizaciones regionales tales como la IGAD o la Unión Africana.

BRUSELAS, BÉLGICA: (De izquierda a derecha) La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, el presidente de Senegal, Macky Sall, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, el presidente francés, Emmanuel Macron, y el presidente de la Comisión de la Unión Africana, Moussa Faki Mahamat, hablan con los medios de comunicación al final de la segunda jornada de una Cumbre de la UE sobre África celebrada el 17 de febrero de 2022 en Bruselas (Bélgica). (Foto de Thierry Monasse/Getty Images)

Se sacrifica la libertad respecto de la necesidad, entre otras razones, porque requiere políticas a largo plazo para las cuales los actuales gobiernos no están preparados, atrapados por la dimensión inmediata de la política. Esto pone de manifiesto no solo el camino por recorrer para vincular la seguridad de los estados a la seguridad humana, sino para avanzar hacia una conceptualización de la seguridad de la sociedad internacional en su conjunto ligada a la seguridad humana de todas las poblaciones que la conforman. Es necesario un enfoque crítico de la seguridad humana, que cuestione las estructuras de poder político y económico existentes y las desigualdades que las caracterizan. Desigualdades que hoy siguen profundamente ancladas en un imaginario racista de la diferencia, que normaliza situaciones como la del Cuerno de África, y se subleva ante otros escenarios. Todos podrían recibir la misma atención. 

Sin una fórmula única 

Poner el foco en la seguridad humana requiere una combinación de estrategias políticas que vayan de lo local a lo global y de lo global a lo local, pasando por lo estatal, sin dar por sentado que los estados actúan como garantes de dicha seguridad. Lograr esto requiere abrir múltiples ámbitos de consulta y foros de diálogo en los que los actores de la sociedad civil tengan una capacidad de incidencia y expresión real, y sean representados en su diversidad política y cultural. 

Asimismo, las profundas conexiones regionales, de las que surge el concepto mismo del gran Cuerno de África, suponen que cualquier iniciativa para hacer frente a los desafíos actuales sea una respuesta multilateral, y que se den varios procesos multilaterales y multinivel de forma simultánea y coordinada. En este sentido, aunque la creciente presencia de actores internacionales en la región se suele presentar como factor de inestabilidad, lo cierto es que esta es una asunción que se nutre más de los estereotipos y del declive de los actores tradicionales en la región, como Estados Unidos, que de la realidad en el terreno. 

A pesar de sus diferentes proyectos políticos, los actores internacionales comparten una preocupación por evitar una escalada de conflictos y el deterioro de la situación en el conjunto de la región. En este sentido, pueden ser un factor de inestabilidad si, como decíamos antes, se ocupan de asegurar la estabilidad y seguridad de los estados al margen de los impactos en la población; o pueden ser un factor de estabilidad si apoyan procesos políticos en los que el bienestar de la población del Cuerno de África ocupe un lugar central.

Aquí resulta preciso recordar cómo los países europeos y EE UU han tendido a actuar de la primera forma. La dura represión que sufrió la población etíope en 2005 tras las elecciones pronto cayó en el olvido. A pesar de que el gobierno etíope incrementó sustancialmente su autoritarismo, también supo relegitimarse a ojos de estos socios presentándose como un aliado clave para defender la seguridad y estabilidad regional ante el deterioro de la situación en Somalia con el creciente peso del grupo terrorista Al Shabaab. Europa y EE UU antepusieron sus objetivos de seguridad estatal a la seguridad humana en el Cuerno de África, a la par que afirmaban defender la democracia y los derechos humanos. Estos dobles discursos resultan fatales para promover una comprensión amplia de la seguridad humana y para proteger los derechos humanos. Deslegitiman a quienes dicen defenderlos y ponen en entredicho su proyecto político. El desafío al que se enfrenta la sociedad internacional es avanzar hacia una agenda común que ponga la seguridad humana y los derechos humanos en el centro y sea coherente con ellos, ya sea en el Cuerno de África, Europa, EE UU, Siria o Ucrania.