Unas exportaciones prudentes de armamento a los países del sureste asiático por parte de Japón podrían contribuir a la paz en la región.

Con el comienzo de una Guerra Fría en miniatura en el este de Asia y dado que la alianza entre Japón y Estados Unidos parece menos sólida en esta primera etapa del nuevo e inexperto gobierno de Trump, Tokio va a tener que tomar medidas adicionales para proteger su seguridad.

Para mantener el statu quo regional, Japón necesita el abrumador poder militar de EE UU, al que tiene acceso en virtud de su alianza. Su presencia militar es forzosamente suplementaria y complementaria de la de Estados Unidos. Eso quiere decir que debe seguir las directrices de los estadounidenses en relación con Corea del Norte, incluidos aspectos estratégicos como la disuasión nuclear y la defensa antimisiles, y coordinar estrechamente su política de defensa con la de Washington. Sin embargo, al mismo tiempo, Japón tiene la oportunidad de reforzar la política de seguridad de Estados Unidos ante el expansionismo de Pekín en los mares del Sur y el Este de China.

El Primer Ministro japonés, Shinzo Abe, inspeccionado a las tropas niponas. Tomohiro Ohsumi/Getty Images

No parece probable que en esos dos mares estalle una guerra convencional entre EE UU y China, puesto que las autoridades de este último país son muy conscientes de que los estadounidenses tienen un poderío naval y aéreo muy superior, sobre todo si Tokio y Washington unen sus fuerzas.

Pero este efecto disuasorio solo es válido en caso de una guerra convencional, en la que Estados Unidos pueda utilizar fuerzas regulares y armamento de alta tecnología. China considera que tiene posibilidades de beneficiarse de conflictos armados a pequeña escala que no lleguen a ser guerras declaradas, en especial si intervienen fuerzas paramilitares o irregulares. Por ejemplo, policía armada, tropas con armamento más viejo, grandes buques de la policía equipados con ametralladoras y cañones obsoletos y una milicia marítima compuesta por barcos de pesca y aviones antiguos dotados de armamento ligero.

Desde el punto de vista de EE UU, una guerra convencional con China supondría cruzar un umbral demasiado elevado, por el peligro de que se produjera una escalada que desembocase en una guerra nuclear. Pekín ha tenido mucho cuidado de no cruzar ese umbral, pero no ha dejado de usar plataformas y armas más viejas y de baja tecnología.

Esta es una manera muy eficaz de ejercer presión psicológica sobre los países del sureste asiático, de gran debilidad militar, y obligarlos a someterse a China: al final, no podrán hacer nada ante la táctica china de “divide y vencerás” y acabarán por aceptar su hegemonía en la región.

A Pekín se le da muy bien combinar el palo militar con la zanahoria económica del comercio y la inversión. Por ese motivo, Japón debe hacer todo lo posible para aliviar las consecuencias de la presión psicológica de Pekín sobre los países de la zona. Esa sería una estrategia particularmente eficaz si, además, Estados Unidos dispone de más libertad de navegación y sobrevuelo en la zona —algo que se supone que la administración de Trump tratará de obtener— y Japón contribuye con operaciones militares asociadas.

Japón tiene una oportunidad para exportar armas defensivas a los países del sureste asiático. Las grandes potencias, entre ellas China, ya están haciéndolo, de modo que Pekín no está en situación de poder criticar a otros exportadores, al menos en principio. Y no lo ha hecho.

Dichas exportaciones deben estar muy calculadas, para que los países de la región puedan tener más capacidad de defenderse en caso de conflictos de baja intensidad con China. Para resistir ante las presiones del gigante asiático en una situación legal que no sea ni de guerra ni de paz, los países afectados tendrán que hacer, bien un uso paramilitar de las fuerzas de policía, bien un uso policial de las fuerzas regulares. Y eso no requiere armas tecnológicas, sino buques y aviones que funcionen mejor, equipados con armas más viejas, similares a las que utilizan las fuerzas chinas. Para garantizar la presencia continuada de un barco es necesario contar con tres, con el fin de cubrir el tiempo preciso para traslados, formación y mantenimiento.

Más en concreto, las transferencias de armas de Japón podrían incluir equipamiento auxiliar para el frente como el que utilizan hoy sus Fuerzas de Autodefensa y otros materiales que los japoneses ya no estén produciendo ni utilizando: buques guardacostas retirados y actualizados, aviones a hélice para entrenamiento (que las Fuerzas de Autodefensa ya han empezado o pronto empezarán a enviar a Indonesia, Malasia, Filipinas y Vietnam), aviones a reacción para entrenamiento, helicópteros de uso general (que pueden equiparse con vainas de armamento) y vehículos de tierra con su correspondiente equipamiento, incluidos vehículos acorazados y camiones militares.

Este material de defensa no es caro, no implica grandes secretos militares y no es difícil de fabricar ni utilizar. Además, encaja muy bien con las capacidades y necesidades fiscales, tecnológicas y operativas de los países del sureste asiático. Unas exportaciones prudentes de armamento por parte de Japón pueden ser una enorme contribución a la estabilidad y la paz en la región.

Para aprovechar esta oportunidad, el Gobierno y el sector de la defensa en Japón deben cambiar de mentalidad, dejar atrás una tibieza alimentada durante los largos años en los que el país tenía prohibido, en la práctica, exportar armas. La prohibición se levantó en 2014, y en su lugar se instauró una política de fomento de las exportaciones. Sin embargo, el sector de la defensa carece de un conocimiento básico de las necesidades que tienen los ejércitos del sureste asiático y de experiencia en la exportación de armas concretas.

Para poner remedio a este problema, el Gobierno debe mantener una buena comunicación con la industria japonesa de la defensa sobre sus objetivos estratégicos y políticos, y la industria tiene que llegar a acuerdos fluidos de exportación y concesiones con la administración. Además, este giro político es un gran reto que exige una estrecha colaboración entre el Ejecutivo y la industria, incluida la financiación de las instituciones comerciales y financieras, que no forman tradicionalmente parte del sector. Y sería conveniente emplear a personal retirado de las Fuerzas de Autodefensa para la reparación y el mantenimiento del material que exporte Japón, tanto en sus respectivas plataformas de uso como en el mantenimiento especializado.

Para desarrollar una política de exportaciones de armas más activa es más importante que el Gobierno cambie sus prioridades políticas más que la promesa de grandes recursos fiscales. Con la estrategia adecuada, unas exportaciones muy calculadas de armas japonesas a los países del sureste asiático pueden ser un instrumento eficaz para preservar la estabilidad regional. Y tal vez abrir un nuevo horizonte para la contribución activa de Japón a la paz.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia