Turbinas eólicas en funcionamiento en Selace, Kosovo. (Ferdi Limani/Getty Images)

Radiografía de las distintas realidades que alberga la región respecto a la transición energética, en las que coexisten el enorme potencial en renovables y la persistente dependencia de las energías fósiles.

Cada invierno los indicadores de contaminación del aire se disparan en las capitales balcánicas. Los niños quieren salir a jugar con la nieve, pero los padres, cada vez más concienciados, saben que correr por el parque acarrea costes para la salud de sus hijos. Si atendemos al promedio, los habitantes de las ciudades de los Balcanes occidentales pierden entre 13 y 16 meses de vida debido a la polución del aire, y el número total de muertes prematuras directamente atribuibles a ella en la región va desde los 5.000 a los 6.000 al año, según los análisis de un programa de medio ambiente de Naciones Unidas o el Bankwatch network.

Pese a ello, en 2022, la emisión de gases invernadero volvió a aumentar en los Balcanes occidentales debido a las plantas de carbón. Sin embargo, no han sido las cuestiones de salud las que han acelerado una fuerte iniciativa para proceder a la transición energética en la región. La distracción de la energía de Rusia por parte de los miembros de la UE, como consecuencia de la invasión de Ucrania, o armonizar el sistema energético local con la Unión ha tenido mucho más que ver con la necesidad de activar nuevos planes. Y, en los Balcanes occidentales, el desafío de la transición es doble: en primer lugar, el paso de un sistema de suministro estatal y centralizado donde las empresas públicas mantienen un fuerte monopolio con sus vértices políticos a un mercado abierto y competitivo que debe ser regulado y monitorizado por las instituciones y la sociedad civil y, en segundo lugar, la transición hacia la descarbonización, con el objetivo de proteger la salud pública y el medio ambiente y ser autosuficientes mediante el recurso a la energía renovable.

La presa de la central hidroeléctrica de Fierze emplea agua del Río Drin para generar electricidad en Sckoder, Albania. (Andrew Aitchison/Getty Images)

La transición en la región se encuentra con realidades muy divergentes. Albania tiene reservas de petróleo y gas, pero depende de sus plantas hidroeléctricas, que generan prácticamente el total de su electricidad (más del 90%), pero que, por sus características, es una energía fluctuante, sometida al interrogante de los cambios de las condiciones meteorológicas (este año está siendo particularmente seco). Por otro lado, Albania es un nodo geoestratégico que forma parte del Trans Adriatic Pipeline (TAP), aunque no está conectado a esa red. El TAP tiene su origen en Azerbaiyán y las tuberías llegan hasta Italia pasando también por Grecia. Aunque su potencial debe estar en la energía solar y eólica, se han anunciado más inversiones en la hidroeléctrica (planta de Skavica) y en gas (terminal LNG).

La energía en Montenegro está principalmente basada en las hidroeléctricas y en el carbón (lignito), gestionado por una empresa estatal, aunque ha aumentado el nivel de energía eólica. Se han hecho exploraciones de gas y petróleo sin éxito, y se han anunciado planes de unirse al suministro azerí a través del TAP. Su vecino Kosovo depende principalmente del carbón —se presume que ostenta las quintas mayores reservas de lignito del mundo—, pero ha decidido enfocarse a las energías renovables antes que al gas. La estrategia nacional prevé la instalación de unos 1.600 megavatios (MW) de energía renovable para 2031, en relación con los 1.000 MW que ahora proporcionan las centrales termoeléctricas. Macedonia del Norte también depende del carbón y la hidroeléctrica, pero ha ido incrementando el suministro de gas ruso, aunque para diciembre de 2023 se espera que Skopje esté conectada al terminal LNG en Alexandroupolis, además de otra posible nueva vía, a través de la ciudad fronteriza de Gevgelija, con Grecia, y una perspectiva sólida de aumento en cuanto a energía solar. En cualquier caso, el país planeaba dejar de recurrir al carbón en 2027, y ha tenido que retrasarlo para 2030.

Contaminación atmosférica y smog sobre la ciudad de Sarajevo, en Bosnia y Herzegovina. (Elman Omic/Getty Images)

En 2021, Bosnia y Herzegovina y Serbia comenzaron a importar gas natural de Rusia a través del gaseoducto TurkStream, que fue la alternativa a la que recurrió Moscú para privar a Ucrania de su condición de país de tránsito, en lugar de haberse sumado al terminal griego de gas licuado de Alexandroupolis. En ambos países, la dependencia rusa tiene una esquina política que vincula a la entidad bosnia de la Republika Srpska y a Serbia con Moscú. No obstante, ambas entidades dependen principalmente de la energía hidroeléctrica y el carbón. Al mismo tiempo, Serbia aprobó una nueva Ley de Energía Renovable en 2021 y el año pasado anunció que eliminaría paulatinamente el carbón para 2050 y que el total de fuentes de energía renovable podría superar el 50% para 2040.

Como se ha podido observar, gran parte de la energía renovable en la región proviene de las plantas hidroeléctricas, que, por lo general, tienen un impacto medioambiental negativo, pero que ha sido una de las áreas de desarrollo más intensas de los últimos años. Para 2021, se habían construido 490 nuevas centrales hidroeléctricas con una capacidad inferior a 10 MW, casi cinco veces más que las que había en 2009. Actualmente, la atención se centra en cambiar a proyectos solares y eólicos, que son más respetuosos con el medio ambiente pero también más rentables a largo plazo y no requieren incentivos en forma de subsidios. Sin embargo, la cuestión es más compleja que un mero tránsito de un modelo energético a otro.

La transición del carbón a las renovables es parte del acercamiento de los Balcanes occidentales a la UE. En octubre de 2020, los líderes de la región adoptaron la Declaración de Sofía sobre la Agenda Verde. Con ello, los países de la región se comprometían a alinearse completamente con la Ley del Clima de la UE con miras a lograr la neutralidad de emisiones para 2050 y alcanzar los objetivos energéticos y climáticos para 2030. El 9 de junio la Comisión Europea “anunció un paquete de apoyo energético sin precedentes de 1.000 millones de euros para mitigar los efectos inmediatos de la crisis energética y acelerar la transición energética en la región a corto y medio plazo”. Sin embargo, los cambios han encontrado una oposición significativa por miedo a la desestabilización de la red, al asumirse que una transición precipitada a las renovables no garantizaría el suministro de energía de carga base en los momentos de mayor demanda, y que ahora depende de las plantas alimentadas con carbón. Es por ello que el gas natural ha despertado un gran interés como alternativa al lignito, por generar menos gases de efecto invernadero. 

No obstante, debido a su escasez y al costo relativamente alto, el gas plantea problemas como combustible de transición en el cambio hacia una economía descarbonizada. El mercado regional en los Balcanes occidentales es muy limitado. En conjunto, los seis países consumen unos 4.000 millones de metros cúbicos al año, de los cuales tres cuartas partes van a parar a Serbia. Esta cifra apenas llega a un 4% de lo que consume Alemania al cabo de un año, con lo que los estímulos para la inversión local y extranjera en infraestructuras son muy reducidos, más allá de la presencia de la empresa rusa Gazprom.

La descabornización implicaría una mayor demanda de gas: se especula con que el consumo podría triplicarse de 779 MW a 2.442 MW. En la actualidad se computan en 3.500 millones de euros el presupuesto en inversiones, que habrá en la región, destinado al gas. 

La nueva infraestructura de gas podría aumentar la exposición de los Balcanes Occidentales a los precios volátiles y a la escasez de este recurso que experimentó gran parte de Europa el año pasado, porque la guerra en Ucrania continúa y las incertidumbres económicas en el corazón de Europa afectan directa e inmediatamente a los Balcanes occidentales en forma de inflación, reducción de la inversión o medidas de austeridad. Pero también retroalimenta la dependencia internacional, que hemos visto en cuanto a inversiones chinas y estadounidenses en el sector energético del carbón, o de las de países de la UE o de Rusia, como también se ha observado en el sector energético del gas. Esta influencia internacional tiene implicaciones políticas, pero también aleja a la zona de la autosuficiencia energética, indispensable para lograr seguir los tiempos de la integración política y económica con el espacio europeo.
Los cálculos confirman que las fuentes de energía renovable y el hidrógeno verde son más rentables que el lignito o el gas a medio plazo (unos 20 años), pero la inversión se estima que sería casi tres veces superior (de 43.000 millones en vez de 12.000 millones). Varias cuestiones afectan a este proyecto: que el mercado local pueda compensar esta inversión, que las relaciones vecinales sean estables para garantizar el suministro y que la clase política asuma la impopularidad de ciertas medidas con costes sociales inevitables a corto plazo. Invertir en el gas, con toda su volatilidad política y económica, obligará a hacer esfuerzos, más tarde o temprano, en las renovables, con costos elevados para la próxima generación, reproduciendo el tradicional retraso socio-económico que sufre la región. Los países de la UE tienen que involucrarse de una manera directa con los actores locales, porque, entre otros motivos, los Balcanes occidentales tienen un enorme potencial en fuentes de energía renovable.