Volodímir Zelensky, Presidente de Ucrania, ante la cumbre del Consejo de Europa en Reikiavik, Islandia. (Kay Nietfeld/Getty Images)

El espíritu, los desafíos y la hoja de ruta de la cuarta Cumbre del Consejo de Europa, celebrada en el contexto de la guerra de Ucrania. 

Nos habla Jean Monnet en sus memorias de aquella larga excursión por los Alpes, donde en la distancia y paz de la cumbre contempla Europa y el mundo, madurando las ideas que semanas después quedarán para siempre en el texto de la Declaración de Schuman, como si esa mirada le hubiera aportado la luz alumbradora de Europa. Tiene la construcción europea también otros momentos y textos fundacionales, como el discurso de Winston Churchill en Zúrich en 1946, el Congreso de La Haya en 1948, o la firma del Estatuto de Londres que alumbra al Consejo de Europa en 1949 o de la Convención Europea de Derechos Humanos (CEDH) en Roma en 1950, fundamentos de ese proyecto compartido de derechos humanos, Estado de Derecho y democracia que encarna el Consejo de Europa (CdE). Cimientos del edificio de la construcción europea sin el que la UE no hubiera sido posible, sin olvidar que tampoco lo hubiese sido sin el desarrollo y la cooperación económica que impulsó el Plan Marshall y la Organización Europea para la Cooperación Económica, fundada en 1948 y transformada en la OCDE en 1961.

Se ha alumbrado Europa en las cumbres físicamente, y lo ha hecho también metafóricamente. Cumbre, vértice de la pirámide kelseniana del Derecho y del Estado que, más allá y por encima de las respectivas constituciones, constituyen los tratados fundacionales del CdE, la UE y la CEDH. Cumbre de la comunidad de Derecho en que vivimos, pues tal es en definitiva la Europa que construimos. Cumbres, también, las reuniones de Jefes de Estado y de Gobierno de los países miembros: ocasiones para interpretar, definir y redefinir el contrato social, mirar al horizonte y rediseñar la hoja de ruta. Puntos de inflexión, de referencia, en la construcción de la actoría internacional de una organización internacional, determinantes de su andadura, por su potencialidad de conformar un punto de equilibrio superior, su capacidad de afrontar nuevas corrientes, metas y desafíos en el mar cambiante.

Al volver la vista atrás al recorrido del Consejo de Europa desde aquel 5 de mayo de 1949, contemplamos el largo camino de la CEDH hasta su madurez actual, marcado por el crecimiento en el contenido, ámbito y garantías de los derechos, objeto de los protocolos adicionales; el alumbramiento y aplicación de los derechos sociales emanados de la Carta Social Europea, los parámetros constitucionales definidos por la Comisión de Venecia, y los derechos y estándares en todos los ámbitos establecidos y monitoreados por los restantes 223 convenios del CdE. La extensión multiplicativa del área geográfica de aplicación y los millones de ciudadanos destinatarios, con la progresiva ampliación de los Estados miembros, de los 10 iniciales a los 46 actuales, haciendo de Europa un espacio compartido de derechos humanos, Estado de Derecho y democracia por la común pertenencia al Consejo de Europa, y como consecuencia y condición la suscripción de la Convención y el sometimiento al Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH). 

Hemos escrito un gran diccionario sobre lo que en Europa significan los derechos humanos, el Estado de Derecho y la democracia, a través de miles de páginas de derecho duro y blando, de convenios, sentencias del TEDH, directrices, opiniones e informes de la Comisión de Venecia, el Comité Europeo de Derechos Sociales, la Comisión de Prevención de la Tortura, GRECO y tantos otros mecanismos creados por los convenios del Consejo de Europa. Y con las lianas de esos miles de páginas, como los liliputienses a Gulliver hemos atado al Leviatán. 

Logo de la cumbre del Consejo de Europa en Reikiavik, Islandia. (Alastair Grant/Getty Images)

Excepcionales y extraordinarias han sido las cumbres en el camino del CdE, convocadas sólo ante parteaguas extraordinarios en el devenir de la Historia y de Europa, como la caída del muro de Berlín, que llevó a la ampliación hacia el Este (1993 y 1997), o la última de las tres cumbres que hasta ahora han tenido lugar, celebrada en 2005, en Varsovia, tras la gran ampliación de la UE en 2004. Excepcionales y extraordinarios son los tiempos y los vientos por los que navega la construcción europea desde el inicio de la agresión a Ucrania por Rusia, que llevó a la rápida reacción del Comité de ministros, decidiendo inmediatamente la suspensión y, tras recabar la opinión de la Asamblea parlamentaria, el cese de Rusia como Estado miembro por su grave incumplimiento de los principios establecidos en el artículo 3 del Estatuto de Londres. 

Tiempo de reacción, de reafirmación del compromiso con los principios compartidos, de mirar hacia el horizonte y definir la hoja de ruta, que llevó, en la reunión ministerial anual del Comité de ministros de mayo de 2022, en Turín, a decidir la celebración de la cuarta Cumbre del Consejo de Europa, celebrada en Islandia este pasado mayo, en la que se ha adoptado la Declaración de Reikiavik y sus cinco anejos –sobre el apoyo al Acuerdo Parcial para el Registro de Daños por la agresión a Ucrania, la situación de los niños en este país, los "Principios de Reikiavik para la democracia", el fortalecimiento del sistema de la CEDH, y el CdE y el medio ambiente. Nos declaramos a través de nuestros Jefes de Estado y de Gobierno unidos por Ucrania y por la asunción de responsabilidades, con la creación del Registro de Daños –cuya firma fundacional ha tenido lugar en la capital islandesa– como Acuerdo Parcial del Consejo de Europa y la atención a los menores desplazados por el conflicto; unidos en torno a nuestros valores, adoptando los Principios de Reikiavik en estos tiempos de retroceso o erosión democrática. Unidos para afrontar los retos de nuestro futuro compartido, como el cambio climático y la sostenibilidad medioambiental o la inteligencia artificial. Juntos en nuestra visión del Consejo de Europa, hacia dentro y hacia fuera, en la que resulta fundamental tanto la adhesión de la UE a la CEDH, con el salto cualitativo del sistema de la Convención y de la relación entre la UE y el CdE en la articulación del espacio europeo compartido, como la proyección exterior del Consejo de Europa y su contribución al orden internacional y la gobernanza global, asumiendo como objeto de la construcción europea en torno a los derechos humanos, el Estado de Derecho y la democracia su dimensión exterior, tanto hacia la vecindad geográfica como hacia la proximidad política, ámbito en el que España ha ejercido especial liderazgo, contribuyendo decisivamente a su asunción y conformación. 

Vienen tras la Cumbre los valles, y se nos plantea que se sitúen éstos a una altura, un punto de equilibrio superior al que caminábamos antes de ascenderla, que el fin sea principio de un camino y que éste sea de realización de la visión y los compromisos proclamados, los Principios de Reikiavik. Nos dijo Newton que caminamos sobre hombros de gigantes, pues nuestro saber, nuestro mirar, se asienta sobre la atalaya del conocimiento acumulado y transmitido por quienes nos han precedido. Nos dice también Monnet en sus memorias que las personas pasan, pasamos, pero las instituciones permanecen y acumulan el saber, la dedicación y el alma que hemos dejado, para que desde ellas podamos ir más allá. Hemos ascendido hasta Reikiavik gracias a la altura de la esperanza de quienes alumbraron el Consejo de Europa y el TEDH: al mirar desde la Cumbre hacia delante se nos plantea el reto de que los compromisos hechos y los principios declarados alienten las esperanzas que queremos iluminar, con las que deseamos contribuir a la construcción de Europa.