KOLWEZI, DRC- JULY 7: The sun sets on one of the open pit copper mines at Mutanda Mining Sarl on July 6, 2016 in Kolwezi, DRC. The mine is owned (69%) by Glencore, an Anglo-Swiss multinational commodity trading and mining company. The mine is mainly producing copper but also some cobalt. The mine employs about 3,500 people and its located in Luabala Province in Southern DRC. A truck carries a load of ore to the processing plant. (Photo by Per-Anders Pettersson/Getty Images)

Los commodity traders han ayudado durante décadas a gobiernos autoritarios a vender sus materias primas o a saltarse sanciones occidentales, pero su negocio ha quedado tocado por un Estados Unidos que ahora usa el dólar como arma geopolítica para imponer su política exterior.

The World for Sale

Javier Blas y Jack Farchy

Penguin, 2022

En el imaginario popular, las empresas privadas que tienen más poder de influencia mundial son las grandes multinacionales, las petroleras y los bancos. Suelen estar en el foco tanto de los medios de comunicación como de la ciudadanía organizada, en caso de que lleven a cabo alguna mala práctica laboral, tengan un impacto medioambiental perjudicial o colaboren con regímenes dictatoriales. Sin embargo, como explican los periodistas de Bloomberg Javier Blas y Jack Farchy en su último libro The World for Sale, hay unas compañías muy poco conocidas que durante décadas han tenido un poder geopolítico comparable o superior a las grandes multinacionales: los llamados commodity traders.

Las empresas de commodity traders son, básicamente, entidades que se dedican a la compra y la venta de materias primas a nivel internacional. Están concentradas en tres sectores: la energía, la agricultura y los metales. Incluyen nombres de empresas que facturan millones de dólares de las que el público generalista casi no ha oído hablar, como Glencore, Vitol o Cargill. Y tienen un impacto muy alto en el mercado de estas materias primas: como explican los autores, las cinco mayores empresas de commodity traders del sector de la energía dominan un cuarto de la demanda de petróleo mundial; las siete mayores dedicadas a la agricultura dominan casi la mitad de la demanda y en el caso de los metales solo Cargill ya controla un tercio del suministro de cobalto. Todas ellas son empresas que, durante décadas, intentaron llamar la menor atención posible, muchas de ellas gestionando sus negocios desde pequeños pueblos de paraísos fiscales como Suiza.

El libro de Blas y Farchy se lee en muchos momentos como un emocionante thriller empresarial, y no es para menos: los negocios de los commodity traders los han llevado a países en guerra, a negociar con dictadores petroleros o a gestionar el caos de países recién salidos del comunismo. El libro, en este sentido, muestra una paradoja en el corazón del negocio de los commodity traders: aunque han sido apolíticos durante toda su trayectoria, negociando tanto con gobiernos democráticos como dictatoriales, incluso con países sancionados como Sudáfrica, Rusia o Irán, sus acciones presuntamente apolíticas han tenido consecuencias geopolíticas de impacto.

The World for Sale está lleno de ejemplos de este poder de los commodity traders. Un caso claro ha sido el impacto que han tenido en muchos países en desarrollo, tanto para consolidar gobiernos autocráticos y corruptos, como para salvar economías. Una etapa de grandes ganancias para los commodity traders fue cuando multitud de países recién descolonizados nacionalizaron sus industrias energéticas o de materias primas: al no tener experiencia internacional, los commodity traders les ayudaron a vender sus mercancías al exterior a cambio de grandes ganancias. Muchos de estos acuerdos se generaron por el emprendimiento de estas empresas, que se atrevieron a ir a estos países “de riesgo” mucho antes que otras empresas occidentales. Pero el comprar funcionarios corruptos a talonario también tuvo un papel fundamental: hasta hace pocos años, en Suiza un soborno en el extranjero era deducible fiscalmente.

Este mismo libreto de hacer de mediador entre una economía inexperta y el mercado mundial lo repitieron en los países postsoviéticos: diversos oligarcas actuales aprendieron el negocio (y también cómo mover dinero a paraísos fiscales) a través de los commodity traders. Estas empresas también ayudaron a países comunistas como Cuba a sobrevivir el período posterior a la caída de la URSS, en el que ya no recibían petróleo u otros productos subvencionados desde Moscú. El poder de los commodity traders en los países en desarrollo se ve todavía más claro en los casos extremos, como en Jamaica en los 80, cuando han actuado de prestamista de última instancia en economías que estaban al borde del colapso.

Pero los commodity traders no solo han sacado partido de países simplemente en desarrollo, sino también de economías sancionadas o incluso en plena guerra. Por ejemplo, durante años, estas empresas ayudaron a la Suráfrica del apartheid a conseguir petróleo, a pesar de que el país estaba embargado a nivel internacional: como explican Blas y Farchy, en una época sin sistemas de satélites de seguimiento masivos, era fácil esconder el origen y destino de los envíos. Como situación todavía más de riesgo, ha habido commodity traders que directamente han apoyado secesiones (la fallida del Kurdistán iraquí en 2017) o incluso a bandos en guerra, como cuando respaldaron económicamente a los rebeldes libios enfrentados a Gadafi.

Sin embargo, esta barra libre de la que gozaron los commodity traders durante décadas ha llegado a su fin hace pocos años: el actor que ha hecho esto es Estados Unidos. Y se ha producido por dos causas aparentemente desvinculadas: el auge de China, por un lado, y el uso del dólar como arma geopolítica, por el otro.

El ascenso de China creó un aumento descomunal de la demanda de materias primas, lo que los economistas llaman un “superciclo”. Los commodity traders se dieron cuenta de que para manejar esta enorme demanda necesitaban más dinero del que obtenían por sí solos: para expandir su negocio en este momento de bonanza necesitaban el apoyo de bancos internacionales. Esta vinculación con bancos aumentó su exposición pública, algo que siempre habían evitado. Como varias de estas empresas habían hecho negocios con países sancionados por Estados Unidos, evitaban a los bancos estadounidenses y se concentraban en los europeos.

Este método funcionó hasta que Washington empezó a utilizar el dólar para castigar a los bancos extranjeros que no cumplían con su política exterior de sanciones. Por ejemplo, en 2015, Estados Unidos sancionó al banco francés BNP Paribas por saltarse los embargos contra Irán, Sudán y Cuba. El mensaje era claro: quien violase las sanciones de EE UU, aun no siendo una entidad estadounidense, sería expulsado del sistema dólar, ya que toda transacción en esta moneda debe pasar por el sistema financiero estadounidense. Más aún: quien tuviera relaciones con empresas que habían violado las sanciones (por ejemplo, algunos commodity traders), también sería castigado a través de “sanciones secundarias”. Múltiples bancos europeos, por temor a ser afectados por estas sanciones secundarias, cortaron la línea de crédito a los commodity traders. Como apuntan los autores, al “no poderse permitir ser expulsado del sistema dólar”, “cada banco del mundo se convirtió, a efectos prácticos, en una extensión del poder judicial americano, cazando de manera proactiva cualquier comportamiento que fuera en contra de la política de Estados Unidos”.

Este uso del dólar como arma geopolítica ha hecho que los commodity traders dejen atrás la práctica de ayudar a esquivar sanciones, cosa que habían hecho hasta hace poco, por ejemplo, con la Rusia de Putin. Sin embargo, eso no quiere decir que el negocio de los commodity traders haya decaído o desaparecido. Desde hace años, estas empresas se están enfocando cada vez más en la compra de activos y en el control de ciertas cadenas de suministros. También siguen actuando en momentos claves: por ejemplo, cuando estalló la crisis de la covid, compraron petróleo a precios bajísimos y lo almacenaron en miles de contenedores y barcos alrededor del mundo. Cuando los precios del petróleo volvieron a subir, consiguieron beneficios millonarios.

El libro de Blas y Farchy deja un tema abierto que merecería otro libro: ¿es sostenible la política estadounidense de usar el dólar como arma en política internacional? Los autores explican, por ejemplo, que ya hay commodity traders chinos que han sustituido a los occidentales en sus negocios con países sancionados, ya que actúan con apoyo de bancos chinos que funcionan al margen del sistema dólar. También hemos visto con la reciente guerra de Ucrania que Estados Unidos ha podido torpedear a la economía rusa gracias al poderío del dólar. Sin embargo, ¿hasta cuándo será posible esta estrategia? ¿Está debilitando Estados Unidos el poder mundial del dólar a largo plazo, a cambio de conseguir victorias geopolíticas a corto plazo? ¿Países como Rusia, China o productores de ciertas materias primas empezarán a negociar con monedas alternativas? ¿Estamos ante el inicio del fin del monopolio del dólar?