Los musulmanes siempre han formado parte de la historia de Europa, pero la negación de esta realidad sigue alimentando su exclusión en el viejo continente.

Muslims and the Making of Modern Europe

Emily Greble

Oxford University Press, 2022

Hace falta un libro audaz para preguntar “¿Quién es europeo?”, una pregunta, que sin embargo, domina la política europea actual, tanto a escala nacional como en los pasillos del poder de la Unión Europea. Esta erudita y meticulosamente investigada historia de las poblaciones musulmanas de Europa entre finales del siglo XIX y mediados del XX presta especial atención a los Balcanes, en particular a las tierras que formaban la antigua Yugoslavia. El libro de Emily Greble demuestra que los musulmanes no son en absoluto una incorporación reciente a los Estados y las sociedades de Europa, sino que forman parte de ellos desde hace mucho más tiempo del que dan a entender los titulares contemporáneos sobre inmigrantes, trabajadores extranjeros y refugiados.

De hecho, los musulmanes de la región balcánica han estado en el centro de las leyes, la política y la sociedad de la Europa moderna. Es decir, la autora da un vuelco a la perspectiva de que el Estado es el que asigna un sitio a los musulmanes, puesto que subraya que ellos mismos son quienes tienen el propósito de definirse y situarse como ciudadanos dentro de un marco europeo. Si lo que dice Greble es cierto, el debate sobre el laicismo, el papel del islam y la capacidad de los musulmanes para ser ciudadanos europeos parece, en gran parte, alejado de la realidad. El libro indica que la ignorancia de los dirigentes políticos, muchos periodistas e innumerables profesores y académicos sobre la historia de su país contribuye a formular un debate que no tiene sentido. El “Choque de civilizaciones” y la interminable "guerra contra el terrorismo" promovida por el gobierno de George W. Bush y sus numerosos seguidores en Europa —empezando por el exprimer ministro británico Tony Blair y continuando con muchos líderes políticos de la derecha y la extrema derecha, como Viktor Orbán en Hungría, Marine le Pen y Éric Zemmour en Francia y Mario Salvini en Italia, entre otros— son un prisma que no ayuda a comprender la historia de Europa ni, en particular, el lugar de los musulmanes.

Esta obra es complementaria del documentadísimo God’s Crucible: Islam and the Making of Modern Europe 570-1215, escrito por David Levering Lewis en 2008 (existe edición española: El crisol de Dios: el Islam y el nacimiento de Europa, 570-1215, Paidós, 2009). En esta interesante obra, el autor explicaba que para que los europeos se consideraran un mismo pueblo fueron necesarias dos cosas. La primera, la creación de un vasto Sacro Imperio Romano que llevó a cabo un rey guerrero franco llamado Carlomagno. La segunda, el desarrollo en la Península Ibérica, en la frontera suroccidental de sus tierras, de la cultura musulmana de España, al Ándalus para los árabes. Es cierto que en el proceso que convirtió a las diversas tribus europeas en un solo pueblo fueron importantes tanto el elemento común como lo que las distinguía de sus vecinos musulmanes. Pero God’s Crucible ofrecía una propuesta más sorprendente: a la hora de construir la civilización heredada por los europeos modernos, el legado cultural de al Ándalus es, por lo menos, tan importante como el de los francos cristianos. En palabras de Anthony Appia, “con lo que tomaron prestado del gran Otro, rellenaron la identidad europea”. La historia moderna de Europa hace mal en no tenerlo en cuenta. Los últimos 30 años han sido desastrosos, en la medida en que los líderes europeos, con enérgicos apoyos del otro lado del Atlántico, han intentado sustituir al enemigo comunista (ahora, ruso), por el árabe, que suele confundirse con el islam.

Como indica la autora al principio de este libro tan apasionante como un thriller y que no abruma con toda su base documental, “los musulmanes en los que se centra esta obra no fueron un producto de los sistemas colonialistas europeos que determinaron la vida de los musulmanes de todo el mundo hasta bien entrado el siglo XX. Y, sin embargo, el lector va a encontrar aquí debates que le recordarán a las disputas de los siglos XX y XXI sobre los pañuelos en los colegios franceses, los inmigrantes en Alemania, las mezquitas en Austria y los tribunales de la sharia en Inglaterra”. ¿Por qué, entonces, los especialistas en historia de Europa y los propios europeos conocen tan mal las historias que se relatan en esta obra? En parte, los silencios históricos son endémicos a la conceptualización de la historia de Europa en oposición a las sociedades musulmanas que viven en ella. “La expulsión de los musulmanes de España e Italia en la Edad Media y la disminución de los territorios otomanos en los comienzos de la era moderna se han enmarcado como correcciones normativas de un error histórico”. Desde el siglo XVIII, el objetivo político de expulsar a los turcos de Europa se mezcló con el proyecto —propio de la era de la Ilustración— de definir la civilización europea y su antítesis. En el siglo XIX, los Balcanes, parte del Imperio otomano, eran el oriente imaginario dentro de la propia Europa, las tierras exóticas, salvajes y sin civilizar, y su reabsorción en “Europa” significó, como escribe la historiadora Maria Todorova, “no solo una ruptura total y radical con el pasado sino la negación (y) el rechazo al pasado político”.

Manifestation pour la libert√© d’√©ducation √† Lyon
Un hombre que lleva un cartel "No toques mi República" se enfrenta a mujeres musulmanas con velo durante la manifestación para defender la "libertad de instrucción" en Lyon, Francia. (Gamma-Rapho via Getty Images)

La manera de enmarcar la historia de Europa que han practicado los historiadores y dirigentes políticos explica por qué la UE y los dirigentes europeos son incapaces de pensar en clave estratégica sobre Turquía, Oriente Medio y el norte de África. Uno de los peores errores que se cometen en Europa es olvidar que, por mucho que “el laicismo pudiera ser el objetivo…, la religión determinó la condición de los Estados europeos. En todos los Estados europeos modernos, de Gran Bretaña, Francia a Serbia y Grecia, las hipótesis del cristianismo siguen ejerciendo un papel importante en la cultura, las leyes y las ideas de moralidad”. A la mayoría de los europeos les costaría mucho pensar en la historia de Europa o del país al que pertenecen “desde la perspectiva de los musulmanes en lugar del punto de vista de los Estados o las instituciones internacionales”. Eso explica por qué, para desolación de la Comisión Europea, el papel estratégico del viejo continente sigue disminuyendo.

La autora aborda la importante cuestión de cómo lograron sobrevivir los musulmanes en los nuevos territorios de serbios, croatas y eslovenos (es decir, Yugoslavia) durante el caótico periodo de transición de 1919 y cómo encararon el convertirse en minorías. Las negociaciones de París en las que estaba decidiéndose el futuro de Europa “estaban impregnadas de los principios de autodeterminación nacional sin ocuparse debidamente de los dinámicos y heterogéneos territorios que ocupaban el centro de la reordenación política. Casi de inmediato se vio que había 25 millones de personas en los territorios imperiales europeos que no encajaban del todo en el sistema “nacional”. Muchos alemanes vivían en Polonia o Rumanía, los judíos estaban repartidos por todos lados, había turcoparlantes en muchas ciudades del antiguo Imperio otomano. “El marco internacional de ‘soberanía nacional’… no coincidía con el componente demográfico, plurilingüe y multinacional”. Tampoco estaba claro si los musulmanes, que abarcaban grupos nacionales y lingüísticos distintos, corresponderían a diferentes tipos de minorías y mayorías. El desprecio que sentían numerosos responsables políticos occidentales por los musulmanes quedó resumido por el historiador y asesor político Arnold Toynbee en la frase de que el islam era “una versión simplificada del cristianismo que va medio milenio por detrás del prototipo”. En todo el Mediterráneo, desde Egipto hasta Argelia, la posguerra imperial no se diseñó para conceder igualdad ni poder político a los musulmanes, sino para someterlos al control de británicos y franceses.

Muchos líderes musulmanes protestaron contra esas tipificaciones, de modo que hasta la Segunda Guerra Mundial y durante ella empezaron a surgir en Yugoslavia diferentes movimientos contra el gobierno imperialista y su hipocresía. En tres fascinantes capítulos —“El mandato de la sharia y la construcción nacional yugoslava”, “La hoguera de la unidad musulmana y el evangelismo islámico” y “La crisis de Europa”—, la autora traza el mapa de la creciente influencia de los movimientos islámicos mundiales, que proporcionaron un complemento cultural al sentimiento de desposesión que tenían los musulmanes y les ofrecieron soluciones multinacionales para imaginar un orden jurídico y político diferente. El capítulo sobre “La erradicación del orden legal de la sharia en la Yugoslavia de Tito” resulta extraordinariamente actual. Greble señala que, “medio siglo después de que terminara la Segunda Guerra Mundial, los debates sobre la ciudadanía y los derechos de los musulmanes en Europa adquirieron una dimensión nueva … Los musulmanes de Francia y Reino Unido levantaron la voz contra las limitaciones al islam en el espacio público y la discriminación contra los musulmanes con la excusa de un supuesto laicismo universal. En la periferia de la Europa poscomunista se empezó a ver la aparición de diferentes culturas musulmanas como una amenaza. Algunas mujeres musulmanas decidieron llevar el pañuelo después de décadas de que se hubiera denigrado la costumbre”. Este libro demuestra de forma muy convincente que “el laicismo nunca fue neutral; las construcciones y los supuestos relacionados con la ley, la moral nacional, la educación y la vida pública se habían desarrollado en un contexto inequívocamente cristiano”.

La relación de los musulmanes con el establecimiento de la ciudadanía y las naciones en el sureste de Europa “revela unos rígidos límites ideológicos incrustados en la construcción nacional europea que se radicalizaron en torno a la idea de que ‘musulmán’ era, por así decir, la antítesis de ‘ciudadano’ y ‘europeo’”. Esta, concluye la autora, es “una historia de los Balcanes que se enmarca en el contexto europeo y el contexto mundial y se extiende hasta el siglo XXI. Hoy estamos viendo, en países tan alejados como Francia, China, India, Myanmar y Estados Unidos, el legado de haber dejado a los musulmanes al margen de las normas legales. Hay muchos Estados incapaces de aceptar la existencia y la posibilidad de los ciudadanos musulmanes”. Los europeos se niegan a aceptar que los musulmanes siempre han formado parte de la historia de su continente. Todavía tienen un peso inmenso las representaciones distorsionadas de los orientalistas en las sociedades europeas y en la historiografía, desde la construcción de “Oriente” durante la Ilustración hasta las misiones coloniales de civilización que justificaban el sometimiento de los musulmanes a los europeos. Hay pocas probabilidades de mantener un debate serio mientras tantos dirigentes políticos sigan explicando el lugar de los musulmanes en Europa a partir del engaño de que el islam no fue un componente de los Estados europeos desde el principio.

Este documentadísimo libro nos recuerda que, si conseguimos corregir “el falso supuesto de que el islam es el Otro de Europa y volver a asignar a los musulmanes un papel crucial en la historia europea”, podremos “reintegrar a los musulmanes en el relato de la historia de Europa y poner fin a los ciclos de exclusión que genera”.  El fracaso es un incentivo más para que polemistas como el francés Éric Zemmour y para políticos populistas como el húngaro Viktor Orbán sigan propagando “la gran teoría de la sustitución”, que afirma que la población blanca de las sociedades occidentales acabará sobrepasada por la inmigración musulmana. Muslims and the Making of Modern Europe debería ser lectura obligatoria para todos los candidatos en las elecciones presidenciales francesas del próximo año.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.