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El príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman presenta al Presidente mauritano, Mohamed Ould Abdel Aziz, a su equipo a su llegada a Nouakchott I, 2018. BANDAR AL-JALOUD/AFP/Getty Images

Otrora ignorada, la región adquiere importancia para las monarquías del Golfo en el marco de su lucha por el poder e influencia en el continente.

La influencia en letargo de los países del Golfo Pérsico en el continente africano ha despertado en los últimos años. Del tradicional poder blando basado en el proselitismo religioso y la ayuda económica y humanitaria, las monarquías árabes han pasado a un poder duro que incluye despliegue militar y una diplomacia agresiva. Desde el Cuerno de África hasta el Océano Atlántico, los países árabes están transformando el continente africano en parte de su tablero de poder regional.

 

Una larga relación de bajo perfil

Los lazos entre los países de la banda saheliana y los Estados del Golfo no son nuevos, aunque siempre han mantenido un bajo perfil. Durante décadas, las monarquías árabes se han contentado con hacer proselitismo religioso y expandir la doctrina wahabista del islam en países de mayoría musulmana, aunque alejados de sus preceptos fundamentalistas. En Mauritania, desde los 60, Arabia Saudí ha financiado la construcción de mezquitas, escuelas religiosas, organizaciones de caridad y predicadores individuales a través de distintas instituciones ligadas al reino saudí, como la Liga Islámica Mundial. Muchas de estas instituciones fueron desmanteladas durante la persecución a los islamistas llevada a cabo por el régimen mauritano a comienzos de la década de 2000. En Malí, el conflicto que vive el país desde 2012 ha permitido la entrada de agentes al servicio de estas monarquías que ocupan el vacío del Estado maliense, especialmente en áreas rurales. El gobierno de Malí desconoce el número de mezquitas existentes en el país y apenas tiene control sobre las mismas y sobre lo que los líderes religiosos difunden en ellas. Ello ha llevado a las autoridades a financiar, como contrapeso, la formación de estudiosos religiosos en Marruecos. “Algunos países del Golfo llevan décadas intentando comprar la simpatía o la aceptación de las comunidades locales en el Sahel”, señala Sergio Altuna, investigador asociado en el programa de radicalización violenta y terrorismo global del Real Instituto Elcano.

Hasta la fecha, la dimensión económica ha sido la más importante en la relación del Golfo con los países africanos. Como señala Bakary Sambe, las monarquías árabes consideran África una oportunidad de inversión para poner su dinero e inversiones lejos de los países occidentales. Los Estados miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) han invertido 30.000 millones de dólares en compañías africanas entre 2007 y 2017, y solo Emiratos Árabes Unidos (EAU) es sede de 10.000 compañías del continente. Energía, telecomunicaciones, infraestructura de transporte y turismo son las principales industrias de interés. La mayoría de estos proyectos han beneficiado a países de África Oriental, siendo el Sahel una zona sin apenas importancia, más allá de la provisión de ayuda humanitaria. En los últimos años estas relaciones económicas han aumentado debido a la creciente demanda de bienes de consumo en África y la facilidad para importarlos desde los puertos del Golfo, así como para diversificar sus economías basadas en la extracción de energía. EAU comprometió 150 millones de euros para apoyar el Plan Nacional de Desarrollo de Chad 2017-2021 y el comercio entre ambos Estados asciende a 245 millones de dólares. En el caso de Sudán, desde 2015 Arabia Saudí ha concedido 2.100 millones de dólares al país africano, Qatar 1.220 millones y los principales accionistas del Banco Central sudanés son tres entidades financieras de Emiratos.

Otro elemento de importancia es la compra de tierras agrícolas. Millones de hectáreas en países africanos pertenecen a los Estados del Golfo como parte de su estrategia para garantizar la seguridad alimentaria. Acuerdos estratégicos de intercambio de cultivos por financiación han sido firmados con diversos países, incluyendo Sudán así como Malí y Mauritania en el Sahel.

 

África como trampolín de estatus global

Es desde 2011 cuando, al igual que ha sucedido en otras áreas como el Cuerno de África y los propios vecinos árabes, los países del Golfo Pérsico han dejado a un lado el poder blando para tomar el camino de la expansión militar y la diplomacia agresiva. A día de hoy, el continente africano está convirtiéndose en un escenario más donde Arabia Saudí, EAU, Qatar, Irán y Turquía libran su guerra fría, y todo ello a expensas de los propios africanos.

Los países del Golfo siempre han actuado como baluarte de dirigentes autoritarios. En la actualidad son también agentes de desestabilización. Por ejemplo, en Malí, los líderes religiosos financiados por los países del Golfo han apoyado públicamente a candidatos presidenciales, ayudado a conseguir financiación de donantes internacionales, parado la aprobación de leyes destinadas a fortalecer los derechos de la mujer y actuado como mediadores entre el Ejecutivo y grupos insurgentes. Otro ejemplo lo encontramos en las recientes protestas contra el Gobierno sudanés. Arabia Saudí, Qatar, Turquía, Rusia y EAU han acudido prestos a socorrer al régimen de Omar al Bashir, aunque recientemente se ha visto forzado a dimitir. Por ejemplo, EAU ha proporcionado 300 millones de dólares en financiación y 1,12 millones de toneladas de fuel, según recoge Bloomberg.

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Soldados sudaneses en Yemen apoyando a la Coalición liderada por Arabia Saudí, 2018. Nabil HASAN / AFP

En el terreno de la seguridad, pese a que su presencia es mayor en el Cuerno de África, tanto Arabia Saudí como EAU se han sumado al grupo de financiadores de la fuerza militar conjunta G5 Sahel. Arabia Saudí ha prometido 100 millones de euros y EAU 30 millones de euros. Asimismo, en enero de 2017 el reino saudí y Mauritania firmaron un acuerdo militar para promover la cooperación conjunta y el intercambio de información.

De acuerdo con Altuna, los emiratíes tendrían una estrategia más a largo plazo en la región. “Los diferentes golpes de Estado en la región les han permitido reevaluar su estrategia en la misma y, al menos así lo entiendo, están tratando de poner en marcha una política exterior más proactiva y ambiciosa para la zona, una suerte de adaptación del modelo catarí de hace poco más de una década”, apunta el experto.

Una de las iniciativas que ha logrado más éxito ha sido la Alianza Militar Islámica. Fundada en diciembre de 2015, su objetivo es construir una “plataforma unificada panislámica en la lucha contra el terrorismo”. La alianza ha conseguido agrupar a 41 Estados, 19 de ellos de África. Los miembros africanos más comprometidos son los países de la región saheliana, como Burkina Faso, Chad, Malí, Mauritania, Níger, Nigeria, Senegal y Sudán, varios de ellos comprometiéndose a apoyar a la alianza con tropas.

La diplomacia de los Estados del Golfo en el continente africano se ha vuelto asertiva y agresiva, aunque se encuentra lejos de suponer un enfrentamiento con otros actores como Francia o Estados Unidos, al menos en el corto plazo, tal y como apunta Altuna. La primera etapa de esta nueva diplomacia ha sido el conflicto en Yemen. Países como Senegal y Mauritania han enviado tropas para apoyar a la coalición liderada por Arabia Saudí contra los rebeldes hutíes. Sin embargo, el caso más destacado es el de Sudán. En 2015, Jartum y Riad firmaron un acuerdo por el que Sudán enviaba tropas a Yemen a cambio de financiación para la maltrecha economía sudanesa. El resultado ha sido la venta de mercenarios y niños soldado procedentes de familias supervivientes del genocidio de Darfur. Según recogen distintas fuentes, entre 8.000 y 14.000 soldados sudaneses habrían tomado parte en el conflicto yemení en los últimos cuatro años, con menores de entre 14 y 17 años de edad conformando entre el 20% y el 40% de las unidades, según testimonios recogidos por el diario The New York Times.

Uno de los puntos fundamentales de la diplomacia del Golfo es lograr apoyos en sus juegos de poder regionales. En el caso de Irán, son numerosos los países que han cortado relaciones diplomáticas con Teherán, incluyendo Mauritania y Sudán, que mantenían relaciones de importancia con el país persa hasta 2016. Asimismo, estos Estados han endurecido el trato dispensado a las organizaciones y principales partidos de islam político.

Sin embargo, no ha habido tanta unanimidad en la crisis con Qatar y el bloqueo impuesto al país árabe desde junio de 2017. Pese a que inicialmente Senegal, Níger, Chad y Mauritania cortaron lazos diplomáticos con Doha, en varios casos fueron restablecidos poco después. Mauritania, sin embargo, mantiene el bloqueo tras acusar a Qatar de “financiar el terrorismo” y de apoyar a los Hermanos Musulmanes en el país africano, haciendo más méritos que ningún otro Estado de la región para convertirse en “aliado estratégico” de Arabia Saudí. “Evidentemente, Qatar tendría problemas para mangonear en aquellos países más fuertes –que no estables–, pero, si lo hubiera querido, y creo que fue una idea que estuvo encima de la mesa, sí podría haber injerido notablemente en Mauritania, con resultados seguramente tangibles”, apunta Altuna. Sudán ha decidido mantenerse neutral en la contienda y ha llamado a la resolución del conflicto, aunque la crisis resulte en beneficio de su economía, que recibe financiación por las dos partes.

 

Perspectivas de futuro: entre la inversión y la desestabilización 

La penetración de los países del Golfo junto con Irán y Turquía en África va a continuar creciendo durante los próximos años, así como su peso económico y su implicación en el ámbito de la seguridad. Esta tendencia es también aplicable a los países del Sahel, donde ya actores como Qatar han puesto sus dotes de mediación al servicio de la paz regional. Durante la década de 2000, el pequeño emirato logró arrancar un acuerdo de paz a Yamena y Jartum para terminar con la guerra por delegación que ambos países libraban a través de distintos grupos rebeldes. Asimismo, el Estado árabe contribuyó a poner fin al conflicto de Darfur. Sin embargo, la crisis en el seno del CCG podría afectar a la estabilidad subregional, tal y como está aconteciendo en el Cuerno de África.

Como señala Will Todman, “[los países del Golfo] ven África como una arena relativamente no disputada en la que pueden experimentar con intervenciones extranjeras como parte de su estrategia para demostrar su creciente estatus en el escenario global”. Esto implica que la política diplomática y militar, pese a su disfraz de fraternidad suní y cooperación en pie de igualdad, responde a claros intereses nacionales. Por ejemplo, muchos de los países que apoyaron el bloqueo a Qatar recibieron de forma inmediata ayuda e inversiones por parte de Arabia Saudí y EAU como recompensa por su comportamiento. De hecho, puede afirmarse que la diplomacia de las monarquías árabes se basa en el principio de paz por dinero. Las distintas mediaciones que estos países han llevado a cabo en diferentes conflictos africanos van más allá del interés humanitario y han sido posibles por los ingentes incentivos económicos que pueden desplegar. Por ejemplo, el celebrado acuerdo de paz entre Etiopía y Eritrea, firmado bajo los auspicios saudíes, tiene como objetivo principal la apertura económica a los intereses del Golfo y la construcción de un oleoducto entre ambos países por parte de Emiratos. Otro ejemplo es el conflicto de Darfur, con la implicación de Sudán y Chad. Tras el alto el fuego negociado por Qatar entre el Gobierno sudanés y el principal grupo opositor, el emirato compró grandes extensiones de tierra agrícola en Sudán al tiempo que los dos Estados recibieron promesas de ayuda financiera por parte de Riad.

La lucha de poder regional de los países del Golfo en el Sahel puede suponer una oportunidad para la región, pero es necesario que los países africanos calibren sus relaciones con los distintos actores para no verse arrastrados por la imprevisibilidad con la que estos nuevos benefactores se mueven en la arena internacional.