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Fotografía de familia de los esposos y esposas de los líderes en la cumbre del G20 de junio en Kyoto, Japón. Du Xiaoyi/AFP/Getty Images

La ausencia de liderazgo femenino en los espacios de toma de decisión con implicaciones globales ya no es aceptable en el siglo XXI. Aquí un repaso a la situación de desequilibrio de liderazgo global entre hombres y mujeres.

El poder ejecutivo mundial sigue siendo abrumadoramente masculino: según datos recientes de ONU Mujeres, solo 11 mujeres son jefas de estado y/o de gobierno de un total de 193 países, lo que representa un exiguo 5,6%, frente al casi 94% de hombres. Las cifras mejoran en los ámbitos del poder legislativo (con un 24,3 % de mujeres parlamentarias, según datos de febrero de este año) y en los cargos ministeriales, en los que, no obstante, las mujeres solo representan el 21% del total. Cifras muy alejadas aún de la paridad, y con algunos retrocesos en los últimos años, en los que ha disminuido el número de jefas de estado y/o de gobierno.

Los liderazgos de los gobiernos nacionales y de las instituciones internacionales (Naciones Unidas, Banco Mundial, OCDE, entre otros) siguen estando en manos de los hombres. Ellos debaten sobre los grandes retos mundiales y son quienes toman las decisiones sobre las respuestas y las medidas necesarias. El espacio público de debate, deliberación y toma de decisión a nivel global (en muy buena medida conformado por la suma de los representantes de los Estados nación clásicos) sigue contando con una muy escasa presencia y poder femeninos.

Esta “normalidad”, no obstante, ha empezado a ser cuestionada. El imperativo de lograr la igualdad de género en el ámbito político (más allá de la igualdad de derechos sancionada en los ordenamientos jurídicos) ha tomado consistencia en la conversación global, y el hecho de que las mujeres estén tan clamorosamente ausentes en las Cumbres mundiales -un espacio de toma de decisión con implicaciones globales-, no es ya aceptable en el siglo XXI. 

En este 2019 las dos Cumbres que, respectivamente, reúnen a las primeras veinte economías del mundo (la del G20, que tuvo lugar en Osaka en el mes de junio) y a los países más industrializados (el G7, cuya Cumbre se celebró en Biarritz en agosto) han ofrecido, de nuevo, elocuentes imágenes de la distribución del poder mundial entre hombres y mujeres. En esta ocasión, y por vez primera, esta realidad ha suscitado mayor número de críticas en los medios de comunicación y en las redes sociales. No obstante, los reproches han surgido, en realidad, de “la otra foto”, la que recoge el “programa paralelo de las esposas” de los mandatarios mundiales (los esposos de las mandatarias, que no acostumbran a abandonar sus respectivas carreras profesionales, raramente participan de este programa).

La novedad del rechazo al papel de las esposas en ambas cumbres mundiales (en actividades como alimentar a los peces o visitar un huerto) ha sido el cuestionamiento del rol que se atribuye a las mujeres, basado en arraigados estereotipos de género que las vinculan con la frivolidad, la pasividad, la debilidad, o la sumisión frente a la racionalidad, el dinamismo, las aptitudes intelectuales o la eficacia con la que los estereotipos identifican a los hombres. Sin duda, el programa paralelo (cuyas imágenes, difundidas en todo el mundo, tienen una enorme capacidad de proyección) no deja de ser una ejemplificación de la desigualdad de género, la otra cara de la moneda de la distribución del poder en el mundo. 

Osaka Hosts The G20 Summit – Day One
Fotografía de familia en la cumbre del G20 en Osaka, Japón. Kim Kyung-Hoon – Pool/Getty Images.

Así, en la reciente cumbre del G20 solo una mujer, la canciller alemana Angela Merkel, tiene su sitio en la mesa en un foro que suma a las dos terceras partes de la población mundial y a más del 85% de la riqueza global. La otra primera ministra, Theresa May, dejó de serlo tras su dimisión en julio mientras la tercera, Christine Lagarde, participó en su calidad de, entonces, directora del FMI. Ángela Merkel es, también, la única mujer entre los líderes del G7, que representa a las siete economías más industrializadas y suma el 64% de la riqueza mundial. 

Que las mujeres apenas participen de los debates relevantes representa no sólo un grave déficit democrático de nuestros sistemas de representación política de los que, en el caso de las jefaturas de gobierno, la mitad de la población está prácticamente ausente. También debilita la calidad misma del debate, privado de la visión de las mujeres, así como la eficacia de la toma de decisiones y de su aplicación, que siempre afecta al conjunto de nuestras sociedades. La perspectiva de género es, por eso, esencial en los grandes asuntos globales y en la legitimidad de las respuestas a los retos compartidos. 

Tanto el G20 (desde la Cumbre de Los Cabos, México en 2012) como el G7 (desde la presidencia de Canadá de 2018) se han comprometido con la igualdad de género como objetivo clave del progreso económico en la ecuación de crecimiento y como eje prioritario de sus trabajos, respectivamente. Paradójicamente, sus reuniones no solo continúan siendo un espejo que refleja fielmente la persistente desigualdad en el ámbito político, sino que además reproducen algunos de los roles de género más discriminatorios para las mujeres (destinadas a ser objeto decorativo, de sonrisa eterna y actividades frívolas, mientras los hombres se ocupan de los temas serios e importantes) y las encasillan en un papel subordinado, alejado de la toma de decisiones y en la periferia del poder. 

El camino hacia la igualdad de género en la UE

En el lado de los avances, la Unión Europea -para la que la paridad de sus instituciones aún era una tarea pendiente- ha elegido a una mujer, por primera vez en más de 60 años, como presidenta de la Comisión. Ursula Von der Leyen planteó, también por vez primera, el logro de una Comisión paritaria como un objetivo prioritario, y presentó inicialmente un colegio de comisarios compuesto por 13 mujeres y 14 hombres. Sin embargo, la proporción no será la definitiva. La rumana Rovana Plumb que iba a ocupar la cartera de Transporte ya ha sido vetada en la fase previa (junto al húngaro Laszlo Trocsanyi, como comisario de Ampliación). En el punto de mira están también dos mujeres (la francesa Sylvie Goulard, destinada a la cartera de Mercado Interior y la sueca Ylva Johansson para Interior) y un hombre, el polaco Janusz Wojciechowsky que sería comisario de Agricultura. 

Que entre los equilibrios europeos se haya considerado tradicionalmente el demográfico, el geográfico y el político, pero no el de género, era sin duda una anomalía y un fracaso de las instituciones europeas, en particular del Consejo (encargado de proponer los candidatos a Comisarios) y de la propia Comisión (el presidente Juncker solo logró que su Comisión no disminuyera el número de mujeres respecto a su predecesor, con un colegio de comisarios formado por 9 mujeres y 18 hombres). 

En la Declaración de Atenas de 1992, los Jefes de Estado y de Gobierno reconocían el déficit democrático de la UE sobre la base de la “profunda desigualdad en la toma de decisiones políticas de los poderes públicos”, y se comprometían a avanzar hacia una democracia paritaria que incorpore, de forma plena, a la mitad de la población que representan las mujeres. Han sido necesarios 20 años para que el equilibrio entre hombres y mujeres haya cobrado peso específico como elemento imprescindible de una de las instituciones clave del proyecto europeo. 

La mayor participación política de las mujeres contribuye a la adopción de mejores políticas (mejor definidas en términos de intereses y preocupaciones de las dos mitades de la población y, por tanto, más representativas), ayuda a transformar la cultura política, que tradicionalmente ha sido definida y liderada por los hombres, aumentando los referentes en el espacio público, y pone sobre la mesa nuevos temas y prioridades en la agenda política en un momento de cambio profundo y acelerado en nuestras sociedades y en el escenario internacional.

Adicionalmente, la UE debería repensar también el modo en el que el gender mainstreaming puede tener un verdadero impacto en la igualdad de género, tomando en consideración las interseccionalidades, y situando la igualdad de género como una prioridad del nuevo ciclo político que se iniciará el próximo 1 de noviembre. Sobre la base de un amplio consenso social en torno la necesidad de lograr la igualdad entre hombres y mujeres, según datos del Eurobarómetro, el 70% de los europeos es favorable a medidas legislativas para asegurar la paridad entre hombres y mujeres en la política, y un 39% se considera muy a favor. La UE puede y debe impulsar políticas europeas que garanticen avances y les impriman mayor celeridad.

No hay que olvidar la dimensión económica de la igualdad de género. Desaprovechar el talento de la mitad de la población impacta negativamente en el crecimiento económico y en la competitividad. Solo en nuestro espacio europeo, y según datos del Instituto Europeo para la Igualdad de Género (EGE) los avances en esta materia generarían hasta 10 millones y medio de empleos adicionales en 2050, la tasa de empleo alcanzaría casi el 80%, y el PIB per cápita de la UE podría crecer casi un 10% más en 2050. 

La UE ha dado un paso relevante, que marca una senda. Queda mucho camino por recorrer para impulsar liderazgos femeninos en la más alta responsabilidad del poder ejecutivo, lo que interpela directamente a los dirigentes masculinos, en particular a los de las economías más importantes del mundo, sobre su fracaso en impulsar medidas eficaces que garanticen un nuevo equilibrio del poder entre hombres y mujeres, en el que ni ellos ni ellas tengan un papel secundario en la esfera pública. Como señala Mary Beard, no son las mujeres las que han de cambiar, sino las estructuras de poder.