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Delegados del Partido Comunista Chino en la clausura del XIX congreso del partido., Pekín, 2017. Sheng Jiapeng/China News Service/VCG via Getty Images

El papel de las mujeres en el poder político chino es reducido, y disminuye todavía más en los altos cargos, a causa del mantenimiento de ciertos roles tradicionales y de barreras sociales que benefician a los hombres.

La política china es, por ahora, sólo cosa de hombres. Mientras hay científicas chinas que ganan el Premio Nobel y varias empresarias del país lideran los ranking de millonarias a nivel mundial -muchas de ellas partiendo de la pobreza-, las mujeres chinas están poco presentes en las estructuras de poder político y son casi inexistentes en las altas esferas. Pero, ¿por qué el Partido Comunista -que en su discurso promueve un rol igualitario entre géneros, e incluso ha aplicado cuotas- ha quedado tan atrás en esta materia? ¿Qué trabas sociales han impedido que ninguna mujer haya pertenecido al Comité Permanente del Politburó, el órgano más importante de la política china? ¿Tiene el Partido Comunista un problema con las mujeres?

Si observamos los datos, la proporción de mujeres afiliadas al Partido Comunista y, por otro lado, las escogidas como representantes en el Congreso Nacional -donde se reúnen los miembros más destacados del Partido (más de 2.000)- suman en ambos casos porcentajes bastante bajos. Según cifras de 2016, las mujeres constituían el 25,7% de los miembros del Partido Comunista (hay un total de casi 90 millones de personas afiliadas a él). Esta proporción se mantuvo en el último Congreso Nacional de 2017: de los miembros del Partido elegidos para participar en esta cita, un 24,1% eran mujeres. Es un porcentaje bajo, aunque si lo comparamos con el de órganos representativos de países como Estados Unidos, India o el vecino Japón, no parece que sea una tendencia únicamente china.

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En el centro de la imagen, Sun Chunlan, que dirige el Frente Unido, en la sesión de apertura del Congreso del Partido Comunista Chino. Goh Chai Hin/AFP/Getty Images

El problema chino más significativo se produce cuando la política va subiendo de nivel. En el Comité Central del Partido Comunista, el órgano de 200 miembros más importantes, sólo hay 10 mujeres (un 4,9 %); en el Politburó, donde se escogen a los 25 miembros más importantes del Partido, sólo hay una mujer. Se trata de Sun Chunlan, que dirige el importante y oscuro Frente Unido, un departamento que busca, por un lado, ampliar la influencia del Partido Comunista en sectores que podrían ser adversos al régimen y, por el otro, aumentar su poder más allá de las fronteras de China. Si entre los 25 políticos más poderosos de China sólo hay una fémina, en el círculo aún más reducido del Comité Permanente del Politburó -los siete dirigentes con más poder- no hay (ni nunca ha habido) una mujer entre ellos.

El caso es llamativo, especialmente en la actualidad, cuando las otras Chinas, es decir, Taiwán y Hong Kong, están gobernadas por mujeres. La progresista Tsai Ing-wen fue la primera presidenta mujer elegida en Taiwán, en 2016. Por otro lado, Carrie Lam consiguió llegar al cargo más alto de Hong Kong en 2017 -pese a su posición más conservadora y cercana a Pekín, separándose de esta tendencia china de dejar a las mujeres en las segundas o terceras filas políticas-. A nivel asiático, hay casos similares: la birmana Aung San Suu Kyi es la primera líder de su país y, hasta 2017, Park Geun-hye gobernaba Corea del Sur, mandato que finalizó con su destitución por tráfico de influencias. Otro ejemplo es Singapur, donde la presidenta es Halimah Yacob (aunque no ostenta el cargo más alto, que es el de primer ministro). Un caso relativamente reciente fue el de Tailandia, donde  gobernó hasta 2014 la política Yingluck Shinawatra.

Viendo este ascenso de las mujeres en los países asiáticos, ¿cuáles pueden ser las causas de la poca presencia femenina en los altos círculos de Pekín?

Uno de los motivos principales -aunque no estrictamente chino- es el rol social en el que buena parte de la población sigue encasillando a la mujer. El papel de cuidadora de la casa, de los hijos y del resto de la familia (en China no es raro que los abuelos vayan a vivir con sus hijos) hace que el tiempo y dedicación que requiere la alta política esté mucho más limitado en el caso de las mujeres. Además, las que se salen de este patrón tradicional a veces son juzgadas como malas madres o esposas, cosa que puede repercutir en su imagen política. A pesar de la retórica y las acciones profeministas que el Partido Comunista ha llevado a cabo desde su llegada al poder, los roles tradicionales aún tienen eco en buena parte de la sociedad. Aunque el Gobierno chino defienda la igualdad de género, no ha hecho de ella una política prioritaria, y cuando ha habido intentos de reivindicación y protesta feminista desde la sociedad civil, los ha silenciado y reprimido, priorizando la estabilidad política y social por encima de reclamos que podrían estar en línea con el discurso igualitario del Partido.

Pese a la supervivencia de estos roles o actitudes tradicionales y sexistas, ellos no explican por completo la situación china: por un lado, porque muchos de ellos también perviven en países asiáticos de la zona (o en los Estados occidentales), y, por el otro, porque estos mismos roles también impedirían, en principio, que las mujeres chinas triunfaran en el mundo de la empresa o de la academia, cosa que no está sucediendo.

Un factor importante para entender esta desigualdad es, por extraño que suene, la edad de jubilación obligatoria. En China, los hombres se jubilan a los 60 años, mientras que las mujeres -según el empleo que tengan- a los 50 o a los 55. Esto, por un lado, reduce el tiempo que una mujer tiene para escalar en política, en comparación a los hombres. Y todavía más importante: corta la oportunidad de ascenso político de una mujer en una edad (a partir de los 50) en la que los políticos chinos suelen acceder a los cargos más importantes de toda su carrera, en un ambiente donde se valora en gran medida la longevidad y experiencia. Si nos fijamos, por ejemplo, en los siete dirigentes más importantes de China, veremos que todos tienen entre 60 y 70 años, y sería algo inaudito que alguno se saliera de estos parámetros (la jubilación obligatoria no se aplica en estas altas esferas, pero sí que hay ciertas reglas no escritas que marcan las edades adecuadas para acceder a este nivel de poder).

Por otro lado, en China hay una visión extendida de que la política es un asunto duro y agresivo, donde sólo los hombres pueden sobrevivir. Es significativa la respuesta que dio una política local china cuando fue preguntada por este asunto: “Como funcionaria, ser una mujer es -en cierto grado- una desventaja. […] Los funcionarios de alto rango suelen confiar más en los hombres. Dudan de que las mujeres tengan el coraje, la determinación o la habilidad suficiente para implementar sus órdenes, para llevar a cabo el trabajo”. En el caso de que la mujer obtenga algún cargo, suele estar relacionado con ámbitos blandos, como la educación o la salud. Precisamente, la única ministra actual es Li Bin, encargada de departamento de salud y planificación familiar del Gobierno.

Otro factor muy importante son las relaciones personales entre políticos más allá del trabajo, en cenas y encuentros donde corre el alcohol y en los que se crean las amistades y lazos de confianza que pueden ser decisivos para acceder a según qué cargos. El guanxi, las redes de contactos y vínculos personales, son esenciales en la vida política -y también en muchos otros ámbitos, como por ejemplo los negocios-. Las mujeres pueden participar libremente en estos encuentros, pero los rituales sociales como el consumo de alcohol o la fiesta nocturna son vistos, a veces, como actividades que las mujeres modestas no deberían hacer (aunque, a la vez, son imprescindibles para tejer esta necesaria red de contactos). A esto se suma que, como explicaba la académica Ling Li, haya un conjunto de actividades sociales no oficiales -“incluido el consumo de sexo, visitas a discotecas, salones de masajes”- donde, obviamente, “las diferencias de género dan a los competidores masculinos una ventaja al crear lazos con sus superiores masculinos”. La campaña anticorrupción del presidente chino, Xi Jinping, que en parte ataca estos “excesos hedonistas”, quizá reduzca estos eventos sociales y la barrera que suponen en el caso femenino.

El Partido Comunista ha realizado diferentes acciones para aumentar la presencia de las mujeres en los círculos políticos, la mayoría de veces en forma de cuotas, que muchas veces son percibidas más como un maquillaje estético que como una inclusión significativa. La diferencia real se marca en las altas esferas: aparte de la mencionada Sun Chunlan, sólo ha habido otra mujer -recientemente- entre los 25 miembros del Politburó: Liu Yandong. Hay que remontarse a la Revolución Cultural para que tres mujeres ocuparan puestos en este organismo. Fueron Jiang Qing, Deng Yingchao y Ye Qun, todas ellas -en ese momento- esposas de hombres muy poderosos en el Partido: Mao Zedong, Zhou Enlai y Lin Biao, respectivamente.

Mucho ha cambiado en China desde esa época. Multitud de mujeres han triunfado en el mundo de la empresa, y otras, de manera más modesta pero igual de importante, han puesto en marcha el gran desarrollo chino que ha fascinado al mundo en las últimas décadas. La economía y, en parte, la sociedad china van por un lado, y la política por el otro. No parece que vayamos a ver una presidenta china en mucho, mucho tiempo.