Una hubara (una variedad de avutarda) volando, Abu Dhabi, diciembre 2014. Karim Sahib/AFP/Getty
Una hubara (una variedad de avutarda) volando, Abu Dhabi, diciembre 2014. Karim Sahib/AFP/Getty

Una avutarda se cuela en las relaciones entre Islamabad y las monarquías árabes del Golfo Pérsico.

A comienzos de 2014, la filtración de un informe de un funcionario del departamento de Bosques y Vida Salvaje de Baluchistán causó cierto malestar entre algunos paquistaníes, y auténtico escándalo entre los ecologistas. Según el informe, el príncipe Fahd bin Sultan bin Abdul Aziz Al Saud, gobernador de la provincia de Tabuk en Arabia Saudí, cazó 2.100 hubaras (una variedad de avutarda) en un periodo de 21 días. No solo el príncipe saudí cazó más de 20 veces el máximo de 100 aves permitido por ley en Pakistán, sino que además no tuvo reparo alguno en hacerlo en áreas protegidas.

Sin embargo, la indignación de ciertos sectores de la sociedad paquistaní, entre la escasa élite liberal, no es compartida por buena parte de la clase política, como demuestra la presencia de un ministro federal y numerosos altos cargos provinciales para dar la bienvenida al príncipe saudí a su llegada al inicio de la temporada de caza. Dichas autoridades acostumbran a atesorar preciados regalos realizados por los árabes.

La caza con halcones es una antigua tradición entre la realeza de los países del Golfo Pérsico y tiene su máxima expresión en la cacería de la hubara. Los jeques árabes no solo disfrutan de la perpetuación de una tradición ancestral y de un deporte considerado entre los más nobles, sino que además atribuyen cualidades afrodisiacas a la carne de este ave.

El que los poderes afrodisiacos de la, por lo demás, bastante dura y amarga carne de la hubara nunca hayan sido probados (al contrario que sus cualidades diuréticas), y el haber conseguido la práctica extinción del ave en el Golfo Pérsico durante los 60, no ha hecho desistir a los jeques de su afición.

La hubara es un ave migratoria que pasa los veranos en Asia Central y regresa al Norte de África, Oriente Medio y parte de Asia Meridional durante el invierno. Cuando estos pájaros comenzaron a escasear en los desiertos de Oriente Medio, sus jeques se lanzaron a buscar desesperadamente nuevos cotos de caza. La Libia de Gadafi les negó la entrada, al igual que el Irán revolucionario y Túnez. Egipto, más dispuesto a permitir la caza en su territorio, rápidamente vio esquilmada su población de hubaras. La situación política de Afganistán ha impedido el acceso a los jeques en las últimas décadas. Sin embargo, la realeza árabe encontró un país con una gran población de estas aves y más que dispuesto a acogerles con los brazos abiertos: Pakistán.

Desde los 70, cada año comitivas de las casas reales de Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Qatar o Bahréin se desplazan a los desiertos de Pakistán para cazar la hubara. Sucesivos gobiernos de Islamabad vienen concediendo permisos oficiales a través de su ministerio de Asuntos Exteriores. Otros muchos permisos se conceden como favores personales y parten tanto de ministros o autoridades paquistaníes como de sus Fuerzas Armadas. Además, algunos jeques llegan al país asiático sin permiso de ningún tipo, a sabiendas de que su dinero es pasaporte suficiente. Particularmente llamativo es que desde 1972 la caza de la hubara esté prohibida entre los propios paquistaníes, oficialmente por motivos conservacionistas.

La obsesión árabe por la hubara llega a extremos insólitos y constituye tema de extensísimas conversaciones entre los jeques. En cualquier encuentro diplomático con Pakistán, es de esperar que, junto a discusiones acerca de cuotas y precios de petróleo y gas o propuestas para frenar la ambición nuclear iraní, la próxima temporada de caza de hubaras se cuele en el orden del día.

Las expediciones de caza de la realeza árabe no reparan en gastos, y llegan a aeropuertos construidos por ellos mismos en las zonas de caza de Pakistán en grandes aviones de carga. En ellos traen desde vehículos, lujosas tiendas de campaña más parecidas a palacios o equipos médicos hasta los carísimos halcones que emplearán para cazar. Las comitivas de los miembros de la realeza árabe pueden llegar a las 300 personas.

Sin embargo, últimamente las cosas se están poniendo algo más difíciles para los árabes que quieren cazar en Pakistán. El pasado noviembre, el Tribunal Supremo de Baluchistán, la provincia más extensa de Pakistán y donde se concentra el mayor número de hubaras, decidió retirar todos los permisos de caza a extranjeros, al parecer en respuesta a quejas de grupos conservacionistas.

Algo ha cambiado en la relación de Pakistán con las monarquías del Golfo Pérsico, y no precisamente debido a la hubara.

Islamabad ha mantenido tradicionalmente buenas relaciones con los países del Golfo, y ha recibido importantes sumas de dinero y ayudas en forma de recursos energéticos por parte de Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos especialmente. A cambio, Pakistán ha servido las políticas saudíes manteniendo una posición de ambigüedad respecto a Irán, rival acérrimo de Riad a nivel regional. Además, Pakistán ha puesto al servicio de los árabes a su Ejército que, por ejemplo, participó a petición saudí en la represión de un conato de “primavera árabe” en Bahréin.

Por otra parte, Pakistán ha sufrido y apoyado, a partes iguales en distintos periodos de su corta historia, la propagación del islam wahabí saudí en su territorio y el apoyo saudí a ideologías extremistas y particularmente antichiíes.

Hasta hace poco, nadie se había atrevido a criticar públicamente las actividades de los saudíes en Pakistán. Pero tras el ataque contra una escuela militar en Peshawar el pasado diciembre, no solo se abrió un debate en los medios de comunicación acerca de la promoción, mediante dinero árabe, de ideas extremistas en el país, sino que un ministro federal denunció públicamente la financiación del terrorismo en Estados musulmanes por parte de Arabia Saudí.

Tal y como funciona Pakistán, esta repentina libertad de expresión y crítica contra los árabes debería haber contado con el beneplácito de quien maneja la política exterior del país, el Ejército. Todo lo cual lleva a pensar que frenar ligeramente la influencia árabe en Pakistán o, al menos, imponer ciertas condiciones, es parte de la política del nuevo Jefe del Ejército y hombre fuerte del país, el general Raheel Sharif. La negativa paquistaní a la petición saudí de aportar tropas a su guerra en Yemen parece apuntar en el mismo sentido.

Cinco años atrás hubiera sido muy difícil encontrar denuncias en la prensa de este país de la caza de la hubara por parte de los árabes. Más llamativo aún hubiera sido la imposición de una multa a un jeque árabe, algo que ocurrió el pasado enero. Abdulá bin Abdul Rahman al Thani, de la casa real qatarí, tuvo que pagar 80.000 rupias de multa (auténtica minucia para un jeque) y, lo que posiblemente le doliera más, le fueron confiscados dos halcones valorados en 250.000 dólares cada uno, que fueron poco después puestos en libertad. Al Thani estaba cazando hubaras ilegalmente en la provincia de Khyber-Pakhtunkhwa.

Es ilusorio esperar que Pakistán, país que tiene serios problemas para mantener la seguridad o el suministro energético, se preocupe de  limitar la caza de la hubara por motivos ecologistas. No obstante, la geopolítica y las relaciones internacionales podrían aliarse para dar una oportunidad a la población de esta avutarda de recuperarse, mientras Islamabad redefine sus relaciones con la casa de Saud y sus vecinos en el Golfo.