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Un soldado de la UME de las Fuerzas Armadas de España trabajando en la desinfección de un centro de salud durante la pandemia por COVID-19 en Asturias, España. (Alvaro Fuente/NurPhoto via Getty Images)

En un esfuerzo para ajustarse a este complejo escenario, todos los países están adoptando nuevas políticas de seguridad nacional. Por ello, la coyuntura actual constituye una ocasión muy oportuna para analizar el futuro de la institución encargada de la protección última de los valores e intereses de los Estados: sus fuerzas armadas.

Desde el final de la Guerra Fría, los debates sobre el empleo del instrumento militar, por parte de las democracias occidentales, han sido diversos y continuos. Sin embargo, en un marco de crecientes tensiones socioeconómicas y políticas, la actualidad vuelve a plantear dilemas sobre qué organización, capacidades y doctrina deben los ejércitos nacionales adoptar para cumplir con sus misiones en un entorno geoestratégico en constante cambio.

Aunque los condicionamientos actuales complican extraordinariamente los ejercicios de prospectiva, a continuación se desglosan algunas claves que señalarían el papel que aguarda a las fuerzas armadas en el horizonte de los próximos 20 años.

 

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Un soldado ayuda a un joven migrante procedente de Marruecos tras cruzar a nado hasta Ceuta. España. (Antonio Sempere/Europa Press via Getty Images)

Las fuerzas armadas serán innecesarias.

En absoluto, por múltiples razones, pero se pueden destacar las dos siguientes. Primero, la actual pandemia de COVID-19 ha demostrado la importancia de que los gobiernos dispongan de instituciones ágiles y fiables con las que afrontar situaciones de crisis con garantías.

Obviamente, la misión primordial de los militares no reside en la respuesta a pandemias y epidemias. Sin embargo, en circunstancias de grave riesgo para la sociedad, en que las fuerzas de seguridad, así como los servicios sanitarios y de protección civil, se encuentren al límite de sus posibilidades, los ejércitos constituyen una herramienta indispensable en manos de las autoridades gubernamentales de turno. Esto adquiere un carácter esencial, en aquellos Estados de corte federal en los que las responsabilidades y capacidades están distribuidas heterogéneamente.

En este sentido, España se ha convertido en un referente mundial. La Unidad Militar de Emergencias (UME) ha recibido, con razón, el reconocimiento de la sociedad española por su labor. Según datos del Ministerio de Defensa, la UME ha participado, desde el año 2007 en un total de 567 intervenciones, 13 de las cuales se han producido en el exterior. No obstante, con independencia del color de su uniforme, numerosas unidades militares han intervenido en apoyo de las autoridades civiles, cuando así ha sido demandado. Participación en campañas contra incendios, instalación de puentes o actuación en desastres y accidentes son operaciones que los militares realizan de manera rutinaria por toda la geografía española. A la vista de su demostrada eficacia, es más que probable que estas misiones se amplíen en el futuro. En este mismo sentido, la cooperación internacional puede marcar tendencia en los próximos años.

Segundo, la posguerra fría ha terminado. Durante ese periodo de tiempo optimista, los denominados “dividendos de la paz” conllevaron, en todo el mundo, una reducción generalizada en el número de efectivos militares y de los presupuestos de defensa.

Hoy, el entorno estratégico es bien distinto. Las tensiones geopolíticas se han situado en el centro de atención de la política internacional y, más allá de la pugna ideológica, el poder militar vuelve a constituirse en un factor fundamental de las relaciones internacionales.

Es muy cierto que el tradicional enfrentamiento interestatal directo ha perdido vigencia. Sin embargo, entre los dos extremos del espectro del conflicto político, guerra – paz, se establece un espacio de premeditada ambigüedad, que algunos denominan “zona gris”. Éste se caracteriza por la pretensión de que las acciones hostiles no conduzcan a cruzar el umbral que puede legitimar la respuesta militar del adversario. Así, la evolución del panorama mundial parece señalar una metamorfosis en los conflictos hacia formas “ambiguas” o “híbridas” de violencia.

La reciente avalancha migratoria en Ceuta, propiciada por Marruecos y condenada por el Parlamento Europeo “como medio para ejercer presión política”, puede ser incluida en una estrategia híbrida en esa zona gris del conflicto. Además, en esa franja de ambigüedad calculada es habitual el empleo de los medios de comunicación y redes sociales para la propaganda, la ingeniería social y, máxime, la desinformación de la sociedad.

De esta forma, paulatinamente, está renaciendo entre las sociedades occidentales la idea de que la preservación de las libertades y nuestra forma de vida no son gratuitas y que, por lo tanto, la soberanía hay que pagarla. Los conceptos de disuasión y defensa han regresado, si es que alguna vez se marcharon, a las agendas políticas. En consecuencia, la defensa nacional, cada vez más demandante en democracia, se reafirmará como la misión primordial de los ejércitos nacionales.

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Los soldados trabajan en el cuartel de tanques como parte de la gran maniobra "Defender Europa 20″ en el centro de operaciones. (Uwe Anspach/picture alliance via Getty Images)

Además de para la defensa exterior, serán un instrumento de la seguridad interior de los Estados.

Sin duda. Un informe reciente del Foro Económico Mundial señala que las amenazas clave de la próxima década, a escala mundial serán: los ciberataques, las armas de destrucción masiva y, sobre todo, el cambio climático. Además, el crimen organizado, el terrorismo, la disputa por los recursos naturales o la inmigración no regulada son parte del elenco de riesgos y amenazas multifacéticos y universales. Por su naturaleza, estos retos a la seguridad hace tiempo que dejaron de dividirse entre “internos o externos” o “civiles y militares”.

La totalidad de las estrategias de seguridad nacional de los países de nuestro entorno señala que los problemas globales, transfronterizos en su mayoría, se han convertido en peligros para la humanidad de una importancia similar a los que debe afrontar la defensa militar.

En este contexto de seguridad ampliada, debemos esperar que las fuerzas armadas operen en íntima colaboración con otras organizaciones e instituciones nacionales, y en su caso, del ámbito internacional. En otras palabras, de ejércitos focalizados en la defensa territorial se pasará a otro que, sin abandonar las misiones de protección de los aspectos de soberanía −salvaguardia de fronteras terrestres y del espacio marítimo y aéreo− estará también muy atento a los retos que proceden del exterior.

En el caso de España, ya se ha iniciado este camino. Hay que recordar que la actual Estrategia Militar −se la designa con el término “Concepto de Empleo de las Fuerzas Armadas” − expone la contribución de los ejércitos en aquellos ámbitos prioritarios de actuación que refleja la Estrategia de Seguridad Nacional 2017. Además del propio de la defensa nacional, éstos son: la lucha contra actividades terroristas o criminales, tanto en el exterior, como en apoyo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en el interior; la ciberseguridad; la seguridad marítima, aérea y ultraterrestre; la seguridad económica, financiera y energética; la protección ante emergencias; y la preservación del medio ambiente. Esa colaboración con los cuerpos policiales ha producido a lo largo de los años unos excelentes resultados por lo que probablemente puede verse reforzada en un futuro.

Los Ejércitos actuarán como una ONG.

En algunos casos, así será, pero no debemos equivocarnos. Las operaciones de estabilización y de apoyo a la paz llevadas a cabo desde la década de los 90 del pasado siglo crearon la imagen de que los militares se dedicaban −casi en exclusividad− a prestar ayuda humanitaria en aquellos lugares asolados por la guerra o por catástrofes naturales. Por entonces, esa narrativa era consistente con el deseo pacifista generalizado en occidente y sirvió de justificación al despliegue de militares en misiones en el exterior −aunque, casi siempre esas operaciones transcendían ese ámbito humanitario, provocando el rechazo de las ONG por contradecir, teóricamente, los principios de la ayuda humanitaria−.

La realidad actual es bien distinta. La salida de la OTAN de Afganistán pone el punto final al modelo de intervención internacional en situaciones de conflicto predominante en los últimos lustros: el denominado enfoque integral.

Para los próximos años, es de esperar que las actividades que lleven a cabo las fuerzas armadas más allá de las fronteras nacionales se focalicen en misiones que contribuyan directamente a la seguridad interior de los Estados.

Casi siempre en el marco de alguna de las organizaciones internacionales existentes o a través de “coaliciones de voluntades” se tratará de apoyar a los gobiernos de los países en dificultades a crear un entorno seguro para sus ciudadanos. La neutralización de actividades terroristas o criminales, las labores de adiestramiento de unidades policiales y militares y la recuperación de áreas ajenas al control gubernamental serán los principales cometidos de los militares desplegados en el exterior; sin olvidar el apoyo imprescindible a otros actores y agencias presentes en el mismo terreno.

No obstante, ante el sufrimiento humano, las sociedades de los países desarrollados suelen demandar la acción de sus gobiernos. Por ello, los despliegues de carácter humanitario permanecerán dentro del catálogo de posibles misiones militares.

Completamente robotizados.

No totalmente, pero esa es la tendencia. Los ejércitos no constituyen entidades ajenas a lo que ocurre en el entorno global, internacional y nacional, sino todo lo contrario.

Nos encontramos inmersos en una era disruptiva en la que, como señala Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial, las innovaciones en inteligencia artificial, biotecnología, robótica y otras tecnologías emergentes están redefiniendo lo que significa el ser humano y cómo nos conectamos unos con otros. Estas transformaciones están haciendo temblar los cimientos de las sociedades actuales.

Influenciados por estas tecnologías, los conceptos, medios y formas de actuación de las fuerzas armadas se verán profundamente transformados −o revolucionados− en los próximos años. En este sentido, el jefe de Estado Mayor del Ejército Británico ha pronosticado que, para 2030 −nótese el horizonte temporal inferior a una década−, sus unidades estarán compuestas de 120.000 efectivos de los cuales 30.000 podrían ser robots. Además del Reino Unido, EE UU, China, Rusia, Israel y Corea del Sur se encuentran a la vanguardia del desarrollo de sistemas de armas y logísticos totalmente autónomos o controlados remotamente por un humano.

Sin embargo, pese a la creciente robotización, el factor humano seguirá siendo esencial y no solo desde el punto de vista institucional-orgánico. En todo proceso de innovación y modernización, la tecnología es importante; pero no ha constituido en el pasado, ni tampoco en el presente, el aspecto crítico de los asuntos militares. En realidad, son las características de las sociedades a la que los ejércitos pertenecen las que determinarán su morfología, orgánica y forma de actuar. Cualquier corrección que se produzca en la manera en la que se articule esa sociedad, por motivos demográficos, económicos, ideológicos o tecnológicos comportará cambios en la institución militar.

Por consiguiente, las fuerzas armadas deberán estar dispuestas a evolucionar de manera continua. Las implicaciones que este factor tiene para su organización y funcionamiento son enormes. Por esa razón, los ejércitos estarán muy pendientes de los cambios sociales que se produzcan, al mismo tiempo que aumentarán la interrelación con la ciudadanía, de la que forman parte. En particular, se buscará superar los habituales estereotipos y juicios de valor ideológicos.

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Dos soldados de las Fuerzas Armadas de Países Bajos y Alemania de la Fuerza Multinacional que cumplirá 25 años este año y dirigirá hasta 60.000 soldados en 2021 como equipo de mando de la OTAN. (Guido Kirchner/picture alliance via Getty Images)

¿Ejércitos cada vez más integrados con los de otros países?

Casi totalmente. Es cierto que el multilateralismo se encuentra en entredicho y que se ha producido un retorno a estrechas concepciones de seguridad que tratan de colocar el foco en la competencia entre países. Pero, como la experiencia viene demostrando, las características de los riesgos y amenazas actuales obligan a que los Estados cooperen en el marco de organizaciones internacionales de seguridad y defensa como la ONU, OTAN, OSCE o Unión Europea. Cuando las limitaciones de estas organizaciones así lo exijan, se crearán coaliciones ad hoc para afrontar esos peligros.

Con el objeto de poder operar eficazmente en estos marcos, el adiestramiento entre ejércitos aliados y amigos será la norma general. Con ello, se reafirmará la estandarización de doctrinas y la puesta en común de procedimientos tácticos y operacionales lo que, a la postre, significa lograr la indispensable acción común.

Al mismo tiempo, la práctica totalidad de las fuerzas armadas occidentales presentan importantes carencias. El coste de desarrollar las capacidades necesarias es imposible de asumir por los países de forma individual. Por lo tanto, las inversiones para su implementación serán realizadas de forma multilateral. Los proyectos de la Cooperación Estructurada Permanente de la UE o programas como el del futuro avión de combate europeo, en el que participa España, son buena muestra de esta tendencia. Además, a través de la integración se consigue la complementariedad o, lo que es lo mismo, utilizar mejor los recursos militares que se encuentran ya disponibles, al mismo tiempo que se sincronizan los aspectos operativos de las misiones militares.

No obstante, iniciativas maximalistas de integración militar, como la propuesta de crear un “ejército europeo”, se encuentran, por múltiples razones, todavía muy lejos de llevarse a la práctica.

A modo de conclusión: en un mundo incierto y volátil como el actual, la defensa nacional vuelve a posicionarse como un aspecto esencial de la política de los Estados.

En lo que respecta al panorama internacional, con rasgos cada vez más geopolíticos, la credibilidad de los países se asocia forzosamente a la capacidad real de sus respectivos ejércitos. De esta manera, podemos esperar, por un lado, el paulatino crecimiento de los presupuestos militares y, por otro, una mayor integración entre fuerzas militares de distintas naciones; las organizaciones internacionales de seguridad y defensa actuarán como catalizadores de todo ese proceso.

Al mismo tiempo, la naturaleza híbrida de los retos a la seguridad obligará a que las fuerzas armadas se posicionen como herramienta indispensable en la acción interior de los gobiernos. En este sentido, también, se producirá una mayor simbiosis con los cuerpos policiales y de seguridad.

En cualquier caso, los ejércitos occidentales se encuentran ante una coyuntura que puede calificarse de histórica. Como ya estamos observando, las tendencias tecnológicas y socioeconómicas, radicalmente disruptivas, están modificando los rasgos de la conflictividad política. Todo ello va a condicionar los entornos operativos en que las fuerzas armadas actúen y, por consiguiente, su organización y formas de acción. Sin embargo, las particularidades intrínsecas de las sociedades a la que pertenecen serán las que, en realidad, determinen su futuro.