
Sabemos, incluso si seguimos sin querer asumirlo del todo, que uno de los grandes retos que afronta Occidente es cómo enfrentarse a los fantasmas que alimentan su síndrome de príncipe destronado. Por un automatismo muy extendido y posiblemente aumentado por el estigma del coronavirus, China encarna el papel protagonista en ese baile de fantasmas y, con ello se convierte, en ocasiones de forma legítima, en algo más que un incómodo competidor. Esa percepción también existe en la cooperación para el desarrollo. ¿Cuánto hay de amenaza real y cuánto de prejuicio?
La cooperación para el desarrollo ha cambiado en muchos aspectos: sus compromisos y agendas, los actores que participan en ella, las formas de financiación, etc. A pesar de ello, una gran parte de los análisis sobre el sector siguen vinculados a la cooperación de los gobiernos y a la ayuda oficial al desarrollo (incluso si esta es muchos menos relevante hoy) y, en particular, a esa especie de liderazgo ejercido durante décadas por el club de países que componen el Comité de Asistencia para el Desarrollo (CAD) de la OCDE.
Un primer paso implica, incluso si nos limitamos al mundo de la cooperación oficial, tener un mapa mental más completo. Por ejemplo, el no pertenecer al CAD no implica ser nuevo. Ahí están los casos de China y los donantes árabes, como Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos, que tienen programas de cooperación desde hace décadas. También hay miembros de la OCDE, y no del CAD, como Turquía e Israel. En especial, hay grandes proveedores de cooperación sur-sur, (por supuesto China, pero también México, India, Brasil, Suráfrica, Chile o Tailandia) que colaboran con miembros de los dos, pero de una forma selectiva y no muestran excesivo interés por formar parte del club.
Aunque lo cierto es que, como se apuntaba al principio, a pesar de este mapa cada vez más colorido, la intranquilidad de una parte considerable del sector se concentra sobre el papel que juega China. Esa preocupación se suele traducir en tres líneas, un tanto imprecisas, pero no por ello siempre erróneas. La primera es que el modelo alternativo de cooperación que ofrece Pekín se rige por unas prioridades y métodos muy diferentes a las de los donantes occidentales, y el aumento de su peso en el mapa global de la cooperación constituye, más que un competidor, una especie de amenaza existencial. La segunda es la naturaleza de sus prioridades y, en particular, su tendencia a desvincularse de temas centrales de la cooperación para el desarrollo como los derechos humanos, la promoción de la sociedad civil o el buen gobierno. Por último, las implicaciones que su mayor protagonismo tiene para las relaciones más consolidadas entre donantes tradicionales y receptores de la ayuda.
¿Cómo funciona la cooperación china?
Empezando por el final, sorprenderá a muchos que no es hasta marzo de 2018, ...
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