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Unos niños atienden a clase de educación infantil en Singapur. ROSLAN RAHMAN/AFP/Getty Images

El modelo educativo de esta ciudad-estado es considerado el mejor del mundo, gracias al alto nivel de sus profesores, una planificación rigurosa de su pedagogía y una cultura meritocrática y exigente.

 Singapur es, probablemente, la mayor potencia educativa del planeta. Sin proponer cambios revolucionarios ni dar lecciones al resto de países, la ciudad-estado ha conseguido liderar con fuerza el último informe PISA, quedando en primer lugar en las tres habilidades que este ránking considera primordiales: ciencia, matemáticas y lectura. Sus alumnos también quedaron primeros en habilidades cooperativas para resolver problemas, dando la vuelta al prejuicio que los caricaturiza como robots sin capacidades sociales. Y, aún con niveles de exigencia y estrés más altos que en la mayoría de países, los estudiantes de Singapur son bastante felices en la escuela.

Pero, ¿por qué Singapur tiene tan buenos resultados? ¿Qué factores ha potenciado? ¿Cuál es su idea de una buena escuela y de un buen alumno? ¿Qué podemos aprender de este modelo?

Un buen profesor es lo más importante

El gobierno de Singapur interviene activamente en la selección de los profesores que deben educar a la nación, un factor decisivo -y quizá el más importante- para el éxito de un sistema educativo. El Gobierno tiene una idea clara de qué es un buen profesor, e intenta potenciarla. El prestigioso National Institute of Education (NIE), el centro principal de formación de profesores, busca atraer a los mejores graduados universitarios para que se entrenen como docentes, ofreciendo sueldos consistentes y fomentando su prestigio social. Ser profesor en Singapur es una opción atractiva y sólida al acabar los estudios.

El Gobierno no busca profesores innatos, sino graduados excelentes a los que se formará de manera rigurosa en el NIE. Este aprendizaje del docente no se limita a los años de formación: una vez en activo, cada uno realiza unas 100 horas de formación para estar al día de los métodos y la política educativa que quiere promover el Ejecutivo. “Durante todo el ejercicio hay un aprendizaje continuo y un entrenamiento de desarrollo profesional aplicado con mucho énfasis”, explica Tan Chee Lay, profesor del NIE. Las autoridades educativas examinan el trabajo de los profesores en activo, promocionando a los que consiguen mejores resultados y asignándolos en distintos cargos según sus puntos fuertes -docencia directa, investigación en pedagogía, creación del curriculum, hacer de mentor de profesores novatos-. Hay incentivos económicos y de prestigio para aquellos que obtienen mejores resultados, y perspectivas de mejora durante toda la carrera.

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Clases de mandarín en Singapur. SIMIN WANG/AFP/GettyImages

No hace falta hacer revoluciones, sino ir afinando la tradición

El sistema educativo de Singapur no es un modelo radicalmente diferente al de una escuela tradicional. El profesor es el centro de la clase y transmite una sólida base de conocimientos; los exámenes tienen una decisiva importancia en el desarrollo del alumno; las aulas suelen ser numerosas (aunque bien disciplinadas). Eso no significa que el modelo singapurense esté estancado.

“Los funcionarios del Ministerio de Educación de Singapur suelen ser académicos brillantes a los que se ha enviado a Cambridge o Harvard para que aprendan de las investigaciones en educación que se hacen a escala mundial, y busquen las mejores prácticas. Si encuentran una que funciona -y encaja en la cultura del país-, la adaptan al contexto nacional y la prueban en unas pocas escuelas. Evalúan el proceso y, si ven evidencias positivas, la van extendiendo al resto del sistema de manera supervisada”, explica Clive Dimmock, profesor de la Universidad de Glasgow que ha investigado sobre educación en Singapur y otros países asiáticos.

Las innovaciones del sistema educativo, por tanto, se eligen en base a evidencias contrastadas. El modelo de Singapur no ha sido estático, sino que ha hecho cambios importantes para alcanzar el alto puesto en el que está: por ejemplo, redujo el temario de su curriculum para poder profundizar más en los fundamentos básicos, y así hacerlos más fuertes. Ha ideado un método para enseñar matemáticas basado en la visualización que ha funcionado y está teniendo éxito más allá de sus fronteras. Y está implantando nuevos métodos para aumentar el dominio de los alumnos en tecnología y también en el campo de la creatividad.

La educación, una necesidad geopolítica

El contexto político y geográfico de Singapur explica, en buena parte, por qué el país tiene en tan alta estima la educación. La ciudad-estado se declaró independiente en 1965, con una pobre economía tercermundista y rodeada de un gigante demográfico como Malasia. Además, la pluralidad étnica de la ciudad -chinos, malayos y tamiles- hacía que un sentimiento nacional común fuera casi inexistente. Quien consiguió cambiar esta situación y llevar a Singapur a los niveles del Primer Mundo fue Lee Kuan Yew, el más autoritario y reputado gobernante de esta ciudad-estado. Sin apenas recursos naturales o territorio, Lee apostó por la educación como uno de los motores de la economía, además de usarla para cohesionar la nación, especialmente a través del inglés como idioma principal en toda la etapa educativa -lo que crea un lenguaje común para los jóvenes de diversas etnias de la ciudad, que estudian su lengua materna como segundo idioma-.

El modelo educativo de Singapur siempre ha estado íntimamente ligado a las necesidades económicas del país. Cuando se fundó, la prioridad era expandir y construir un sistema educativo básico que formara trabajadores para una economía de manufactura. A partir de los 80, cuando otros países asiáticos competían fuertemente en este campo industrial, Singapur diversificó su educación y redujo fuertemente el abandono escolar, para dar paso a una economía de servicios globalizada, con una fuerte potenciación de las ciencias y la tecnología. Hoy en día, las reformas buscan que los jóvenes puedan encajar en un mundo laboral automatizado y tecnológico. Todo con el objetivo de adaptar y hacer fuerte la economía nacional ante los cambios inciertos del nuevo siglo.

Una idea única y clara de educación

La manera en que Singapur ha conseguido este sistema educativo robusto es el fomento de una idea común y clara de qué debe conseguir la educación, dónde deben ir los recursos (la ciudad gasta alrededor de un 3% de su PIB en educación, según datos de la UNESCO) y qué debe aprender el alumno. Mediante un sistema centralizado -y con la estabilidad política que ofrece su modelo de autoritarismo efectivo– ha podido aplicar un sistema de manera sistemática y coherente en todas sus escuelas y durante largos períodos de tiempo. En las escuelas privadas e internacionales del país también se debe seguir el modelo marcado por el Ministerio de Educación, que las supervisa de manera constante. Con ello se consigue que todos los esfuerzos remen en la misma dirección. Es algo de lo que han tomado nota académicos de varios países occidentales: las visiones contradictorias de qué sistema educativo es el adecuado hacen que los recursos y los esfuerzos vayan cada uno por su cuenta, sean inestables y no puedan aplicarse de manera sistemática.

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Estudiantes de un colegio pasean por el distrito financiero de Singapur. ROSLAN RAHMAN/AFP/Getty Images

Una cultura de la exigencia

La llamada cultura “confuciana” y el entorno familiar han favorecido el desarrollo educativo de Singapur. Es un factor asiático que puede, en parte, explicar por qué varios Estados o lugares de la zona (Shanghái, Hong Kong, Japón, Taiwan, Macao, Corea del Sur) están entre los mejores de los ránkings de PISA. En este contexto, la familia es uno de los apoyos más importantes para el estudiante, del que se espera un alto rendimiento y una intensa dedicación al estudio desde la infancia. Los padres suelen volcarse completamente en ayudar y dar todos los recursos que puedan a sus hijos, poniendo los estudios como uno de los pilares básicos de la vida y el orgullo familiar.

Varias críticas al modelo de Singapur han venido en esta dirección: esta presión puede ser tanto motivadora como una importante fuente de estrés en caso de fracaso. Muchos padres tienen miedo de que sus hijos se queden atrás: en el modelo educativo de Singapur, las perspectivas académicas y laborales suelen estar bastante fijadas, especialmente mediante un examen que se hace al acabar la primaria y que separa a los alumnos por niveles y capacidades. Por eso muchos padres pagan altas cantidades de dinero por clases de refuerzo extraescolares -a pesar de que sus hijos tengan buenas notas-, lo que reduce al mínimo el tiempo libre que tienen los alumnos. Hay temores de que este apoyo extra pueda crear desigualdad entre alumnos ricos y pobres, aunque los datos muestran que, aunque existe esta diferencia, no es excesivamente alta y que, en comparación, parte de los alumnos con resultados más bajos de Singapur suelen hacerlo mejor que los ricos de varios países occidentales (Estados Unidos, entre ellos).

La meritocracia por delante del talento

Un factor clave, en parte cultural y en parte político, es el valor que se da a los buenos resultados y al esfuerzo, por delante del talento innato. En Singapur se lucha para que los niños no digan frases como “no soy bueno en matemáticas”: las expectativas deben ser grandes ante todos los alumnos, se debe confiar en la capacidad de mejora mediante el esfuerzo y la diligencia debe mostrarse como el valor primordial que marca el camino al éxito. “La meritocracia es, y continuará siendo, uno de los principios más importantes del sistema. Aunque hay debate sobre el término en el Parlamento y en los medios, ya que muchos creen que se podría ampliar la definición a talentos y habilidades más allá de las notas académicas”, afirma Tan Chee Lay.

El sistema premia los buenos resultados y potencia todo lo que puede a los mejores alumnos. “A los más brillantes (académicamente) se les dan más recursos para que puedan madurar sus talentos al máximo”, explica Dimmock. A estos alumnos excelentes se los pone en un grupo avanzado, en el que incluso los mejores estudiantes en alguna materia pueden tener expertos universitarios enseñándoles. Al llegar a la etapa universitaria el Gobierno les ofrece becas para ir a las mejores universidades anglosajonas (aunque en Singapur también hay varias de prestigio, como la Universidad Nacional de Singapur o la Universidad Tecnológica Nanyang), con la condición de que vuelvan a la ciudad y cojan cargos de responsabilidad en el gobierno o la sociedad. “La parte negativa es que, en el pasado, los estudiantes más lentos o los alumnos más pobres estaban en desventaja, y no se les daba el apoyo que necesitaban. Sin embargo, esto está solucionándose de manera gradual”, apunta Dimmock. La historia de Singapur demuestra que, si algo sabe esta pequeña nación, es adaptarse.