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Lazos de solidaridad con las personas que viven con el VIH, en Australia. ESTHER LIM/AFP/Getty Images

¿Cómo hemos pasado de 270 casos de sida declarados en Estados Unidos en 1981 a 37 millones de personas viviendo con VIH en todo el mundo en 2017? ¿Qué hemos hecho bien durante estas más de tres décadas? ¿Qué podríamos haber hecho mejor?

La infección por VIH ha pasado de ser una sentencia de muerte a ser una enfermedad crónica tratable con una esperanza de vida similar a la de una persona no infectada. En la década de 1990 se desarrollaron fármacos capaces de salvar vidas que están en continua mejora y, en la actualidad, cerca del 50% de la población global que vive con VIH recibe tratamiento antirretroviral.

En 1996, la introducción de un tratamiento basado en tres fármacos antirretrovirales (anti-HIV) en los países desarrollados salvó millones de vidas. Por primera vez, un tratamiento podía hacer desaparecer el virus de la sangre a largo plazo y hacer que la gente ya no muriera de sida. (De hecho, el virus no se elimina, sino que queda silenciado. Por ello, el tratamiento es de por vida y si se interrumpe, el virus vuelve a multiplicarse).

Sin embargo, países más pobres con una elevada carga de VIH seguían enfrentándose a la condena a muerte que suponía el sida. Hubo de transcurrir una década, hasta 2003, para que el tratamiento se introdujera, poco a poco, en países de renta media-baja. Así, entre 1995 y 2005, millones de personas en Estados africanos fallecieron de complicaciones relacionadas con el sida, mientras que en los países desarrollados el VIH se convertía en una enfermedad crónica tratable. Un lapso de tiempo mortal de 10 años del que podemos extraer lecciones aprendidas.

 

Prevención versus tratamiento

A finales de la década de 1990 existía una reticencia general, por parte de las agencias de Naciones Unidas, del ámbito académico y de los grandes donantes a apoyar el tratamiento antirretroviral para los países en desarrollo. Los costes asociados a la triple terapia rondaban entre los 8.000 y los 15.000 dólares por año y persona. La disponibilidad de fondos era limitada, y la gestión clínica y el tratamiento del VIH requerían personal formado, además de una infraestructura compleja.

Durante varios años se llevó a cabo un intenso debate sobre si sería mejor gastar los fondos de los donantes en la prevención del VIH o en su tratamiento. Se argumentó que la prevención -incluyendo el control de las enfermedades de transmisión sexual, los preservativos, las pruebas y asistencia del VIH, y el suministro de sangre segura- era más costo-efectiva que el tratamiento propiamente dicho, en lo referente a salvar vidas. Además, se argumentó que los frágiles sistemas sanitarios africanos no podrían garantizar una gestión clínica de calidad ni la adherencia, dada la falta de personal clínico formado y las insuficientes infraestructuras.

 

El activismo y la innovación expanden el tratamiento

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Un paciente que padece VIH con retrovirales en la mano, Malaui. MARCO LONGARI/AFP/Getty Images

En 2000, ...