He aquí los Estados que con sus luces y sombras lideran la carrera por la salud en el continente africano.

A finales de los 90, la esperanza de vida en África subsahariana apenas alcanzaba los 47 años. Era incluso inferior a la de una década atrás y hasta 15 años menos que la media mundial. En 2016, superaba por fin la barrera de los 60 años, aunque todavía lejos de los 72 de la media global. En ninguna región del mundo la salud era tan precaria, en ninguna ha avanzando tanto. De los 37 países que, según los datos del Banco Mundial, han incrementado su esperanza de vida más de un 10% en ese periodo del nuevo siglo, 30 se encuentran en África subsahariana.

La lucha contra el VIH y la mejora de los sistemas de atención primaria explican estas cifras, pero también las contrarias: la mortalidad infantil sigue siendo casi el doble que la media mundial y cada brote de cólera o malaria se traduce en cientos de muertos. “Es fundamental que los países mejoren su capacidad para responder ante cualquier evento que pueda poner en peligro la salud pública (…) Los gobiernos deben ser más innovadores a la hora de recaudar ingresos y garantizar que todos los ciudades tengan acceso a los servicios esenciales de salud”, subrayaba en una entrevista el pasado año la máxima responsable de la oficina de la Organización Mundial de la Salud (WHO, en sus siglas en inglés) en África, la doctora Matshidiso Moeti.

Aunque sea el ébola lo que provoca las alertas mundiales, el reto para la salud en el continente tiene un perfil menos mediático: pasa por la vacunación universal, por extender los sistemas de atención primaria a las zonas rurales y hacer frente a la malaria y a la desnutrición. Estos son cinco nombres, con sus luces y sombras, en la carrera por la salud en África.

 

Malaui: el espejo en el que todos se miran (y sus grietas)

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Un paciente en la consulta de una enfermera en un hospital de Malaui. Marco Longari/AFP/Getty Images

No hay parámetros en los que el pequeño país africano no sobresalga. Entre 2000 y 2014 aumentó la esperanza de vida en Malaui un 42,2%, de los 44,1 años a los 62,7, pero detrás de esta cifra se esconde un incremento progresivo en todos los índices que miden la salud de un país: la mortalidad infantil se ha reducido a más de la mitad, la maternal ha caído de 750 víctimas por cada 100.000 madres a principios de siglo a 643 en 2015 y la esperanza de vida saludable, un valor que mide la capacidad de una persona de vivir sin ser dependiente, ha aumentado a un ritmo de casi un año cada 12 meses.

¿Cómo lo ha logrado? La puesta en marcha de un programa de desarrollo sanitario entre 2004 y 2010 se tradujo en una mejora de la red de atención primaria: el gasto en salud respecto al PIB pasó del 3,7% en 2002 al 9,2% una década después. Actualmente, se estima que el 75% de los habitantes de Malaui tienen acceso a servicios sanitarios, aunque “el porcentaje que recibe una atención de calidad se desconoce”, advierte la International Association of National Public Health Institutes (IANPHI), que aglutina a 108 instituciones sanitarias de 93 países.

El cuadro médico sigue siendo uno de los más pequeños de la región, con dos doctores y 28 enfermeros por cada 100.000 habitantes: en algunos puestos, como oficiales de clínica o personal de laboratorio el ratio de vacantes oscilaba en 2017 entre el 51 y el 88%, un déficit causado fundamentalmente por la paralización de las contrataciones de trabajadores públicos desde 2015.

Este retroceso, unido a los problemas endémicos de las infraestructuras sanitarias –el 40% de los centros de salud no tienen suministro eléctrico regular, sólo la mitad cuentan con agua y dos tercios no tienen baños–, ponen en riesgo los logros alcanzados en los últimos años. “Las altas cifras de HIV (10,6%), mortalidad infantil y maternal están agravándose por la grave escasez de personal de salud, los comportamientos poco saludables, la desnutrición crónica, los brotes frecuentes de enfermedades infecciosas y el acceso limitado a servicios de salud de calidad, especialmente para los grupos más vulnerables”, señala la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) en su último informe.

Los números avalan por ahora el esfuerzo sanitario llevado a cabo por Malaui. Ha superado cuatro de los objetivos del milenio marcados por la ONU en materia de salud, con una impresionante reducción del 74% de la mortalidad de los menores de cinco años y una mejora de más del 80% en el acceso a agua potable, pero todavía quedan siete retos por conseguir: sobre todo en la lucha contra la malaria y en planificación familiar.

 

Ghana: el fin del tracoma

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Una mujer sostiene en brazos a su bebé en un centro hospitalario en Ghana. Leon Neal/AFP/Getty Images

Actualmente, 182 millones de personas en el mundo están en riesgo de padecer ceguera a causa del tracoma, una infección bacteriana calificada como un problema de salud pública en 42 países: son ya 1,9 millones los que sufren problemas visuales a consecuencia de esta enfermedad. África sigue siendo el continente más afectado y también el que realiza un mayor esfuerzo para enfrentarse a la enfermedad. En 2016, el 95% de las personas operadas en el mundo por este problema residían en el continente africano, mientras que otras 83 millones de habitantes de la región, el 97% del total, fueron tratadas con antibióticos.

A principios de siglo, hasta el 16% de los menores de 10 años Ghana sufrían inflamaciones oculares a causa de esta infección. Trece años después, el país anunciaba la victoria sobre la enfermedad. La puesta en marcha del programa SAFE obtuvo un resultado extraordinario: enfermeras y especialistas formados por el ministerio de Salud se desplazaron a las comunidades cada dos semanas para comprobar el estado de los enfermos y los casos sospechosos, al tiempo que se ejecutaban chequeos en las escuelas. Paralelamente, el Gobierno hizo un esfuerzo por mejorar el acceso a agua potable (en 2008, el 70% de las familias ya contaba con este recurso) y las redes de alcantarillado.

Hoy otros cinco países africanos, Chad, Etiopía, Nigeria, Tanzania y Zambia, siguen este mismo programa en el que se combina la cirugía y el tratamiento con antibióticos para los afectados, con inversiones en infraestructuras y campañas de concienciación para evitar nuevos contagios.

El del tracoma no ha sido el único éxito sanitario obtenido por Ghana en los últimos años. En 2009, el país contaba con una de las tasas de transmisión del VIH de madres a hijos más elevadas del mundo. Alcanzaba el 31%. En apenas tres años cayó hasta el 9%, consiguiendo la mayor tasa de reducción de nuevas infecciones en niños en África. Médicos, enfermeros y comadronas recibieron una formación específica que fue acompañada de una potente campaña de concienciación y de la mejora de los centros de atención primaria. Además, los servicios de planificación familiar se convirtieron en una prioridad de la política asistencial.

Pese a la victoria, el reto del país es llegar a eliminar completamente la transmisión del virus a recién nacidos y afrontar también nuevos retos sanitarios, especialmente en la lucha contra la malaria. El gran enemigo del continente.

 

Kenia: las batallas contra el VIH y la malaria

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Un hombre que sufre tuberculosis sostiene su medicación en un hospital en Nairobi, Kenia. Tony Karumba/AFP/Getty Images

Alrededor de 1,6 millones de africanos murieron en 2015 a causa de la malaria, la tuberculosis o por enfermedades relacionadas con el VIH. Son, junto a la desnutrición, los grandes enemigos para el futuro del continente. Aunque con desigual suerte, Kenia se ha convertido en los últimos años en el adalid de la batalla contra este triunvirato mortal.

Como buena parte de los Estados africanos, los 90 resultaron dramáticos para el país: en 1996, el 10,5% de los kenianos se habían contagiado de VIH. Desde entonces, la prevalencia se ha reducido casi a la mitad, hasta el 5,9% de 2015. “La de Kenia ha sido una historia de éxito en prevención en la región. Ha sido uno de los primeros países en aprobar la profilaxis de prexposición (PrEP)  y ha liderado la circuncisión médica voluntaria en los hombres como medida preventiva. El resultado ha sido una gran reducción de las nuevas infecciones en los últimos años”, señala la organización británica AVERT.

A pesar de este éxito, con una reducción de más del 37% de la incidencia de la enfermedad desde 2000, superando así el objetivo del milenio exigido por la ONU, Kenia sigue siendo el cuarto país del mundo con mayor número de infectados: 1,5 millones y 77.000 nuevas infecciones cada año, una epidemia que está detrás del 29% de las muertes de adultos en el país y reduce su producción per cápita un 4,1%.

La estrategia del Gobierno keniano pasa ahora por realizar campañas de concienciación entre los jóvenes e impulsar programas de salud familiar que faciliten las pruebas diagnóstico y el acceso a preservativos: en 16 de los 47 condados del país la cifra de nuevas infecciones ha caído más de un 50%.

Paralelamente, Kenia ha librado una batalla contra la tuberculosis que todavía está por vencer: cada año se registran más de 89.000 casos de tuberculosis, muchos vinculados a la infección de VIH y, sobre todo, a la falta de seguimiento en el tratamiento. Los pastores que habitan las regiones del sur del país abandonan los tratamientos con una recurrencia de hasta el 70%, lo que ha acabando por hacer la enfermedad resistente a los antibióticos habituales. La primera medida del Ejecutivo keniano fue imponer penas hasta de cárcel para quien dejase de tomar los medicamentos, pero el Tribunal Supremo declaró inconstitucional la medida. El nuevo acercamiento pasa por crear alas de aislamiento en los hospitales y poner en marcha centros de salud que repliquen las aldeas tradicionales de estas comunidades de pastores y donde estos pacientes puedan recibir los bautizados como tratamientos breves bajo observación directa (Dots, por sus siglas en inglés).

Pero si existe un gran desafío en el continente este sigue siendo la malaria. Kenia es uno de los tres países elegidos por la ONG Path para poner en marcha la cuarta fase del proyecto para obtener una vacuna contra la enfermedad. Está previsto que a finales de año se empiecen a realizar los primeras pruebas en niños de entre 5 y 17 meses, aunque los resultados finales no se conocerán hasta 2022.

El Gobierno es consciente de lo que la malaria supone para un país donde el 70% de la población vive en zonas de alta prevalencia. Por eso, mientras esperan el desarrollo de la vacuna, siguen apostando por la prevención en forma de mosquiteras o tratamientos antipalúdicos.

 

Suráfrica: el motor del continente, también en sanidad

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Estudiantes de la Universidad de Witwatersrand explican cómo se usa el autotest de VIH en Johannesburgo, Suráfrica. Mujahid Safodien/AFP/Getty Images

Si económicamente Suráfrica es uno de los motores del continente, no podía serlo menos en la carrera por la salud: desde 1990 ha reducido hasta en 17 puntos la mortalidad infantil. Destacan sus esfuerzos contra los grandes males del continente. Fue junto a Argelia el primer país africano en ofrecer tratamientos combinados basados en la artemisinina (TCA) que ha logrado reducir en un 49% las víctimas de malaria desde 2000, al tiempo que han logrado suministrar tratamientos antirretrovirales (ART) al 80% de los infectados por VIH en el país.

Pero el liderazgo surafricano se manifiesta especialmente en sus apuestas sanitarias para hacer frente a problemas médicos que otros países, con grandes emergencias como prioridad, han tenido que relegar. La prevalencia de los problemas respiratorios, multiplicados en los últimos años por la polución y la rápida urbanización del continente, no deja de crecer en el continente. En las áreas urbanas de Suráfrica supera el 20%: cada año, 300 personas mueren en el país por problemas derivados de esta enfermedad. Además de poner en marcha medidas para reducir la contaminación y el cambio climático, la administración surafricana ha iniciado una potente campaña para hacerle frente. Programas formativos para los profesionales médicos y concienciación en colegios y familias para poder reconocer los síntomas antes de que la enfermedad resulte mortal.

En esta misma línea, el país decidió declararle la guerra al tabaco. Primero con una subida impositiva del 10% que logró rebajar su consumo hasta un 8% y después prohibiendo su publicidad y su consumo en espacios públicos y de trabajo. Otra de las prioridades para el país es avanzar en los programas de salud mental. Las estimaciones apuntan a que uno de cada tres ciudadanos sufrirán algún trastorno mental a lo largo de su vida por lo que la intención del Gobierno es aumentar la dotación a los programas de prevención y tratamiento, que actualmente apenas reciben el 2,7% de todo el presupuesto de salud, más del doble que en otros países de la región, pero muy lejos del 10% de Europa.

Pero si hay un problema que realmente debe atajar Suráfrica es el del alcohol. Diversos estudios responsabilizan de hasta un 30% de los ingresos hospitalarios a problemas con bebidas alcohólicas. Los casos de cirrosis se multiplican, especialmente entre los hombres, y las muertes en carretera, con el abuso de alcohol como una de las principales causas, son las segundas más altas de toda la región: 31,9 muertes por cada 100.000 habitantes, solo por detrás de Nigeria.

 

Ruanda: la transformación después del genocidio

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Un niño ruandés que sufre de malnutrición sostiene el dedo de su madre en un hospital. José Cendon/AFP/Getty Images

En 1990 Ruanda tenía una de las esperanzas de vida más bajas del mundo. Apenas 34,2 años. Cuatro años después, tras el genocidio que se causó casi un millón de víctimas mortales, cayó hasta los 29 años. Hoy este índice ha mejorado más de un 30% y supera los 67 años. La transformación impulsada por el Presidente ruandés, Paul Kagame, con sus claroscuros, ha tenido en la mejora del sistema sanitario uno de sus pilares.

Sirviéndose de la cooperación internacional, Ruanda levantó un sistema de atención primaria centrado en atajar en un primer momento la epidemia del VIH, disparada tras las miles de violaciones –hasta 250.000– que se registraron durante los días de infamia. A partir de 2003, la cobertura sanitaria fue extendiéndose gracias a un programa de salud comunitario que a finales de 2016 asistía ya al 90% de los ciudadanos. Son los trabajadores comunitarios, en su mayoría seleccionados en las propias aldeas y formados, el secreto de este gran éxito. Ellos hacen de punto de conexión con las comunidades, reduciendo tiempos de espera e ingresos innecesarios: son un sistema de atención directa, a menudo en los propios hogares.

Estos profesionales cuentan con el equipamiento necesario para atender necesidades primarias, y en caso de precisado otro tratamiento los pacientes son derivados al hospital del distrito. “El resultado de este modelo sanitario ha sido impactante en un país que hace solo 20 años estaba en ruinas”, resume un estudio publicado en The Lancet. Hoy más del 80% de los pacientes de VIH reciben fármacos antirretrovirales y el 93% de los menores están vacunados.

Los índices de mortalidad infantil, infecciones de tuberculosis o víctimas de malaria han seguido descendiendo, pero al país aún le queda un gran reto por delante: la malnutrición. El 38% de los menores de 5 años, 661,200 niños, sufren todavía desnutrición crónica.

 

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