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Agricultores locales muestran semillas en Colombia. Luis Acosta/AFP/Getty Images

La  variedad de semillas se reduce a pasos agigantados debido, en gran medida, al control absoluto del mercado que tienen las grandes corporaciones del sector.

“Pocas cosas en la Tierra son tan milagrosas y vitales como las semillas”. Frágiles y duraderas, llevan alimentando a la población mundial desde hace 12.000 años. Frágiles y duraderas, cada vez quedan menos variedades: durante el siglo pasado desapareció el 94% de las variedades, nueve de cada 10 semillas dejaron de existir, según las investigaciones del sector.

Esta realidad silenciada y esta contundente cifra sirvió de referencia y motivó al director Taggart Siegel a producir el documental SEED: The Untold Story, cuya sinopsis abre con la frase que sirve de arranque a este reportaje. “La velocidad y el alcance de esta pérdida es asombrosa, y sus implicaciones para nuestro futuro son evidentes. SEED explora un tema que aún se desconoce en gran medida, pero que es cada vez más urgente, junto con el cambio climático y la consolidación y control de la industria de semillas”, explica el director estadounidense a esglobal.

El dilema, no sólo ambientalista, implica un reto para afrontar crisis y procesos de cambios futuros. “Una mayor diversidad ofrece más posibilidades de que alguna de las especies o variedades sobreviva. Cuanto más cartas tengamos, más opciones para jugar”, resume Joseba Ibargurengoitia, dinamizador de la Red de Semillas de Euskadi. Como ejemplo, el número 161 de la revista Cuadernos de Estrategia, del Instituto Español de Estudios Estratégicos, dedicó un capítulo a la biodiversidad y la seguridad. “La erosión de estos recursos pone en peligro la seguridad alimentaria mundial”, escribe José Esquinas Alcázar, doctor en Ingeniería Agrónoma y en Genética, y que estuvo vinculado a la FAO durante 30 años.

La hambruna que sufrió Europa a mitad del siglo XIX, especialmente Irlanda (dos millones de muertes y la emigración a Estados Unidos fue para otras tantas personas la única alternativa), tuvo que ver con las escasas variedades de patatas cultivadas en el continente. Un problema enorme cuando este tubérculo suponía una parte fundamental para la dieta europea. La incapacidad de afrontar el ataque de tizón (Phytophthora infestans) arrasó los cultivos. La solución pasó por encontrar genes resistentes al tizón (presentes en variedades tradicionales de patata cultivadas por el campesinado andino) e introducirlos en las variedades comerciales utilizadas en Europa. Es decir, que con una mayor biodiversidad hubiera sido más sencillo evitar que la cosecha fuera devastada y que la hambruna asolara.

El robo de recursos genéticos durante la Segunda Guerra Mundial es otro ejemplo más de la importancia estratégica del asunto, desde un punto de vista de seguridad y geopolítico. “Ningún país es autosuficiente en lo que respecta a la biodiversidad agrícola necesaria para su alimentación. La cooperación internacional para la conservación y el acceso a los recursos fitogenéticos para la agricultura y la alimentación no es una opción, sino una necesidad con fuertes implicaciones socioeconómicas, jurídicas, políticas y éticas”, añade Esquinas.

Se trata, además, de una excelente herramienta para afrontar de una forma más eficaz el cambio climático, pues permite “dotar al sistema de la necesaria capacidad de adaptarse a los cambios impredecibles que se avecinan. En este contexto, las llamadas especies infrautilizadas y las variedades tradicionales de los agricultores adquieren una enorme importancia”, añade el experto en la mencionada revista.

 

Escasez de especies

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Un vendedor de semillas en México. Alfredo Estrella/AFP/Getty Images

Los datos, recogidos por varias fuentes, como por el director del Worldwatch Institute en España, José Santamarta, apuntan que un 90% de nuestra alimentación procede únicamente de 15 especies de plantas y ocho de animales. Y los análisis establecen las causas en “la masiva adopción de los cultivos mejorados por la agricultura mundial”, como escribe Antonio C. Perdomo Molina, profesor de la Universidad de La Laguna. Una postura que también comparte la FAO: “La principal causa contemporánea de pérdida de diversidad genética ha sido la generalización de la agricultura comercial moderna (…) y la introducción de nuevas variedades de cultivos”, recoge el primer Informe sobre el estado de los recursos fitogenéticos en el mundo, datado en 1996.

Este organismo de Naciones Unidas arroja diferentes datos: en China se utilizaban en 1949 cerca de 10.000 variedades de trigo, mientras que en los 70 solamente se mantenían un millar; y en Estados Unidos, hace dos décadas había dejado de existir el 95%  de las variedades de col, el 91% del maíz de campo, el 94% de los guisantes y el 81% de los tomates.

Son varias las fuentes que hablan de la Revolución Verde, que en los 60 y 70 promovió y extendió un paquete de semillas mejoradas, tecnologías de cultivo, aumento de la irrigación y de los fertilizantes químicos para lograr mayor productividad agrícola, como un punto de inflexión en esta carrera de pérdidas. “La filósofa india Vandana Shiva apunta en el libro Ecofeminismo, escrito junto a María Mies, que “no se considera intrínsecamente valiosa la diversidad de la naturaleza en sí misma, sino que sólo su explotación comercial en busca de un beneficio económico le confiere valor. El criterio del valor comercial reduce así la diversidad a la categoría de un problema, de una deficiencia. La destrucción de la diversidad y la creación de monocultivos se convierten en un imperativo”.

 

El poder del mercado

En 2001, la FAO aprobó el Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura (TIRFAA), del que José Esquinas fue uno de los impulsores. Ratificado en 2004 por el Congreso, este tratado versa sobre los derechos de los agricultores a producir, intercambiar y vender sus propias semillas. “Hay marcos normativos que son declaraciones de intenciones interesantes, pero cuando se habla de "mercado"  llega la parte fea de la norma y se fomenta la propiedad intelectual, la gran industria; se dificulta enormemente a los pequeños agricultores que quieren vender sus semillas que lo hagan”, explica a esglobal María Carrascosa. Esta integrante de la Red Estatal de Semillas considera que las políticas públicas al respecto, tanto de la Unión Europea como del Estado español, son “ambivalentes”. De hecho, en el ámbito europeo  en 2014 se retiró una propuesta de un nuevo reglamento en la que se llevaba tiempo trabajando. Desde entonces, no se ha vuelto a tocar el asunto.

Para poder vender semillas locales, entre otras cuestiones, hay que inscribirlas en un registro, algo complicado para las variedades locales por su “hetogeneidad genética”. Según explica el profesor de la Universidad de La Laguna, “aunque mantiene un ideotipo definido por la tradición en el uso de esa variedad, su genética es diferente en cada planta, con lo cual los criterios de homogeneidad y estabilidad que se le exigen a las variedades comerciales híbridas difícilmente casan con la propia esencia de un variedad local”. Y añade en conversación con este medio: “La legislación actual está pensada, y diseñada, para cubrir las necesidades de las empresas productoras de semillas, grandes empresas que en la actualidad monopolizan el mercado mundial de las semillas”.

Los tres años y medio que duró la grabación del documental estuvieron marcados por el mismo eje: el enfrentamiento entre David y Goliat, entre los pequeños proyectos alternativos frente al potente sector agroindustrial: “Queríamos saber de los agricultores, científicos, abogados y cuidadores de semillas indígenas que libran una batalla para defender el futuro de nuestra comida. Los guardianes de las semillas, en los que realmente confío, están organizándose por todo el mundo para la protección al medio ambiente. ¿Cómo puede una compañía adueñarse de algo que lleva ahí siglos? La soberanía de las semillas es fundamental, necesitamos que sean libres. Son vida”, cuenta Siegel en una conversación por Skype desde Portland (Estados Unidos). El director recuerda también que “un grupo de 10 compañías agroquímicas ahora controla más de dos tercios del mercado mundial de semillas, cosechando ganancias sin precedentes”.

En 2013 se publicó el informe Agropoly. Un puñado de corporaciones controlan la producción mundial de comida, de las organizaciones Econexus y Berne Declaration. En el documento se explica que, en 1996, las 10 mayores compañías de semillas tenían una cuota de mercado inferior al 30%; hoy, las tres más grandes controlan más de 50% de este mercado. Y estos tres líderes del mercado de semillas son también importantes productores de plaguicidas. El oligopolio es el resultado de un sinnúmero de fusiones y adquisiciones. Las 10 principales empresas son Monsanto (con el 26% de la cuota), seguido de DuPont (18,2%) y de Syngenta (9,2%), y el listado lo completan Wilmorin, WinField, KWS AG, Bayer CropSciencies, Dow AgroSciencies, Sakata y Takii&Company.

Esta concentración ha provocado, según destaca el informe, que se trabajen pocas variedades de semillas y que el control provoque un aumento de los precios. Un ejemplo: en Filipinas se cultivaban más de 3.000 variedades de arroz antes de la Revolución Verde y, 20 años después, apenas había dos variedades en el 98% de la superficie cultivada.

Y las concentraciones siguen aumentando. 2015 fue el “año más grande de fusiones y adquisiciones”, para IPES-Food (International Panel of Expertson Sustainable Foods Systems). Y desde el pasado mes de septiembre, Dow y DuPont son DowDuPont (DWDP), una fusión que implica más de 100.000 millones de euros. También es reciente la adquisición de Syngenta por parte de ChemChina. Sin olvidar que, desde hace más de un año, Monsanto y Bayer están intentando unir sus caminos, 59.000 millones de euros mediante. Las últimas novedades cuentan que Estados Unidos no permite la fusión por asuntos de monopolio y competencia. Si esta fusión se completa, tres nuevas empresas monopolizarán el 60% del mercado comercial de semillas y el 71% del mercado de los agrotóxicos, según ETC Group.

El informe de IPES-Food, titulado Demasiado grande para alimentar: exploración de los impactos de megafusiones, consolidación y concentración de poder en el sector agroalimentario, recoge que “los altos y rápidamente crecientes niveles de concentración en el sector agroalimentario refuerzan el modelo industrial de alimentos y agricultura, exacerbando su impacto social y ambiental y agravando los desequilibrios de poder. La consolidación también permite que las empresas se unan al capital político, de manera que refuerzan su capacidad para influir en la toma de decisiones en los niveles nacional e internacional para defender el status quo.

 

La resistencia de David

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Agricultores plantan semillas en India. Shammi Mehra/AFP/Getty Images

Campesinos y campesinas de diferentes partes del mundo son quienes protagonizan la película SEED, caracterizada por una espectacular animación y mucha fuerza visual. Junto a Davides más anónimos aparecen voces conocidas como las de la primatóloga Jane Goodall; las del director del Center for Food Safety, Andrew Kimbrell; las de la defensora del medio ambiente, economista, política y escritora estadounidense Winona LaDuke; o las del economista y académico inglés Raj Patel. “Necesitamos proteger la diversidad y la libertad de la vida. Dar semillas es nuestra libertad”, sostiene, por ejemplo, Vandana Shiva, otra de las voces más populares que recoge el documental.

La Red de Semillas de Euskadi lleva más de 20 años trabajado en la recuperación, investigación, conservación y divulgación de semillas. Entre sus labores está la visita a caseríos en busca de variedades locales y tradicionales: “Hay falta de relevo generacional en las zonas rurales. Nos dicen que si hubiéramos ido hace un año, o cinco o tres antes… porque el abuelo tenía un montón de semillas, pero ya murió. Estamos a tiempo, pero no nos podemos dormir. Esto es un trabajo de hormigas. Todo lo que sea intercambiar experiencias y la comunicación con otras redes nos fortalece mucho”, explica Joseba Ibargurengoitia.

También ofrece un marco de esperanza María Carrascosa, quien recuerda que hace dos décadas eran siete personas y ahora hay una coordinadora estatal formada por más de veinte redes locales de todo el país que trabajan sin apoyo; “un movimiento desde la base”, subraya.

ETCGroup ofrece datos: el campesinado es el principal, y en ciertos casos el único, proveedor de alimentos para más del 70% de la población del mundo. Producen esta comida con menos del 25% de los recursos (agua, suelo, combustibles). Mientras, la cadena alimentaria agroindustrial utiliza más del 75% de los recursos agropecuarios del mundo, resumen en la tercera edición del informe ¿Quién nos alimentará? , fechada en 2017.