Mano de un chico adolescente que estuvo involucrado con milicias armadas en la región del Sahel y ahora vive en un piso seguro en Niamey, Níger. (Giles Clarke/Getty Images)

¿Qué factores impulsan la radicalización de los individuos? ¿Qué políticas se están llevando a cabo? ¿Por qué no están funcionando? He aquí algunas propuestas para el urgente cambio de paradigma en la lucha contra el extremismo violento en países como Malí, Níger, Burkina Faso y Somalia, ya en una situación muy complicada.

El terrorismo está aumentando de manera preocupante en África subsahariana. La región se ha convertido en un ejemplo de programas fallidos para combatir este desafío, ya que, aunque el número de actos terroristas ha disminuido en otros lugares, en esta parte del mundo no solo no han disminuido, sino que se han duplicado desde 2016, según la ONU. Los Estados más afectados son Malí, Níger, Burkina Faso y Somalia. Igualmente preocupante es que el terrorismo esté afectando cada vez más a naciones como Mozambique, a pesar de los esfuerzos que hace este país para combatir la radicalización y el terrorismo, que se han demostrado insuficientes. 

Traduciendo esta situación en datos, según el Global Terrorism Index, en 2021, el 26% de los 5.218 ataques terroristas en todo el mundo tuvieron lugar en África subsahariana, una cifra altísima si tenemos en cuenta que este número de acciones supone casi el 50% de todas las muertes por terrorismo violento y extremismo en el planeta. 

Una vez contextualizada la gravedad del problema, es necesario preguntarse por qué esta situación crítica no recibe más atención. La respuesta se basa en una combinación de factores y circunstancias a nivel global: el mundo ha estado ocupado con la pandemia, la guerra en Ucrania y otros conflictos. Una de las razones por las cuales resulta tan complejo abordar el terrorismo en África subsahariana es que se combinan al mismo tiempo factores micro, macro y medioambientales, incrementando, sin precedentes en las últimas décadas, la incidencia de esta problemática.

La radicalización

Si analizamos qué impulsa a un individuo a la radicalización en esta parte de África, existe consenso en que los factores que impulsan la radicalización son diversos. Se sabe que hay un elemento clave que se relaciona con el nivel de felicidad que la persona haya experimentado o esté experimentando en su juventud y niñez. Los datos demuestran que los menores que se han criado en un ambiente en el que su desarrollo, necesidades básicas y perspectivas han sido desatendidas tienen un mayor riesgo de acercarse al extremismo que aquellos que han sido educados en un entorno donde sus progenitores ejercían funciones parentales. Los niños que han pasado años en un núcleo familiar donde su bienestar era prioritario tienen un mayor grado de resiliencia y, por tanto, menos posibilidades de acercarse al extremismo. El acceso a la educación y el tiempo que se ha pasado en la escuela pueden fortalecer esa capacidad para hacer frente al extremismo violento. 

Como sabemos, el camino hacia el extremismo violento es complejo, con múltiples factores en juego, pero la educación es un elemento clave en evitar la radicalización a corto y largo plazo. Si hablamos del papel de la religión, se observa que es un vector potente para la expresión de malestares respecto a cómo se percibe o se trata esa religión y la identidad que se desarrolla en determinados contextos. Sin embargo, la religión también puede representar una fuente importante de resiliencia. La educación y la alfabetización religiosa constituyen factores que protegen a un individuo contra el extremismo violento. Por lo tanto, invertir en educación, secular o no, puede desempeñar un papel crítico en la prevención del extremismo violento en esta región del planeta. Recordemos que más de un tercio de todas las víctimas de terrorismo en África están solo en cuatro países: Níger, Malí, Burkina Faso y Somalia. 

En lo que se refiere al proceso de radicalización y reclutamiento, vemos que hay una influencia directa entre las relaciones sociales de cada individuo, así como las presiones y las dinámicas de grupo. Por ejemplo, la mayoría de los hombres radicalizados fueron presentados al grupo por amigos, mientras que la vinculación de la mayoría de las mujeres radicalizadas se produce a través de sus esposos. Esta diferencia probablemente refleja los roles y responsabilidades de género dentro de las estructuras y redes familiares en los países del Sahel. En lo que se refiere a la tecnología, se observa que en áreas con una penetración limitada de Internet hay una menor asociación con el extremismo violento. Existe una correlación estadísticamente significativa entre los bajos niveles de uso de Internet y la probabilidad de reclutamiento voluntario.

En lo que respecta a la economía, se ha demostrado sobre el terreno que invertir en incentivos económicos es esencial para comprender los impulsores del extremismo violento. La falta de perspectivas laborales en África sigue siendo uno de los principales factores que contribuyen al reclutamiento, mezclados con otros dos: la injusticia socioeconómica y la marginación.

Un contrato social roto entre el Estado y sus ciudadanos también proporciona terreno fértil para la radicalización. La insatisfacción generalizada con la prestación de servicios estatales, especialmente en lo que respecta al empleo, hace que los grupos extremistas violentos sean más atractivos, ya que se presentan como entidades organizadas, con estructura y proveedores de servicios alternativos que el estado no es capaz de proveer. Ejemplo de ello es el caso de Burkina Faso, donde se ve una clara desintegración del Estado que se traduce en que el Gobierno solo es capaz de proveer servicios a las ciudades y la proximidad de las grandes urbes, lo que refuerza más la idea del Estado-No proveedor de servicios a sus ciudadanos, siendo este un factor para la radicalización.

La Ministra de Exteriores alemana, Annalena Baerbock, habla con mujeres y niños en Camp Bulumkutu, donde se reinserta a antiguos combatientes del grupo terrorista Boko Haram junto a sus mujeres e hijos en Abuja, Nigeria. (Annette Riedl/Getty Images)

Programas contra el extremismo violento

Los programas contra la radicalización, si están bien implementados, funcionan. Los reclutas que se unieron a grupos terroristas de forma voluntaria indicaron niveles más bajos de participación y conocimiento de las iniciativas para prevenir el extremismo violento en comparación con aquellos que no estaban expuestos a estas iniciativas. Sin embargo, ¿cuándo se produce la desvinculación voluntaria del extremismo? Ésta puede ocurrir cuando las expectativas que tenían acerca del grupo terrorista no se cumplen. Hay otro factor que influye: los incentivos económicos en la decisión de desvinculación. Si existen oportunidades económicas viables, hay una posibilidad de salir. Uno de los ejemplos se encuentra en Mozambique y las regiones de la costa de África Occidental, donde encontramos a países como Togo y Benín. Aquí se observa que cuando las expectativas económicas al unirse a un grupo se ven cumplidas, el reclutamiento terrorista incrementa. 

El desencanto con la ideología y/o acciones del grupo es clave para desencadenar un punto de inflexión. Aquellos que se desvinculan voluntariamente tienen menos probabilidades de volver a unirse y reclutar a otros, mientras que aquellos que son arrestados y encarcelados reconocen que tienen la intención de volver a involucrarse en actividades extremistas violentas. El proceso de desvinculación puede tener un efecto en cascada. Los incentivos del gobierno y los programas de amnistía tienen un impacto en este proceso. Este fenómeno ocurre en todos los países del Sahel, y se agrava si durante este proceso de encarcelamiento se ha producido violencia por parte de "vigilantes", es decir, de grupos de personas de la sociedad civil que hacen la labor de las fuerzas armadas, a veces minando los derechos humanos en su deseo por contribuir a la seguridad.

Para reducir el riesgo de reclutamiento, no solo bastan determinadas políticas sobre el terreno, sino que también es necesario un punto de inflexión. En determinadas regiones, la acción del gobierno, acompañada de abusos de derechos humanos, continúa desencadenando, alimentando y acelerando el reclutamiento hacia el extremismo violento. Por lo tanto, para reducir estos números crecientes es esencial abordar los problemas subyacentes y realizar una estrategia holística. Esta es la parte más difícil, la de poner en el mismo barco a todas las partes interesadas. Ejemplo de estrategias que necesitan urgentemente una perspectiva holística son aquellos países de la cuenca del lago Chad, Nigeria, Níger, Camerún y Chad, donde el fenómeno terrorista está creciendo de forma exponencial. 

Soldados del Ejército de Níger en una patrulla de seguridad en la conflictiva región occidental de Tillaberi, Níger. (Giles Clarke/Getty Images)

Soluciones: la perspectiva necesaria

El tema del terrorismo en África sigue siendo una preocupación importante tanto para la región como para la comunidad internacional. Para prevenir eficazmente el extremismo violento, se requieren de estrategias e intervenciones prácticas a escala nacional y subnacional. Sin embargo, es importante tener en cuenta que estos esfuerzos se verán obstaculizados si no existe un contexto de política nacional e internacional favorable que priorice un enfoque centrado en el desarrollo.

Para luchar contra el terrorismo en esta región es necesaria una estrategia que comprenda los factores estructurales de este problema y donde el desarrollo sea el núcleo. Igualmente es necesaria una perspectiva multidisciplinar y que esté basada en análisis y datos constantes y sólidos sobre el terreno. Esta afirmación pone de manifiesto la perspectiva que mayoritariamente se ha seguido hasta la actualidad: una estrategia altamente militarizada, que muestra la ineficacia y la falta de esa idea multidisciplinar y multifacética.

A pesar del creciente reconocimiento de la necesidad de un enfoque centrado en el desarrollo y los riesgos de respuestas impulsadas por la seguridad, ha habido una falta de reorientación y repriorización de la política y los recursos internacionales. Por lo tanto, se requiere una acción urgente en el ámbito político, tanto a nivel nacional como internacional, para impulsar enfoques preventivos centrados en el desarrollo. Prueba de ello son misiones como MINUSMA, una operación categorizada como de paz que tuvo éxito hasta determinado punto en 2016, cuando comenzó a ver la propia seguridad de la misión afectada. Este es un ejemplo de operaciones que necesitan reenfocarse y adaptarse a los rápidos cambios de seguridad de la región. 

Una línea de trabajo clave debe seguir la responsabilidad por el cumplimiento de los derechos humanos y el Estado de derecho en las respuestas militarizadas. De lo contrario, podemos ver justo el efecto opuesto. Un ejemplo: el papel de determinadas agencias de seguridad estatales como aceleradores y conductores del extremismo. Para evitar este efecto se requiere un enfoque centrado en el cumplimiento de los derechos humanos y la responsabilidad por parte de estos actores.

Un nuevo estudio a cargo de Naciones Unidas destaca la relación fracturada y dividida entre el estado y los ciudadanos en África subsahariana, lo que indica la necesidad de una perspectiva renovada que restaure el contrato social entre los ciudadanos y el estado como base para sostener la paz. Esto requiere invertir en un apoyo sostenido para la construcción de la democracia de abajo hacia arriba, desarrollar políticas que aseguren una supervisión efectiva, respuestas adecuadas basadas en el desarrollo y centrarse en enfoques de seguridad humana en la programación para prevenir la violencia y el extremismo violento. Además, es necesario crear espacio y oportunidades para medidas de construcción de confianza entre el estado y la sociedad a fin de imaginar un contrato social adecuado para África subsahariana en el siglo XXI.

Es fundamental aumentar el apoyo a nivel comunitario para las iniciativas de prevención de la violencia y el extremismo violento, y para ello es preciso fortalecer las asociaciones con la sociedad civil y los grupos comunitarios. Además, es importante integrar la prevención de la violencia y el extremismo violento en los marcos de políticas de consolidación de la paz y el desarrollo sostenible. Las inversiones deben ser reorientadas hacia esfuerzos complementarios de prevención y consolidación de la paz, que han demostrado tener un retorno altamente positivo: invertir en ello podría ahorrar en el alto coste del conflicto y la violencia.

En última instancia, hay que apostar por un enfoque multifacético centrado en el desarrollo para prevenir el extremismo violento y abordar las causas subyacentes del terrorismo en África. Soluciones de futuro llaman a un cambio de los medios militares a corto plazo hacia el aumento del apoyo complementario comunitario y basado en el desarrollo para enfoques de transformación de conflictos y consolidación de la paz, desde abajo hacia arriba y que reconozcan la importancia de los esfuerzos preventivos contrapuestos a escala local. Es esencial invertir en un apoyo mantenido para la construcción de la democracia, crear espacio y oportunidades para medidas de construcción de confianza que tengan un alto impacto en las complejas dinámicas que influyen en el terrorismo en el Sahel y que ofrezcas perspectivas de futuro para países como Malí, Níger, Burkina Faso y Somalia, en situación crítica.