La gente pasa frente a un cartel de propaganda militar el 10 de febrero de 2023 en Moscú, Rusia. (Getty Images)

La llamada "operación militar especial" de Putin es sometida a examen interno. ¿Cómo ven los rusos la guerra en Ucrania un año después de la invasión?

“No se puede derrotar a Rusia en el campo de batalla”. La declaración del presidente  Vladímir Putin ante la Duma estatal el pasado 21 de febrero ilustra claramente el leitmotiv que el Kremlin sigue interpretando sin fisuras ni autocrítica desde que, el 24 de febrero de 2022, decidió llevar a cabo la invasión militar a la vecina Ucrania, oficialmente declarada en Rusia como "operación militar especial". 

Un año después estos objetivos siguen intactos, centrados en “desnazificar Ucrania” y “proteger a nuestros hermanos étnicos y rusoparlantes”, particularmente en el caso de la región del Donbás, de las "amenazas del régimen instalado en Kiev"; una perspectiva integrada dentro del esquema de reunificación del russkiy mir, el ‘mundo ruso’ como prioridad estratégica para el Kremlin. Este mismo esquema podría igualmente aplicarse ante las tensiones que comienzan a manifestarse entre Rusia y Moldavia y que implican a la República Pridnestroviana de Transnistria, un Estado de facto de minoría rusoparlante no reconocido a nivel internacional pero que cuenta con el apoyo geopolítico de Moscú. 

A grandes rasgos y más allá de las política comunicativa del Kremlin, estos objetivos también están presentes (y, por lo que se puede apreciar, con un elevado nivel de legitimidad) dentro del imaginario colectivo de la sociedad rusa. En clave geopolítica, significa también la necesidad de alejar a Ucrania de la órbita de influencia occidental, especialmente de EE UU y de la OTAN, para garantizar la seguridad nacional rusa. Un escenario que recrea, con sus matices, la reproducción de una especie de ‘cordón sanitario’ dentro del territorio ucraniano similar al ‘Telón de Acero’ de la Guerra Fría. 

Rusia en Ucrania: una cuestión ‘existencial’

Cómo ve la sociedad rusa lo que está sucediendo en Ucrania puede arrojar luces sobre el futuro político y social del país. En sus discursos oficiales, Putin y los altos cargos de su gobierno interpretan esta "operación militar especial" desde un prisma incluso existencial, resumido en la necesidad vital que supone la preservación de ese ‘mundo ruso’ que presuntamente (o quizás en realidad así es para muchos rusos) se encuentra amenazado por Occidente. Durante un acto masivo a finales de febrero, Putin lo culpó de provocar la guerra en Ucrania como una herramienta geopolítica orientada a “destruir Rusia”

El presidente ruso Vladimir Putin asiste a una reunión en el Estadio Luzhniki en Moscú, Rusia, el 22 de febrero de 2023. (Kremlin Press Office/Handout/Anadolu Agency via Getty Images)

Observemos algunas declaraciones recientes de Putin para darnos cuenta de la vigencia de esta percepción existencial y vital ante la ‘amenaza occidental’ y de cómo esta perspectiva tiene un elevado nivel de aceptación en el seno de la sociedad rusa: Tienen un objetivo: desmantelar la antigua Unión Soviética y su parte principal, la Federación Rusa (…) Si seguimos este camino, creo que el destino de muchos pueblos de Rusia y, sobre todo, por supuesto, del pueblo ruso, puede cambiar drásticamente. Sólo drásticamente. Ni siquiera sé si un grupo étnico como el pueblo ruso puede sobrevivir en la forma en que existe hoy". 

Una encuesta del Centro Levada realizada en enero de 2023 explicó que un 75% de los encuestados apoya la "operación militar especial" en Ucrania. Para febrero de 2023, los niveles de aceptación de la gestión de Putin se ubicaban en el 83% de los encuestados. Es pertinente considerar que el Centro Levada es muy reconocido dentro y fuera de Rusia por su independencia de criterio y transparente metodología de investigación. Otras fuentes críticas con la guerra aducen que, si bien estos índices de apoyo son elevados, son mucho menores de lo que relatan unas cifras oficiales monopolizadas por lo que consideran una política de censura y desarticulación de medios independientes.

Por tanto, cabe preguntarse: ¿por qué este apoyo elevado a la guerra dentro de la sociedad rusa? ¿Rusia no se ve a sí misma como un país agresor? ¿O más bien considera que se ha sido arrastrada a esta guerra por los intereses geopolíticos occidentales? ¿Está Occidente errando en sus cálculos sobre lo que realmente sucede en Rusia? ¿Actúan los rusos por convencimiento o persuadidos por la efectividad de la propaganda y la represión del Kremlin? ¿Cómo reaccionará la sociedad rusa en el caso de que los objetivos militares en Ucrania se vean efectivamente cumplidos, tal y como espera el Kremlin, o por el contrario esas expectativas se vean frustradas? Y en este último caso, ¿se puede especular con un movimiento de ‘No a la Guerra‘ que eventualmente lleve a una ‘Primavera‘ política en Rusia de carácter prooccidental? ¿Existen medios disidentes y alternativos con capacidad de influencia dentro de la opinión pública rusa? 

En términos genéricos, y sin menoscabar el efecto que tienen los lazos culturales, familiares e históricos existentes entre rusos y ucranianos, la percepción más visible que se observa dentro de la sociedad rusa es la de mantener cierta distancia con lo que sucede en el vecino país, muy probablemente convencidos de que el conflicto que allí se trasluce no afectará, al menos de forma directa e inmediata, a su vida cotidiana. En este sentido, la propaganda del Kremlin ha sido efectiva a la de ‘despolitizar’ la guerra como herramienta preventiva para evitar protestas que exijan un cambio de régimen.

Siguiendo con las conclusiones del Centro Levada observamos algunos argumentos clave que nos permiten interpretar cómo ven los rusos la guerra en Ucrania y cómo de forma genérica apoyan como ‘necesaria’ la "operación militar especial": "A los ojos de la mayoría, Rusia defiende ‘lo suyo’: la población de habla rusa de Donbás, sus fronteras y se opone a los ‘extraños’: nacionalistas ucranianos, ‘OTAN’, ‘occidentalizadores’. Una comprensión tan simplificada de lo que está sucediendo en términos de ‘amigo o enemigo’ automáticamente obliga a uno a tomar partido y hace que la mayoría sea inmune a las críticas de los líderes o de los militares. Como dicen nuestros encuestados, ‘ahora sería antipatriótico no apoyar al presidente’ o ‘estos son nuestros muchachos, cómo no vamos a apoyarlos’. 

El Centro Levada identifica en qué grupos sociales se focaliza esta defensa a la guerra en Ucrania: "el apoyo a las autoridades y militares rusos no es homogéneo (…) se pueden distinguir grupos de apoyo fuerte o incondicional, que hoy suman alrededor del 45%”. Destacan aquí: los “representantes de las generaciones mayores, que tienen una inclinación más conservadora y durante mucho tiempo han tenido prejuicios contra Occidente. Son empleados estatales que asocian su bienestar con el Estado y el poder, y que también viven principalmente fuera de las grandes ciudades".

Pero también se observan disidencias: "entre el 20 y el 25% de los rusos no apoyan sistemáticamente el liderazgo del país ni las acciones de Rusia en Ucrania. Estos son, en primer lugar, los residentes de las ciudades rusas más grandes, la parte más joven y occidentalizada de la sociedad rusa". Por otro lado, "mientras que el grueso de la población demuestra optimismo y autoafirmación, quienes no están de acuerdo hablan de una mayor presión de las autoridades, una mayor sensación de falta de libertad e incertidumbre sobre el futuro". 

De este modo,"el nivel más bajo de apoyo a las acciones militares se encontraba el mes pasado [refiriéndose a diciembre de 2022] en el grupo de edad de los más jóvenes, de entre 18 y 24 años, con índices de rechazo próximos al 60%. En cambio, la población de 55 años o más era la que mostraba mayor aceptación y apoyo a la operación militar".

Otro aspecto relevante tiene que ver con el decreto de movilización parcial realizado en septiembre pasado por parte del Kremlin. El Centro Levada diagnosticó que "el miedo fue la respuesta más común dada en todos los grupos demográficos de edad. Sin embargo, la segunda respuesta más común variaba según el grupo de edad. Los mayores de 40 años también eran propensos a sentir orgullo por Rusia, mientras que los más jóvenes mencionaban la conmoción como el segundo sentimiento más común en relación con la movilización, seguido de la ira". 

Si bien la movilización y el alistamiento militar parecen encaminarse de acuerdo a las expectativas del gobierno ruso, también se han observado críticas y contrariedades inevitables principalmente desde el punto de vista logístico; así como hacia los mecanismos de reclutamiento forzado en clases populares y minorías étnicas (buriatos, yakutos, daguestaníes, entre otros) existentes en regiones muy distantes (y algunas de ellas con tensiones secesionistas) de los principales centros de poder en Rusia, en especial Moscú y San Petersburgo. 

Con todo, la movilización parcial decretada por Putin implica también un nuevo equilibrio de poder entre una Rusia ‘profunda’ más proclive a obedecer la prikaz (la ‘orden’ del Kremlin) y unas élites urbanas más ‘occidentalizadas’, contrariadas y polarizadas ante las tensiones ruso-occidentales derivadas de la guerra ucraniana y las consecuencias que podrían tener las sanciones exteriores para la economía rusa y el posible aislamiento exterior, especialmente desde Occidente. 

Toda vez, la invasión militar a Ucrania definió igualmente para el Kremlin una eventual división social entre los "patriotas" que han permanecido en el país y los "traidores", muchos de ellos oligarcas afiliados al poder que han criticado la guerra y se han visto desplazados de las esferas de poder del Kremlin. Esta dicotomía "patriota-traidor" tiene también una aceptación social considerable en Rusia.

Del mismo modo, la guerra en Ucrania implica para el Kremlin un reordenamiento del equilibrio de poder dentro del estamento militar ruso, fortaleciendo al poderoso complejo militar-industrial y a nuevas élites en ascenso, aspectos que pueden definir pautas políticas a tener en cuenta para el futuro de Rusia. 

¿Es posible la reconciliación entre rusos y ucranianos?

Más allá de los intereses geopolíticos discordantes entre Occidente y Rusia, hay un factor que resalta: el efecto pernicioso de esta guerra condicionará las relaciones entre rusos y ucranianos durante las generaciones por venir. 

Un oficial del Servicio Federal de Seguridad (FSB) examina un rifle de asalto Kalashnikov AK-74 durante el evento militar patriótico en Krasnogorsk, al oeste de Moscú, Rusia. (Getty Images)

La presencia militar rusa y el proceso de ‘desrusificación’ acelerado que lleva adelante el gobierno de Volodymir Zelenski (y que, visto por los rusos, justificaría las tesis ‘existencialistas’ de Putin en torno a la ‘operación militar especial’) alteran de forma significativa ese factor de equilibrio que el historiador ucraniano Serhii Plokhy otorgaba a las relaciones ruso-ucranianas como necesarias para garantizar la estabilidad dentro del espacio euroasiático posoviético. 

El auge incesante del nacionalismo dentro del espacio sociopolítico tanto en Rusia como en Ucrania, incrementado desde que comenzó la guerra, atizado en ambos casos por medios de comunicación afines al poder oficial, hace presagiar dificultades para la reconciliación. Cada uno observa al otro como un agresor en potencia y, en el caso ruso, el nacionalismo ucraniano agresivo contra las poblaciones rusoparlantes del Donbás contaría, así mismo, con el beneplácito de sus aliados occidentales.

Por otro lado, una mayoría de la sociedad rusa interpreta la guerra en Ucrania como una consecuencia directa de la tormentosa transición posoviética determinada por los intereses geopolíticos del ‘hegemon‘ estadounidense a la hora de convertir a Ucrania en una pieza estratégica orientada a repeler cualquier tipo de ‘resurrección’ del poder ruso. Una perspectiva ya ilustrada en 1998 por el ex asesor de seguridad nacional estadounidense de origen polaco Zbigniew Brezezinski, que consideraba a Ucrania como uno de los cinco pivotes geopolíticos para Washington. 

Por tanto, tomando en cuenta la censura, la propaganda del Kremlin, el reforzamiento del nacionalismo y la legitimación social de este discurso, no se observan fisuras significativas contra la ‘guerra de Putin’ dentro de la sociedad rusa. Así y todo, algunos medios disidentes le critican al presidente ruso un presunto daño a la ‘identidad nacional’ y la imagen exterior de Rusia al convertirse en un país agresor, rompiendo así con la épica histórica patriótica construida en ese país desde la II Guerra Mundial. 

Por otro lado, Putin impulsa con convicción en sus discursos la idea de que Rusia libra una especie de “cruzada civilizadora” amparada en sus valores tradicionales fuertemente arraigados dentro de la sociedad rusa, con la finalidad de protegerse de la "perniciosa influencia occidental", en particular ante el avance de iniciativas progresistas como los derechos LGTB+i, el feminismo y el liberalismo, entre otros. 

Un caso significativo de comunicación que legitima el elevado conservadurismo existente en la sociedad rusa es la popularidad que tiene el canal de TV Tsargrad, propiedad del oligarca Konstantin Malofeev, así como la influencia de la Iglesia Ortodoxa rusa como factor de unión nacional y espiritual, ahora contextualizada dentro de la guerra ucraniana  a la hora de ‘bendecir’ a los movilizados al frente militar.

Lejos de observar un desmoronamiento total de la economía rusa por las sanciones occidentales o de expectativas de un aislamiento ‘a la norcoreana‘, tampoco existen indicios de cambio político en una Rusia que inicia un proceso de ‘desoccidentalización‘ con claras expectativas preventivas para intentar filtrar o evitar la influencia de las ideas progresistas desde el exterior. Al menos a corto plazo, no parece observarse la posibilidad de una ‘Primavera rusa‘; las perspectivas indican que se está fortaleciendo un régimen cada vez más nacionalista de tintes militaristas. Incluso en sectores aparentemente opositores como el Partido Comunista ruso apoyan no sólo la ‘operación militar especial’, sino la movilización parcial decretada por el Kremlin e, incluso, una confrontación total contra el ‘imperialismo de la OTAN’.

A nivel exterior, Moscú sigue consolidando aliados en Asia (China, India) y otras latitudes (África, América Latina). Toda vez recrea la sensación de ‘superpotencia’ que en su momento significó la URSS, Putin prepara a sus ciudadanos para una guerra a largo plazo y de resultados inciertos. Una que, por el momento, no parece reportarle desgaste político ni pérdida de legitimidad social.