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Miembros de The Movement for the Salvation of Azawad patrullan la frontera entre Níger y Malí. (SOULEYMANE AG ANARA/AFP/Getty Images)

El Sahel se ha presentado como objeto pasivo de la disputa entre Al Qaeda y Daesh, dando pábulo a que analistas y observadores concluyeran la sumisión de las redes sahelianas a las grandes tendencias del yihadismo planetario. No obstante, el terrorismo en la región no ha cesado de marcar su autonomía, tanto a nivel doctrinal como estratégico, avanzando hacia un nuevo escenario en el que la amenaza proviene de agregados de grupos cada vez más diluidos entre la población, con tácticas adaptadas, multiplicando los ataques contra el enemigo próximo, simbolizado por los regímenes en liza. Un terrorismo distintivo, de nueva generación.

Nacido de incursiones en territorio maliense del Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), devenido a partir de 2007 a Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), y ulteriormente confrontado a reiterados intentos de cooptación por parte de Daesh el terrorismo saheliano se ha ido desprendiendo de su etiqueta de “franquicia”, reafirmando de forma paulatina su autonomía frente a los principales referentes del terrorismo global. Bajo la etiqueta de Yamat Nusrat Al Islam Wa Al Muslimún (Grupo de apoyo al islam y a los musulmanes, YNIM), se consolida en el Sahel un terrorismo de nueva generación, que privilegia la cercanía con las poblaciones locales y evita interpretaciones rigoristas de la sharia (ley islámica) para evitar excesivas coerciones sobre quienes pretende adherir a su proyecto. Asimismo, limita su acción a espacios regionales concretos, sin pretensiones planetarias. Una dinámica susceptible de seducir a combatientes oriundos y que estimula la fundación de grupos afines que no se proclamen ni de Al Qaeda ni de Daesh. Un nuevo escenario en el que la amenaza proviene de una multiplicación de grupos autónomos agregados de organizaciones regionales, cada vez más diluidas entre la población, con tácticas adaptadas a tan particular contexto. Lo que provoca un aumento de los ataques contra el enemigo más próximo: los regímenes oficiales en liza.

Los anhelos de autonomía del terrorismo saheliano se hicieron públicos el 2 de marzo de 2017 cuando se difundió a través de redes y foros terroristas un vídeo en el que se sancionaba la fundación de YNIM. En el centro de la imagen Iyad Ag Gali, histórico jefe tuareg de la Azawad reconvertido en terrorista y líder de Ansar Edín, acompañado de Amadu Kufe, cabecilla de la brigada Macina, de étnia peul, Al Hasán Al Ansari, brazo derecho del argelino Mojtar Belmojtar, histórico del yihadismo norteafricano y emir de Al Murabitún, Abu El Hamán, comandante del Emirato del Sáhara, la novena región militar de AQMI, y el cadi (juez) Abderrajmán Sanhayi, también de AQMI. Fruto de la fusión entre los cuatro grupos, la grabación da cuenta de la conformación de YNIM como principal agrupación terrorista del Sahel bajo la égida de un tuareg, Ag Gali, rodeado de lugartenientes autóctonos, rompiendo con la tradición de liderazgos argelinos y dotando al acontecimiento de gran valor simbólico. No pasa desapercibida la denominación escogida por ese empleo de nusrat (apoyo) en sentido amplio, sobrepasando particulares clivajes y dirigido a los terroristas principalmente y a los musulmanes en su totalidad, con el objeto de disipar divisiones entre tribus, facciones, grupos étnicos y nacionalidades.

Desde su puesta de largo, YNIM no ha reivindicado acciones fuera de los límites del Sahel y el oeste africano, desentendiéndose del resto del continente, tanto al norte como al este. El grupo trasciende lo local y lo nacional, pero no sucumbe al internacionalismo de Al Qaeda y Daesh, y se dota de una identidad regional en lo que concierne a la localización de sus actos, aspiraciones y objetivos. Casi todos los ataques de YNIM, salvo alguna excepción, se concentran en lo que se conoce como el Triángulo de Liptko-Gurma, entre Malí, Níger y Burkina Faso. A pesar de que no ha habido un divorcio explícito de la matriz de Al Qaeda ni de AQMI, que se entiende ahora como componente del YNIM, por si hubiera dudas sobre su autonomía, la flamante organización reivindica todos sus ataques, que no son objeto de comunicado ni por parte del egipcio Ayman Al Zawahiri ni del argelino Abdelmalek Drukdel, emir de la franquicia magrebí de Al Qaeda. En una entrevista al diario yemení Al Massra, Ag Gali cita varios países africanos no magrebíes como enemigos de YNIM, estableciendo una delimitación geográfica con respecto a AQMI. El emir de Ansar Edín no cae en la generalización del odio a Occidente, sino que significa que su gran enemigo es Francia e, indirectamente, Estados Unidos, Alemania o Reino Unido, como colaboradores de París en sus operaciones militares en el Sahel.

 

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Militares de Mauritania bajo mando del G5 patrullan la frontera con Malí. (THOMAS SAMSON/AFP/Getty Images)

Instrumentalización de la rivalidad entre Al Qaeda y Daesh

El terrorismo en el Sahel se ha caracterizado por la concurrencia de una multiplicidad de actores. Tal densidad de redes y grupos, unida a rivalidades ideológico-doctrinales, los sistemas de lealtades que se establecen entre unos y otros, a menudo cambiantes, la relación entre actores individuales y colectivos, e incluso la pléyade de estrategias de los Estados para hacer frente a la nebulosa terrorista, han inducido elevadas dosis de complejidad y hacen que sea inverosímil cualquier generalización del terrorismo saheliano. El Sahel ha sido objeto pasivo de la disputa más amplia entre Al Qaeda y Daesh sin que tales operaciones propagandísticas tuvieran un impacto efectivo sobre el terreno. Aunque sí han dado pábulo a que analistas y observadores, que beben de fuentes escritas y foros de Internet, concluyeran la sumisión de las redes sahelianas a las grandes tendencias del terrorismo planetario. Esto muestra un notorio desconocimiento de la realidad de la zona, sus características particulares, heterogeneidad cultural y lingüística, trayectorias, lógicas, dinámicas e idiosincrasia. Además de que cada grupo posee sus especificidades de acción y zonas de influencia diferenciadas, cuya deriva ha sido eminentemente autónoma y ha contrariado las consignas de sus superiores jerárquicos, ha vivido tensiones por la lucha de influencia en la región entre AQMI y Daesh.

Al contrario de lo que se suele alegar, el terrorismo saheliano ha instrumentalizado la rivalidad entre Al Qaeda y Daesh, y su imagen, para dotarse de un aura de prestigio y pretendidos nexos mundiales, lo cual ha redundado en apoyo logístico y humano, de cuadros y formativo, y que han servido en su estrategia de expansión y consolidación. Lo espurio y voluble de estas lealtades ha quedado en evidencia una vez alcanzados sus objetivos, confirmando su autonomía de facto, cada vez menos árabe. Ya en 2007, cuando el GSPC jura lealtad a Al Qaeda y se convierte en su rama en el Magreb (AQMI), iniciándose su expansión hacia el sur, el objetivo era dotar de impulso a un movimiento asediado y diezmado en Argelia. Desde entonces hemos asistido una proliferación de grupos terroristas en la zona, ya sea por la disidencia de elementos en el seno de las organizaciones existentes, por los anhelos de autonomía de sus componentes o incluso por efecto de la expansión. De una secesión en AQMI surge el Movimiento para la Unicidad y la Yihad en África del Oeste (MUYAO). Tras la crisis libia, de una discrepancia en el Movimiento Nacional para la Liberación de la Azawad (MNLA) nace Ansar Edín. De la progresiva autonomía y ampliación del área de influencia de AQMI aparecen los Firmantes por la sangre, que se aliarán con el MUYAO mutando en Al Murabitún-Al Qaeda en África del Oeste.

La tendencia de Al Qaeda es predominante, si bien el auge de Daesh en Oriente Medio sirvió de acicate para atraer hacia su área de influencia a combatientes y grupúsculos de la zona. En junio de 2014, Abu Bakr al Bagdadi proclama el restablecimiento del Califato entre el noroeste de Irak y el noreste de Siria, desaparecido a comienzos del siglo XIII. A partir de entonces las adhesiones se van multiplicando bajo la denominación de Jund al Jilafa, al igual que una franja de Al Murabitún bajo mando de Abu Walid Saharaui. El momento de máximo apogeo de Daesh coincide con las operaciones militares Serval y Barkán en el Sahel, que lograron infligir daños importantes a grupos afines a Al Qaeda. Apenas un año después, la relajación de la presión militar francesa y panafricana, y las primeras grandes derrotas de Daesh redundan en una reorganización de los grupos a favor de Al Qaeda y el freno a la expansión de Daesh en el Sahel. La organización de Ayman al Zawahiri recupera posiciones en su bastión saheliano: por una parte, AQMI, Al Murabitún y Ansar Edín habían mantenido su fidelidad; y, por otra, Daesh pierde sus lealtades más allá de pequeñas guerrillas como la de Abu Walid Saharaui y Jund al Jilafa. La presencia de Al Qaeda en el Sahel vuelve a ser mayoritaria, y casi exclusiva, si bien más allá de la etiqueta mantienen su peculiar relación con “la base”, salvaguardando siempre su autonomía.

 

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Un grupo de soldados revisan el perímetro marcado tras un atentado en Gao, Malí. (STR/AFP/Getty Images)

Hibridación y desarrollos doctrinales

El fenómeno de hibridación entre crimen organizado y terrorismo en el Sahel es evidente, donde confluyen toda una serie de variables que conforman un caldo de cultivo propicio para esta colaboración. Los itinerarios y pistas entre dunas y campos de piedras son utilizados por terroristas y redes criminales. Los puntos de avituallamiento y encuentro entre traficantes se han convertido en lugares también privilegiados por grupos terroristas. Tribus, cuya actividad principal es el tráfico de todo tipo, son conscientes de la necesidad de garantizar su protección a través de las organizaciones terroristas, puesto que su presencia es mucho más propicia para sus intereses que la de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Entre traficantes y terroristas, que inicialmente se hacían pagar por sus servicios, y en virtud de la proximidad y complicidad que se establece, nace una estrecha interdependencia. Con el refuerzo de la interdependencia entre grupos terroristas y redes mafiosas se acrecienta la hibridación, y se difuminan las fronteras entre organizaciones. El terrorismo deviene una actividad de corte mafioso y el crimen organizado adopta métodos terroristas para confrontar a las fuerzas de seguridad estatales. La tendencia entre terroristas es, por tanto, la de desarrollar sus propias redes criminales, mientras que los traficantes aspiran a disponer de sus propias milicias armadas.

El terrorismo saheliano no ha producido una literatura comparable a la desarrollada por teóricos de Al Qaeda y Daesh, que han conformado sólidas bases doctrinales sobre las que asentar sus proyectos y acciones violentas. Aunque sin base escrita, una nueva doctrina terroristas se conforma paulatinamente, en paralelo a la sahelización del fenómeno y fruto de especificidades propias. Aún en ausencia de este corpus teórico, surgen ciertas premisas doctrinales a partir de las declaraciones de responsables, bases de actuación y modus operandi susceptibles de instaurar divergencias sobre la línea adoptada por las grandes matrices yihadistas. La instauración de un califato no es, ni mucho menos, la gran preocupación del terrorismo saheliano, que privilegia la vertiente de “apoyo” a las poblaciones musulmanas de la zona frente a los Estados en liza. La lucha saheliana no es propiedad de YNIM y ésta se lleva a cabo en alianza con los fieles locales, que se adhieren al enfrentamiento contra Francia y sus aliados, ya sean estos los Estados africanos u occidentales, que sí son identificados como “enemigos del islam”. Contrariamente a Al Qaeda y Daesh, YNIM no pretende liberar a un pueblo, sino estimularlo para la lucha, azuzando una rebelión islamizada a gran escala para derrocar a regímenes impíos. Relajando el rigorismo religioso de Oriente Medio, poco adaptado a la realidad africana, en aras de fomentar el efecto simbiótico con la población, YNIM aspira a diluirse entre musulmanes y proliferar ataques contra símbolos del Estado y potencias extranjeras, y nunca contra poblaciones civiles, como legitiman Al Qaeda y Daesh.

Todo esto a través de acciones de confrontación directa en zonas rurales y apartadas de grandes núcleos de población y de acciones de guerrilla urbana en las ciudades. Tales orientaciones tácticas, unidas a la voluntad de confundirse con la población, impone al YNIM la limitación de su actividad al Sahel, donde puede beneficiarse de este aporte humano, en el marco de una estrategia que prima el medio y largo plazo, sin urgencias cortoplacistas. YNIM no esboza una guerra contra el “enemigo lejano”, representado por Occidente en su conjunto en los términos que lo hace Al Qaeda y Daesh, y sólo enfatiza su beligerancia contra quien se presenta como realidad en el territorio. Francia y sus aliados, ya sean estos occidentales o africanos, son por tanto el enemigo que abatir. “Africanización”, “urbanización”, “difusión” y “normalización” son conceptos cada vez más en boga. Por encima de divisiones doctrinales o de otra índole, la “unificación” está también al orden del día: el encuentro, cooperación y colaboración con grupos regionales no plantea problema alguno, siempre y cuando se comparta el mismo combate y objetivos. Si la hoja de ruta de YNIM cuaja, el terrorismo en la zona se articulará alrededor de un agregado de organizaciones regionales, de fuerte base social, valiéndose de tácticas de ataque híbridas, adaptadas a las especificidades del Sahel en aras de socavar aún más la autoridad de los Estados regionales y expandir su área de influencia exclusiva, reforzando de paso las dinámicas de hibridación entre terrorismo y crimen organizado.