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Imágenes de algunos líderes egipcios, entre ellos, Gamal Abdel Naser y Abdel Fatah al Sisi, El Cairo. Spencer Platt/Getty Images

Una obra que aborda, a través de las biografías de Gamal Abdel Naser y Sayed Qutb, la enemistad histórica entre nacionalistas e islamistas en Egipto, así como sus consecuencias para el país y la región.

Making the Arab World: the clash that shaped the Middle East

Fawaz Gerges

Princeton University Press, 2018

Cuando el pasado 17 de junio Mohamed Morsi, el primer presidente civil electo de la historia de Egipto y uno de los líderes más prominentes de los Hermanos Musulmanes, murió durante una sesión judicial, el régimen del país árabe cerró filas en torno al silencio. Un frío comunicado del Fiscal General, noticias de 42 palabras escondidas en el interior de los periódicos oficialistas, referencias al ex rais como un ciudadano corriente, y un forzado entierro exprés, fueron la receta elaborada para pasar página lo antes posible.

Pero la discreción vivida en Egipto contrastó con la reacción de la Hermandad a la noticia. Los islamistas calificaron la muerte de Morsi de “asesinato en toda regla”, e hicieron un llamamiento a la movilización que resonó con fuerza en Turquía, donde muchos de sus seguidores se encuentran exiliados. Allí, miles salieron a la calle para oficiar funerales simbólicos en los que se elevó a Morsi a la figura de mártir, se acusó de “asesino” al Presidente egipcio, Abdel Fatah al Sisi, y se le amenazó con que algún día será derrocado.

La disonancia exhibida por ambos lados ante un mismo episodio no fue más que la última muestra de la mutua animadversión en la que viven instalados el ultranacionalista régimen militar egipcio y los islamistas. Una dinámica que ahonda sus raíces en el Egipto de mediados del siglo pasado, con consecuencias que a día de hoy siguen retumbando aún por toda la región, y en cuya historia se sumerge el académico libanés Fawaz Gerges en su última obra, Making the Arab World: the clash that shaped the Middle East.

Parte de la originalidad del libro de Gerges yace en que, para explicar la batalla entre ambos movimientos –ampliamente abordada desde múltiples disciplinas–, el autor se apoya en una revisión privilegiada de las biografías de sus dos máximos exponentes: los coetáneos egipcios Gamal Abdel Naser, padre de un nacionalismo panárabe relativamente secular, y Sayed Qutb, todo un referente para el islamismo revolucionario y el yihadismo.

Más interesante aún, el académico se aleja de la narrativa dominante que limita a ambas figuras y sus respectivas ideologías presuponiéndoles un carácter inflexible, consistente y fatalmente inevitable. Por el contrario, Gerges narra una historia personal mucho más compleja, incoherente y extraordinaria, lo que proyecta dos movimientos que, lejos de ser antagónicos, presentan igualmente un cierto carácter fluido e íntimamente intrincado.

Que las trayectorias de Naser y Qutb se entrelacen se debe sobre todo a que ambos fueron hijos de la época que vivieron. Tras la disolución formal del Imperio otomano en 1924, se abrió un espacio en el mundo árabe en general, y en el llamado Egipto liberal en particular, en el que nuevas ideologías pudieron emanar, competir y fluir.

En ese contexto, el joven Naser, nacionalista, se unió durante un breve período de tiempo a las filas del fascista Partido del Joven Egipto, para dar el salto luego a los Hermanos Musulmanes, jurando lealtad a su fundador, Hassan al Banna, y formando parte, como otros tantos oficiales del Ejército, del brazo paramilitar de la Hermandad.

La afiliación de Naser a los Hermanos Musulmanes fue en buena medida utilitaria, ya que ambos se complementaban en su lucha contra un enemigo común. Pero ésta ilustra la promiscuidad que caracterizó al futuro Presidente incluso inmediatamente después de participar en el golpe de Estado de 1952 que colocó a los militares en el poder. Para Gerges, Naser no cristalizó ideológicamente hasta que controló con firmeza las riendas del país, por lo que su trayecto hasta allí fue en realidad un viaje imprevisible.

Más sorprendente que la historia de Naser resulta el itinerario personal de Qutb. Quien a día de hoy figura como uno de los referentes ideológicos del yihadismo, dio sus primeros pasos políticos en las filas del partido nacionalista liberal Wafd. Además, Qutb perteneció durante largo tiempo a un pequeño círculo literario caracterizado por el pensamiento crítico, el secularismo y el rechazo a la tradición.

Qutb incluso tejió relación con los oficiales que ejecutaron el golpe de Estado del 52, y Gerges señala que fue el único civil que tenía conocimiento del putsh de antemano, así como el único civil que atendió inicialmente a las reuniones del Consejo del Comando de la Revolución egipcia, que se encargó de supervisar el país tras hacerse con sus riendas.

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Una mano haciendo el signo de Rabia en apoyo a Mohamed Morsi durante el funeral simbólico llevado a cabo en Estambul, Turquía. AFP/Getty Images

No fue hasta 1953 que Qutb se unió formalmente a los Hermanos Musulmanes. Y fue siguiendo la ilegalización y la brutal represión contra la Hermandad llevada a cabo por Naser poco después que algunos de los que terminaron en la cárcel, destacando Qutb entre ellos, empezaron a radicalizar su discurso.

A partir de entonces, el relativo espacio de libertad política que había existido en Egipto se cerró a cal y canto, dando comienzo a la encarnizada rivalidad entre ambos. La tensión entre los dos movimientos, pues, no afloró hasta un tiempo después del golpe de Estado, y no lo hizo tanto por cuestiones ideológicas como por una lucha de influencia y de poder.

La consecuencia más evidente de aquel enfrentamiento fue la emergencia de Naser como líder indiscutible del país, y la adopción de un nacionalismo árabe secular como ideología del régimen. En paralelo, su puño de hierro radicalizó a parte del islamismo, lo que sentó las bases de unas formas revolucionarias que justificaron la violencia para transformar el Estado y la sociedad, ayudando a dar a luz también al yihadismo que conocemos hoy.

Pero para Gerges, el largo historial de estrechos vínculos y puntos en común entre los militares como Naser y los islamistas como Qutb pone de manifiesto que el desenlace que conocemos, en forma de profunda animadversión, no solo no estaba escrito, sino que bien podría haber tomado otros cauces.

Para Gerges, y he aquí la clave del libro, el choque que daría forma al mundo árabe y que ayudaría a escribir buena parte de la historia reciente de Oriente Medio no tenía nada de inevitable. Es más, el choque entre los movimientos de Naser y Qutb, lejos de deberse a su naturaleza opuesta, fue más bien el resultado de sus errores de cálculo, la excesiva ambición de sus líderes y, en definitiva, de una lucha de poder que acabó fuera de control.

Solo sería años después de explosionar la relación entre ambos que la Hermandad y los nacionalistas seculares pasarían a enmarcar sus diferencias en términos ideológicos, con fines propagandísticos. Los primeros adoptaron un discurso victimista y acusaron a los segundos de autoritarios; y éstos acusaron a los primeros de totalitarios y traidores.

El final del libro, por su parte, coloca al lector en una especie de déjà vu. Cuatro décadas después de la muerte de Naser y Qutb, una nueva revolución en Egipto, esta vez la de la Primavera Árabe de 2011, volvió a situar a militares e islamistas frente a frente, primero intentando navegar juntos la nueva etapa que se abría en el país solo para volver a degenerar en un conflicto brutal que ha dejado de nuevo miles de encarcelados y muertos.

Siguiendo la estela de su predecesor, con el que a menudo se le comparaba en sus inicios, Al Sisi y su régimen retratan a los Hermanos Musulmanes como una amenaza existencial para Egipto a la que solo los militares están capacitados para hacer frente. Asimismo, la Hermandad enmarca el golpe de Estado contra Morsi y la subsiguiente ola de represión como una continuación de la persecución del movimiento islamista en los 50 y 60, reivindicándose como defensores de la voluntad popular y acusando al régimen de haber establecido una dictadura con ayuda exterior para desmantelar su democracia.

Pero a diferencia de su mentor, Al Sisi carece claramente del carisma y el apego popular de Naser, así como de una visión estratégica capaz de hacer subir a su tren a alguien más allá de sus acólitos. Por ello, resulta difícil imaginar que el rais logre triunfar allí donde Naser fracasó, y en cambio no resulta tan difícil imaginar que sus formas brutales degeneren, como ya lo han hecho, en una nueva ola de radicalización islamista.

Como apunta Gerges, la nueva batalla entre ambos tampoco es fruto de su voluntad de defender la democracia y el Estado, sino de una lucha por el poder y el control, por lo que, una vez más, la deriva de la Revolución de 2011 nunca fue inevitable. Como tampoco lo sigue siendo ahora su enemistad, muy a pesar de las consecuencias para la región.

“La grieta entre islamistas y nacionalistas sigue siendo el impedimento más importante para la normalización e institucionalización de la vida política en Egipto, el país árabe más poblado, y en otros países árabes,” concluye Gerges. “No puede haber una transición política mientras los Hermanos Musulmanes, el movimiento social más influyente del mundo árabe, y el régimen dominado por militares sigan en un estado de guerra.”