Revueltas Árabes_page-0001Revueltas Árabes La Primavera Árabe supuso el estallido de movimientos revolucionarios que sacudieron Oriente Medio y el Norte de África, pero también propició una descarga de creatividad traducida en nuevas narrativas, nueva literatura y nuevos documentales. He aquí una muestra de todas ellos.

Diez años después del estallido de las primero aplaudidas y más tarde malhadadas Primaveras Árabes, la caduca tradición del periodismo de esperar a los aniversarios para rescatar hitos históricos arrumbados por el frenesí de la actualidad llenará en el albor de 2021 miles de páginas con toda clase de interpretaciones y balances. La mayoría, con toda probabilidad, pesimistas. Y es que basta con recurrir a la geografía para percatarse de que en aquellos Estados donde en 2011 se desató un seísmo de ilusión popular en favor de la libertad, la igualdad, los derechos y la justicia social, una década después persisten el cesarismo, los abusos, la arbitrariedad, la pobreza y la ausencia de alternativas, hundidas en una ñanga de guerra, lágrimas y frustración.

En Egipto, a la opresión del denostado Hosni Mubarak le ha sucedido la crueldad de Abdel Fatah al Sisi, un oficial cuartelario de la vieja escuela golpista árabe que en apenas ocho años ha rebasado en infamia a su predecesor, sin que la comunidad internacional lo haya reprobado. En Siria, la estirpe de los Al Asad mantiene enarbolado el puño de hierro que blandió su fundador, el coronel Hafez al Asad, aunque ahora rebosante de la sangre de un pueblo traicionado, asimismo, por los intereses extranjeros. La guerra es igualmente la condena diaria que todavía penan los ciudadanos de Yemen -un conflicto tan desalmado como desdeñado- y que asuela Libia, víctima del caos y enfrentamiento fratricida desde que aquella aciaga primavera la OTAN contribuyera militarmente a la victoria de los heterogéneos grupos rebeldes sobre la autocracia de Muamar al Gadafi. Ni siquiera Túnez parece ya una excepción, pese a que luce aún como la única transición política exitosa. Avanzado 2020, adolece de los mismos problemas sociales y económicos que desencadenaron la furia contra el régimen de terror de Ben Alí, añorado ahora por muchos: corrupción sistémica, paro, desencanto y una ausencia de horizontes que espolea tanto el radicalismo religioso violento como la migración clandestina.

No se pueden negar los logros y progresos. Cambios que han trocado para siempre sociedades que han aventado el miedo y redescubierto el poder de la palabra elevada, del grito colectivo y la dignidad alzada, prestas y dispuestas a una nueva revolución pese a que en general reine la apirexia. Pero tampoco las razones: entre ellas, la insistencia externa -en particular de Europa- de contraponer la disyuntiva islam y laicismo obviando que son sociedades con una arraigada tradición religiosa en la que la laicidad es una elección minoritaria. La contrarrevolución salafista-wahabí espoleada por Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos que ha alimentado la radicalización y el yihadismo y socavado la oportunidad de reformar y hacer evolucionar el llamado Islam Político hacia una suerte de democraciacristiana como ocurrió con los movimientos más conservadores en Europa. Y como es habitual, los intereses geoestratégicos mundiales, tanto en Oriente Medio, el Mediterráneo Oriental y el Sahel.

 

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Un mural pintado en la Academia de Arte de El Cairo durante la Primavera Árabe en señal de protesta contra el expresidente de Egipto, Hosni Mubarak. (Frédéric Soltan/Corbis via Getty Images)

Una nueva narrativa

Más allá del pulso político y social, aquel movimiento revolucionario también propició un estallido de creatividad que desencadenó una innovadora y potente narrativa. Desabrochados los cinturones impuestos por las dictaduras, e impelidos por la ilusión libertaria que contagió el mundo, decenas de escritores, activistas, cineastas, dramaturgos, cómicos, caricaturistas y otros artistas jóvenes se lanzaron a la palestra con un nuevo lenguaje que ha contribuido a aguijar el cambio y a dilatar el reducido espacio que ocupaba el pensamiento crítico. También periodistas y académicos que vivieron en primera persona este “despertar de la conciencia” y que quisieron equipararlo al final de la década de los 60 en Europa y Estados Unidos, pese a sus evidentes contrastes. Para empezar a navegar por este proceso océano de antilogías y paradojas resulta especialmente interesante The new Middle East: Protest and Revolution in the Arab World (Cambridge University Press, 2013), un ensayo de tinte académico coordinado por el prestigioso intelectual libanés Fawaz A. Gerges, profesor de la London School of Economics y en el que analizan el contexto y las causas reconocidas firmas como las de Juan Cole y Muhammad Ayoub. Destacable es la contribución de Ali Kadri, que aborda una cuestión que se considera tangencial pero que en realidad está íntimamente vinculada, las manifestaciones tanto en Turquía como Irán.

Sectarian Gulf: Bahrein, Saudi Arabia and the Arab Spring that Wasn’t. (Stanford Briefs, 2013) es, como dice la periodista bahreiní Reem Khalifa, un libro escrito por un reportero que disecciona con perspicacia la particular primavera del Pérsico y el porqué de una represión que fue rápida y efectiva. Su autor, Toby Mathiessen adelanta la obsesión por destruir revueltas y su posible legado que asumieron las monarquías saudí y emiratí, conscientes desde el principio de que el canto renovador y libertario suponía una amenaza a sus pilares. Sobre todo, el posible afianzamiento de un islam político templado y democrático heredero de la teoría concebida por Hasan al Banna, el fundador de los Hermanos Musulmanes.

En la misma línea, The burning shores: Inside the battle for the new Libya (Farrar, Straus and Giroux 2018) es un profundo repaso, aderezado con experiencias personales, del militar y analista político estadounidense Frederic Wehrey, de la historia contemporánea de Libia, que no solo ofrece el valor de encuadrar los acontecimientos en el pasado, si no que aporta un detallado relato de la revolución en sí misma y de las consecuencias que tuvo tanto en el país como en la posterior crisis migratoria y en el Sahel. En castellano, ¿Qué queda de las revueltas árabes? (Catarata, 2014) reúne a un grupo de periodistas y activistas españoles con el mismo espíritu de análisis global de caminar desde el contexto al hecho para aprehender sus consecuencias geopolíticas. Mientras que De Egipto a Siria: el principio de una revolución humana y sus antecedentes (Norma, 2019), del escritor mauritano Mamadou Ly, es un ensayo lúcido que se agarra al humanismo para defender el optimismo de la lucha social.

Iluminadores son otros dos libros más: Siria, la revolución imposible (Colección Encuentros, 2018), del filósofo y escritor sirio Yasin Hadj Saleh, uno de los grandes intelectuales árabes de nuestro tiempo. Presentado por el también reconocido filósofo español Santiago Alba Rico, el mérito de Hadj Saleh es que nos relata la Primavera Árabe como un fenómeno global, un espejo universal en el que nos reflejamos nosotros mismos en el contexto de nuestro propio devenir como sociedad capitalista. Une exploration radicale du soulèvement arabe (Sinbad, Actes Sud 2013) hay que leerlo como la obra de un erudito militante, profesor de la Universidad de París, llamado Gilbert Achcar, que bucea en las raíces sociales y económicas del levantamiento y pone en evidencia los errores de la oposición, tanto antes como después de la sacudida, que llevaron al fracaso. En esa misma línea, pero más específico y divulgativo, es Sarkozy et Khadafi, histore secrète d’une trahison (Editions Points 2014), de la periodista Catherine Graciet, sobre las injerencias extranjeras.

Más reciente, Artists, writers and The Arab Spring (Palgrave McMillan 2019) del intelectual sirio Riad Ismail -director de la televisión estatal y exministro de Cultura (2010-2012), muerto recientemente por Covid19- dibuja de forma espléndida la transformación que ha experimentado tanto el arte como la sociedad árabe en un contexto de tragedia humana.

 

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Un grupo de personas en la ciudad de Idlib sostiene carteles contra la ingerencia de Rusia en la guerra en Siria. (Izzeddin Idilbi/Anadolu Agency via Getty Images)

Una literatura militante

Existe un abrumador consenso sobre que la gran novela sobre las Primaveras Árabes, similar en profundidad y calidad a obras esenciales como Las ciudades de sal, del escritor saudí y luego apátrida Abdelrahman Munif, está aún por escribir. Existen, por supuesto, un puñado de composiciones excelsas que desmenuzan con sobria belleza y hondura las sociedades previas, y que por ello es recomendable leerlas o releerlas para llegar a comprender la verdadera dimensión de Tahrir o Sidi Bouziz. El elogio del odio (Lumen 2012) es una de las obras cumbre del narrador sirio Khaled Khalifa. Víctima él mismo de la tortura y la persecución del régimen Al Asad, el libro recrea con simplicidad y cariño la Aleppo de la década de los 80 a través de los ojos de una mujer sin nombre que es capaz de transportarnos a la Siria de hoy sin ser conscientes siquiera del tránsito. Voz propia en el universo literario árabe, Khalifa publicó en 2016 Death is a hard work (Farrar, Straus and Giroux, 2019) en él narra la crudeza de la guerra actual y el dolor del terrorismo a través del viaje de tres hermanos que desean enterrar a su padre.

También sobre la Siria de la dictadura tratan El caparazón (Ediciones del Oriente Medio y el Mediterráneo, 2017), la impactante experiencia de Mustafa Khalifa en las cárceles del régimen, El lado oscuro del amor (Salamandra, 2013), la revisión del prolífico Rafik Schami del mito de Píramo y Tisbe en la que navega por los acontecimientos cruciales de Oriente Medio en el siglo XX, y la primera novela de la escritora hispano-siria Leila Nachawati Cuando la revolución termine (Turpial, 2016), una reflexión ponderada y humana de los sucesos que sacudieron siria desde el exilio en Madrid. Aunque no se ajusten a la categoría de novela, Printemps Arabes, religión et Révolution (Editions de la difference, 2014) recoge en un pequeño volumen una colección de artículos escritos por Adonis, el gran poeta árabe contemporáneo.

Taxi (Almuzara 2009), de Khaled Khemisi, es la manera más lúdica de conocer el Egipto que se levantó contra Mubarak en el marco de un cambio social y una agria lucha por el poder entre empresarios, políticos, opositores islamistas y las facciones del Ejército en un país rural y empobrecido, víctima de la bipolaridad social, de la lucha entre la modernidad y la tradición.

Tres obras destacan en el sector de la novela gráfica, que igualmente ha experimentado un boom que ya pronosticaban obras pioneras como Persépolis (Norma, 2002), de Narjane Satrapi o El juego de las Golondrinas (Sinsentido, 2009) de la libanesa Zainab Aberachid -que también ayudan a entender el origen de las Primaveras-, y que confirmó el impactante trabajo de Joe Sacco. En 2011, con las calles y plazas aún sudadas y humeantes salió a la luz entre polémica Habib (Astiberri, 2012), la segunda novela gráfica del premiado Craig Thompson. Un ejercicio de erudición y preciosismo envuelto en la atmósfera de Las mil y una noches sobre los males que acuciaban al mundo que se iluminó y cobró sentido con los gritos de Tahrir o la plaza de la Perla. En una línea paralela transita El árabe del futuro (Salamandra, 2015) autobiografía el franco-sirio Riad Sattour, una obra concebida en cinco volúmenes y que recrea tres décadas del mundo árabe a través de la experiencia del propio autor como “mestizo euroárabe” en Francia, Siria y Libia. Específico y preclaro es Intisar en el exilio (Astiberri, 2019), del guionista español Pedro Riera y el dibujante francés Sagar, que describe con clarividencia la revolución en Yemen a través de los ojos de una joven que se ve abocada al exilio. Riera y Sagar escriben y dibujan sobre la revolución y las mujeres, la revolución y los hombres, la revolución y los islamistas, y ponen en evidencia la falsedad de muchos de los relatos que entonces llegaron a la prensa, de los héroes y heroínas que se aplaudieron y no eran, y vaticina el fracaso y la desilusión que sacudieron los corazones de los que de verdad creyeron que el cambio, que tanto tiempo habían deseado, era factible.

 

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Una niña con una bandera de Libia frente a un grafiti de Gadafi en Trípoli en 2011. (Benjamin Lowy/Getty Images)

Una revolución en imágenes

Hasta la aparición de la televisión privada por satélite como la catarí Al Jazeera (1999), el documental y el cine documental, apegado a los hechos y a la política, eran poco más que una quimera en el mundo árabe. El panorama audiovisual se limitaba a excelentes productos técnicos de cine egipcio, dramas y comedias costumbristas como Bab al Hadid, de Yusef Chahin, que se exportaban a todo el mundo árabe y marcaban la pauta de países con una censura voraz e implacable, pacata y excesiva, como la que afilaba las tijeras del franquismo. La cineasta egipcia Amal Ramsis fue una de las pioneras que tomaron su cámara y se confundieron entre las voces y las ambiciones para documentar como caía el telón del miedo. A escondidas, con la cámara temblorosa en las manos, la cineasta comenzó a filmar Forbidden (2011), su aclamado primer largo que “describe en forma realista la culminación de los acontecimientos y represiones que llevaron al levantamiento masivo y brinda una clara comprensión de cómo durante las últimas décadas ha sido oprimido cada aspecto de nuestra sociedad”, aseguraba en su crítica publicación Egypt Today.

Desde los meses previos a los primeros días de protestas, también transitan otras dos populares cintas egipcias: el documental Cairo Drive, de Sherif Elkatsha, sostenido en la misma idea que la novela Taxi, ya citada, y Cairo Confidential, un thriller estrenado con éxito en 2017 en el Festival de Sundance en el que Tarek Saleh escenifica con maestría las sucias e interesadas relaciones entre la policía, el gobierno y los grandes empresarios, que caracterizaban el Egipto prerrevolucionario.

Nominada a los Óscar, Karama no tiene paredes (2013), de Sara Ishaq, cuenta el alzamiento en Yemen a través del drama de dos familias en la que la ilusión inicial queda lacerada por las violaciones de los derechos humanos a las que los dictadores recurrieron para tratar de reprimir la marea. Ishaq, galardonada con un Bafta, completó su peculiar visión de lo que ocurrió a Intisar y a otros hombre y mujeres en el país más pobre del mundo con The Mulberry House (2013), un canto poético sobre las relaciones familiares en tiempos de mudanza revolucionaria. En la misma línea, también de la mano de una mujer, hallamos For Sama, el relato desgarrador de una joven madre siria enamorada, casada con uno de los últimos médicos que resisten en la destruida Aleppo, que debe elegir entre el instinto de protección y el deber hipocrático de asistir a los que sufren y han perdido lo poco que tenían. Nominada en 2020 a los Óscar como mejor documental y narrada en clave autobiográfica, la primera obra de la periodista siria Waad Al-Kateab y el cineasta británico Edward Watts es una oda a la valentía y a la solidaridad que sacude por lo que muestra, pero también por la que subyace detrás de la tragedia de las balas, la sangre y las bombas: el impacto de la inhumana codicia en los pueblos.

We are the Giant, de Greg Baker, parte de la idea expresada por el Che Guevara de que la revolución no es una manzana cuando está madura, si no que debes hacer que caiga. Presentada en 2014 también en el festival de Sundance, surca el las primaveras de Bahréin, Libia y Siria subida a la ola que corona el miedo cuando el pacifismo es una apuesta para el cambio. Y lo hace a través de los ojos profundos de dos mujeres jóvenes, Maryam al Khawaja y Razan Ghalayani. Más extraño, pero igual de luminoso es el documental Tikling Giant (2016), de Sara Taksler, basado en Al Barnamig, el programa estilo late night con la que saltó a la fama el médico egipcio Bassem Yousef, y que rompió moldes en los años siguientes a la revolución con su ácida y humorística crítica, en especial hacia los islamistas.

Nunca más miedo (2011) de Murad Ben Cheikh llevó la revolución tunecina a la gran pantalla de Cannes y su difusión fue un acicate para el resto de países. Laïcite Inch’Allah (2011) de la francotunecina Nadia el Fani aborda una de las grandes cuestiones que abrieron en canal las Primaveras, la lucha entre la religión y el laicismo, origen tanto de las revueltas como de su fracaso posterior. Desde Hollywood, con la impronta de las grandes producciones norteamericanas Trece horas (2016) sostiene el aliento sobre uno de los acontecimientos más misteriosos del forzado levantamiento en Libia y muestra de manera descarnada como, al menos en principio, los que aplaudían las revueltas desde fuera apenas sabían nada de lo que en realidad sucedía en el seno de sociedades tan ansiosas de cambio como quebradas.