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Una mujeres llevan mascarilla tras ponerse en marcha las medidas de prevención contra el coronavirus en el barrio de Abobo, Abidjan, Costa de Marfil. (ISSOUF SANOGO/AFP via Getty Images)

Los países del continente reaccionaron a los casos de coronavirus de manera diferente, pero siendo conscientes del desconocimiento de las consecuencias que este podrá producir en cada uno de ellos. He aquí una radiografía de la situación actual y los retos.

Los abrazos tampoco estaban permitidos el día más doloroso del año.

El 7 de abril, el 26 aniversario del genocidio contra los tutsis, Ruanda recordó a sus muertos —800.000 asesinatos en tres meses— manteniendo todas las normas para impedir la transmisión del coronavirus. Solamente, el presidente Paul Kagame y la primera dama, Jeannette Kagame, rompieron las distancias de seguridad. El memorial del genocidio de Kigali, la sepultura de más de 250.000 personas, estaba prácticamente vacío. Había un puñado de políticos y periodistas. Las eventos multitudinarios, donde cada año miles de ruandeses se reunían a rememorar los errores del pasado para no cometerlos de nuevo, están cancelados. Ruanda, con 105 pacientes con coronavirus y uno de los primeros países de África en ordenar el confinamiento de su población, también está plantado cara a esta epidemia mundial.

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Un grupo de personas en los balcones de sus casas en Hillbrow, Johanesburgo tras ponerse en marcha las medidas del Gobierno para hacer frente al coronavirus. (MARCO LONGARI/AFP via Getty Images)

África concentra el 0,84% de todas las infecciones de planeta; en este continente el coronavirus es un recién llegado cuyas consecuencias aún se desconocen. Sin embargo, después de escuchar al secretario general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus —"África debe prepararse para lo peor. Mi continente debe despertar"—, decenas de gobiernos aceleraron la incorporación de normas para detener esta pandemia. Por ejemplo, Sudáfrica, la principal potencia económica de África Subsahariana, pero también una de las naciones más desiguales del mundo, ordenó el confinamiento estricto de la población en sus hogares durante 21 días. Con un tono más parecido al de unos padres que castigan a su hijo después de haber cometido una gamberrada que al de un político preocupado por la salud de la población, Bheki Cele, el ministro de Policía, anunció que los ciudadanos que incumpliesen estas normas pasarían seis meses en la cárcel o serían multados:

—Después de comprar la comida te vas a tu casa a cocinarla —dijo Cele—. Puedes beber lo que tienes en casa. No necesitas quedarte en la carretera. No necesitas moverte. Los perros no saldrán a pasear. Si quieres pasear a tu perro, hazlo en tu jardín.

En casi todo el continente se han prohibido los traslados innecesarios; se han clausurado colegios, institutos y universidades; se han restringido las reuniones multitudinarias; se han cerrado las fronteras —tanto Ruanda como Uganda han cortado el tráfico aéreo de pasajeros—; se ha prohibido el transporte público; etcétera.

Uganda también ha tomado medidas rotundas. El 30 de marzo, el presidente Yoweri Kaguta Museveni, sobrecogió a los ugandeses al ordenar por sorpresa el cierre de la nación durante 14 ddías. Kampala, la capital del país, parece detenida en el tiempo. Tampoco la ciudad con más vitalidad del este de África ha resistido a las normas para luchar contra el coronavirus. Los ugandeses aún pueden salir a comprar comida, pero sin usar vehículos. Ni siquiera los populares moto-taxis, conocidos como bodabodas. Hasta ahora, esas motocicletas fabricadas en China eran parte del paisaje de la ciudad. Había al menos 200.000 conductores registrados, aunque nadie conoce este número con seguridad. En todo el país, millones de ugandeses dependían de este trabajo. En esos barrios donde las noches nunca terminaban, los soldados han cerrado los últimos bares. La estación de minibuses del centro de Kampala, la más concurrida de toda la región, es un espectáculo estremecedor, donde cada día llegaban más de 100.000 pasajeros en 4.000 minibuses blancos, se ha transformado en un descampado de arena vacío.

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Un policía golpea a dos mujeres en Kampala, Uganda. (BADRU KATUMBA/AFP via Getty Images)

El Estado ha demostrado que usará la fuerza para contener a la población. El 26 de marzo, pocas horas después de que el presidente anunciase otra serie de medidas contra la pandemia, los cuerpos de seguridad golpearon a los comerciantes que incumplían esas órdenes en el centro de Kampala. Para evitar las concentraciones habituales en los mercados más importantes y reducir el movimiento de los ciudadanos, solamente podían vender comestibles. Desde entonces, los medios de comunicación y los ciudadanos han reportado decenas de palizas por parte de la policía y los militares. Después de que fotografías como la de una anciana con una herida abierta en su cabeza o la de una embarazadas que había sido atizada, cortasen la respiración de los ugandeses, el presidente Museveni también condenó estos abusos. Siguiendo las órdenes de un tribunal militar, seis soldados pasarán seis meses en prisión, un movimiento raro en un país donde los cuerpos de seguridad tienen un largo historial de abusos e incluso asesinatos sin enjuiciamientos para los responsables.

¿Cómo conseguir que todas esas personas, a las que el Estado les había dado la espalda hasta ahora y que vivían a su margen, obedezcan las órdenes para parar la enfermedad? En África la pandemia del coronavirus no es solamente una crisis sanitaria; también puede transformarse en una prueba determinante para sus Estados.

Cerca del 86% de los trabajadores africanos depende del sector informal. Aunque algunos economistas neoliberales celebraron la propagación de estos trabajos como una expresión de la creatividad del pueblo en las naciones empobrecidas o "una oportunidad para reducir la pobreza debido a su potencial para crear empleos", para el Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos el sector informal no es más que "un pozo que ofrece condiciones de vida y laborales hostiles". Los ciudadanos que no tienen espacios en los círculos económicos formales salen a las calles para vender verduras o ropas de segunda mano en las esquinas, preparar comida rápida en cualquier rincón, transportar paquetes pesados o conducir moto-taxis, en ocasiones sin la certidumbre de conseguir unos cuantos billetes arrugados al caer la noche: existen muchos competidores y los beneficios son escasos. Los aparatos productivos de los países de África no los necesitan: sobran. Los Estados los han abandonado a su suerte, sin garantizarles los servicios sociales más básicos. Como sus ocupaciones apenas les permiten ahorrar, deben trabajar todos los días. En Kenia, mientras las familias de los barrios aburguesados corrían a los supermercados para abastecerse de alimentos, los residentes de las barriadas más pobres se preguntaban con preocupación qué harían cuando el gobierno ordenase el confinamiento.

La Administración ruandesa, que anunció un "programa de protección social para las personas más vulnerables", está repartiendo alimentos a las familias que no pueden trabajar y no tienen ahorros. De acuerdo con el Gobierno, al menos 50.000 hogares reciben alimentos solamente en Kigali, la capital de Ruanda. El Ejecutivo de Uganda también ha aprobado la distribución de comida después de identificar los hogares que más lo necesiten. Estos repartos han comenzado en algunas barriadas de Kampala.

"Los ciudadanos tendrán que elegir entre morirse de hambre o exponerse a la enfermedad. […] La respuesta de los gobiernos no puede ser únicamente sanitaria; debería tener más sensibilidad con las condiciones materiales de las personas", escribe Yusuf Serunukuma, del Instituto Makerere de Investigación Social (Uganda).

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Miembros de la ONG Shining Hope for Communities toman la temperatura en Kibera, Nairobi, Kenia. (YASUYOSHI CHIBA/AFP via Getty Images)

En una carta en la que pedía la colaboración de la comunidad internacional para luchar contra el coronavirus en África, Abiy Ahmed, el primer ministro de Etiopía, advirtió que el confinamiento también tendrá consecuencias en las zonas rurales —el 60% de la población de África Subsahariana vive en el campo— y en la seguridad alimentaria de todo el continente: "Nuestra agricultura tradicional depende de las lluvias y los ciclos climáticos dictan cuándo debemos desbrozar, sembrar o cosechar. La más mínima interrupción de esta cadena puede desencadenar un desastre, poniendo en peligro aún más el débil suministro de alimentos". Para Ahmed, solamente la solidaridad de la comunidad internacional puede evitar esta hecatombe.

En lugares como los barrios marginales de Nairobi, la capital de Kenia, donde al menos dos tercios de su población está hacinada en el seis% de la superficie de la ciudad, mantener las distancias de seguridad no es una tarea sencilla. Es una situación que se repite en muchos rincones de África. Hasta el 71% de los hogares de Uganda tiene una única habitación que todos los miembros comparten para dormir.

Los gobiernos del este de África o Sudáfrica han copiado los protocolos que la Organización Mundial para la Salud desarrolló en las naciones industrializadas sin adaptarlos a las realidades del continente. Al caricaturista Patrick Gathara —uno de los comentaristas políticos más brillantes de Kenia—, este comportamiento le recuerda al de los británicos durante el período colonial. Ellos pusieron en marcha medidas de contención de epidemias que no estaban diseñadas para proteger a los nativos, sino para impedir que ciertas enfermedades contagiasen a los colonos o interrumpiesen las actividades económicas: que los colonizadores siempre tuviesen a su disposición mano de obra barata para sus negocios. Sin escuchar las opiniones de los kenianos, la Administración británica impuso campañas de vacunación de dudosa eficacia, desplazaron o pusieron en cuarentena a centenares de ciudadanos, y separaron los barrios de los europeos. "Un siglo más tarde, delante de otra pandemia, la élite keniana continúa siendo poco consciente de las necesidades del pueblo. […] Aunque está claro que el gobierno se esforzará para combatir este brote, es poco probable que ponga en marcha acciones para mejorar los niveles sanitarios o de vida de la mayoría".

Los sistemas sanitarios en los países de África

Por el momento, la Unión Africana ya ha confirmado 17.212 pacientes con coronavirusque suponen cerca del 0,84% por de todas las infecciones del planeta— y 910 muertos —el 0,68% de todas las muertes del mundo—. "A medida que Europa se convertía en el cen­tro de la epidemia, los medios de comunicación se preguntaban por qué África no tenía el virus —escribió la periodista ugandesa Rosebell Kagumire—. El contexto de estos interrogantes giraba en torno a viejos estereotipos sobre el continente como lugar de enfermedades. Parecía un mila­gro que África no tuviera noticias tristes que ofrecer. Era como si un África sin coronavirus fuera una decepción para sus espectadores".

Sin embargo, las esperanzas de las últimas semanas se tiñeron de oscuro en la región con las voces de alarma de, entre otros, Antonio Guterres, el secretario general de la Naciones Unidas: "Sin una movilización masiva de la comunidad internacional —dijo—, en África habrá millones y millones de contagios y muertes". "Según las previsiones de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, los países africanos superarán los 1.000 casos cada uno en menos de un mes y llegarán a 10.000 pocos días después. […] La expansión de la pandemia tendrá efectos devastadores", escribió el corresponsal de La Vanguardia en África, Xavier Aldekoa.

Aunque la pandemia ha entrado más tarde en África, probablemente por el escaso número de personas que aterrizan en el mismo —los vuelos que llegan a este continente representan el dos% de todos los vuelos internacionales del planeta—, el número de infecciones está creciendo a un ritmo inquietante. El coronavirus es una enfermedad tan reciente que los médicos aún no comprenden todas sus características. ¿Sus efectos no serán tan devastadores en una región donde solamente el 6,09% de la población tiene más de 65 años? ¿Qué consecuencias tendrá en lugares tan superpoblados como los campamentos de refugiados o de desplazados internos, o en las barriadas de las ciudades? ¿Cómo actuará con las personas que sufren de malnutrición, tuberculosis, VIH/SIDA u otras enfermedades?

Ocurra lo que ocurra, el continente tendrá que enfrentarse a ese escenario con sistemas sanitarios débiles. Mientras que en Europa existen 21 médicos por cada 10.000 personas, en Uganda el número se reduce a 0,91 médicos por cada 10.000 habitantes. Según la Universidad de Makerere, Uganda, una nación con cerca de 43 millones de personas, solamente dispone de 55 camas de cuidados intensivos: la mitad son propiedad de hospitales privados, y el 80% están en Kampala, la capital.

A partir de los 80, los Estados de toda África retiraron sus manos de la economía al implementar las reformas económicas que proponían el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Endeudadas con las instituciones internacionales, esta era la condición para que las naciones recibiesen más préstamos. El único papel posible de los Estados era el de garantizar un escenario donde las compañías sacasen los máximos beneficios. Las instituciones públicas quedaron en manos de los inversores privados. También el sistema sanitario. En países como Kenia, que dispone de un número razonable de hospitales privados con equipamiento moderno, la sanidad privada es un negocio que en 2010 generaba alrededor de 200 millones de dólaresen todo el continente este sector producía 21.000 millones en 2016, y los expertos pensaban que la cantidad podía doblarse en menos de 10 años—.

Como cuatro de cada 10 kenianos caen en bancarrota por los costes hospitalarios, el 16% no acude a un médico cuando enferma. En 2013, la población se gastó de su propio bolsillo casi 524 millones de euros en los centros sanitarios. La Organización Mundial de la Salud reconoció que las privatizaciones están impidiendo el acceso de millones de personas a la atención médica, empeoraron el estado nutricional de los niños y aumentaron los casos de enfermedades infecciosas y las tasas de mortalidad materna. En Uganda o en Kenia, los hospitales públicos, colapsados de pacientes o sin materiales para ofrecer todos los servicios, dependen en buena medida de los donantes internacionales mientras los Estados siguen reduciendo sus gastos en sanidad.

Solamente, seis naciones africanas —Botsuana, Burkina Faso, Malaui, Níger, Ruanda y Zambia— usan al menos el 15% de sus presupuestos en sanidad. Pero según Naciones Unidas, ni siquiera esos países ofrecen una atención sanitaria universal de calidad.

Incluso si los gobiernos africanos quisiesen establecer sistemas sanitarios públicos en sus naciones, tendrían muchos obstáculos para conseguirlo. Con porcentajes tan altos de trabajadores en el sector informal y numerosas regiones que prácticamente dependen de la agricultura de subsistencia, los Estados tienen poca capacidad para recaudar impuestos. El presupuesto de la República Democrática del Congo —4.060 millones de dólares: alrededor de 51 dólares por ciudadano— es cinco veces más pequeño que el de la comunidad de Madrid —22.331 millones de dólares: 3.380 dólares por ciudadano—, aunque esta nación tiene, entre otros recursos económicos, 80 millones de hectáreas con un potencial agrícola asombroso y más de 1.100 tipos de minerales y metales preciosos en el subsuelo. Las recetas neoliberales también consolidaron los países africanos como meros exportadores de materias primas con poca firmeza a la hora de cobrar impuestos a las empresas extractoras. El mismo Fondo Monetario Internacional reconoció que el código minero que la República Democrática Congo usó hasta el 2018 era demasiado generoso con las industrias extractivas en términos de impuestos. Por otro lado, la corrupción y las estrategias sofisticadas de las multinacionales para esquivar esos aranceles hacen que el continente pierda de 30.000 a 60.000 millones de dólares cada año, según cálculos bastante conservadores de la Comisión Económica de Naciones Unidas para África y la Unión Africana.

La incertidumbre económica mundial no hará más que empeorar esta situación. África ha perdido alrededor de 29.000 millones de dólares desde el inicio de la crisis. Los Estados africanos no tienen la capacidad de países como Alemania, que ha anunciado la movilización de 750.000 millones de euros para mitigar las consecuencias económicas de la pandemia, o Estados Unidos, que gastará dos billones de dólares, el paquete de ayudas económicas más grande de su historia. África sufrirá por la disminución de la demanda de recursos naturales, la caída del número de turistas, la reducción de las remesas, los recortes en los presupuestos de los donantes, etcétera.

Pero este continente tiene una fortaleza que lo distingue de los demás: la experiencia acumulada y las lecciones que los pueblos han aprendido al luchar contra otras enfermedades transmisibles, como el ébola, el sarampión, la meningitis, el cólera o la tuberculosis. Lo señala José Naranjo, un periodista español especializado en África, y Rosebell Kagumire. Los procedimientos de detección precoz, aislamiento y atención están engrasados en los sistemas sanitarios de las 41 naciones africanas que en la actualidad están combatiendo otras epidemias. "Uganda ha contenido en la última década más de cinco brotes de ébola. Esto entrega a las autoridades y comunidades experiencia suficiente para responder a enfermedades altamente contagiosas, incluso cuando las infraestructuras sanitarias no están bien equipadas", escribe Kagumire.

Los países de África observan la pandemia del coronavirus con la inquietud que provoca enfrentarse a un enemigo desconocido, pero también con el orgullo de saber que en el pasado han superado epidemias de enfermedades mucho más letales.