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Una mujer en un vertedero en Bamako, Malí. (MICHELE CATTANI/AFP via Getty Images)

La mala calidad del aire provoca la muerte anual de más de 700.000 personas en el continente. La ausencia de muestreos complica un problema sangrante, del que los vertederos de basura electrónica son la cara más visible.

África. Del lado alegre de la balanza, retratos rebosantes de luz y color, de vida. Del lado más desagradable, instantáneas de sufrimiento y oscuridad, de muerte. Se haya visitado o no el continente, son muchas las imágenes que se agolpan en la mente cuando se piensa en alguno de sus 54 países. La parte negativa suele llegar asociada a cuestiones como la falta de agua potable y de saneamiento, o la malnutrición.

No se iría mal encaminado, pues el mal estado del vital líquido se cobra al año unas 542.000 vidas, un saneamiento precario otras 391.000 y la deficiente ingesta de calorías y nutrientes cerca de 275.000, según cifras todas ellas de la OCDE. Con frecuencia se pasa por alto, sin embargo, un drama cuya mortalidad supera con creces a todas las anteriores: la contaminación atmosférica, a razón de 712.000 vidas anuales, en cálculos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

La contaminación atmosférica afecta a todas las regiones del mundo (siete millones de muertes al año en total), si bien las poblaciones con ingresos bajos que viven en las ciudades son las más damnificadas. No es una cuestión numérica, pero a veces las cifras sirven para hacerse una mejor idea de la gravedad de un problema: el 97% de las ciudades de más de 100.000 habitantes de los países con ingresos medios y bajos no cumplen los estándares mínimos que establece la OMS, una relación que en los Estados privilegiados se reduce al 49%.

La OMS está a cargo de la mayor base de datos global de contaminación del aire urbano. Allí donde disminuye la calidad del aire, aumenta el riesgo de padecer accidentes cerebrovasculares, enfermedades cardíacas, cáncer de pulmón y otras dolencias crónicas y agudas, incluido el asma. Palabra de la OMS, que señala de forma especialmente preocupante en la actualidad al Sureste Asiático, China y la India. Pero si la tendencia continúa como hasta ahora, los problemas de África y, afinando aún más, del África subsahariana “superarán en gravedad y dificultad al resto del mundo, en un futuro próximo”, alerta el consultor Rana Roy.

Una predicción en la que también influye el crecimiento demográfico previsto por Naciones Unidas: de los más de 1.300 millones de habitantes actuales en África (el 17% del total), a los cerca de 2.500 millones en 2050 (25%) y a los casi 4.300 de 2100 (el 40%). “África dominará los números, también los de mortalidad”, recalca Roy.

 

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La imagen muestra los desperdicios y pláticos arrojados al río Niger. (MICHELE CATTANI/AFP via Getty Images)

El asesino silencioso

Pero, ¿qué gravedad exacta reviste la situación en África? No se sabe. ¿Cuáles son los países africanos con mayores niveles de contaminación? Tampoco. ¿Y los principales causantes? La quema de combustible doméstico (biomasa y carbón, principalmente) y la de combustibles fósiles (tráfico rodado, energía e industria), es decir, la contaminación tradicional y la moderna, respectivamente, son los principales responsables de las micropartículas de PM10 y PM2.5, las que más influyen en la contaminación atmosférica. La polución en África aumenta en ambos aspectos, complejidad a la que el continente suma una multiplicidad de fuentes contaminantes, un largo etcétera en el que destaca otra realidad sangrante: los enormes vertederos de basura electrónica. Difícil de establecer un retrato robot más aproximado.

Las respuestas a los interrogantes no son más precisas por un motivo principal: la ausencia de muestreos. La OMS apenas tiene registros de diez de los 54 países de África: Sudáfrica (el país con más ciudades monitorizadas: 13), Ghana (5), Senegal (5), Mauricio (5), Camerún (3), Liberia (2), Kenia (1), Madagascar (1), Tanzania (1) y Uganda (1). Tampoco arroja más luz la última actualización de otro de los informes de referencia en materia de contaminación de PM2.5, el IQAir, que refleja que la carencia de información con una comparación muy gráfica: solo en el área metropolitana de Londres hay más estaciones públicas de monitoreo que en toda África.

Las diferentes voces consultadas para este análisis coinciden en señalar la urgencia de meter la mano a un asunto crucial, para lo cual es imprescindible contar con mediciones, que apenas existen. Que el número de muertes siga aumentando en la oscuridad ha provocado que algunas reflexiones de Naciones Unidas se refieran a la contaminación atmosférica como la asesina invisible y misteriosa.

Una depredadora en la sombra vinculada directamente con la alta mortalidad infantil, tal y como respaldó en 2018 la revista científica Nature en su artículo Relación sólida entre la calidad del aire y la mortalidad infantil en África. No en vano, instituciones como UNICEF vienen presentando campañas regulares para denunciar que solo la neumonía infantil, provocada entre otros factores principales por la contaminación atmosférica, mata en el África subsahariana a cerca de medio millón de niñas y niños cada año.

África se asfixia en silencio: la creciente amenaza del aire contaminado, titula uno de los estudios más recientes del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, que pone de relieve cómo apenas el 6% de la población infantil africana vive en áreas con mediciones fiables. O, dicho de otra forma, 500 millones de niñas y niños africanos viven en áreas sin estaciones de vigilancia atmosférica. Un vistazo rápido a este mapa interactivo también elaborado por UNICEF, en el que los puntos verdes representan estaciones de mediciones, es probablemente el mejor ejemplo para hacerse una idea de la dimensión de esta carencia.

La ausencia de estudios se debe “probablemente a que los datos de salud medioambiental quedan eclipsados por riesgos como la malnutrición, el sida, la tuberculosis y la malaria”, indica Janine Wichmann, profesora asociada de la Universidad de Pretoria y autora de varios artículos al respecto, entre ellos, Por qué es hora de que África aparezca en los planes mundiales para gestionar la contaminación del aire y África tiene un problema de contaminación del aire, pero carece de datos para abordarlo.

Uno de los informes clave en esta temática es El coste de la contaminación atmosférica en África. Publicado a finales de 2016 por la OCDE bajo la batuta de Rana Roy, supuso uno de los mayores intentos por cuantificar el problema para todo el continente. La investigación refleja un incremento del 36% de los decesos por contaminación medioambiental entre 1990 (180.000) y 2013 (250.000), mientras el aumento de fallecimientos por contaminación atmosférica en el interior de los hogares aumentó un 18%, de 400.000 a 450.000, en esa misma horquilla.

 

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Un hombre caminando entre residuos y basura en Onitsha, Nigeria. (MARCO LONGARI/AFP via Getty Images)

Vertederos electrónicos

Onitsha. Una ciudad portuaria a la orilla oriental del río Níger, convertida en uno de los mayores vertederos de basura electrónica del mundo. El paradigma del desarrollo posmoderno, allí donde van a parar los residuos tecnológicos del Norte: ordenadores de mesa y portátiles, lavadoras y frigoríficos, aparatos de aire acondicionado y radiadores, pequeños y grandes electrodomésticos, televisores, pantallas y monitores. Chatarra tecnológica que, a través de micropartículas PM10, aúpan a Onitsha como una de las ciudades más contaminadas del mundo.

Aunque tampoco en este ámbito existen muchas certezas, más allá de algunos metales cuya incidencia directa sobre la salud está demostrada, casos del plomo y del mercurio. Lo explica el investigador Luis Alberto Henríquez: “Salvo excepciones, no podemos decir que provoquen enfermedades. No sabemos de forma clara cómo actúan algunas tierras raras sobre el individuo. Pero sí que modifican su fisiología. La basura electrónica se comporta como un factor de riesgo más para desarrollar enfermedades”.

Profesor de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, Henríquez ha llevado a cabo diversos estudios con población inmigrante llegada a las islas, “una población muy poco estudiada y con un sesgo claro: suelen ser hombres jóvenes, sanos y fuertes, con una salud de hierro. Gente con una genética privilegiada que atraviesa medio continente para coger un barco y llegar a Europa. Pues bien, a pesar de eso, presentan niveles altos de sustancias contaminantes por el lugar del que proceden, donde abunda la basura electrónica”. Lo ha plasmado en investigaciones como esta para la revista Environmental Pollution.

Este investigador recalca que no puede afirmar una relación directa causa-efecto, pero que las asociaciones indirectas con los inorgánicos presentes en las analíticas de los migrantes son “incuestionables. Por ejemplo, observamos determinados contaminantes capaces de provocar pequeños cambios en el metabolismo asociados a la presencia de anemia subclínica”. Tal y como queda reflejado en otro de sus artículos, “los inmigrantes provenientes de países con un alto volumen de importaciones de equipos electrónicos de segunda mano presentaban niveles más altos de elementos inorgánicos. En términos generales, a mayor desarrollo económico, mayores niveles de contaminantes inorgánicos en la sangre, lo que sugiere que el desarrollo económico de África, en paralelo a la generación de basura electrónica y a la existencia de lugares informales de reciclaje, ha afectado directamente el nivel de contaminación de la población del continente”.

 

Un futuro con mucho esfuerzo 

La contaminación atmosférica no reconoce las fronteras administrativas, por lo que la OMS viene pidiendo desde hace años una cooperación intergubernamental coordinada en los diferentes niveles: “Los países tienen que trabajar juntos en soluciones para un transporte sostenible, para una producción y un uso de energía más eficiente y renovable, así como para la gestión de residuos”.

Pero lo cierto es que, al menos por ahora, las publicaciones y las voces consultadas coinciden en señalar que el continente continúa centrado en viejos, pero aún vigentes desafíos, como el del agua potable, el saneamiento y la malnutrición, esas imágenes surgen una y otra vez cuando la mente conjuga África en negativo. Lamentablemente, subraya Roy, la contaminación del aire “no es un problema que se pueda posponer a un futuro. Para entonces, la cifra de muertes habrá aumentado a millones en lugar de a cientos de miles. Ahora es el momento de enfrentarse al problema”.

Eso sí, para este consultor, la gravedad y profundidad del tema no implican que sea algo irresoluble, “pero necesitará mucho esfuerzo”. Políticas innovadoras, una gran movilización de recursos y presupuestos, además de acciones simultáneas tanto para paliar la contaminación tradicional como la moderna y programas transversales que al mismo tiempo que atajan los problemas de agua, hagan lo propio con el saneamiento y la contaminación… Roy lo tiene claro: “No ganaremos nada escatimando esfuerzos”.

El último informe sobre Perspectivas del medio ambiente mundial publicado por Naciones Unidas apunta hacia esa misma línea de urgencia, al pedir a los países africanos inversión soluciones rápidas y transversales que aborden el largo plazo. “Hasta que todo esto sea puesto en práctica, una gran parte de la población africana tendrá que sufrir las consecuencias de este silencioso asesino de masas”, afirma el organismo internacional.