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El impacto de la pandemia en la presencia de las mujeres en los espacios de deliberación y debate pública. ¿Pueden producirse retrocesos? ¿Surgen nuevas oportunidades?

Resulta todavía prematuro sacar conclusiones de un reto global sin precedentes como el coronavirus. Pese a ello, es posible constatar una legitimidad renovada del saber experto, sobre todo del procedente de las comunidades científicas. Dicha circunstancia supone una oportunidad para la voz de las mujeres ya que, a pesar de ser mayoría de graduadas de la educación superior en los países de la OCDE, no encuentra equivalencia en los espacios de deliberación y debate público que, como parte del poder simbólico (también llamado cultural o ideológico), transmiten percepciones, valores y pautas de conducta y en cuya conformación los medios de comunicación han tenido un papel fundamental.

Lo anterior sucede en momentos en que una de las certezas disponibles es la de su impacto diferencial para hombres y mujeres. Numerosos estudios coinciden en señalar sus repercusiones para la igualdad de género en ámbitos como la salud y el trabajo (sobre todo en lo relativo a los cuidados), así como en el aumento de una violencia de género favorecida por el confinamiento. El Secretario General de Naciones Unidas ha alertado sobre el riesgo de regresión en materia de derechos que podría producir “en los limitados logros en materia de igualdad de género”. Tal es así que ONU Mujeres ha planteado un conjunto de acciones que los gobiernos y administraciones públicas deberían adoptar sin demora, dedicando una de sus cinco recomendaciones a la necesidad de “escuchar a las mujeres como una forma de garantizar la perspectiva de género en las medidas a adoptar. Tener en cuenta a la mitad de la población en la toma de decisiones enriquecerá y mejorará los resultados”.

Por lo anterior, cobra fuerza la necesidad de que las estrategias de respuesta que se diseñen sean sensibles al género. Si a ello se suma una mayor presencia femenina en el debate público podrán encararse con mayor sostenibilidad las consecuencias de un virus detrás del cual, según se anticipa, podrían venir otros.

 

Mujeres públicas sin voz pública

La creciente presencia femenina en distintos ámbitos de la esfera pública no ha ido de la mano de su participación efectiva en la conformación de espacios de deliberación y de debate público y en los que los medios juegan un rol. Ya en 1995, en la Conferencia Mundial sobre la Mujer realizada en Pekín, se introdujo por primera vez un capítulo sobre los medios de comunicación advirtiendo que las mujeres, no solamente estaban menos representadas en ellos sino que también lo estaban peor.

A pesar del creciente número de iniciativas en distintos países tendientes a denunciar y a corregir la deficitaria presencia de las mujeres en calidad de expertas en el comentario público tales como Informed Opinion, Hay Mujeres, Women´s Media Center, Expertes, Women Also Know Stuff y The Women´s Room, los manels (paneles de exclusiva conformación masculina) no remiten. Estudios como el Monitoreo Global de Medios, que se publica cada cinco años midiendo la equidad de género en más de 130 países reveló, para 2015, que de todas las personas escuchadas, vistas o representadas en las noticias, solo un 24% eran mujeres, el mismo porcentaje que en 2010. En espacios de información política, el dato todavía menor: solo 16%.

Distintas razones se han formulado para explicar la disparidad de género en el debate público. Van desde la denominada “brecha de autoconfianza” femenina hasta explicaciones históricas y culturales como las esgrimidas por la británica Mary Beard. Para la especialista en asuntos clásicos, la literatura y la historia ayudan a entender la difundida sensación de que “las mujeres no tienen derecho a hablar públicamente”. La escritora estadounidense Rebecca Olsnit, por su parte, acuñó el término “mansplaining” para tipificar esa práctica social donde los hombres, de forma paternalista y condescendiente, tratan de explicarles a las mujeres aquellas cosas que ellas ya saben. Desde la reflexión en torno al ejercicio de la libertad de expresión, el profesor de filosofía Daniel Gamper constata la existencia de estereotipos de género. Los casos de mujeres en calidad de espías de guerra habrían servido para alimentar ideas acerca de la distinta relación que hombres y mujeres tendrían con la palabra. Los primeros, “más taciturnos, reflexivos y fiables”, frente a la tendencia a una “cháchara incorregible” por parte de las segundas.

Más allá de explicaciones puntuales se encuentra el orden de género que, con su dicotomía público-privado y la división sexual del trabajo, conduce a las mujeres a una situación de “ausencia relativa y presencia condicionada” en una esfera que, como la pública, resulta estratégica para la construcción del yo a través del lenguaje y del recurso a la razón.

Pero, tan importante como explicar la menor presencia femenina en las conversaciones públicas lo es también enfatizar los motivos para fomentarla. Para la divulgadora Shari Graydon abarcan, desde la posibilidad de desafiar el sexismo persistente y plantear temas que los hombres no abordan, hasta aumentar la influencia propia y proporcionar una mayor diversidad de perspectivas. Este último aspecto lo desarrolla bien Gamper para quien la libertad de expresión puede ser vista como un derecho individual, pero también colectivo. Apoyándose en el filósofo británico John Stuart Mill postula que, con la protección de la libertad de expresión, no se protege solo el derecho a hablar sino el derecho a escuchar de tal forma que “no se tutela la expresión sino el conocimiento que pueda resultar del intercambio de opiniones”. Para él, la finalidad de la libre manifestación del pensamiento es cognitiva y política, independientemente de lo que persiga el hablante.

Al observarlo de esta forma, la voz pública femenina encuentra un puente virtuoso de conexión con la democracia. Las implicancias políticas del discurso público femenino son recogidas por los académicos Clayton, O`Brien y Piscopo cuando señalan que “los paneles exclusivamente femeninos erosionan la percepción que los ciudadanos tienen de la legitimidad democrática”. Hallazgos de este tipo tienen consecuencias normativas para la inserción femenina en el espacio público. Para la socióloga Eva Illouz, que se sitúa dentro del feminismo y para el cual exige revisión, “la autoestima es algo que tiene que ver con la esfera pública, es más tener una voz y un papel en ella” por lo que habría que convertirla en “una esfera de más ardiente de preocupación para las mujeres”.

 

Los medios, ¿poder en fase menguante?

Los medios de comunicación han venido teniendo una función fundamental en el uso de la “palabra pública” y en aquellas personas o grupos que consiguen que su discurso sobre la realidad sea asumido por la mayoría. Aparecer en ellos aporta poder, siendo espacios de legitimación cultural y social.

La crisis actual de la COVID19 ha venido a acelerar la transformación que ya venían experimentando en la intermediación y control de los mensajes en contextos revueltos porque, al tiempo que proliferan las fake news o noticias falsas (en cuya producción no están exentos los gobiernos), se abren nuevos  y distintos espacios para la expansión del conocimiento.

Su obligada adaptación a la denominada “esfera pública digital” es algo de lo que no pueden librarse ni los más poderosos. Frente a la libertad de expresión que consagra la Primera Enmienda de la Constitución Americana, el propio presidente Donald Trump se ve impedido  de bloquear a usuarios como consecuencia de opiniones críticas ya que se entiende que Twitter actúa como “foro público digital”.

Como nunca antes, las mujeres más conscientes del impacto de su discurso público tendrían mayores posibilidades para difundirlo gracias a Internet. Sin embargo, por ahora, su menor influencia en temas de interés público en el mundo analógico no logra revertirse en el contexto digital. 

 

Un mundo postpandemia que demanda opinión

Como se ha señalado, el mayor prestigio del saber experto que trae consigo la Covid19 supone una oportunidad que no debe ser desatendida. Steve Pinker, profesor de Psicología de Harvard, anticipa que “la crisis reforzará a los expertos frente a los populistas”. Pero no es éste el único cambio de contexto. La visibilidad que cobra el trabajo de los cuidados producida por la crisis sanitaria lleva a que visionarios postpandemia, en clave optimista, anticipen su revalorización no descartando que,  “a largo plazo, los cambios laborales por el coronavirus puedan facilitar la igualdad de género”. De producirse, ello tendría impacto en las condiciones de producción y de reproducción de un saber experto para el que, debido a la mayor responsabilidad por las tareas domésticas, las mujeres difícilmente encuentran suficiente tiempo. El abrupto ingreso al teletrabajo, sin  medidas para una conciliación efectiva, ha revelado las dificultades que enfrentan las académicas quienes han visto mermado el tiempo disponible para la redacción de artículos científicos.

Por otro lado, las mejores condiciones para el uso de la palabra pública no están exentas de riesgos. La mayor valoración social del saber experto se ha visto acompañado de pretensiones de manipulación a su favor por parte del poder político tal como se ha visto en Estados Unidos y Brasil. Adicionalmente, la COVID19 está sirviendo de manto para que gobiernos de distinto tipo “restrinjan la información y sofoquen las críticas”, como advierte Michelle Bachelet, Alta Comisionada de Derechos Humanos de la ONU. Se trata de situaciones impulsadas por la pandemia que se teme que hayan llegado para quedarse, sumándose a otras prácticas existentes tales como el uso de  un lenguaje abusivo contra las mujeres que viene a suponer una nueva forma de violencia política.

Estos y otros fenómenos deben ser observados por las mujeres porque el discurso público adopta la forma de un compromiso cívico mayor en tiempos donde el saber experto, pero sobre todo veraz, aparece asociado como nunca a la supervivencia de democracias que enfrentan otro tipo de pandemia, de tipo informativo.