(Daniel GarcíaA/AFP/Getty Images)
(Daniel GarcíaA/AFP/Getty Images)

El país es uno de los mayores exportadores de grano del mundo, pero siguen muriendo niños como consecuencia de la desnutrición. El caso de un niño Qom reavivó un debate que persiste en el tiempo.

A primeros de septiembre, la muerte de Óscar Sánchez, un adolescente de 14 años que pesaba apenas diez kilos, volvía a poner sobre la mesa una cuestión incómoda: en Argentina, un país que se enorgullece de ser el granero del mundo, hay gente que pasa hambre. Óscar falleció por una avanzada desnutrición acompañada de tuberculosis pulmonar. Pertenecía a la comunidad indígena Qom de la provincia del Chaco; igual que Néstor Femenía, el niño de siete años que murió por la misma causa.

Como recuerda desde hace décadas la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 50% de las muertes infantiles (muertes de bebés por debajo del año de vida) en América Latina tienen como telón de fondo la desnutrición.

El caso de Óscar volvía a dejar claro que en Argentina el hambre afecta en mucha mayor medida a las comunidades indígenas, especialmente Qom y Wichí, que habitan en las provincias más pobres: las del Noroeste (Salta, Jujuy, Tucumán) y las del Noreste (Formosa, Chaco). Aunque la Tasa de Mortalidad Infantil (TMI) ha disminuido en la última década, persiste la brecha entre las provincias del Norte y del Sur. Esa brecha se refleja en los datos de mortalidad infantil publicados por Unicef: en 2012, la TMI fue del 11,1 por mil: pero, si en Formosa ascendió al 17,3 por mil y en Tucumán, al 14,1 por mil, en la Ciudad de Buenos Aires alcanzó el 8,3 y en la patagónica provincia de Neuquén no llegó al 7 por mil.

Para cuando se supo la muerte de Óscar, hacía más de medio año que representantes de las comunidades Qom y otros pueblos originarios permanecían acampados a pocos metros de la Casa Rosada, esperando que la entonces presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, accediese a recibirlos. Allí permanecieron hasta levantar campamento tras la elección del nuevo presidente, Mauricio Macri, confiando que éste sí les escuche. Los pueblos Qom, Wichí, Pilagá y Nivaclé de la provincia de Formosa, como sus vecinos del Chaco, denuncian que sus derechos humanos son constantemente vulnerados en medio del abandono estatal: “Todas las comunidades indígenas tienen conflictos con las gobiernos locales, sobre todo, vinculados a sus tierras, que son interesantes para negocios relacionados con la soja, el petróleo y la minería”, denuncia la abogada Mariela Belski, directora de Amnistía Internacional Argentina. “Los empresarios arreglan con el Gobierno sus negocios y éste pondera más ese negocio que la violación a los derechos de las comunidades”, agrega Belski.

Comida barata, comida basura

La desnutrición severa, esa que provocó la muerte de Óscar, es la punta del iceberg de un problema de raíces profundas: esas otras formas de desnutrición, más solapadas y crónicas, que comprometen el desarrollo pleno de comunidades enteras. Se dice que un niño sufre desnutrición de primer grado cuando está entre un 15 y un 25% por debajo de su peso (por ejemplo, tendría que pesar 10 kilos y pesa entre 7,5 y 8,5 kilos); si está entre un 25 y un 40% por debajo de su peso, sufre desnutrición de segundo grado; pasado el 40%, se trata de desnutrición de tercer grado, también denominada severa o aguda.

El problema no sólo es la cantidad, sino fundamentalmente la calidad de los nutrientes que ingieren las clases populares, esas que se ven forzadas a gastar más de la mitad de sus ingresos en comida y deben optar por los alimentos más baratos y menos saludables. En 2011 un grupo de expertos lanzaron el plan Nutrición 10. Hambre 0, que pretendía poner el dedo en esa llaga: la finalidad no es sólo que todos coman, sino que puedan cubrir su necesidad de nutrientes esenciales y mantengan una dieta diversa y de calidad. Tampoco basta con la comida: una Nutrición 10 abarca también el acceso a vacunas, a una buena higiene personal y un hábitat saludable.

Así lo expresa el pediatra Abel Albino, una de las personas más involucradas en la lucha contra el hambre en Argentina: “Como la desnutrición es una patología social se necesita hacer un abordaje integral de la problemática social que le da origen a la extrema pobreza. Es multidisciplinario: educación, nutrición, jardín maternal, oficios, ropero, lectoescritura para analfabetos, escuela para padres, alcoholismo, agua corriente, luz eléctrica, cloacas, documentación y agua caliente, entre otras cosas. Eso es combatir la desnutrición. Nadie habla de eso”, señala en una entrevista al diario La Nación. Albino decidió crear la Fundación Conin hace 22 años, cansado de ver la pobreza en su consulta.

Albino insiste en que “hay que preservar el cerebro del niño, y para eso necesita recibir buena alimentación”, especialmente durante el embarazo y el primer año de vida. Los niños que sufren desnutrición en la infancia son más propensos a padecer de adultos enfermedades como obesidad, diabetes o riesgos cardiovasculares; también son proclives a sufrir diversos trastornos emocionales, problemas de aprendizaje y ven dañado su desarrollo como seres humanos en todos los sentidos; viven en una incertidumbre que les crea angustia y les impide labrarse un camino vital. Por eso Albino insiste en que, si lo más importante de un país es su capital humano, entonces erradicar el hambre y la malnutrición debería ser la prioridad número uno de cualquier gobierno.

“Pobreza cero”

El pasado 10 de diciembre asumió el cargo de presidente Mauricio Macri, que durante la campaña anunció entre sus propuestas centrales un programa para alcanzar la Pobreza Cero, que incluye la universalización del ingreso ciudadano y la ampliación de la Asignación Universal por Hijo, la más emblemática de las políticas de inclusión social implementadas por Cristina Fernández de Kirchner.

Ese gobierno implementó, además, desde el Ministerio de Salud, un Plan Operativo para la reducción de la mortalidad infantil, un marco dentro del que cada provincia desarrolla estrategias específicas para paliar la desnutrición infantil. Si bien Macri todavía no ha detallado las estrategias que se desarrollarán en esta área, su campaña giró en torno a la idea de que se mantendrá todo aquello que el kirchnerismo “hizo bien”, en especial las políticas sociales que contribuyeron a mejorar la situación de las clases populares y de las clases medias empobrecidas.

Si bien la cifra de desnutrición es la mitad que en 2003, sigue siendo un dato inaceptable en uno de los países del mundo que más grano exporta -sobre todo, soja y trigo- y que, según la propia Cristina Fernández, tiene capacidad para alimentar a 500 millones de seres humanos. Es una triste paradoja que podría extenderse al resto del continente lationamericano, según José Graziano da Silva, representante de la FAO para América Latina y el Caribe: para Graziano, “nadie debería pasar hambre” en una región que produce un 33% más de alimentos de los que necesita para cubrir sus requerimientos energéticos.

“En un país con capacidad de producir alimentos para diez veces su población, la foto de un niño de Tucumán que murió de hambre recorrió el mundo. De 2003 en adelante, las políticas económicas inclusivas, las agresivas políticas sociales, el énfasis en salud pública, nutrición y educación, la redistribución en los ingresos, el programa estratégico agropecuario redujeron el problema a cifras mínimas, pero que deben seguir siendo enfrentadas”, resume Bernardo Klicksberg, miembro de la Comisión Directiva del Alto Panel Internacional de Expertos en Seguridad Alimentaria. Tal vez el problema es que la cuestión de fondo nunca se resolvió: la desigualdad étnica y territorial de un país rico donde sigue habiendo muchos pobres.