
Aunque Pekín y Tokio han dado un importante impulso a las relaciones bilaterales, los puntos de fricción permanecen, dañando cíclicamente el entendimiento mutuo.
El reciente viaje a China de Shinzo Abe es un importante gesto del Primer Ministro japonés hacia su vecino, que ha querido valorarlo como el inicio de una “nueva era” en las conflictivas relaciones bilaterales. El invitado de piedra a la reunión entre Abe y el Presidente chino, Xi Jinping, fue Donald Trump, quien con su guerra comercial contra China y sus exabruptos al aliado nipón para que contribuya más a su propia defensa, puso sordina a los enfrentamientos entre Pekín y Tokio, que vuelven a considerar las ventajas de una buena vecindad.
El acercamiento económico es fácil. China es el segundo socio comercial de Japón, con unos intercambios de 300.000 millones de dólares en 2017, y los dos países se necesitan más que nunca. El freno a las inversiones tecnológicas chinas en EE UU convierte a Japón, otra potencia tecnológica, en un atractivo socio. De igual modo, con una demografía menguante, la tercera economía del mundo precisa del gigantesco mercado de su vecino para sostenerse. En China hay 30.000 empresas niponas, que han invertido más de 100.000 millones de dólares en estas cuatro décadas de apertura al exterior del Imperio del Centro.
Casi 500 grandes empresarios acompañaron a Abe en su viaje y como símbolo de la bonanza económica bilateral se firmaron unos 500 acuerdos por un montante de 2.600 millones de dólares, sobre infraestructuras, energía, coches eléctricos y cooperación en terceros países. Además, se alcanzó un pacto de intercambio de divisas entre sus respectivos bancos centrales de 30.000 millones de dólares, para impulsar los negocios conjuntos y fortalecer la estabilidad financiera.
“Debemos implementar el consenso entre socios y renunciar a las amenazas”, dijo el secretario general del Partico Comunista Chino, que recibió con suma cordialidad a su invitado y presidente del Partido Liberal Democrático, el primer líder japonés que visita China desde 2011.
Sin embargo, sobre el entendimiento entre los dos vecinos siguen planeando los agravios de la brutal agresión japonesa (1931-1945) y la disputa sobre la soberanía de las islas Diaoyu/Senkaku (según se denominen en chino o japonés), situadas en el mar del Este de China e incluidas en el Acuerdo de Defensa que rige las relaciones Japón-EE UU. Ambas cuestiones desatan frecuentes crisis de distinta intensidad. Una de las más graves se produjo en 2012, cuando el Gobierno nipón compró a su propietario privado tres islotes para evitar que cayeran en poder del ultranacionalista Shintaro Ishihara, que entonces era gobernador de Tokio y había anunciado su compra. Pekín lo consideró una “farsa inadmisible”. Al año siguiente hubo un nuevo revés, cuando Abe visitó el santuario de Yasukuni, donde se veneran las almas de los 2.500.000 japoneses muertos por las guerras desde 1868, incluidas las de 14 criminales de guerra Clase ...
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