Un tranvía por la calle central de Zagreb. (Hristo Rusev/NurPhoto/Getty Images)

La experiencia croata es un buen ejemplo de los beneficios que supone la adhesión a la Unión Europea.

En el monumento del Sokol del parque Maksimir en Zagreb hay una placa que reza lo siguiente: “Por el sueño logrado de los croatas, un estado croata libre, independiente e internacionalmente reconocido”. Es un monumento levantado en 1925, dedicado a conmemorar los 1.000 años del reino medieval croata. Es un águila con las alas extendidas sobre un pedestal elevado al que se llega a través de una escalinata que sube por un promontorio.

La paradoja del Estado croata, independiente desde 1991, no es menor, y también acompaña a los países del vecindario balcánico: haber logrado ese propósito secular justamente en los tiempos en los que la premisa es la delegación de competencias en una estructura supranacional como la UE. Se trata, en cualquier caso, de un nuevo contexto histórico de interdependencia política y económica, donde, además, la condición de miembro atlantista exige una vocación multilateralista, donde la soberanía de un país queda vinculada a otras. 

La entrada de Croacia como miembro de la UE el 1 de julio de 2013 supuso cumplir una aspiración posyugoslava. La corriente independentista de las primeras elecciones multipartido en 1990 reclamaba “europeizarse” contra la corriente yugo-serbia defendida por Slobodan Milošević. Frente a unos Balcanes incivilizados y orientales, Zagreb apostaba por occidentalizarse, apostando su futuro estatal a la unión europeísta. Diez años después del logro cosechado, es buen momento para hacer balance.

Todas las conclusiones no son necesariamente buenas, tampoco malas y algunas solo parcialmente tienen relación con la UE. La primera es asumir que nunca sabremos qué hubiera pasado de no haber logrado ser miembro de la UE o, en cambio, haberlo sido antes de Bulgaria y Rumania (2007), cuando lo fue su vecina del norte, Eslovenia, en 2004; esta cuestión es relevante habida cuenta de que fue el último Estado en conseguir la plena membresía hace más de una década y desde entonces los Balcanes occidentales no terminan de salir de lo que se viene en llamar a nivel local “eterna transición”, “estabilocracia” o “fatiga europea”.

Los datos no llaman a engaño sobre los beneficios de la pertenencia a la UE. El primer ministro Andrej Plenković declaraba en 2020 que el 80% de las inversiones públicas venía de los fondos estructurales y de inversión europeos; de hecho, uno de los problemas que afectaba hace unos años a la Administración croata era que hacían falta en torno a 2.700 especialistas en gestión de estos fondos. Gracias al programa de la UE, entre 2021 y 2027, el país tiene a su disposición 25.000 millones de euros, que deberán gastarse antes de 2029. Croacia disfrutó, entre 2014 y 2020, de un total de 10.730 millones de euros de estos fondos. 

Hace 10 años, el producto interior bruto (PIB) croata por habitante era del 59%, y ahora es el 73% de la media de toda la Unión (a esto también contribuyó el menor número de habitantes en que se divide este PIB). Desde que se unió a la UE, el salario neto promedio en el país ha aumentado de 5.486 kunas (732 euros) en junio de 2013 a 7.878 kunas (1.045 euros) en diciembre de 2022, es decir, una subida de más del 40%. Es cierto que, en el mismo período, los precios aumentaron un 20%, con lo que el incremento del valor del salario sería de la mitad. Un dato actual destaca sobre otros: Croacia tuvo la recuperación económica más fuerte tras la pandemia de la Covid-19 en la UE, a excepción de Irlanda, cuyo PIB se infló artificialmente. El producto interior bruto real es casi un 12% más alto que a finales de 2019, aunque hay que destacar la gran brecha entre la capital del país, Zagreb, que tiene un PIB del 131% del promedio de la UE, y los condados del este, que tienen datos inferiores al 40%. 

La cobertura del pago de todas las pensiones por aportes de los trabajadores aumentó del 52% al 60% de 2013 a 2022, principalmente gracias al descenso del desempleo, que se encuentra en la actualidad en un 5,5%, y que ha llegado a estar en un 23,6%, sobre todo con motivo de la crisis de 2008. Otro dato significativo es que hace 10 años, uno de cada cuatro croatas mayores de 65 años estaba en riesgo de pobreza, hoy es uno de cada tres

El primer ministro croata Andrej Plenkovic habla durante un panel para conmemorar los 10 años de adhesión de Croacia a la UE en Zagreb, Croacia, en junio de 2023. (Stipe Majic/Anadolu Agency/Getty Images)

Entre los datos negativos el más preocupante es que durante los últimos años el país ha perdido 400.000 ciudadanos. El país envejece lentamente y las perspectivas tampoco son buenas. La media de edad son los 44 años, una de las más elevadas de Europa. En cualquier caso, hay cifras que arrojan cierta esperanza, como el hecho de que en los dos últimos años ha aumentado el número de inmigrantes respecto al de emigrantes, lo que puede cambiar la dinámica a medio plazo.

Evidentemente, todos estos datos no tienen una causalidad única y exclusiva con la membresía en la UE, pero neutralizan el recuerdo de aquellos factores que más atemorizaban o producían rechazo entre los croatas en las postrimerías de la integración definitiva. En 2012, solo se presentó un 43% del electorado al referéndum de aprobación. De esa cifra solo estuvo a favor un 66,3%; datos que reflejaron escepticismo y falta de interés hacia el proyecto europeo. Después de la guerra (1995), durante los años en el Gobierno de Franjo Tuđman, el apoyo a la UE superaba el 70%, pero varias cuestiones comenzaron a generar rechazo entre los croatas: las amenazas de la UE por la no entrega al Tribunal de la Haya de los militares acusados de crímenes de guerra, la percepción de que la integración implicaría la pérdida de la lengua croata y el miedo a que su identidad se difuminara y se extinguiera en el proceso de globalización que suponía la membresía. Ninguna de estas tres cuestiones se encuentra en la actualidad entre las principales preocupaciones de los ciudadanos.

Lo cierto es que a pesar de la polarización entre las fuerzas conservadoras del HDZ (Unión Democrática Croata) y los socialdemócratas del SDP (Partido Socialdemócrata), la moderación política se ha venido imponiendo en el país, obligando a ambos partidos a orientar sus esfuerzos hacia el centro político, y con una agenda nacionalista que, principalmente, se manifiesta en tres cuestiones centrales: la fuerte influencia de la Iglesia católica croata, la injerencia sobre la política bosnia al fomentar una política endogámica de la comunidad bosnio-croata vinculada a Zagreb y la instrumentalización esporádica de la UE y de la OTAN para marcar perfil nacional, últimamente, por parte de su presidente Zoran Milanović. Por lo demás, sobre todo el HDZ, es una formación influyente en las instituciones europeas y en el Partido Popular Europeo, con una agenda conservadora alineada con la línea de los países de Visegrado, aunque celosa de mantener su propia autonomía estratégica. Entre los éxitos cosechados se encuentra la pertenencia a la zona Schengen y formar parte del euro, ambos hitos desde el 1 de enero de 2023.

Aunque la lógica pudiera dictar lo contrario, Croacia ha asentado su soberanía al integrarse en el aparato supranacional occidental, ampliando, en otro orden de cosas, las diferencias en cuanto a los indicadores sociales y económicos respecto a los países vecinos, candidatos a la UE, del llamado "Western Balkan 6″. Las circunstancias geopolíticas actuales, como consecuencia de la guerra en Ucrania, no alimentan el optimismo, como tampoco cabe una campaña de exaltación y entusiasmo derivada de la pertenencia al club europeo, pero la experiencia croata manda un mensaje regional inapelable, no solo sobre los beneficios de la integración, sino también sobre la relativización de los miedos y reservas a sumarse al proyecto. Hoy la realidad del Estado croata es más incuestionable que hace tres décadas, como sentencia el mantra fundacional local, pero también la membresía ofrece unas condiciones de viabilidad y progreso estatal más certeras que si no se tuvieran.