Las políticas de Donald Trump, Jair Bolsonaro, Matteo Salvini, el partido español Vox y otros populistas de ultraderecha tienen una gran similitud, pese a las diferencias entre sus países. En la raíz de los extremismos de derechas hay causas económicas, pero también el rechazo a importantes avances culturales y sociales del siglo XX: los derechos civiles y políticos, los derechos humanos, el feminismo, el ecologismo, la igualdad racial y el Derecho Internacional. El trumpismo es una guerra cultural.

Durante el primer año del gobierno de Donald Trump círculos políticos dentro y fuera de Estados Unidos creyeron que una serie de circunstancias fortuitas habían llevado a la Casa Blanca a un millonario estafador y estrella de la televisión basura. Sería cuestión de tiempo, cuatro años, se dijo, para que el problema pasara a la historia.
La realidad ha sido muy diferente. Trump es el producto de la profunda crisis interna que asola la política, la economía y la sociedad estadounidense y, pese a notables diferencias, a otros países del mundo.
Estados Unidos sufre una crisis de representatividad política y los efectos de cuatro décadas de desindustrialización y el desplazamiento de la producción a México y China, entre otros países con mano de obra más barata. La incorporación de la robotización produce más desempleo y crece la uberización del trabajo (poco, mal pagado, temporal y sin protección social).
La precariedad laboral y la aguda desigualdad ha creado un profundo resentimiento entre generaciones de trabajadores y de la clase media que daba por seguro el constante ascenso social. El país tiene, además, serios problemas en el sistema educativo y de salud pública, falta de renovación de infraestructuras y profundas fracturas culturales y de identidad.
Una parte de la sociedad que se autoidentifica como “los americanos” (blanca y de ascendencia europea) se siente amenazada por los inmigrantes y la diversidad demográfica y étnica, incluyendo a la población negra, una cuestión no resuelta pese a la igualdad legal, los latinos y los musulmanes.
Ese sector de la población blanca siente que fue abandonado por gobiernos anteriores y por los “liberales” que se ocuparon más de “los otros”. Consideran que han perdido poder y privilegios y que esos “otros”, a los que no consideran “americanos” les están cambiando el país. Pero como indica Ashley Jardina, autora del libro White Identity Politics, no todos los estadounidenses blancos sienten este temor. Por ejemplo, muchos votantes del Partido Demócrata aceptan la transformación de la sociedad.
A la vez, no todos los blancos temerosos que les cambien la cultura son necesariamente racistas, pero Trump ha logrado explotar sus ansiedades y miedos, y ganar su apoyo y el de los racistas. De forma similar, miembros del partido Alternativa por Alemania no se consideran racistas o xenófobos, pero les preocupa que los musulmanes alteren la democracia que ...
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