¿Cuál será el impacto geopolítico si tuviera lugar el fin de la dependencia del petróleo?

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El logo de la compañía energética Eni, duante una manifestación contra la empresa. (Stefano Montesi – Corbis/Getty Images)

"El equilibrio geopolítico global actual se desquebrajará cuando los Estados no necesiten comprar petróleo y gas"

No tiene por qué ser así. El cambio de un modelo energético basado en el uso de energía fósil y nuclear a uno fundamentado en fuentes renovables debería significar un cambio geopolítico significativo. Todos los países del mundo cuentan con una combinación equivalente de agua, aire y sol y el uso de estas fuentes energéticas es libres y no excluyente. Por lo tanto, no se justificaría que un país fuera superior (o inferior) a otro por tener en su territorio, o controlar en uno ajeno, determinados recursos energéticos. Así, de partida, esto debería conducir hacia el fin de unas relaciones internacionales en las que hubiera Estados con más poder o capacidad de influencia que otros por causa energética. También debería empujar a finalizar con los conflictos entre territorios y países por el control de determinados recursos energéticos.

Esta transformación significaría un cambio de tal magnitud en el paradigma geoenergético dominante desde la Revolución Industrial. Es difícil imaginar que aquellos Estados que, en connivencia con las empresas mineras o energéticas, han basado su poder y hegemonía en el uso en su propio territorio o control allende de determinadas fuentes de energía (fundamentalmente, el Reino Unido y Estados Unidos), acepten fácilmente tal cambio. Todo esto, tal como ya está ocurriendo en la actualidad, puede llevar a que se apoyen y financien proyectos energéticos renovables que pretenden mantener el mismo tipo de relaciones energéticas internacionales como las que ya existen. Por ejemplo, proponer construir grandes centrales termosolares en el desierto del Sahara para la exportar a Europa electricidad a través de un cable de alta tensión, es un intento de emular el actual esquema de país o territorio exportador y consumidor, unidos por grandes infraestructuras energéticas. En muchos casos controladas o gestionadas por grandes empresas de energía. En este caso, geopolíticamente la situación sería muy similar, aunque algunos de los actores cambiarían: las compañías eléctricas podrían cobrar un protagonismo mayor que las petroleras.

 

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Planta eólica en Niederaußem. (Henning Kaiser/picture alliance via Getty Images)

"En el mundo de las energías renovables también habrá tensión y conflicto"

Existen dos rutas, dependerá de cuál se tome. Existen dos escenarios (ideales y extremos) sobre cómo podría ser la transición energética. En ambos, se sustituirían las fuentes fósiles (y el uranio) por fuentes renovables, pero uno alteraría profundamente el tipo de relaciones energéticas de poder, mientras que el otro prácticamente mantendría la situación actual.

En el primer modelo, en términos del físico Amory Lovins, el de la ruta hacia la energía suave, sería descentralizado y distribuido, de cadena corta, y la captación y la generación de energía la realizarían pequeñas y medianas empresas locales. En el segundo, el de la ruta hacia la energía dura, estaríamos hablando de grandes centrales termosolares y eólicas, que reproducirían el actual sistema centralizado, de cadena larga y unidireccional, de generación y distribución de energía.

La transición hacia el primer modelo, probablemente, sería muy conflictiva, pues implicaría modificar de raíz todas las relaciones que hoy existen en el mundo de la energía, que van desde las geopolíticas entre Estados “productores” y “consumidores” hasta la que tiene un cliente de una compañía eléctrica, pasando por las relaciones de los gobiernos con los grandes monopolios energéticos, o las que éstos tienen con sus clientes e inversores. Sin embargo, realizada la transición, existirían las bases para un mundo energéticamente más justo, pacífico y democrático. En esta ruta hacia la energía suave no sólo no existirían razones para las desigualdades energéticas en el mundo, sino que la proximidad y el menor tamaño de las empresas de energía podría contribuir a una gestión más ‘humana’ y democrática del sector energético, a la vez, que más creadora de puestos de trabajo.

En el caso de la transición hacia el segundo modelo, el de la ruta hacia una energía dura, la situación sería la inversa. Sería relativamente tranquila, pues el único cambio significativo sería el de las grandes compañías fósiles por las grandes empresas eléctricas, pero el futuro podría ser todavía más conflictivo y autoritario. Para empezar, se incrementaría -sin necesidad- la desigualdad energética geográfica (territorios desde los que se exporta electricidad y los que la importan), ya que los territorios “productores” que antes podían negociar con ‘su’ petróleo, verían disminuida su capacidad de hacerlo. Puesto que ni el sol ni el aire son exclusivos de nadie. Además, también verían decrecer sus ingresos por este concepto -aunque pudieran vivir de la rentabilidad de sus Fondos Soberanos-, pues donde antes ingresaban las rentas del petróleo, ahora, en el mejor de los casos, recaudarían unos alquileres por el terreno o aguas territoriales en las que se instalarían las placas solares o aerogeneradores. Se incrementaría, también, el poder del monopolio de las empresas eléctricas, que transnacionalizarían sus activos e infraestructuras (como el sector petrolero actual) y dejarían de tener que llegar a acuerdos con el sector fósil (petróleo, gas y nuclear) para que les suministrara la materia prima de su actividad. Ello agrandaría todavía más la estructura jerárquica de gestión del sector energético, su poder y su capacidad de influencia sobre los gobiernos. Así como su capacidad para imponer sus condiciones a los ciudadanos y empresas, como clientes de su actividad. Aumentando, de manera significativa, el riesgo de pobreza energética de sectores, cada vez más amplios, de la población. Por último, también, la creación de estos grandes monopolios (sobre)naturales, por el tipo de infraestructuras y activos que le serían propios, conduciría a un sector energético muy intensivo en capital y muy poco creador de puestos de trabajo.

Así, en los términos de rutas -transiciones- descritas por Lovins, si el mundo se dirige hacia la energía suave, podría ser que en el corto plazo las tensiones fueran mayores, pero en el medio y largo se tendería hacia una sociedad más justa y democrática. Por el contrario, si nos dirigiéramos hacia la energía dura, aunque los inicios de la transición serían más fáciles, el futuro sería más desigual y autoritario.

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Un trabajador en una de las instalaciones de la compañía petrolera, ARAMCO, Arabia Saudí. (Stanislav Krasilnikov\TASS via Getty Images)

"Los grandes productores mundiales de combustibles fósiles perderán influencia"

Si se diera una transición energética total sí, pero es improbable. La influencia que han tenido algunos de los grandes exportadores de crudo siempre ha estado vinculada al papel que se les ha otorgado a estos Estados en el marco de la estructura de gobernanza de la industria internacional del petróleo. En ésta sólo unos pocos países ricos en recursos naturales, los de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y, sólo, en el último tercio del siglo XX, han jugado un papel de peso en la escena internacional. De entre todos ellos, realmente, sólo Arabia Saudí ha sido, y es, influyente. Ello se debe a dos factores. Su flexibilidad para ajustar, en función de los desajustes existentes en el mercado internacional, el flujo de oro negro que se inyecta en el mismo. Y, todavía más importante, su estrecha relación con las grandes petroleras internacionales de Estados Unidos (no hay que olvidar que el acrónimo de la compañía nacional saudí, ARAMCO, significa Arabian American Company). El dinero del petróleo es crucial para la economía estadounidense pues le sirve tanto para la compra de todo tipo de bienes, incluido armamento, como para financiar al Tesoro.

Ante ello, si realmente llegara el momento de la transición energética total, en la que no se empleara ni una gota de petróleo y en la que la industria petroquímica desapareciera, sería muy probable que la influencia de Arabia Saudí y de los principales exportadores de crudo disminuyera, pero, en un mundo tan financiarizado como el actual es de prever la continuación y el aumento de aquellos países ricos en fondos de inversión nutridos por petrodólares (Fondos Soberanos). Qatar es una buena muestra de ello.

 

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Bolsa de Dubai, Emiratos Árabes Unidos. (GIUSEPPE CACACE/AFP via Getty Images)

"Los petropaíses se arruinarán internamente"

No, el futuro de sus economías está asegurado. La faceta financiera del petróleo está llevando a una dualización de las economías petroleras. Algunas, que jugaron un papel relevante en el marco de la OPEP, como por ejemplo Argelia, pero cuyas reservas de petróleo son relativamente pequeñas y en las que la población se ha multiplicado en las últimas décadas, verán como su situación económica y política tiende a deteriorarse. Lo mismo, para aquellas economías petroleras que, desde la década de los 90, como Argelia también, se vieron obligadas a permitir la penetración del capital extranjero en el sector. En casos como estos, los años de bonanza petrolera no les permitieron transformar suficientemente sus activos petroleros en activos financieros. Por ello, a diferencia de lo que sí ha ocurrido, por ejemplo, en Arabia Saudí, Kuwait o Qatar, donde el exceso de petrodólares resultó en la creación de unos colosales fondos de inversión soberanos que permitirá a las generaciones futuras seguir viviendo de sus rentas. Aunque se ‘acabara’ el petróleo.  Lo que se deriva de esta afirmación es una de las cuestiones a debate desde que estallara la crisis, hace ya más de una década, como se ha visto con el caso de Qatar, que se debate si estos fondos se seguirán empleando con una lógica de legitimación interna o de influencia externa.

Lo primero está por ver, pero por lo que a lo segundo se refiere, mientras el capitalismo siga la estela de la financiarización y, mientras muchas de las principales economías industrializadas, como Estados Unidos, Reino Unido o España, sigan necesitando de la financiación externa para sobrevivir, el futuro de estas economías está asegurado y su capacidad de influencia en la escena internacional, en vez de menguante, será creciente.

 

"El riesgo de conflicto regional aumentará"

Las crisis se han ido sucediendo. Podría decirse que, este conflicto ha existido, desde los 70 con el mayor protagonismo de la OPEP, pues cabe recordar que esta organización es, al mismo tiempo, el cartel más conocido de la segunda mitad del siglo XX y el menos eficaz del mundo. Y su fracaso en regular las cuotas internas, se ha suplido con los conflictos regionales que, selectivamente, han ido apartando a los socios.

A pesar de que la función de la OPEP era la de evitar la sobreabundancia de oferta de crudo en el mundo, pocas veces sus socios han respetado las cuotas que se autoasignaban y, de facto desde finales de los 70, los conflictos regionales y los bloqueos internacionales iniciados con la guerra Irán-Irak y seguidos por otros casos como el Lockerbie, son los que han restringido la producción total del organismo. Por tanto, la lucha regional por asegurarse unas cuotas de mercado (y unos ingresos) existe desde finales de los 70. A medida que se han ido añadiendo al pool internacional, crudo de otras partes del mundo (desde el proveniente de las repúblicas de la antigua URSS hasta el petróleo no convencional de América, pasando por el de África occidental), la situación no ha hecho más que empeorar, pues en el mercado cada vez hay más flujos de oro negro fuera del control de la organización.  Desde este punto de vista, la reducción paulatina de las compras de crudo que podría ocasionar la transición energética sólo acentuaría una tendencia al conflicto, ya existente.

Otro aspecto, que se ha ido haciendo visible desde la invasión de Irak en 2003, que merecería una atención mayor a la que se le ha dado, es la relación entre Estado, frontera y petróleo en Oriente Medio. Lo que hoy conocemos como Oriente Medio, es el resultado de la desintegración del Imperio otomano y las fronteras de los Estados que lo componen se trazaron en los 20, simultáneamente con el diseño de las concesiones petrolíferas que dieron lugar al nacimiento de las Siete Hermanas. Ello ha determinado que, desde entonces, fronteras y crudo vayan de la mano. Ambos son constitutivos de los países de la región y, los dos, otorgan al gobierno de la nación, su razón de ser (un territorio con fronteras) y su forma de legitimación: la distribución de la renta del oro negro a la población nacional. De ahí que, cualquier crisis en las compañías petroleras nacionales, acabe en un conflicto territorial y político. Baste como ejemplo, el caso de Irak, donde la arremetida contra la Irak Petroleum Company catalizó el desmembramiento territorial del país, dando lugar a una Región Autónoma del Kurdistán.

Esta relación primigenia e intrínseca entre petróleo, territorio (y su gobierno) en Oriente Medio, conduce a que cualquier cambio en la estructura del sector petrolero nacional, pueda arrastrar a un cambio en el territorio (y en el gobierno), catalizadora de una crisis regional. Máxime, si la transición energética acarrea que progresivamente desaparezcan las presiones que desde los países consumidores se han realizado para mantener determinados regímenes y fronteras, con el fin de asegurar un flujo estable y seguro de crudo desde Oriente Medio hacia sus territorios.