Trump
Trump firma el documento por el que aprueba nuevos aranceles para la importación de acero y aluminio. (Chip Somodevilla/Getty Images)

El presidente estadounidense, Donald Trump, lanza su envite al libre comercio, con consecuencias previsiblemente perjudiciales, falta ver si el resto de países lo aceptan o actúan en paralelo.

 

El Brexit, el fracaso en las negociaciones en la Ronda de Doha, la salida de EE UU del Acuerdo Transpacífico y la congelación de las negociaciones del TTIP han sido algunos de los síntomas de que el sistema multilateral de comercio estaba entrando en un terreno complejo. Al igual que la reciente subida de los aranceles del aluminio y el acero en Estados Unidos por parte de la Administración Trump (un 25% y un 10% respectivamente); aunque, ha descosido las costuras de uno del libre comercio global. Para entender estas medidas y sus posibles consecuencias es fundamental comprender algunos de los principios y premisas que sostienen el comercio internacional y cuestionar algunos mantras que lo rodean y que dificultan la discusión sobre cómo hemos llegado hasta aquí y cómo analizar los posibles escenarios de futuro. Así, que empecemos por el principio.

¿Es hoy libre el comercio?

No, pero es más libre que antes. Especialmente si nos centramos en los aranceles como indicador de ello. Desde la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1996 la media de los aranceles a nivel mundial ha bajado de un 33,96% a un 2,88% en el 2012. Además, el número de Acuerdos Preferenciales de Comercio (tanto bilaterales como multilaterales) también ha aumentado de manera exponencial, llegando a 270 en el año 2012.  Sin embargo, la definición de libre comercio ha sido siempre política. La OMC considera trabas al comercio las medidas arancelarias, las no arancelarias y todos aquellos procesos o requerimientos que graben de forma unilateral el comercio internacional de un bien o servicio. No obstante, no lo son todas las medidas de impulso que favorecen el desarrollo sectorial o del mercado en general. Inversión en educación, en infraestructura, en I+D, ayudas estatales a empresas, instrumentos de minimización de riesgos, instrumentos financieros para facilitar el comercio… son algunas de las medidas que la mayoría de los gobiernos desarrollados, y las pujantes economías en desarrollo, utilizan para fortalecer la competitividad internacional de sus empresas. En este sentido, llama la atención que, como asegura el prestigioso profesor de la Universidad de Cambridge, Hajoon-Chang, las medidas que están limitadas por la OMC son aquellas que los países en fases tempranas de desarrollo son más proclives a utilizar, respondiendo al criterio del famoso economista alemán Friedrich List de que lo mejor tras haber llegado arriba, es retirar la escalera para que otros no consigan subir.

En cualquier caso, no cabe duda de que hoy en día el comercio internacional ha crecido de manera sostenida desde finales de 1800. De hecho, la participación de las exportaciones en el PIB mundial ha pasado del 5% en esa época hasta un 30% en el año 2013. No obstante, desde ese año se percibe un ligero descenso que viene a confirmar los temores de que el comercio internacional puede entrar en un proceso de estancamiento.

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Trabajadores en una fábrica de aluminio de Indiana. (Scott Olson/Getty Images)

El libre comercio es bueno

Ojalá fuera tan simple. A priori existe un acuerdo, relativamente, generalizado sobre los impactos positivos que el libre comercio ha tenido en el aumento del PIB Mundial. Sin embargo, como casi siempre, los números agregados esconden verdades importantes para el análisis. Aunque es innegable que a mayor apertura al comercio internacional le ha seguido un crecimiento del PIB mundial, lo cierto es que el comercio también ha generado algunos impactos negativos. La deslocalización de la industria intensiva en mano de obra a países con costes salariales más bajos ha provocado la pérdida de puestos de trabajo en los países desarrollados. Muchos de los cuales se han recuperado en otras industrias más punteras que, por un lado, emplean menos mano de obra y, por el otro, exigen mucha más cualificación, por lo que los trabajadores no cualificados han sido desplazados del mercado. Un reciente estudio de la Universidad de Georgetown demuestra que el 99% de los empleos generados en EE UU tras la crisis ha sido para trabajadores con estudios universitarios. En este sentido, como demostró la famosa gráfica del elefante del economista Branko Milanovic (con todas las críticas que esta pueda suscitar), los salarios de la clase media de países en desarrollo, parecen haberse estancado en los últimos veinte años.

Por otro lado, la nueva generación de acuerdos de libre comercio, que trascienden las decisiones puramente comerciales (regulando inversiones, flujos de capitales, estándares de calidad, leyes de propiedad intelectual…) han generado trade offs sobre cuestiones importantes: salud pública, empleo y condiciones de trabajo, fiscalidad, desarrollo industrial que sin duda complican sustancialmente el debate.

Además, una cuestión cuanto menos curiosa, es que en las fases de actualización económica de los países desarrollados (entendiendo estas como los momentos económicos en que han crecido más dando caza a las economías que las precedían), la mayoría de los países utilizaron políticas proteccionistas. De acuerdo con los datos analizados por Paul Bairoch, EE UU utilizó unos aranceles entre el 35 y 48% entre 1820 y 1930, Reino Unido tenía unos aranceles cercanos al 50% en 1820, Alemania mantuvo una media del 25% hasta prácticamente 1950 (con un periodo de bajos aranceles en 1875), y todos ellos hicieron uso de políticas activas de fomento industrial que hoy en día están prohibidas por la OMC (reverse engineering, inversión estatal directa, leyes de contenido local, subsidios a las exportaciones…). El libre comercio es bueno, sí, pero la historia económica nos muestra que para llegar a su óptimo hacen falta ciertas dosis de proteccionismo.

De repente, EE UU se ha vuelto proteccionista

Ha sido sospechoso habitual. De hecho, históricamente Estados Unidos ha utilizado de manera constante medidas proteccionistas. Como hemos visto anteriormente, ha mantenido un nivel de aranceles relativamente alto en sus fases iniciales de desarrollo. De hecho, uno de los primeros economistas en promover la teoría de la industria naciente (que promueve el proteccionismo de las industrias de reciente creación) fue Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de la nación americana.

El conflicto entre proteccionismo y libre comercio ha sido un debate recurrente en la historia del país. En las primeras décadas de 1900 este debate acabó con la llamada Smoot-Hawley Tariff Act (1930), que subió los aranceles hasta una media del 60%. A partir de ahí, la apuesta de EE UU por reducir los aranceles se materializó en la consolidación de acuerdos de libre comercio (a través de Reciprocal Trade Agreements Act of 1934) que tuvo su máxima expresión tras la Segunda Guerra Mundial y en el inicio de las negociaciones del GATT y sus sucesivas rondas (Ronda Kennedy, Tokio y Uruguay). Desde los 90, sin embargo, el libre comercio ha sido enormemente cuestionado por una coalición de actores de la sociedad civil, así como ciertas facciones de la esfera republicana (encarnados en Trump). Curiosamente, en paralelo a este progresivo descenso de los aranceles (que en 2013 se situó en un 2,7%), el Gobierno estadounidense ha venido utilizando diferentes mecanismos para proteger de manera indirecta sus sectores prioritarios a través de medidas de apoyo diversas (inversión estatal, contratación pública, restricciones a las exportaciones, subsidios internos…). De hecho, de acuerdo con un informe elaborado por Credit Suisse en 2015, EE UU es el país con mayor número de medidas proteccionistas del mundo, seguido por India y Rusia.

La diferencia entre las medidas utilizadas de manera tradicional y la actual subida de aranceles promovida por Trump, es que estas transgreden las reglas del juego fijadas por la OMC de una manera abierta y frontal, dejando la puerta abierta a las represalias de países terceros. Hasta ahora, la mayoría de las disputas en la OMC se revestían de una retórica legal que no cuestionaba el libre comercio: eran medidas menores que se justificaban intentando buscar los vacíos legales del sistema internacional de comercio. Trump, utilizando la excusa de la seguridad nacional, y acompañándola de tuits claramente beligerantes, ha dejado claro que la legalidad de la OMC no le preocupa.

El proteccionismo recuperará los trabajos perdidos en EEUU

Seguramente no. La primera pregunta que habría que responder es si el empleo en los sectores industriales ha desaparecido, únicamente, por la deslocalización o por otras causas multidimensionales. Lo cierto es que desde el año 2000 se han perdido cinco millones de empleos en el sector manufactureroe en EE UU, pero estas cifras esconden, como siempre, algunos secretos. El primero es que una parte sustancial de este número se debe a una cuestión estadística: muchos de los empleos, anteriormente, contabilizados en manufactura se debían a servicios que la empresa tenía internalizados. La tendencia a la externalización de los mismos ha repercutido en la forma de contabilizarlo. El segundo, es el aumento creciente de la productividad por trabajador debido al avance de la tecnología y, en especial, de la robotización de la manufactura. Pese a un descenso de la fuerza de trabajo en el sector industrial de un 14% en 1996 a un 8% en 2016, este año se ha alcanzado el récord máximo de producción manufacturera. Esto se debe a que un trabajador hoy produce un 47% más que hace 20 años. Por último, muchos de los empleos destruidos en manufactura se han creado en otros sectores, principalmente en los servicios.

A decir verdad, realizar un análisis del impacto en el mercado de trabajo de este tipo de medidas es extremadamente complejo. El acero es un material estratégico para muchísimas industrias (construcción, defensa, aeronáutica…), por lo que las consecuencias pueden extenderse a multitud de sectores. No obstante, existe un ejemplo reciente en el que el Gobierno de George W. Bush intentó también proteger algunos productos derivados del acero subiendo los aranceles. Las consecuencias, de acuerdo con la US International Trade Comission fueron la pérdida de 200.000 empleos. La razón es que solo 140.000 americanos trabajan en el sector del acero y el aluminio, frente a 17 millones de personas que desarrollan su actividad en industrias dependientes del acero que podrían verse afectadas por el aumento de los precios y, por consiguiente, de pérdida de competitividad internacional.

Para añadir más leña al fuego, de acuerdo con la Agencia de Estadísticas de Empleo de EE UU, las principales fuentes de creación de empleo serán los sectores sociales y los servicios profesionales, los mismos que Trump está ayudando a desmantelar. Además, de acuerdo con los estudios desarrollados por Morgan Stanley, el balance de las medidas tendrá una repercusión negativa en el PIB estadounidense en cualquier escenario de subida de aranceles.

La guerra (comercial) se desatará

Es una posibilidad bastante probable. Una guerra comercial se desencadena cuando los países comienzan a imponer restricciones a las importaciones para dañar comercialmente a otros. Como indicaba el investigador Miguel Otero, es posible que el principal objetivo de esta medida sea forzar a la economía alemana a emprender políticas expansionistas que disminuyan su superávit comercial. La Unión Europea es el mayor exportador de acero a EE UU (un 21,4%), seguido por Canadá y México (que podrán verse exentas de estas medidas) y Corea del Sur. China, se verá afectada en menor medida (suma un 2% de las exportaciones). Como represalia la UE ha seleccionado más de 100 productos estadounidenses que podrían verse afectados por restricciones a la importación, entre las que se encuentran algunos productos sensibles como pantalones vaqueros, bourbon, motocicletas de gama alta y algunos productos agropecuarios que se sumarán al aluminio y el acero. Además, previsiblemente, denunciará la medida al tribunal de resolución de conflictos de la OMC, que tendrá que tomar la decisión sobre si la subida arancelaria responde a una cuestión de seguridad nacional, tesitura que podría abrir la veda a medidas similares en otros países. Por su parte, Corea del Sur y China también han declarado que adoptarán medidas para hacer frente, pero todavía sin definir.

Ante estas amenazas Trump ha advertido que podría imponer un arancel del 25% a la importación de coches europeos, lo que sin duda podría desencadenar una espiral de proteccionismo como la que se produjo en la década de los 30 tras la promulgación de la Smoot-Hawley Tariff Act con consecuencias del todo imprevisibles, pero que sin duda podrían dañar a las principales potencias exportadoras, en especial en Asia, que suma el 67% del déficit comercial estadounidense. De acuerdo con CitiBank, si la escalada se materializa y no es una nueva fanfarronada del presidente estadounidense, la economía global podría desacelerarse significativamente (entre el 0,5 y el 1% del PIB global), además tendría un impacto significativo en los precios en el consumidor.

Trump ha lanzado su envite al libre comercio. Cabe esperar si el resto de países lo aceptan o suben la apuesta. Y lo peor no es ver que se cuestionan los beneficios del sistema (esto podría ser incluso sano), es ver de nuevo que quien lo hace es el que más se ha beneficiado de él y, otra vez, quiere tirar la escalera para que nadie pueda subir por ella.