Vista del resort en el Mar Rojo donde fueron asesinadas dos turistas alemanas, julio 2017. Mohamed el Shahed/AFP/Getty Images

El aumento de las tensiones políticas y la violencia interna hunde el turismo en Egipto, afectando en gran medida a la economía del país y la calidad de vida de los nacionales que viven de este sector.

Egipto irrumpió con fuerza en el sector turístico en el actual milenio. Todo era música, luz y color. Los cafés no daban a basto. Servían sishas –pipas de agua– a los turistas que acudían a ver, hasta altas horas de la noche, los espectáculos de las bailarinas de la danza del vientre. En esta misma época abrió sus puertas una franquicia de la discoteca española Pacha, que aún conserva su sede en Sharm el Sheikh, localidad situada al sur de la península del Sinaí. Las grandes cadenas hoteleras registraban sus mejores meses en verano y la construcción, boyante por aquel entonces, no paraba de colocar ladrillo sobre ladrillo. “Se construyeron muchos centros comerciales que hoy están cerrados. Son edificios fantasma”, afirma Abu, un anciano que cada noche custodia, sentado en una silla de plástico y a orillas de la carretera, uno de estos olvidados edificios: el Royal Mall Shoping Center.

Próximo al anciano, Nabbil, un camarero que desde hace más de una década trabaja en la costa del Sinaí, añade: “Todo se lo llevó la revolución”. Las revueltas árabes de 2011 afectaron pronto al turismo, un sector que hasta ese mismo año representaba una cuarta parte de las divisas que entraban en el país, tres millones de empleos directos y una cifra no cuantificable de empleos indirectos. Y es que Egipto alcanzó su record de visitantes en 2010 con 14,8 millones de turistas, según el Ministerio de Turismo egipcio. Un año más tarde, en 2011, fueron 9,8 millones de personas los que visitaron el país. Esto supuso por entonces un ingreso de 12.500 millones de dólares, según la Agencia Estatal de Estadística egipcia. Una época dorada que ahora queda lejana. Pero, ¿cuáles son las razones del desplome del sector turístico?

Las tensiones políticas, que comenzaron en 2011, y los enfrentamientos violentos entre facciones políticas afectaron gravemente a la imagen internacional del país, que prácticamente paralizado se adentró en una profunda crisis económica. Ése aumento de la violencia interna, unido al auge del radicalismo islamista y los ataques terroristas fueron los factores por los que el país se vació de visitantes gradualmente hasta alcanzar en el presente año los peores registros en casi una década.

Pero sin duda, 2015 marcó un punto de inflexión cuando un atentado terrorista contra un avión de turistas rusos que sobrevolaban la península del Sinaí acabó en el mes de octubre con la vida de 224 personas. El ataque fue reivindicado por el autoproclamado Estado Islámico (EI). Pese a que mismo año fueron 9,3 millones los turistas que visitaron el país, la cifra se redujo a la mitad en 2016, según la agencia la agencia oficial de estadística egipcia, CAPMAS. En 2017, alrededor de 2,4 millones de turistas han visitado Egipto, es decir, ha habido un desplome de un 70% de los turistas.

Los rusos, que en 2014 representaban el 33% del total de extranjeros visitantes, desaparecieron del país de las pirámides después del ataque aéreo. En su conjunto suponían el 34% de los ingresos del sector, según el Ministerio de Turismo egipcio. Tras el atentado, Rusia prohibió a sus ciudadanos viajar a Egipto y las compañías aéreas cancelaron sus vuelos. Reino Unido y Alemania recomendaron no viajar al país y muchas compañías aéreas suspendieron también su tránsito a la península del Sinaí y a las localidades del mar Rojo, lo que agravó aún más la crisis económica y de divisas que ya se había desatado en el país.

El Valle de los Reyes en Luxor vacío de turistas, Egipto, 2013. d Giles/Getty Images

Desde entonces, los recurrentes ataques terroristas, que desde hace dos años bañan de sangre a Egipto, han situado contra las cuerdas al Gobierno de Abdel Fatah al Sisi, que se ha visto obligado a decretar el pasado mes de abril el estado de emergencia y que se prolongará hasta el próximo mes de octubre. Especialmente organizaciones terroristas como Wilayat Sina –filial del EI– han convertido a turistas, cristianos y a las Fuerzas de Seguridad egipcias en el blanco de sus objetivos, aunque también se han registrado ataques puntuales en zonas turísticas como el del pasado mes de julio, cuando dos turistas alemanas fueron acuchilladas mientras tomaban el sol en un resort de Hurghada, a las orillas del mar Rojo.

En su conjunto, el derrumbe del sector turístico, la escasez de divisas unida a la crisis financiera y a una elevada inflación forzaron al Ejecutivo a poner en marcha un plan de austeridad después de aceptar un préstamo de cerca de 11.000 millones de euros del Fondo Monetario Internacional (FMI).  Es decir, Egipto ha de hacer además frente a una deuda contraída con el FMI.

Como consecuencia de este plan, el pasado mes de junio el Consejo de Ministros aprobó una fuerte subida de entre un 40% y un 50% de los precios de los combustibles y del 100% para el gas natural. Las nuevas medidas, que no fueron bien acogidas por la sociedad, han impactado directamente en los bolsillos de los nacionales.

De hecho, en el mes de julio la inflación en Egipto aumentó un 33%, el porcentaje más elevado alcanzado en tres décadas, tal y como registró la Oficina Nacional de Estadísticas egipcia. Según los economistas egipcios, “en los próximos dos meses la subida será del 30% a raíz del incremento de las tarifas de electricidad, transporte y agua potable”. Obviamente, los efectos en el día a día son devastadores para los locales: “el salario que mantenemos es el mismo que hace años pero los precios se han duplicado”, se quejan.

El pasado mes de mayo, la subida del precio de los productos de primera necesidad fue de un 30,57% en términos interanuales, según cifras oficiales. Además, el pasado mes de noviembre el país liberalizó la cotización de la libra egipcia, lo que dio como resultado una depreciación de la moneda de cerca del cien por cien. Esto, obviamente, ha repercutido de forma negativa en la economía local, ya que el país importa la mayoría de bienes que consume.

En cuanto a los turistas, pese a que el cambio de divisa favorece a los extranjeros occidentales –un euro equivale a cerca de 21 libras egipcias, tres veces más que hace seis años–  pocos son los que se deciden a pasar más de dos o tres días en Egipto. “Generalmente están un par de días en las principales ciudades. Suelen ser viajes organizados que tienen como destino final otros países más seguros del entorno como Jordania o Israel”, explica Mohamed que regenta un puesto de suvenires en la costa del mar Rojo.

En Lúxor, localidad situada en la ribera oriental del Nilo, los cruceros permanecen atracados en el puerto. Esta ciudad depende en un 90% de los ingresos del sector. Su desplome ha obligado a muchos ciudadanos a pedir ayuda a las organizaciones caritativas, que ahora ya no tienen los recursos de antaño, pues sus principales donantes, los dueños de grandes complejos hoteleros o las grandes fortunas, han reducido sustancialmente sus aportaciones benéficas.

“Ante esta mala situación están redoblándose los esfuerzos para atraer a turistas procedentes de los países árabes del Golfo Pérsico. Este grupo, aunque solo representa el 22% del total de turistas, es conocido por sus elevados gastos durante sus estancias vacacionales”, afirma el presidente de la Cámara de Turismo egipcia.

El ministro de Turismo insiste en la necesidad de trabajar en los mercados emergentes como China, Japón y el Sureste asiático, empleando herramientas como el e-commerce, marketing digital y e-channels. Egipto  hará lo imposible para recuperar a un sector que supone un 15% de su PIB. Sin embargo, la recuperación económica en el ámbito del turismo se prevé lenta y ello ha obligado a las autoridades a retrasar la subida prevista para este año del precio del visado de entrada al país: de 25 a 60 dólares, más del doble del precio establecido.

Desde el ministerio de Antigüedades, afectado por la falta de visitantes, también arriman el hombro. Khaaled al Anany, ministro de Antigüedades, explica que para aumentar los ingresos se ha intentado optar por algunas actividades adicionales como los nuevos pases de ingreso anuales para egipcios, la apertura nocturna del museo de El Cairo o el aumento del precio de las entradas a los grandes monumentos. La restauración de piezas y las excavaciones en busca de nuevos tesoros arqueológicos han sido interrumpidas por falta de fondos este año.

Por su parte, la tumba de Nerfeti en El Cairo, de Sefti I en Lüxor o el museo de Malawi, situado en la localidad de Minya y que fue saqueado en 2013, han reabierto al público recientemente y son el nuevo anzuelo publicitario del Ministerio. El problema es que los recientes ataques terroristas no ayudan a que ese reclamo publicitario cale entre los potenciales turistas.

El Gobierno ha prometido por su parte una mayor inversión en seguridad aeroportuaria, un abaratamiento de la moneda local y un fondo de financiación para renovar la industria turística. Además, el Banco Central de Egipto también anunció a comienzos de 2017 la creación de un fondo de 251 millones de euros para financiar la renovación de hoteles o espacios turísticos, gravemente afectados por la crisis económica, que espera vuelvan a atraer a los curiosos de la civilización faraónica y a los amantes de los mares de coral.