Los siete Estados que más usan el islam en su política exterior.

El poder blando es un concepto que hace referencia a la habilidad de persuadir a un actor a través de medios no coercitivos para que quiera lo que realmente quieres tú.

Entre estos medios no coercitivos destacan algunos como la cultura, la ideología o los valores, pero para algunos Estados otro medio eficaz resulta ser la religión. En el caso del islam, estos son los principales países que lo integran en su política exterior.

 

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Dos mujeres en la Gran Mezquita de la Mecca, Arabia Saudí. (AHMAD AL-RUBAYE/AFP/Getty Images)

Arabia Saudí

El caso paradigmático del uso del islam como herramienta diplomática es el de Arabia Saudí, dedicada desde hace décadas a diseminar el wahabismo, una interpretación ultraconservadora de la religión.

Aunque no hay que pormenorizar la convicción que puedan tener las autoridades saudíes sobre su percibida obligación de propagar el islam por el mundo, la exportación de su interpretación religiosa responde ante todo a una agenda política.

A partir de aquí, la red de instituciones a través de las cuales Riad exporta su visión del islam es tan extensa como compleja e incluye organizaciones directamente controladas por el Gobierno, proyectos financiados por miembros de la Casa Saud que mantienen cierta independencia respecto al Estado e iniciativas privadas. De entre todo este cúmulo de organizaciones destacan especialmente cuatro.

En primer lugar se encuentra el Ministerio de Asuntos Islámicos, que se erige como el principal brazo del Gobierno a la hora de financiar y capacitar proyectos que propaguen su interpretación del islam fuera del país. Sus principales acciones van desde la financiación de mezquitas o escuelas religiosas hasta la donación de libros, pasando por el envío de personal religioso, incluido en las misiones diplomáticas.

Por otro lado, la Liga del Mundo Musulmán (LMM), establecida en 1962 por el entonces príncipe heredero Faisal bin Abdul Aziz, es una organización panislámica que tiene por objetivo principal difundir el islam, alentar conversiones y estimular una observación más estricta de la religión entre los musulmanes. Aunque se autoconsidera independiente, la organización está estrechamente vinculada al establishment religioso y político de Arabia Saudí, que acoge la sede, proporciona la mayoría de fondos y ostenta la secretaría general.

La Asamblea Mundial de la Juventud Musulmana (WAMY), por su parte, es una red de organizaciones fundada en 1972 que se centra en promover la solidaridad islámica entre jóvenes musulmanes, con especial atención en aquellos que van a estudiar a países no islámicos, y a la difusión de material religioso. Algunas de sus actividades más comunes son la celebración de competiciones deportivas, campamentos o intercambios educativos.

Como recoge el estudio Redes y movimientos musulmanes en Europa occidental del Pew Research Center, “los saudíes han sido actores importantes en la financiación y promoción de la da’wa (propagación del islam) global desde los 70, y han utilizado a la LMM y a la WAMY como vehículos para gran parte de esta actividad”.

Para este fin, Riad también se ha servido de la potente Universidad Islámica de Medina, fundada en 1961. De orientación salafista, la institución recibe a jóvenes musulmanes (solo hombres) llegados de todo el mundo para educarles en ciencias islámicas.

Del mismo modo, son muy significativas todas las fundaciones dedicadas a la prestación de servicios sociales vinculadas en mayor o menor grado a Riad, ya que también actúan como canal para hacer proselitismo. Un ejemplo evidente en este sentido es el de la Organización Internacional para el Alivio, Bienestar y Desarrollo (IIRO) fundada en 1978 por la LMM, operativa en todo el mundo y protagonista de múltiples controversias.

Finalmente, cabe destacar otras vías que han permitido a Riad internacionalizar su discurso religioso, como los medios de comunicación, las redes sociales o los trabajadores extranjeros que desde los 70 han desembarcado en Arabia Saudí procedentes de otros países musulmanes y que, al volver a casa, se llevaban no solo grandes sumas de dinero sino también una visión de la religión moldeada por la realidad saudí.

 

Irán

El segundo caso más evidente del uso de la religión como parte integral de su política exterior es el de Irán.

A diferencia del caso de Arabia Saudí, Teherán parte de una posición más compleja, ya que no puede abanderar un discurso abiertamente antisuní, puesto que ello implicaría alienar aún más a la aplastante mayoría de musulmanes suníes de la región.

Por este motivo, aunque la religión forma parte de la diplomacia iraní, Teherán se ve obligado a adoptar una postura más flexible que incorpore elementos como la cultura, el idioma o la historia allí donde la religión no resultaría útil.

Eso no quita, no obstante, que Irán se haya autoerigido, igualmente, en defensor de la causa chií en todo el mundo, incluyendo países donde éstos representan la mayoría, como Bahréin e Irak; donde no lo son, como en Yemen y hasta en Estados seculares, como en Siria.

En el centro de este difícil equilibrio se encuentra la Organización Islámica para la Cultura y las Relaciones (ICRO), que actúa como la principal institución de Irán a la hora de propagar su visión del islam al exterior. Afiliada al Ministerio de Cultura y Orientación Islámica, pero orientada por el líder supremo, ICRO se estableció en 1995 y la diseminación religiosa y cultural figuran entre sus principales misiones.

Paralelamente, los llamados bonyads, un tipo de fundaciones que entre otras actividades ofrecen servicios sociales, también han servido en ocasiones de vehículo para propagar su interpretación de la religión, sobre todo a través de la financiación de universidades, seminarios islámicos o becas para que estudiantes extranjeros pudieran estudiar en Irán.

Buena parte de estas fundaciones están estrechamente vinculadas a círculos chiíes, como por ejemplo la Astan Qods Razavi, operativa en el santuario del Imam Reza en la ciudad de Mashad y controlada por líderes religiosos. Otras, en cambio, operan también en entornos suníes, como la Fundación de Ayuda Imam Jomeini, presente en más de una decena de países, en su mayoría suníes, como Pakistán, Palestina o Somalia.

“Cuando al proyectarse en países cercanos a Irán, como Afganistán y Tayikistán, ha sido más útil enfatizar afinidades étnicas, lingüísticas e históricamente ‘persas’, la República Islámica ha estado muy feliz de hacerlo. Del mismo modo, al vincular la religión en países suníes, Irán ha desenfatizado el islam chií”, explican los académicos Peter Mandaville y Shadi Hamid en su exhaustivo trabajo El islam como diplomacia.

Por otro lado, Irán también ha aprovechado instituciones como la Universidad Islámica de Azad para incrementar su influencia. Fundada en 1982, esta red de centros educativos acoge a más de un millón de estudiantes en sus más de 300 campus dentro y fuera del país y ha anunciado, recientemente, su expansión en Siria e Irak.

“La expansión de las sucursales de la Universidad Islámica de Azad en el extranjero forma parte de la sofisticada estrategia de poder blando iraní para promover los objetivos ideológicos y políticos [del país]”, señala Ahmad Majidyar en el Middle East Institute.

Al igual que los saudíes, Irán ha asistido a grupos chiíes en el extranjero mediante la financiación de fundaciones o comunidades religiosas en sus países, y ha usado la ayuda humanitaria o los medios de comunicación, como el canal en español HispanTV, para proyectar su posición.

El caso de Azerbaiyán recogido por Ansgar Jödicke en El poder blando religioso en el sur del Cáucaso, ilustra esta práctica: “En Azerbaiyán –particularmente en el sur– Irán proporcionó ayuda humanitaria durante el auge de la disputa de Nagorno Karabakh a inicios de 1990 y comenzó a emitir en el canal Sahar TV. Todas estas actividades incluían componentes religiosos como, por ejemplo, la difusión de literatura religiosa”, señala.

 

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Un hombre reza en la mezquita Kocatepe en Alemania, perteneciente a la asociación islámica, Diyanet de Turquía. (HENNING KAISER/AFP/Getty Images)

Turquía

Alejándose de los casos saudí e iraní, donde existe una voluntad manifiesta de propagar una visión concreta del islam fuera de sus fronteras, Ankara adopta una postura más instrumental cuando integra la religión en su política exterior, al menos hasta el momento.

“La aproximación de Turquía al poder blando religioso no parece que tenga que ver con impulsar doctrinas o posiciones teológicas específicas. Por el contrario, cuando Turquía busca expandir sus alianzas (sobre todo en el plano económico) en países islámicos o en naciones con una minoría significativa o influyente de musulmanes, añadir la dimensión religiosa a su diplomacia le permite establecer una base de proximidad cultural y afinidad [que conduzca hacia] una mayor asociación”, apuntan Mandaville y Hamid.

Para cumplir con esta misión, Ankara cuenta con la ayuda inestimable de la Dirección de Asuntos Religiosos, más conocida como Diyanet. Con un presupuesto que en 2016 superaba en un 40% al del Ministerio del Interior e igualaba a los de los ministerios de Exteriores, Energía, Cultura y Turismo juntos, la organización cuenta con unos 150.000 trabajadores y se encarga de promover su conservadora agenda dentro y fuera del país.

Según recuerda David Lepeska en la revista Foreign Affairs, Diyanet empezó a trabajar fuera de Turquía ya a partir de los 70, y actualmente sus tentáculos llegan a todo el mundo, Cuba incluida. Entre sus principales actividades figuran las de ofrecer servicios religiosos a comunidades turcas en el extranjero, como las de Alemania u Holanda, construir y renovar mezquitas, pagar peregrinajes a la Meca o entregar becas para estudiar en Turquía.

Para Lepeska, el objetivo de Ankara es “superar a Arabia Saudí como el líder del islam suní”, así como en “ayudar a las comunidades de minorías musulmanas en Occidente”.

Asimismo, Ankara también tiene entre ceja y ceja establecer una universidad islámica en Estambul, lo que sin duda contribuiría a la propagación de su versión del islam en el exterior, especialmente si consiguen elevarla a un estatus similar al de las universidades de Medina o al Azhar (Egipto), como anhelan las autoridades turcas.

Otras plataformas que antaño sirvieron notablemente a los intereses de Turquía a la hora de proyectarse en el exterior con la religión como vehículo fueron el movimiento asociado a Fethullah Gülen y los Hermanos Musulmanes. Sin embargo, tras la purga interna ejecutada por Ankara contra el primer grupo siguiendo el intento de golpe de Estado de 2016 y el fracaso de la Hermandad después de las Primaveras Árabes, ambos medios han pasado a formar parte del pasado.

 

Emiratos Árabes Unidos

Aunque con una capacidad de influir menor a la de Arabia Saudí, otros países del Golfo como Emiratos Árabes Unidos (EAU) cuentan con una agenda cercana a la de Riad.

En este sentido, tal y como notan Mandaville y Hamid, “a pesar de que sus economías petroleras más pequeñas significan que pueden operar globalmente a una escala más modesta, Qatar, Kuwait y los EAU han apoyado en distinto grado muchas de las mismas causas islámicas que Arabia Saudí, y se han involucrado en la construcción de mezquitas y en la fundación de educación religiosa de una forma similar”.

Pero lejos de limitarse a emular a los saudíes, los Emiratos han apostado también por intentar desarrollar una imagen de tolerancia de cara al exterior. El caso reciente más evidente en esta dirección fue la acogida que Abu Dabi brindó al Papa Francisco a principios de febrero, que perseguía el establecimiento de puentes entre cristianos y musulmanes y contó con la participación del Gran Imam de Al Azhar, Ahmad El Tayeb.

Este perfil flexible de los EAU se acomoda tanto a su feroz oposición al islamismo encarnado por los Hermanos Musulmanes como a su apuesta por “la separación entre la religión institucionalizada y la política, tanto en casa como en el exterior” a la que hace referencia David Roberts en su artículo Mezquita y Estado.

Como señala Roberts, “la posición de los Emiratos en cuanto al islamismo es música para los oídos de Washington”, lo que facilita sus relaciones con un aliado clave al que trata de hacer llegar su mensaje de forma quirúrgica a través de la actividad de los grupos de presión y donaciones filantrópicas en el país. Para el investigador, la proximidad de ambos países pone de relieve el “éxito de la diplomacia de EAU con Estados Unidos”.

 

Marruecos y Jordania

El reino de Marruecos forma parte del grupo de Estados que han aspirado a erigirse como promotores de lo que llaman islam moderado en la arena internacional, donde este tipo de reivindicaciones atraen interés, generan simpatía y abren la puerta a oportunidades.

Para ello, el principal instrumento a manos de Rabat es el Instituto para la Formación de Imanes Mohamed VI, una institución de élite fundada hace cinco años que ofrece formación religiosa en regiones como el Sahel, el Oeste de África o Europa.

“El Instituto es la joya de la corona de la diplomacia religiosa de Marruecos y de sus esfuerzos por marcar y exportar su interpretación del islam moderado”, nota Sarah Alaoui en La diplomacia religiosa de Marruecos. “Al mismo tiempo”, añade, “como los países de mayoría musulmana son cada vez más castigados por no hacer su trabajo al combatir la radicalización, el enfoque del Instituto y de Marruecos en la tolerancia religiosa y el pluralismo se han ganado las palmadas en la espalda de aliados occidentales”.

Por otro lado, en Marruecos también destaca el papel del Alto Consejo de Ulema. Fundada en 2006 y presidida por el Rey, la organización tiene reservada la autoridad exclusiva para emitir fatuas y tiene por objetivo difundir una interpretación moderada del islam. Asimismo, Rabat ha aprobado varias declaraciones internacionales (como la de Marrakech 2003 o, más recientemente, Marrakech 2016) que, entre otras cuestiones, ponen énfasis en esta necesidad de propagar una visión moderada de la religión.

“La iniciativa de la Declaración de Marrakech es uno de esos esfuerzos para transformar un momento de crisis en oportunidad. Hasta la fecha, su impacto ha sido indeterminado. Pero se ha plantado una semilla que, con un cuidado, podría dar frutos que vayan más allá de la causa encomiable del avance de los derechos de las minorías y se extienda a la construcción de la paz”, considera Susan Hayward en el United States Institute of Peace.

En una tesitura similar a la marroquí se encuentra Jordania, que de cara al exterior tanto gusta de erigirse como frente de la moderación religiosa.

En este sentido, el Instituto Real Aal al Bayt para Pensamiento Islámico y el Instituto Real para los Estudios Interreligiosos, ambos fundados en 1994 por el entonces príncipe heredero de Jordania Hassan bin Talal, colocaron los cimientos de la apuesta de Amán por el diálogo interreligioso con el fin de promover una versión moderada del islam.

Como recoge Stacey Gutkowski en Los mensajes de Amán y la política exterior de Jordania, desde 2004 Amán ha ambicionado “cambiar las negativas narrativas de Occidente sobre el islam, promover un intercambio global pacífico en base a la ética y los valores religiosos, y en cuanto a la moderación, particularmente la religiosa, dar forma a las políticas internas y externas de otros Estados árabes de Oriente Medio”.

Los principales medios a través de los cuales el régimen Hachemí ha llevado a la práctica estas ideas han sido los llamados Mensajes de Amán, así como iniciativas de diálogo vinculadas a estos. El primer Mensaje de Amán, de 2004, fue una declaración emitida por el rey Abdullah en la que se hacía un llamamiento a la tolerancia y la unidad islámica, mientras que el de 2014 adoptó la forma de una carta abierta que apelaba expresamente al líder de Daesh, Abu Bakr al Baghdadi.

Como pone de relieve Gutkowski, el interés que mueve a Jordania hacia esta estrategia trasciende el de la religión, puesto que el país “también ha utilizado los Mensajes de Amán para profundizar en la confianza política con Estados Unidos”.

En esta línea, la investigadora asegura que “la marca de Jordania como moderadamente islámica y que apoya el diálogo interreligioso ha demostrado ser central para construir confianza política con Occidente”.

 

Indonesia

Fuera de Oriente Medio y del Norte de África, uno de los países que más ha destacado en sus intentos por articular un islam local ha sido Indonesia y su llamado islam nusantara (del archipiélago).

En un artículo para el Yakarta Post, Azis Anwar Fachrudin considera que el islam nusantara no es más que “una interpretación del islam que toma en cuenta las costumbres indonesias locales en la formación de su fiqh [jurisprudencia islámica]”. “Lo nuevo es simplemente el nombre”, añade, ya que “la idea que subyace a la noción de islam nusantara es la misma que el islam en cualquier otra región donde éste interactúe con la cultura local”.

No obstante, es en esta dimensión local del islam nusantara en la que sus promotores centran su atención, ya que consideran que ello permite a Yakarta posicionarse como otro valedor de un islam moderado. Esta estrategia apela a la misma audiencia a la que se dirigen países como Marruecos o Jordania, y al mismo tiempo intenta situar a Indonesia en el mapa de islam, cuyo centro se asocia a Oriente Medio en detrimento de la periferia.

“La voluntad del islam nusantara es empatizar con los demás y dialogar con la realidad, en lugar de tratar de imponer por la fuerza sobre otros el propio entendimiento de la realidad. Su éxito también se debe a su convicción de que la religión debería servir como un camino hacia la iluminación para las almas individuales, y que la sharia debería servir para promover el bienestar de la humanidad, en lugar de funcionar como una herramienta de autoridad represiva. En Indonesia, el islam ha sido libre de cumplir con su mandato del Corán: convertirse en una fuente de amor y compasión universal”, describe, de forma claramente sesgada, Yahya Cholil Staquf, el secretario de Asuntos Políticos e Internacionales del Consejo Supremo de Nahdlatul Ulama (NU), la organización islámica más grande de Indonesia e íntimamente vinculada a la definición del islam nusantara.

Para proyectar esta interpretación local de la religión, el Ministerio de Asuntos Religiosos indonesio estableció en 2017 la Universidad Internacional Islámica de Indonesia, que siguiendo el ejemplo de instituciones como Al Azhar o la Universidad Islámica de Medina, aspira a posicionarse como una referencia en los estudios religiosos a escala internacional.

Mandaville y Hamid, no obstante, consideran que la apuesta de Yakarta todavía se encuentra en una fase incipiente, y que el país “aún no ha encontrado un nicho claro para poner en funcionamiento su marca religiosa de poder blando dentro de un marco más amplio de diplomacia cultural”.