Comerciantes en un mercado popular de frutas y verduras, carne y pan en enero de 2023 en El Cairo, Egipto. (Fadel Dawod/Getty Images)

10 años después del golpe de Estado en Egipto, las críticas al presidente Abdel Fatah al Sisi se multiplican dentro del país mientras su imagen internacional se consolida.

“Tendrás que perdonarme, querida, pero ya sabes cómo están las cosas. La economía es ahora mismo un asunto muy sensible y no puedo hablar con periodistas extranjeros. Ni siquiera con locales… habría consecuencias”, apunta un economista egipcio. “Es todo un desastre y una locura: sus inversiones en megaproyectos mientras la inflación sigue disparándose y la gente no tiene para comer… ¡y cómo hemos llegado hasta aquí! En 10 años todo ha ido a peor, pero no puedo decirte nada on the record. Ya sabes cómo están las cosas…”, se excusa también una analista política. Ese “ya sabes cómo están las cosas” omnipresente sintetiza la razón por la que Egipto es una olla a presión en la que, por primera vez en años, aunque sea a media voz, las críticas contra el presidente Abdel Fatah al Sisi se multiplican. “Lo único bueno, si es que quieres ver un hilo de luz en este desastre”, explica Hossam Bahgat, director de la Iniciativa Egipcia para los Derechos Personales (EIPR, en sus siglas en inglés) “es que debido a que Sisi se ha esforzado tanto en destruir todas las instituciones del Estado, en eliminar a cualquiera que desafiara su poder y en gobernar solo, ahora está teniendo que asumir la responsabilidad solo”, concluye el defensor de derechos humanos.

En mayo, el precio de los alimentos fue un 60% más caro que hace un año en las mismas fechas, según la agencia oficial de estadística egipcia CAPMAS (en sus siglas en inglés). Algunos productos como el pollo y la carne han incrementado su coste desde 2022 en un 89%, según esa misma agencia. “Va todo fatal”, es el resumen de un carnicero en un barrio del centro de El Cairo. “No hay apenas trabajo. Los que compraban 10 kilos de carne ahora compran dos. Y en algunas casas la carne ya ni entra, no pueden pagarla”, concluye. “Cuando las cosas están mal hay que elegir”, explica el hombre mientras atiende a un cliente que compra unos filetes y que se identifica como policía aunque viste de paisano. “Es cierto que las cosas no están bien. Todo está muy caro. Igual que en todo el mundo”, subraya el cliente. Mientras afila el cuchillo para preparar el pedido y observa de refilón a la escasa clientela, el carnicero permanece en silencio. Terminada la faena admite que si las cosas siguen así se podría ver obligado a cerrar: “El kilo de carne de cordero costaba 140 libras hace un año y hoy cuesta 380. ¿Qué puede hacer la gente?”.

En euros el precio no es comparable porque hace un año el cambio de divisas era de 20 libras el euro y hoy es de entre 32 y 34, dependiendo del día, aunque en el mercado negro alcance los 40. Cuando esta corresponsal llegó a El Cairo en 2009 el tipo de cambio de un euro era de 8 libras egipcias. Dos devaluaciones y varios préstamos del Fondo Monetario Internacional después, los egipcios son más pobres que cuando salieron a la calle en enero de 2011 para pedir “pan, libertad y justicia social” y forzar la caída de Hosni Mubarak, aunque no del régimen. En julio, cuando se cumplan 10 años del golpe de Estado que llevó al actual presidente al poder, el sueldo base será de 3.000.

Ni estabilidad ni prosperidad

Hablar de economía es hablar de todo lo que está mal en el Egipto de Abdel Fatah al Sisi 10 años después de su llegada al poder en un golpe de Estado que acabó con el primer Gobierno elegido democráticamente en 6 décadas. El entonces general “se presentó a sí mismo como garante de prosperidad y estabilidad”, apunta el defensor de derechos humanos Hossam Bahgat. “No ha conseguido ninguna de las dos”, concluye.

El hermano musulmán Mohamed Morsi llegó a la presidencia de Egipto en 2012, apenas un año después de la Primavera Árabe, con poco más del 51% de los votos. La hermandad llevaba años ganando elecciones como independientes sin poder concurrir como partido y después de la caída de Mubarak en 2011 y tras fundar Horreya w Adala (Libertad y Justicia), confiaban en repetir el éxito del AKP turco de Recep Tayyip Erdogan. Desde su llegada al poder, sin embargo, el Gobierno de Morsi contribuyó a la polarización de Egipto redactando una Constitución hecha por y para los islamistas y reprimiendo las protestas, instrumentalizando el aparato de seguridad del régimen anterior. El texto llegó sembrado de polémica tras un decreto de Morsi, en el que se blindaba a sí mismo y a todas sus decisiones ante la justicia. “Modificaron la Carta Magna, incluyeron artículos que les permitían establecer un Estado islámico y uno religioso. Y todo esto inquietó mucho a la mayoría del pueblo egipcio, que salió a la calle para recuperar el poder de manos de los Hermanos Musulmanes”, explica Amr el Shobky, experto en la hermandad musulmana y ex parlamentario. Pero además, el de Morsi fue un año plagado de pequeñas batallas para eliminar oponentes y asentar simpatizantes en toda la estructura del Estado. Los hermanos musulmanes quisieron acaparar el poder rápidamente desplazando a figuras del antiguo régimen e incomodando a muchos. Sobre todo a los militares. La purga del Ejército fue la que logró eliminar del tablero de juego a Hussein Tantawi, un general de Mubarak que lideraba el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (SCAF, en sus siglas en inglés), y poner en su lugar al desconocido Abdel Fatah al Sisi que en aquel momento muchos consideraron cercano a la hermandad musulmana.

Los hermanos fueron ambiciosos y chocaron con la única constante egipcia de los últimos 70 años: el poder de los militares que desde 1952 se había consolidado y diversificado hasta tener la mano en casi todos los bolsillos, desde la ampliación del Canal de Suez hasta las gasolineras pasando por la alimentación. No hay cifras oficiales y se han dado proporciones tan dispares del peso de los militares en la economía egipcia como el 20 o el 50%. Sisi lo negaba en 2016 asegurando que “los militares representan entre el 1,5 y el 2% de la economía”, agregando que el Ejército paga impuestos en todos los proyectos y que están sujetos a regulaciones y auditorías y que les “encantaría que fuera del 50%”.

La polarización política, la represión de las protestas y las políticas hechas por y para los islamistas el año que precedió al golpe, lograron aglutinar a liberales, defensores del régimen y parte de los revolucionarios que se echaron a la calle a finales de junio y principios de julio para pedir el fin de Morsi. Los militares, con Abdel Fatah al Sisi ya como rostro visible, y tantos intereses en juego, dieron a Mohamed Morsi 48 horas para atender las demandas de la ciudadanía o establecerían “una hoja de ruta”. El resto es ya Historia. 

Las protestas habían llegado precedidas de meses de cortes de luz continuos y prolongados, escasez en las gasolineras que dejaron la imagen en la retina de colas interminables en todas partes, de enfrentamientos y polarización. “Tú y yo sabemos que aquello estuvo preparado…”, señala el analista bajando la voz, como si alguien pudiera escucharnos incluso en el interior de su oficina… “Todos lo sabemos pero no podemos decirlo”. Una semana después de que los generales tomaran el poder la normalidad volvía a Egipto. Hasta el diario The New York Times publicaba un artículo el 11 de julio de 2013 señalando que las “mejoras repentinas en Egipto” sugerían “una campaña para socavar a Morsi”.

“Nadie podría predecir qué pasaría. No se sabía nada de la personalidad de Sisi ni su sed de poder. Todo quedó claro en apenas unas semanas [tras el golpe] cuando a finales de julio, él, un general desconocido, apareció en televisión pidiendo ‘un mandato para acabar con el terror’”, explica Hossam Bahgat. Volvía la retórica empleada sin fin por Hosni Mubarak de culpar de todo a los Hermanos Musulmanes. Lo que hace unos años un activista egipcio definía como “luz verde para  una dictadura”, fue el punto de partida de la consolidación de Sisi con la economía y la lucha terrorista en el centro de su discurso.

“Sisi ha liderado un proceso de reescritura de las leyes egipcias de manera que incorporaran todos los elementos del autoritarismo y el abuso y las prácticas extralegales las codificó en la ley y las ha hecho permanentes. De modo que no son parte de una Ley de Emergencia, como hizo Mubarak durante 30 años, es un Estado de Excepción permanente”, asegura Bahgat. En Egipto, desde la llegada de Sisi al poder se han multiplicado exponencialmente los juicios en masa y las condenas a muerte. Entre 1981 y 2000 se condenó a la pena capital a 709 personas. 249 fueron ajusticiadas en ese periodo de casi 20 años bajo el Gobierno de Mubarak. En 2015, dos años después del golpe, había al menos 1.700 personas sentenciadas a muerte en Egipto, según la base de datos del centro de Cornell sobre la pena de muerte en el mundo. En Egipto se pueden castigar con esta pena los cargos de asesinato premeditado, terrorismo, espionaje y traición, además de algunos casos de secuestro y violación, según el código penal egipcio. Pero los de terrorismo y amenaza a la seguridad de la nación han dado lugar a condenas a muerte en masa, especialmente de Hermanos Musulmanes, desde la llegada al poder de Abdel Fatah al Sisi. 

Durante una década “las leyes antiterroristas, la de Internet… se han usado para silenciar y eliminar cualquier oposición”, explica Bahgat. Las organizaciones no gubernamentales calculan que el volumen de prisioneros políticos en las cárceles egipcias es de al menos 60.000 personas, una cifra que el Gobierno niega. “Lo peor que ha ocurrido sin duda es la destrucción absoluta del imperio de la Ley. Por primera vez, tenemos un presidente que aparece en televisión diciendo que la Constitución no es vinculante, que no siempre se ajusta a la realidad… […] o que, como en 2017, afirma que las manos del Estado están atadas por la Ley en su lucha contra el terrorismo”, lamenta.

La lucha contra el terror es la excusa que muchos Gobiernos occidentales y la Unión Europea han esgrimido todos estos años para respaldar la dictadura de Abdel Fatah al Sisi mientras aplicaban una “soft policy” en derechos humanos. En su reciente visita a El Cairo, Josep Borrell, Alto Representante de Política Exterior y de Seguridad de la UE, ensalzaba el papel de Egipto y su importancia para contener la migración y luchar contra el terrorismo. Entre 2015 y 2020, el Ejército egipcio mató, según cifras del Ministerio del Interior, a 755 supuestos terroristas en lo que organizaciones humanitarias egipcias e internacionales han denunciado como asesinatos extrajudiciales. 

“Muchos egipcios estaban dispuestos a mirar hacia otro lado y enajenar sus derechos constitucionales en favor de lo que Sisi prometió: ‘Estabilidad y prosperidad’. El problema es que debido a sus políticas, a su inversión en megaproyectos, los egipcios son ahora más pobres”, explica. “Por primera vez se oyen críticas. Y los ciudadanos le culpan a él”.

Vista general de la carretera puente conocida como el Eje del Rey Salman, que se ha construido en paralelo a edificios residenciales en el distrito de Al Omraniya, Giza, Egipto. (Sayed Hassan/dpa/Getty Images)

La deuda externa de Egipto “se ha triplicado con creces entre junio de 2013 y marzo de 2022, elevando la relación deuda externa y PIB del 15% a aproximadamente más del 35%”, escribe Stephan Roll, jefe de la División de África y Oriente Medio del Instituto alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad (SWP) de Berlín en su estudio Los préstamos del presidente. Deuda externa y consolidación del poder en Egipto

“El presidente Abdel Fatah al Sisi ha revitalizado el capitalismo de Estado en Egipto a través del desarrollo inmobiliario liderado por militares, centros industriales, actividades extractivas, la invasión del sector privado y el uso de inversiones privadas para recapitalizar el sector público”, advertía en 2019 un informe del Carnegie Middle Eastern Center, Propietarios de la República: una anatomía de la economía militar de Egipto. La participación de las Fuerzas Armadas Egipcias en la economía egipcia ha sufrido una transformación tanto en alcance como en proporción bajo la presidencia de Abdel Fatah al Sisi. Sin embargo, según dicho informe, también refleja “la falta de un plan económico claro del presidente y su carencia de una comprensión sólida de las dinámicas del mercado”. Su preocupación primordial “por generar capital mientras se mantiene el régimen político está dando lugar a una nueva versión del capitalismo de Estado egipcio”, apunta. Sisi, además desdeña abiertamente los estudios de viabilidad económica, según dicho informe que advierte de que los militares siguen adelante con planes como el de la nueva capital administrativa, “aunque no saben cómo abastecer de agua a los 7 millones de habitantes para los que está diseñada para albergar”.

En enero, una mujer de 45 años fue arrestada por robar un paquete de hamburguesas para alimentar a sus hijos. La mujer se desmayó al comparecer ante el fiscal que acabó dejándola en libertad, según la prensa egipcia. “Las cosas están muy mal para la gente. Muy mal”, lamenta el carnicero. De los 104 millones de habitantes de Egipto, 60 millones de personas vivían por debajo o apenas por encima del umbral de la pobreza (3,20 dólares al día) en 2020, antes de la invasión rusa de Ucrania que propició una subida de precios global y de la devaluación de la libra egipcia. Como explicaba el carnicero, el primer recorte en alimentación fue la carne. En marzo, el Gobierno llegó a sugerir cocinar patas de pollo, consideradas alimento para animales, despertando el enfado y las críticas. Entonces, un artículo de la BBC citaba a un hombre rogando a Dios no verse en la obligación de comer “patas de pollo”. Conduciendo estos días junto a las obras de uno de los muchos puentes de nueva construcción en la capital egipcia, un taxista se lamenta: “Puentes, puentes y más puentes, y nosotros qué vamos a comer, ¿puentes?”.