PAEgipto
Calle Mohammed Maansour, Egipto, grafiti de la revolución de un joven al que han disparado en un ojo. (Pictures Ltd./Corbis via Getty Images)

El año 2021 en el mundo árabe estaba llamado, irremediablemente, a volver la vista atrás. Se cumple una década de los levantamientos antiautoritarios de la llamada –con mayor o menor acierto– Primavera Árabe. Y con los diez años, una lluvia de revisiones, reflexiones y conmemoraciones de lo que ocurrió entonces y de lo que ocurre ahora.

La situación en tres de los países protagonistas como son una Siria herida de guerra, un Egipto en dictadura militar y una Túnez en incipiente democracia, dan fe de los distintos caminos que se han seguido. Y, aun así, los tres continúan conectados en al menos un frente: la lucha por definir qué ocurrió aquel 2011.

La memoria no es un ejercicio inerte y neutral sino más bien todo lo contrario: es, en palabras de la politóloga Judy Barsalou, un campo fluido, específico del contexto, esquivo y muy sujeto a la manipulación. Conscientes de ello, los regímenes de los tres Estados anteriores han intentado y siguen intentando imponer, sin excepción, una narrativa a conveniencia de aquel episodio. Pero sus intentos se topan –también sin excepción– con la resistencia de quienes construyen una contramemoria que se niega a ceder y a olvidar, y que demuestra, como mínimo, que existe otra versión de la historia.

 

Memoria oficial

En Siria, el régimen de Bashar Al Asad ha intentado construir una versión de lo ocurrido en 2011 que ignora, en gran medida, las acusaciones y reclamas de la oposición y niega un gran levantamiento popular en contra, según un estudio de la investigadora Shireen Gaber sobre sus discursos políticos. En paralelo, alimentan la idea de estar luchando contra el terrorismo, el sectarismo, elementos islamistas y una agresión y conspiración extranjera.

Para trasladar su narrativa a la práctica, uno de los principales recursos del régimen sirio es la educación. Desde el inicio de la guerra civil, además de servir como una herramienta de propaganda para legitimar su poder, la educación se ha usado para atacar la oposición, resaltar las capacidades del régimen y negar acusaciones de violar derechos humanos, según el investigador de la Universidad de Massachusetts Muhammad Masud. En esta línea, el régimen también ha recurrido a la historia a conveniencia. Por ejemplo, tras un bombardeo de Estados Unidos, Reino Unido y Francia a Siria en abril de 2018 tras el uso de armas químicas en un suburbio de Damasco, el régimen evocó la memoria de la Triple Agresión de 1956, cuando el Reino Unido, Francia e Israel invadieron Egipto después de que el presidente Gamal Abdel Nasser nacionalizara el Canal de Suez. Otros medios con los que el régimen proyecta su narrativa incluyen las series de televisión, como Rozana, de 2018, y su sutil uso nostálgico de la ciudadela de Alepo para invitar a la gente a volver.

PASiria
Imagen de la Mezquita Umayyad (Alepo, Siria) destruida por los enfrentamientos entre las fuerzas del régimen sirio y la oposición. (Kaan Bozdogan/Anadolu Agency/Getty Images)

Un elemento clave de la estrategia del régimen de Al Asad es su uso de la arqueología y el patrimonio. Según observa el investigador Nour Munawar en un estudio, la cuestión del patrimonio ha adquirido otra magnitud de importancia en los últimos años a raíz de la casi total destrucción de ciudades y lugares considerados patrimonio de la humanidad en el país. Y porque tan relevante como su destrucción es su proceso de reconstrucción. Este proceso sigue siendo vertical y autoritario, y existe la posibilidad de que los rastros de la guerra lleguen a borrarse a largo plazo, induciendo una suerte de “amnesia política”. “La reconstrucción puede ser tan destructiva como la destrucción misma”, nota Munawar en su estudio. Monumentos como la Gran Mezquita de Alepo ya han arrancado este proceso.

En Egipto, donde el levantamiento popular forzó inicialmente la caída de Hosni Mubarak y fue aplastado en 2013 en un golpe de Estado, el régimen militar ha vuelto a consolidarse en el poder y ya se ha puesto manos a la obra para controlar el pasado. En lo narrativo, el régimen critica la revolución de 2011 y la acusa de originar la inestabilidad que vivió el país los años siguientes y de su pérdida de influencia regional. Paralelamente, el régimen ha vaciado de significado la conmemoración de la revolución recuperando ahí el Día de la Policía, y la equipara con el golpe de Estado, considerando a ambos un mismo proceso.

A la práctica, los métodos utilizados por el régimen egipcio son similares a los sirios. En educación no se han realizado grandes cambios en la última década, pero se han eliminado referencias a los Mubarak y se presenta el período 2011-2013 siguiendo la línea anterior. Otros canales, como el control de la historia, de medios de comunicación y de compañías productoras de series de televisión y de películas también permiten proyectar su narrativa. La etapa del presidente Mohamed Morsi, entre mediados de 2012 y mediados de 2013, se retrata como un período funesto, de retroceso a las prácticas del viejo régimen, con tics autoritarios y una mala gestión de los asuntos de Estado, en particular de la economía. Así se allana el camino para enmarcar su derrocamiento a manos de los militares no como un golpe de Estado sino como una vuelta al espíritu de 2011 y una corrección del rumbo de la revolución. Esta versión convive con la demonización constante de unos Hermanos Musulmanes a los que se acusa sistemáticamente de todos los problemas actuales del país.

Un elemento que sobresale en su caso es la transformación del espacio público. Aquí, las referencias a los Mubarak también han sido suprimidas, pero no se han sustituido con referencias a la revolución. Asimismo, las muestras de arte urbano, como grafitis, se han borrado, y con ellas cualquier narrativa divergente a la oficial. Pero si un cambio destaca en este ámbito es la transformación de la icónica plaza Tahrir de El Cairo, epicentro de la revolución de 2011. En el último año y medio, la plaza se ha reformado siguiendo un diseño de estilo faraónico (y viril) que la despolitiza aludiendo a un pasado lejano que no genera fisuras. Tampoco existen memoriales, monumentos ni museos a la revolución.

Túnez se desmarca de los anteriores como el único país que ha sido capaz de sostener una transición democrática, pero también allí las narrativas sobre 2011 son objeto de intenso debate. En su caso, el Estado ha evitado conmemorar realmente la revolución y ha elevado el estatus de las fuerzas de seguridad, en un proceso de memoria que prioriza una supuesta estabilidad. Según la investigadora Nora Taha, este proceso se ha caracterizado por negar una política de expansión y transmisión de la memoria, por pulir la imagen del viejo régimen y por ignorar algunos recuerdos asociados a posibles crímenes.

Para llevarlo a la práctica, el Estado ha optado por ralentizar deliberadamente su propio proceso de justicia transicional, lo que inevitablemente ha pausado otros ejercicios como la revisión de los libros de texto escolares, memoriales y monumentos, según constata un estudio del Barómetro de Justicia Transicional. Otro medio han sido las leyes de justicia transicional, entre las que destaca un decreto de 2011 que reconoce el deber del Estado de memorializar la revolución, una ley de 2013 sobre la responsabilidad de las comisiones de la verdad de preservar la memoria de las víctimas, y un reglamento de 2014 que creó una comisión para esto y para archivar los abusos. En su caso, museos nacionales de la talla del Bardo también han acogido exhibiciones para reconstruir la revolución. Y otra pieza clave de la estrategia de las autoridades ha sido la disputada figura de los mártires. Estas se los apropiaron inicialmente para legitimarse, pero con el tiempo ha optado, primero, por ralentizar la publicación de una lista de muertos y heridos en la revolución y, luego, por incluir en ella muertos en ataques terroristas, lo que resta significado político al concepto en pos de su securitización y de incluir a las polémicas fuerzas de seguridad.

En el caso tunecino sobresalen dos iniciativas oficiales. Por un lado, la formación de la Comisión de la Verdad y la Dignidad, encargada de elaborar un informe sobre la represión estatal desde su independencia, en 1956, hasta 2013. Pese a sus limitaciones y los intentos de algunos sectores políticos de estorbar su labor, ha sido la única comisión de la verdad tras 2011. Por otro lado, destaca la recuperación de la figura de Habib Burguiba, líder nacionalista y dictador que precedió a Ben Alí. Su recuperación en educación, política o el espacio público se ha interpretado como reacción a las dificultades que ha enfrentado Túnez desde la revolución, a la ausencia de un líder fuerte y a la idealización del pasado.

 

Contramemoria

A pesar de la inmensa dificultad y riesgo que acarrea desafiar la versión oficial de 2011, sobre todo en Siria y Egipto, hay muchos que siguen contrarrestándola y desmantelando la propaganda y las narrativas de los respectivos regímenes, así como representando las historias y memoria de aquellos hechos, como señala el investigador Ahmed Elsayed.

Para la construcción de esta contramemoria, un elemento fundamental, que representa un cambio radical respecto a períodos anteriores, es el uso de Internet y la explosión de los llamados ciudadanos-periodistas y activistas-documentalistas. Estos pudieron captar y documentar muchos episodios de los levantamientos populares, incluidas atrocidades de los Estados, y la Red ha permitido difundirlos y crear repositorios digitales, que algunos han bautizado como el Archivo Árabe.

Los objetivos de los archivos varían según su contexto, pero comparten una voluntad de recopilar y preservar una memoria colectiva que los distintos regímenes intentan eliminar, y construir así una contranarrativa. Además, éstos abren la puerta a llegar a hacer justicia algún día por algunos de los crímenes. Debido a su importancia, regímenes como el sirio y el egipcio han invertido significativos esfuerzos para disputar también este espacio. Y, aquí, han encontrado un aliado en grandes compañías como Facebook, Twitter y Google, que desde 2017 han eliminado un sinfín de vídeos de Siria de los que no existen copias.

“El trabajo de los activistas archivistas a menudo se centra en mirar los activismos cultural y político incluyendo la noción de justicia transicional en algún punto del futuro. Sin un archivo, la justicia transicional será casi imposible. Como se ha visto recientemente con los juicios de antiguos miembros del régimen sirio en Alemania, la justicia transicional puede darse aunque no haya transición política como tal. Todos los archivistas son muy conscientes de ello, aunque trabajen en registros más artísticos”, observa Sune Haugbølle, profesor de la Universidad de Roskilde, en Dinamarca, y autor de la obra Archivo Árabe.

En Siria, uno de los proyectos más ambiciosos en esta dirección es el Syrian Archive, de un colectivo dedicado a recolectar, verificar y preservar vídeos, fotos y otros contenidos difundido en redes sociales. Su objetivo es documentar violaciones de derechos humanos, crear una base de datos de estos y poder servir de evidencia en futuros procesos judiciales o de rendición de cuentas. También enfatizan su contribución a la memorialización de lo ocurrido en el país desde 2011 y contestar las manipulaciones de la narrativa del régimen.

“Por desgracia la historia se puede manipular fácilmente y se puede jugar con la narrativa. Como Syrian Archive, lo que intentamos hacer es preservar estas narrativas. No está en nuestras manos cambiarlas, no queremos cambiarlas; queremos mantenerlas como están, y que la gente lo escuche y lo vea más adelante”, señala Mohamed Abdullah, un fotógrafo sirio conocido como Artino y miembro del proyecto. “Tenemos el problema de que estos contenidos están siendo borrados, o que los activistas que tienen acceso a estos contenidos pueden morir, desaparecer o ser detenidos. Estamos yendo contra el tiempo para poder recoger todo este contenido y construir todo este caso”, agrega.

En Egipto, la iniciativa más destacada es 858: An Archive of Resistance, un archivo digital abierto en 2018 con inicialmente 858 horas de material indexado filmado en la revolución. En su caso es improbable que sirva para llevar ante la justicia a quienes han vulnerado derechos humanos, pero uno de sus miembros defiende que puede servir para aprender lecciones de lo que ocurrió, plasmar las muestras de solidaridad y su ausencia que hubo, aprender de las tácticas de las fuerzas contra revolucionarias y en definitiva “para preparar lo que sea que pueda venir”. Otro gran proyecto es el de Kazeboon, centrado en difundir mentiras del Ejército. Sus plataformas han sido jaqueadas y sus impulsores decidieron al final retirar todo el material para conservarlo. No está claro si existen copias de seguridad.

Esta fiebre por crear archivos también ha podido rescatar en los casos de Siria y Egipto una parte importante de las muestras de arte urbano que proliferaron en 2011. Gracias a iniciativas como los archivos Keshmalek y Creative memory of the Syrian Revolution en Siria, o Walls of Freedom en Egipto, las imágenes siguen siendo parte de la memoria colectiva. Otros medios, como la literatura, que, en el caso sirio estuvo muy influenciada por la voluntad de documentar y mantener viva la memoria de 2011 en los años siguientes, así como la labor de los que siguen exiliados también contribuye a luchar contra el olvido.

“Crear un archivo [nació de la] necesidad de proteger toda la creatividad y la producción artística y cultural. Y había básicamente dos motivos para hacerlo: el régimen sirio está usando todo su poder y todos los medios para silenciar las crecientes voces del pueblo sirio y borrar cualquier tipo de expresión que surgiera de la revolución. [Pero] incluso si estas son eliminadas físicamente, con el archivo aún estarán en algún lugar. La segunda razón fue porque es muy importante mostrar al mundo un aspecto de la revolución siria que casi nunca aparece en los medios. Todo lo que se ve es sobre batalla, guerra, política, intervención extranjera, [así que] es muy importante destacar el nacimiento de producción artística y el uso del arte como una forma de resistencia”, cuenta Rana Mitri, miembro del colectivo Creative Memory. “Más adelante, [esta producción] puede ser usada como referencia, como prueba. Y esto es muy importante. El arte es el reflejo de una realidad. A través del arte, los sirios crean una narrativa que contrarresta la del régimen. Así que, con todos estos documentos, disponemos de una contranarrativa”, agrega.

“Queríamos preservar esta memoria humana para que la gente, en el futuro, no se olvide de que todo esto ocurrió. Desde las voces, perspectivas y puntos de vista de la gente que lo ha documentado. Por desgracias hemos perdido muchos de los activistas valientes que han documentado tantos crímenes, pero [la memoria] aún está allí”, expresa Artino.

“El régimen puede inventarse sus propias historias, puede eliminar todo lo que quiera, puede matar a quien quiera, pero nosotros conservamos aquí lo que puede considerarse una prueba de todo lo que se ha hecho”, desliza Mitri.