
La militancia intelectual del escritor austriaco Peter Handke en relación a la guerra de los Balcanes, a examen.
Cuando hace unos días se recibió la noticia de que Peter Handke había sido premiado con el Nobel de Literatura, muchas voces reputadas y legitimadas de la región —y de fuera—, pusieron el grito en el cielo. Handke, como otras personalidades de la cultura, quiso involucrarse en las guerras de la ex Yugoslavia. Alain Finkielkraut apoyaba las ansias soberanistas de Croacia, o Susan Sontag y Juan Goytisolo sumaban fuerzas para mostrar su solidaridad y condenar el asedio a Sarajevo. Bernard-Henri Levy rodaba el documental Un día en la muerte de Sarajevo.
Peter Handke había labrado una reconocida e innovadora carrera literaria como novelista, guionista, poeta o dramaturgo antes de la guerra yugoslava, y tenía ciertos vínculos de raíz yugoslava. Su familia materna era parte de la minoría eslovena en Austria, pasó su infancia veraniega en una isla croata, Krk —sobre la que escribió su novela Los avispones— y, sin llegar a ser un experto en la materia, ni tampoco tener vocación de ello, estaba familiarizado con los aspectos generales de la política yugoslava. De hecho, como cuenta su editora Cecilia Dreymüller en relación a la obra Despedida del señor del noveno país, Handke fue crítico con la restricción de la autonomía kosovar en 1989, decisión política que explica parcialmente el ascenso y popularidad lograda por Slobodan Milošević entre el nacionalismo serbio, pero que también condujo a una fuerte represión contra la población albanesa.
Handke durante las guerras decidió ponerse del lado de la causa serbia en sus propios términos. En 1996 publicaba Un viaje de invierno a los ríos Danubio, Sava, Morava y Drina o Justicia para Serbia. Un libro de viajes donde se entremezclan las cuitas intelectuales del momento con paisajes bucólicos de nieve, ríos y bosques y con la experimentación literaria. De esta obra, sin duda menor, sus opiniones políticas versan entre su indignación por el fin de Yugoslavia, el destino de la población serbia con motivo de la independencia croata y bosnia, pero también sus críticas al asedio a Sarajevo y a sus responsables. De hecho —más de uno se sorprenderá—, se muestra en sus páginas fustigador con el criminal de guerra, Radovan Karadžić: “¿cómo uno de nosotros, aquí, o mejor aún, uno de allí, uno del pueblo de los serbios no le quitaría la vida al responsable de semejante hecho, al cabecilla serbio de Bosnia, ¡que, por lo que se dice, antes de la guerra escribía poemas para niños!”.
Pese a lo que muchos puedan interpretar, no es un negacionista de lo ocurrido en Srebrenica, sino que cuestiona la categorización del hecho “como un acto organizado, sistemático y programado”, que en definitiva no es negar la masacre en sí, sino la voluntad planeada, coordinada y deliberada de cometerla ...
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