Puede dar la impresión de que al Partido Comunista Chino (PCCh) nunca le han ido mejor las cosas. Dentro del país, no tiene a nadie que desafíe su autoridad. En el ámbito internacional ya no se habla de que el gigante esté derrumbándose, sino de que está en ascenso. Se afirma con frecuencia que los diplomáticos chinos que recorren el mundo dan mil vueltas a sus colegas europeos. Sin embargo, existen fuerzas inexorables contra la supervivencia del PCCh, y sus posibilidades de permanecer en el poder durante otros 30 años son mínimas.
Al final, es posible que caiga víctima de su propio milagro económico. Su rechazo a establecer un Estado de Derecho y abstenerse de intervenir en la economía puede retrasar su extraordinario crecimiento de la última década. Pero, aunque sólo sea por discutir, supongamos que China sigue igual. Otras tres décadas de avance sólido (aunque sea a un ritmo del 5% anual, mucho más lento que el actual) significarían una renta per cápita de unos 7.000 dólares (alrededor de 5.500 euros). Los profesionales, propietarios particulares y esforzados capitalistas sumarán cientos de millones. Si la historia sirve de orientación, será prácticamente imposible que un régimen autoritario conserve el poder en una sociedad moderna, mucho menos en una tan grande y avanzada como China. Si el éxito económico no acaba con el partido único, seguramente lo hará la corrupción. Los gobiernos que no tienen limitaciones reales a su poder acaban siempre siendo sobornables y codiciosos. Es lo que ocurre hoy en Pekín. La disciplina de partido se ha desintegrado. La venta de nombramientos oficiales para beneficio personal se ha generalizado. Los efectos acumulativos de la corrupción oficial omnipresente pueden transformar una autocracia en desarrollo en un régimen depredador. La experiencia de la Indonesia del general Suharto indica que a ese tipo de regímenes les cuesta convertir los índices elevados de avance económico en estabilidad política. En el caso indonesio, ni siquiera 30 años de crecimiento extraordinario fueron suficientes para salvar la dictadura.
Las autocracias en expansión económica contienen las semillas de su propia destrucción, sobre todo porque carecen de la capacidad y la legitimidad institucional para afrontar las crisis económicas. En esta era posideológica, la única justificación del partido para su monopolio político es su capacidad de mejorar las vidas de los ciudadanos. La organización sigue propugnando, en teoría, una amalgama ... |
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