
Cada vez son más los analistas que afirman que debemos partir en pedazos o disolver Amazon, Google o Facebook. Están muy equivocados.
World without Mind, el último libro del periodista Franklin Foer, sintetiza todas las miserias de los gigantes tecnológicos y anima el fuego de su destrucción. Como él dice, estamos a tiempo… ¿Pero a tiempo de qué? De evitar el apocalipsis, naturalmente. Los matones de Silicon Valley, según él, sueñan con demoler la privacidad, la individualidad, la creatividad, el libre albedrío, la competencia (así, en general), los medios de comunicación y las empresas editoriales, la distinción entre los hechos y la verdad, la posibilidad del acuerdo político y hasta la igualdad.
Foer se configura así como el freudiano intérprete de los sueños de este libidinoso trío que sólo puede conducirnos, en contra de nuestros bondadosos y virginales deseos, hacia el lado oscuro de la vida. Son irrelevantes, por tanto, la evidente híperexpresión de la individualidad que han hecho posible Facebook, YouTube o Instagram, el diluvio que ha provocado Amazon en la disponibilidad de tantos libros (como el de Foer) que espolean el pensamiento crítico o la enorme floración de nuevos modelos de negocio digitales a la sombra de Google. En fin, la devastación de los grandes medios comunicación tradicionales está suponiendo también la multiplicación de la competencia con la aparición de otros nuevos.
Capítulo aparte merecen los aspectos relacionados con la polarización política y las llamadas fake news. Para empezar, el debate de las noticias falsas no arrancó a finales del SXX sino a finales del SXIX en Estados Unidos. Su historia discurre en paralelo, y no por casualidad, a la de los medios de comunicación de masas.
Algunos editores y directores de periódicos decimonónicos llamaban “factoría de fake news” a la Associated Press, porque se inventaba o exageraba ad nauseam parte de sus contenidos. Y, qué cosas, también les preocupaba que esa agencia tuviera la capacidad de colocar sus historias por todo el país gracias a los acuerdos que habían suscrito muchas cabeceras locales con ella. En términos contemporáneos, diríamos que les horrorizaba que se viralizasen las mentiras, porque su omnipresencia hacía que el ciudadano medio las confundiese con la verdad.
En cuanto a la rampante polarización política, Foer abunda en la irresponsabilidad, por ejemplo, de Facebook. Su uso perverso, sin embargo, no sólo tiene que ver con la indiferencia de la plataforma, sino también con el contexto social, económico y político, y, en consecuencia, con la sofisticación y las intenciones de algunos de sus máximos actores políticos, económicos y sociales. La gran causa de la polarización de la sociedad trasciende ampliamente a Mark Zuckerberg.
Y hay que buscarla en la reacción comprensiblemente airada e inmadura de esa misma sociedad ante una crisis económica devastadora, ante una globalización mal gestionada, y peor explicada, y ante los seductores cantos de sirena de los grupos y políticos populistas. A esto cabe añadir ...
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