Heads Of State Attend G7 Meeting – Day Two
La canciller alemana Angela Merkel frente al presidente estadounidense Donald Trump en la cumbre del G7 el 9 de junio de 2018 en Charlevoix, Canadá. Jesco Denzel /Bundesregierung/Getty Images.

Una obra profética que analiza los retos de la Unión Europea desde un punto de vista "imperialista", su relación con Estados Unidos, la importancia de las regiones periféricas y la necesidad de construir nuevos instrumentos de política exterior.


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Empires: The Logic of World Domination from Ancient Rome to the United States

Herfried Münkler

Polity Press, 2007


 

Los europeos descubrieron el efecto succionador de una periferia inestable durante las guerras de los 90 en la antigua Yugoslavia, pero estaban convencidos de que su impacto se limitaría a la región relativamente manejable de los Balcanes. No supieron prever que la quiebra del Estado, las luchas sociales, la bancarrota económica, las nuevas formas de terrorismo y las guerras asimétricas iban a extenderse en un largo arco desde Ucrania y el Cáucaso, a través de Turquía, Oriente Medio y las costas africanas del Mediterráneo, hasta los países del Sahel, al sur del Sáhara.

Esta situación tiene repercusiones más graves en Europa que en Norteamérica. Hoy, el Viejo Continente se enfrenta a la amarga realidad de que, cuando Estados Unidos se encarga por sí solo de elaborar políticas, estas no siempre la benefician a ella. En un mundo ideal, los europeos deberían hacerse cargo de su patrio trasero, pero hoy no están en situación de relevar a EE UU en la propuesta de soluciones ni de desarrollar la capacidad necesaria para llevarlas a la práctica.

Algunos veteranos políticos europeos están dándose cuenta, con cierto retraso, de que la UE, en palabras de Guy Verhofstadt, destacado miembro del Parlamento Europeo, debería formar parte de un nuevo “orden mundial basado en imperios”. Por su parte, la responsable saliente de Comercio en la UE, Cecilia Malmström, ha dicho que la Unión sigue estando poco preparada para ser una potencia mundial fuerte y que necesita endurecerse y tener una política exterior más centralizada: “No está equipada para enfrentarse a un orden mundial en el que tenemos una China agresiva y tenemos un EE UU que no es el socio transatlántico tradicional”. La mentalidad está cambiando en Bruselas, y ya era hora.

En 2005, Herfried Münkler, catedrático de ciencia política y filosofía en la Universidad Humboldt, escribió un profético libro titulado Empires, en el que explicaba los motivos por los que Europa se iba a ver forzada a ejercer su influencia en la periferia de la UE “de maneras más similares a los requisitos de un imperio que a los de un sistema interestatal. Porque Europa no podrá tener futuro si no toma prestados elementos del modelo imperial”. Los libros pueden ser proféticos y aun así pasar inadvertidos, pero, cada día que pasa, el análisis de la relación de Europa con Estados Unidos y la necesidad de construir nuevos instrumentos de política exterior que presenta esta obra es más relevante.

Cuando cayó la Unión Soviética, hace 30 años, y la superpotencia restante, EE UU, perdió interés en el Tercer Mundo, se puso de manifiesto que muchos de los nuevos Estados creados en los 50 y 60 no eran “más que fachadas que se derrumbarían a la primera revuelta”. Münkler alega que las dos perspectivas del nuevo orden mundial que surgieron —la comunidad internacional alrededor de la ONU y la red de metrópolis globales— “subestimaron la importancia de la periferia y sus repercusiones en el centro”.

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El presidente ruso Vladimir Putin y el presidente estadounidense Donald Trump se dan la mano. Smialowski/AFP/Getty Images.

El reto para la UE no ha variado desde los 90; por un lado, se ha encontrado con guerras e inestabilidad que se extendían a gran velocidad, en Oriente Medio y el Cáucaso, al mismo tiempo que veía cómo el “líder hegemónico benevolente” se convertía en un actor imperial “que prestaba escasa atención a los deseos y las ideas de sus aliados”. Como en sus cálculos no entraba la lógica de un imperio, a la mayoría de los políticos europeos les sorprendió el comportamiento de EE UU. La sorpresa y la irritación ya visibles a finales de los 90 en relación con los Balcanes se convirtió en furia abierta en vísperas de la guerra de Irak, en 2003. Hoy, la Unión se ve impotente ante la conducta de Estados Unidos respecto a Irán y, más recientemente, Turquía y Siria, que son una amenaza contra su propia seguridad.

Münkler explica que “el reto imperial de Europa está compuesto de dos partes claras y diferentes. Por un lado, los europeos deben mantener una relación bilateral con Estados Unidos, que es más poderoso; deben tener cuidado de no limitarse a suministrar recursos para sus operaciones y tener que arrostrar después las consecuencias, sin tener voz ni voto en las decisiones políticas y militares fundamentales. En ese sentido, su tarea consiste en resistirse a la marginación política”.

Por otro lado, Europa debe interesarse por su inestable periferia y evitar el derrumbamiento en el este y el sur, “sin verse arrastrada a una espiral de expansión que supondría un peso excesivo para la Europa actual. El peligro paradójico es que podría sufrir de sobrecarga imperial sin ser un verdadero imperio”.

 

Una jerarquía más fuerte entre los Estados europeos

Cuando escribió su libro, Münkler pensaba que no solo los europeos no habían dado respuesta a este doble desafío sino que, peor aún, "ni siquiera lo han sabido ver”. Desde entonces, las cosas han cambiado, pero merece la pena examinar las razones de aquella ceguera. La literatura especializada en este tema revela dos tipos de reacciones.

Por un lado, la literatura tranquilizadora subraya la fortaleza económica de Europa y la tendencia al equilibrio entre Europa y Estados Unidos, y tiende a quitar importancia a dos factores cruciales: que “la erosión o el derrumbe del liderazgo mundial de EE UU plantearía a Europa más problemas de los que resolvería; y que la perspectiva del equilibrio económico con Europa empujaría a Washington a recurrir aún más a soluciones militares”, algo que ha quedado ampliamente demostrado por la historia reciente, entre otros lugares, en Oriente Medio.

La segunda reacción se encuentra en una literatura de identidad, complementaria, que mira el avance de la integración europea desde una perspectiva puramente interna. Abstrayéndose de la importancia de la UE en Europa del Este, Oriente Medio y el norte de África, esta literatura se centra en el orden constitucional y político de Europa y en su identidad cultural. Se olvida de que, durante la Guerra Fría, como dice el autor, el “descenso de la temperatura política” hizo que “los europeos se pudieran permitir el lujo de buscar una identidad común”, pero las tendencias en aceleración desde principios de los 90 “han eliminado esa posibilidad”.

Además, pasa por alto los problemas de la periferia y confía a la suerte que no se intensifiquen hasta que el centro haya resuelto sus problemas identitarios. Esta situación queda patente en el debate público sobre la solicitud de Turquía para entrar en la UE, pero también quedó muy claro con el comportamiento paternalista de la Unión hacia los países del norte de África, en los que una mayoría de la población habla francés y comprende la UE desde dentro, por así decir, ya que millones de personas procedentes del Magreb se han transformado, con más éxitos que fracasos, en ciudadanos franceses, belgas y holandeses.

La historia antigua nos ofrece una extraordinaria lección con la talasocracia de Atenas. “Mientras estuvo envuelta en un terrible conflicto con el imperio persa, Atenas trató a sus aliados como socios más débiles pero con los mismos derechos. Una vez que la amenaza persa desapareció, los aliados cobraron el dividendo de paz y Atenas acordó que cumplieran sus obligaciones en forma de pagos en moneda. De aliados con los mismos derechos pasaron a ser sujetos que tenían que obedecer los deseos y las demandas de Atenas, una nueva situación que también facilitó que se enfrentaran unos contra otros”. Este párrafo es un buen símil de la situación actual entre los países europeos y el poder que tienen Estados Unidos y Rusia para manipularlos y hacer que se enfrenten entre sí.

Heads Of Government Attend G7 Summit
El presidente estadounidense Donald Trump, el presidente francés Emmanuel Macron, la canciller alemana Angela Merkel y el primer ministro británico Boris Johnson durante la Cumbre del G7  agosto de 2019 en Biarritz, Francia. Jeff J. Mitchell/Getty Images. 

Empires tiene un giro todavía más profético, que es el mejor resumen del desgarrador proceso del Brexit que conozco. El autor señala que la presión sobre los europeos para actuar unidos procede de fuera, y los acontecimientos internos tienen que adaptarse a ella. Que sea o no posible, dice, dependerá, más que de los nuevos miembros de Centroeuropa, de Reino Unido, “que debe decidir si quiere ser un socio menor de Estados Unidos o una potencia dominante en Europa. El proceso de integración europea tendrá que organizarse de acuerdo con esa decisión británica. Si el resultado no es un triángulo París-Londres-Berlín (que es lo intrínsecamente deseable), habrá otra potencia continental que transforme el eje París-Berlín en otro triángulo. Entonces, como es natural, Londres pasará a la periferia de la Europa unida”. Sea cual sea la respuesta a este interrogante, la capacidad europea de acción exterior conjunta será imposible de lograr sin una jerarquía más fuerte entre los Estados europeos. Eso es exactamente lo que afirmaba Guy Verhofstadt en una entrevista con The New York Review of Books este mismo mes.

Empires es un recorrido decidido por la historia de los imperios y un análisis brillante del más actual de los temas. Ningún otro libro en los últimos años ha explicado de forma tan elegante y sucinta la política exterior estadounidense y lo que hace falta para reforzar la política exterior europea. Los argumentos del autor son incluso más convincentes hoy que cuando la obra fue publicada en alemán (Imperien) en 2005 y en inglés en 2007.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.