Grecia1200
La bandera de Grecia ondea junto a la escultura de la diosa griega Atenea. (ARIS MESSINIS/AFP/Getty Images)

La falta de conocimiento de las complejidades históricas del país hace que se siga malinterpretando lo que sucede en Grecia.

Greece: Biography of a Modern Nation

Roderick Beaton

Allen Lane, 2019

Greece: Biography of a Modern Nation es un libro extraordinario: consigue capturar la plena dimensión de las dificultades vividas recientemente por Grecia situándolas en el contexto de los dos siglos transcurridos desde la guerra de independencia nacional, 1821-1832. En 1824, hablando en Mesolongi, donde había ido para participar en la lucha que libraban los griegos contra el Imperio otomano al que pertenecían, Lord Byron dijo: “Estos principios que están materializándose ahora en Grecia ejercerán gradualmente su efecto, aquí y en otros países… No puedo… calcular hasta qué altura podrá ascender Grecia. Hasta ahora, ha sido tema de himnos y elegías de fanáticos y entusiastas; pero ahora atraerá el interés del político”.

Creemos conocer la antigua Grecia, la civilización que comparte nombre con su encarnación moderna y que nos dio prácticamente todo lo que “define” la cultura occidental actual, en las artes, las ciencias, las ciencias sociales y la política. Sin embargo, las convulsiones que acompañaron a la crisis de la deuda griega, aún no del todo resuelta, hicieron que muchos se preguntaran en qué medida eran consecuencia de fallos de diseño en la unión monetaria europea y en cuál autoinfligidas, y dejaron al descubierto lo mal que conocíamos la nación griega moderna. Más allá de las dimensiones económicas y financieras inmediatas de la crisis se encuentra una historia más compleja, la de la proeza de construir una nación moderna sobre las ruinas —a veces, físicas— de una civilización desaparecida. La identidad colectiva de Grecia se dejó arrastrar por Occidente y por la definición que la Europa ilustrada hacía de la Antigua Grecia y el Imperio bizantino. En este libro está presente la alta política, pero lo más valioso es que está entretejida con una historia de la cultura, del arte, de la gente y de las ideas.

Este libro muestra de forma inigualable que la crisis estalló siguiendo una serie de fisuras históricas e interconectadas, relacionadas con la controvertida identidad griega, el papel del Estado y el lugar del país en el mundo moderno. Esas divisiones no han desaparecido y, si los comentaristas occidentales son demasiado ignorantes o perezosos para prestar atención, en el futuro seguirán malinterpretando lo que suceda en Grecia. Esta ignorancia no se limita a este país, pero es él el que ocupa un lugar tan grande en nuestra idea de lo que consideramos civilización occidental que muchas veces se nos escapa la complejidad de su historia moderna. Dicho esto, el desconocimiento de muchos analistas sobre países que están al lado, en Europa, es asombroso. Dado que cada vez se enseña menos historia, corremos un peligro creciente de analizar los hechos totalmente fuera de su contexto. Es lo mismo que sucede con la visión europea del mundo árabe y el mundo ruso.

El autor, catedrático de historia, lengua y literatura de Bizancio y la Grecia moderna en el King´s College de Londres, hilvana su relato en torno a varios temas. En primer lugar, los extranjeros —británicos, franceses, rusos, estadounidenses y alemanes— que en repetidas ocasiones han desempeñado un papel decisivo en el destino del país. El líder político o el partido que contaba con el padrino extranjero más fuerte solía resultar victorioso. La historia de Grecia desde la independencia es la de una nación que ha sido a menudo débil y corrupta, y saqueada por su propia gente, pero con una cultura vibrante y profundas raíces democráticas. Peor valoración tiene la evolución de su identidad colectiva, en la que los elementos occidentales han ido superando poco a poco a los orientales y bizantinos.

La lucha contra el Imperio otomano fue extremadamente violenta: después de las batallas o las escaramuzas, ambos bandos cortaban y reunían las cabezas de sus víctimas como trofeos. Otras atrocidades similares caracterizaron la ocupación nazi de Grecia y la guerra civil griega posterior. Prácticamente, todas las decisiones políticas y militares fundamentales desde la década de 1820 “han reafirmado el alineamiento occidental de Grecia”, escribe Beaton, pero muchas veces ha estado muy reñido. Cuando el Gobierno de Syriza, de izquierda radical, amenazó con desbaratar las estrictas condiciones del rescate impuestas por sus acreedores de la eurozona, en Occidente y en la propia Grecia muchos temieron que el partido se aliara con Vladímir Putin. Tal vez a este último no le interesaba lo suficiente contar con Grecia como activo estratégico. Por suerte para los griegos, Stalin había pensado lo mismo que Putin y, después de la guerra, aceptó el “acuerdo de porcentajes” de Winston Churchill para el sureste de Europa, por el que el Reino Unido conservaría un 90% de influencia en Grecia y la URSS dominaría Europa del Este.

En cuanto a las potencias occidentales, nunca han dudado en manipular a Grecia una y otra vez. La crisis de la deuda de principios de este siglo no fue más que la más reciente de una serie de bancarrotas del Estado provocadas por el endeudamiento externo. El papel del Reino Unido en las vicisitudes de Chipre durante los 50 y 60 del siglo XX arroja una perspectiva cruel sobre el cinismo del primer ministro británico en aquel entonces, Harold MacMillan. El libro explica con brío y una claridad excepcional las complejas relaciones con Turquía y, previamente, el Imperio otomano. A las discusiones sobre las nociones contrapuestas de lo que significaba ser libre en el siglo XIX siguieron visiones muy diferentes, unas fisuras que permanecieron abriéndose y cerrándose durante dos siglos. Sin embargo, el autor llega a una conclusión razonablemente optimista: después de la última crisis de la deuda, el orden público no se vino abajo, el extremismo político no triunfó y no surgieron movimientos separatistas. La democracia sigue funcionando a pesar de los extraordinarios sacrificios impuestos a los ciudadanos griegos, a los que se dio a entender que para la Unión Europea eran menos valiosos que el bienestar de los accionistas de los bancos alemanes y franceses.

Grecia ha alcanzado la madurez en una Europa que tiene cada vez más dudas sobre su futuro. Como destaca el autor, “bastante difícil es ya vivir con un antepasado famoso. Pero la nación griega no tiene uno, sino dos. El segundo nunca ha gozado de tanto prestigio como el primero, al menos en Europa occidental. A cambio, es menos lejano, tanto en el tiempo como quizá en el corazón de muchos griegos. Se trata de la civilización que desde el siglo XIX se conoce con el nombre de “bizantina”; otro término controvertido, porque los bizantinos nunca se dieron ese nombre a sí mismos, y en inglés ni siquiera se ponen de acuerdo en cómo pronunciar la palabra”. A ese punto llega la ignorancia de muchos europeos sobre su propia historia, a la que Grecia está íntimamente ligada desde hace 3.000 años.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia