Jeffrey Collingwood/Fotolia
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¿Será alguno de los candidatos republicanos capaz de llegar a la Casa Blanca?

Existe un viejo dicho sobre el liderazgo y la política en Estados Unidos: los demócratas se enamoran y los republicanos se ponen de acuerdo. Sin embargo, el Partido Republicano está sufriendo una auténtica batalla entre el aparato adinerado y los votantes y activistas que forman su base, mucho más conservadora. Una batalla que no sólo se libra en la campaña electoral para 2016, sino también en la Cámara de Representantes y el Senado. Esos activistas y votantes, representados por la red de organizaciones, súper PAC (Comités de Acción Política) y grupos de congresistas que constituyen lo que se conoce como Tea Party, no están dispuestos a seguir obedeciendo la línea oficial.

Desde fuera del partido o de Estados Unidos, las primarias republicanas parecen más un espectáculo creado para un reality show de televisión que un ejercicio de democracia. Tras los espantosos atentados de París, los candidatos presidenciales tenían una oportunidad excelente para medir sus fuerzas en materia de política exterior. Pero pronto se vio que los dos favoritos en el Partido Republicano, el promotor inmobiliario Donald Trump y el neurocirujano jubilado Ben Carson, estaban superados por las circunstancias. “Yo me limitaría a bombardear a esos imbéciles. Eso es. Volaría los oleoductos”, dijo Trump. “Volaría cada centímetro de los oleoductos. No quedaría nada”. En cuanto a Carson, hizo una declaración tan anodina y vacua que uno corría peligro de dormirse: “Usaría todos los medios de que disponemos. Incluidas las posibilidades económicas de que disponemos. Incluidas todas nuestras actividades encubiertas y nuestras fuerzas especiales. Creo que seguramente habrá que colocar a algunos hombres sobre el terreno”.

Los tres siguientes candidatos, por orden de resultados en los sondeos más recientes, el senador Marco Rubio, el senador Ted Cruz y el exgobernador de Florida Jeb Bush, tienen dos cosas en común: todos han ocupado un cargo electo y todos han expresado ardientemente su deseo de reforzar la intervención estadounidense en Siria, con algo más de contención que Trump y unos cuantos detalles más que Carson. Este no es más que uno de los muchos ejemplos de la división existente en el partido Republicano entre el aparato y los candidatos alternativos, outsiders, que se dirigen a los activistas conservadores y la base electoral.

Los estadounidenses atesoran muchas veces ideas románticas de elegir a candidatos recién llegados, es decir, que no son políticos profesionales, sino que abandonan durante un tiempo su carrera para servir al bien común. Tienen la ventaja de que no necesitan defender ninguna trayectoria, por lo que los votantes pueden proyectar sus propias ideas en ellos y plasmar una imagen de pureza ideológica. Y tampoco hace falta carecer de experiencia política para ser considerado outsider: hay congresistas como el candidato demócrata Bernie Sanders, que es senador, y el propio Ted Cruz, a quienes se considera independientes dentro de sus partidos. Curiosamente, Marco Rubio ha seguido la dirección contraria: en 2010 fue elegido con un programa del Tea Party, mientras que en la campaña presidencial de 2016 se presenta como alternativa a Jeb Bush dentro del propio aparato. Son alardes políticos que sólo pueden funcionar en un sistema en el que a los candidatos los eligen directamente los estados o los distritos, sin que formen parte de una lista de partido, como sucede en España.

Lo que está sucediendo en la campaña para las primarias republicanas es un reflejo de la batalla entre el aparato y los outsiders en la Cámara de Representantes. El 30 de octubre, John Boehner hizo algo insólito: dimitió como presidente de la Cámara tras casi cuatro años de esfuerzos para controlar a una revoltosa mayoría republicana, por ejemplo durante el famoso cierre de la Administración que duró 16 días en 2013.

Este año, alrededor de 36 representantes republicanos del ala del Tea Party formaron el Grupo de Libertad en la Cámara y elevaron las tensiones con sus amenazas de provocar otro cierre de la Administración a propósito del presupuesto de 2016. Para evitarlo, Boehner presentó su dimisión con la esperanza de traspasar el mando al líder de la mayoría, Kevin McCarthy. Pero este fue derrotado, debido a unos desafortunados comentarios que había hecho y a que los miembros del Tea Party no le consideraban lo bastante conservador. La consecuencia fue un culebrón en el que se postularon varios posibles presidentes sin que ninguno obtuviera apoyos suficientes hasta que, por fin, el partido convenció al excandidato a la vicepresidencia Paul Ryan, que sabe conciliar los valores del Tea Party con la sensibilidad del aparato; se presentó y fue elegido para el cargo. Para ser el partido que tiene el privilegio de controlar la mayoría en la Cámara, un mes tan turbulento dice mucho sobre las profundas divisiones que sufre.

El Tea Party refleja un movimiento muy real en la base electoral republicana, que tiene la sensación de que el partido no lucha como debiera por los valores conservadores. Esos sectores se sienten marginados de la dirección del partido, que piensa que son “patanes toscos, empapados de programas de radio, que se niegan a tener en cuenta la complejidad y los matices de la política contemporánea”, según el blog conservador Kerberos Press.

Este tipo de fenómeno no puede ocurrir más que en un sistema presidencial en el que (1) los candidatos se presentan a las elecciones de forma individual, sin listas cerradas, y (2) las primarias están abiertas a cualquiera que se inscriba, consiga las firmas necesarias y reúna algo de dinero. De modo que las organizaciones y los súper PAC del Tea Party han trabajado para presentar a candidatos conservadores de su agrado frente a cargos públicos del aparato a los que consideran RINO (Republicans in Name Only, Republicanos sólo en teoría). Así fue como Eric Cantor, líder de la mayoría en la Cámara entre 2011 y 2014, perdió su primaria contra Dave Brat en el 7º distrito de Virginia, algo que no había pasado nunca antes.

Además, estos grupos están aprovechándose de los súper PAC, que se dedican a recaudar dinero entre los votantes que coinciden con su línea y lo canalizan hacia campañas que critican a los republicanos del aparato, y uno de los cuales pidió hace poco a los beneficiarios que “despidieran a Paul Ryan”. El movimiento del Tea Party está abandonando las márgenes y aprendiendo a obtener dinero y a usarlo para reconstruir el partido Republicano a su imagen y semejanza. Y eso gracias a que su mensaje encuentra eco en la base electoral del partido.

En la actualidad, estos votantes están fascinados en su mayoría por candidatos alternativos como Donald Trump, Ben Carson, Ted Cruz y Carly Fiorina, y, si bien sabemos que estos han sabido ganarse el favor de distritos rurales conservadores, construir una coalición vencedora, capaz de llegar a la Casa Blanca, es otra cosa muy distinta. Pese a ello, no parece que la base republicana esté muy dispuesta a alinearse con Bush o Rubio. Trump y Carson hablan el lenguaje de esos votantes, cosa que el partido no hace, y las elecciones primarias sólo puede ganarlas quien conecta con las bases.

El movimiento del Tea Party es ya una fuerza legítima dentro de una Cámara de Representantes controlada por los republicanos. El Senado, con mandatos de seis años, se resiste más, pero el grupo del Tea Party cuenta ya con 16 miembros, un avance signficativo. Ahora bien, el gran premio es la nominación para la candidatura presidencial, y es posible que esta vez esté al alcance de su mano.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia