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El Presidente chino, Xi Jinping, y el Primer Ministro japonés, Abe Shinzo, se dan la mano antes de una cumbre del G-20. GREG BAKER/AFP/Getty Images

El análisis histórico de las relaciones internacionales en Asia Oriental ofrece un pronóstico de paz en la región, al contrario que si interpretamos la situación mediante dinámicas de equilibrio de poder, donde el conflicto parece inevitable.

Estados Unidos y China están en plena guerra comercial, un hecho que parecía casi imposible hace apenas unos años. Eso ha llevado a políticos y a ciudadanos a plantearse preguntas y situaciones que pueden ser decisivas a escala mundial. ¿Puede la guerra comercial escalar a un conflicto militar? ¿La intención de EE UU es conseguir acuerdos ventajosos en ciertos ámbitos, o negar a China el estatus de gran potencia? En caso de un aumento de tensiones, ¿se implicarían los Estados vecinos de Asia Oriental en el conflicto? ¿Por quién tomarían partido?

Hay múltiples maneras de plantearse estas cuestiones, pero hay dos que tienen especial sagacidad y relevancia para afrontar este futuro incierto: el realismo ofensivo de John J. Mearsheimer, que argumenta que Pekín busca la hegemonía regional, cosa que le llevará inevitablemente al conflicto contra Estados Unidos y sus países vecinos; y la visión histórica de autores como David C. Kang, que argumenta la posibilidad de que el ascenso de China sea estable y tolerado por el resto de estados de Asia Oriental, siguiendo unos patrones y tradición histórica de “pacifismo” regional.

La postura de Mearsheimer encaja más con el pensamiento mainstream sobre China que predomina en Occidente. En la mayoría de medios de comunicación y think tanks se da por hecho que el ascenso del gigante asiático es intrínsecamente conflictivo, ya que genera la llamada “trampa de Tucídides”, un concepto acuñado por el profesor de ciencia política Graham Allison, para señalar aquella situación en la que una potencia creciente genera una sensación de amenaza a la gran potencia establecida. La mención a Tucídides hace referencia a su historia sobre las guerras del Peloponeso entre Atenas (la potencia en auge) y Esparta (la potencia establecida); su paralelismo actual sería el auge de China ante un EE UU que hasta hace nada dominaba en un mundo unipolar.

Esta postura para entender la actual situación en Asia Oriental parte de la base de que las relaciones internacionales funcionan, en su expresión más cruda, de igual manera tanto en la Europa del siglo V a.C., como en la América Latina del siglo XIX, o en la Asia Oriental de la actualidad. Considera que hay un patrón universal que rige el sistema internacional, sea en el lugar o en la época que sea, y que se rige a través del concepto fundamental de equilibrio de poder. Los ejemplos en los que se fundamenta esta teoría son casos mayormente europeos, como la ya citada Guerra del Peloponeso, el conflicto napoleónico o la situación previa a la Primera Guerra Mundial.

El exponente más lúcido de esta posición es Mearsheimer, que en su obra —ya clásica— The Tragedy of Great Power Politics, analiza la historia bélica del siglo XIX y XX, buscando una teoría que explique por qué se produce el conflicto entre potencias. En una edición ampliada publicada en 2014, dedicaba un nuevo capítulo a indagar, bajo su teoría del “realismo ofensivo”, si China y EE UU están encaminados hacia la guerra. Un apunte: Mearsheimer es un académico consecuente, que no va cambiando sus principios según los aires políticos que corren. Tiene la valentía de defender su visión de las relaciones internacionales aunque sus conclusiones sean impopulares: por ejemplo, publicó un polémico artículo en el que culpaba a Occidente del avance ruso en Crimea y Ucrania, y copublicó un libro sobre el lobby israelí que le valió vetos en importantes círculos políticos de Estados Unidos.

La teoría de Mearsheimer es que el ascenso de China no será pacífico, por la propia dinámica de equilibrio de poder y búsqueda de la hegemonía entre potencias. “Si continúa creciendo económicamente, intentará dominar Asia de la misma manera que EE UU domina el hemisferio occidental. Estados Unidos, sin embargo, hará todo lo posible para evitar que China consiga la hegemonía regional. La mayoría de vecinos de Pekín, incluidos India, Japón, Singapur, Corea del Sur, Rusia y Vietnam, se unirán a EE UU para contener el poder chino. El resultado será una intensa competición por la seguridad con considerables probabilidades de guerra”, pronostica en The Tragedy of Great Power Politics.

Mearsheimer no cree que China sea más “buena” o más “mala” que EE UU, sino que todos los Estados se mueven buscando el poder para sobrevivir y, como último objetivo, dominar el tablero global. En este sentido, Mearsheimer cree que China copiará a Estados Unidos, que impulsó la “doctrina Monroe” en el siglo XIX para expulsar a las potencias europeas del Caribe y América Latina, y conseguir la hegemonía y control del continente —algo que también apuntaba Robert D. Kaplan en su obra, Asia’s Cauldron—. Según el autor, Pekín realizará un proceso similar en el Mar del Sur de China para echar a EE UU, cosa que creará recelo e inseguridad entre sus vecinos asiáticos, que se aliarán con Washington. Esto llevará a más inseguridad y a la posibilidad de un conflicto a nivel regional, además de a una estrategia conjunta de contención contra China.

El problema de esta teoría es que pasa por encima de las propias dinámicas y tradiciones, algunas centenarias, que han construido las relaciones entre Estados en Asia Oriental. Aquí es pertinente sacar al otro importante académico ya citado, David C. Kang. Este autor parte de la base de que interpretar las relaciones internacionales en Asia Oriental sin tener en cuenta la historia regional —y sólo basándonos en teorías sustentadas en casos europeos— nos lleva a una visión cerrada y posiblemente incorrecta.

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El Presidente chino, Xi Jinping, y el Secretario General del Partido Comunista de Vietnam, Nguyen Phu Trong, en Hanoi. HOANG DINH NAM/AFP/Getty Images

En su libro East Asia Before the West, investiga cómo funcionaban las relaciones internacionales en Asia Oriental desde el siglo XIV, con el inicio de la dinastía china Ming, al XIX, con el estallido de las Guerras del Opio, cuando las potencias europeas se enfrentaron a Pekín. Kang destaca un patrón sorprendente: “Entre 1368 y 1841, sólo hubieron dos guerras de conquista entre China, Japón, Corea y Vietnam. En contraste, Inglaterra luchó directamente contra o con Francia al menos 46 veces entre 1300 y 1850, e incluso Suecia luchó 32 guerras en ese tiempo”.

El sistema internacional entre los cuatro grandes Estados del momento —China, Japón, Corea y Vietnam— era mucho más estable y con mucha menos posibilidad de guerra que el imperante en Europa, a pesar de que estos cuatro países eran fuertes y estaban bien armados, señala Kang. ¿Por qué durante esos siglos imperó la paz y no, como en el caso europeo, mayoritariamente la guerra?

La clave del asunto era el sistema de relaciones “tributario” que imperaba en la región, donde el concepto clave no era el “caos” hobbesiano sino la “jerarquía” entre Estados, con China en la cumbre. Era un modelo en el que China se veía (y era vista por Corea y Vietnam, y en parte por Japón) como la “civilización” por excelencia, la que tenía una “superioridad cultural” más grande, con unos valores confucianos a los que uno debía aproximarse para aspirar a ser una nación mejor. Si miramos esta etapa histórica, cuanto más grande y poderosa era China, más estabilidad y paz había en la zona.

El sistema tributario era desigual formalmente, al contrario que el modelo Westfaliano occidental de Estados, que presupone la igualdad teórica entre ellos. Pero, argumenta Kang, informalmente era un modelo igualitario, donde proliferaba el comercio y la diplomacia sin necesidad de imposición militar o tentativas de invasión, mediante unas reglas formales jerárquicas claras. Gracias a la desigualdad (y a que los Estados que participaban en ella la consideraban legítima) se conseguía la estabilidad.

Con la llegada de los imperios occidentales, y en especial con las Guerras del Opio contra China, este sistema se derribó. China cayó de su puesto central, Japón ascendió y los Estados de la zona, progresivamente, fueron adoptando el modelo de igualdad entre naciones, dejando atrás la jerarquía tributaria. Durante la mayor parte del siglo XX China fue un Estado débil y, siguiendo los patrones explicados por Kang, aumentó la inestabilidad y luchas en la región, como el belicismo japonés, el conflicto coreano o la guerra de Vietnam.

Pero, si el sistema “tributario” ha desaparecido definitivamente, ¿por qué nos importa traerlo a colación ahora? Porque si las tendencias sistémicas del pasado pueden repetirse —la guerra del Peloponeso, la Primera Guerra Mundial—, ¿por qué no podría suceder lo mismo con el patrón histórico de que, en el pasado, cuando China era más fuerte, más paz había entre los grandes estados de Asia Oriental? ¿Puede esta tradición hacer que los vecinos de China no se sumen a una posible escalada junto a Estados Unidos, sino que, por el contrario, puedan contribuir a frenarla en pos de la estabilidad de la región?

La historia no tiene un camino inalterable ni un pronóstico seguro. Pero, como explica David C. Kang en este breve vídeo, para entender Asia Oriental deberíamos tener un cierto conocimiento histórico que nos permita ver que el ascenso de China no tiene porque ser inevitablemente conflictivo, al menos con sus vecinos asiáticos. Podría ser pacífico, y repetir ecos históricos, en el que el mayor poder de China implicaba más estabilidad regional. Saber esto nos puede hacer interpretar de manera más contextualizada hechos como la cierta calidez que está surgiendo entre Japón y China, o las maniobras militares apaciguadoras que Pekín hizo con la ASEAN.

Pensar que la única opción posible es el conflicto no es una discusión académica trivial, sino una cosmovisión peligrosa que puede germinar en la cabeza de tanto los ciudadanos como los gobernantes. Que el pasado de Asia Oriental haya sido pacífico no significa que el futuro inevitablemente lo sea, pero sí nos muestra el hecho de que existen más opciones además del choque furioso entre grandes potencias.