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La presidenta de Tanzania, Samia Suluhu Hassan. Luke Dray/Getty Images

Un repaso a los principales desafíos que afronta el nuevo Gobierno tanzano. ¿Se mantendrá la deriva autoritaria del Ejecutivo anterior? ¿Qué dinámicas políticas podrían cambiar?

En marzo, ante la mirada atenta de miles de ciudadanos, la presidenta de Tanzania, Samia Suluhu Hassan, inauguró su gobierno en medio de muchas incógnitas. Los tanzanos, todavía sorprendidos por la muerte repentina del mandatario anterior, John Magufuli (61 años), quien gobernó con mano de hierro desde su primera victoria electoral en 2015, recibieron de esa manera a la primera presidenta de su historia. Hassan, una política de 60 años que heredó de su antecesor una serie de desafíos gigantescos, consiguió atraer la atención de una buena parte de la comunidad internacional. Muchos tanzanos, así como políticos y diplomáticos de todo el planeta, contienen la respiración. ¿Mantendrá la deriva autoritaria de su predecesor? ¿Continuará las reformas económicas que impulsó el gobierno anterior? ¿Seguirá negando la existencia del coronavirus en su país?

A continuación, destacamos los desafíos más importantes a los que el gobierno de la presidenta Hassan deberá hacer frente:

Salud en tiempos de pandemia. Cuando Hassan anunció del fallecimiento del presidente Magufuli por complicaciones de corazón el pasado 17 de marzo, Tanzania era una nación de susurros. Aunque los informes oficiales sobre la muerte del mandatario culparon a sus problemas cardíacos, muchos sospechan que falleció de la COVID-19. Su administración, que aseguró haber encontrado un remedio infalible para proteger a su población de la pandemia de coronavirus —una combinación de plegarias y remedios tradicionales—, intentaba acallar a sus críticos. En los meses anteriores, mientras la enfermedad avanzaba en silencio, las fuerzas de seguridad arrestaron o intimidaron a los ciudadanos que pedían más transparencia por parte del Ejecutivo sobre el alcance del virus. Hablar sobre la enfermedad se convirtió en un delito.

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Un periódico muestra los casos de covid en África son datos de Tanzania. Luke Dray/Getty Images

“Hemos estado rezando para que Dios nos libre de esta pandemia”, dijo el polémico mandatario en junio de 2020. “Dios nos respondió eliminando el coronavirus de nuestro país, una creencia que comparto con muchos tanzanos”.

Un día después de asumir la presidencia tanzana, Hassan —que hasta entonces ocupaba la vicepresidencia— recibió una carta del director general de la Organización Mundial para la Salud (OMS), el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus. “La situación en Tanzania es muy preocupante”, escribió el médico etíope. “Renuevo mi llamamiento a Tanzania para que reporte casos de la COVID-19 y comparta sus datos. También pido a su gobierno que implemente las medidas de salud pública que sabemos que funcionan para romper las cadenas de transmisión y se prepare para una campaña de vacunación”. Aceptar esas propuestas significaría una ruptura total con la posición del presidente Magufuli y una mejoría de las relaciones diplomáticas de Tanzania con Naciones Unidas.

Ese anhelado cambio de rumbo podría producirse pronto: el pasado martes, la presidenta Hassan anunció la creación de un comité técnico de investigación para repensar la respuesta del Gobierno tanzano a la COVID-19. En palabras de la mandataria, los hallazgos de los científicos tanzanos marcarán las decisiones que su administración tomará con respecto a la pandemia global.

Derechos humanos. Para muchos tanzanos, el miedo por la COVID-19 se sumó al temor de terminar en un calabozo. Los informes de grupos de derechos humanos como Human Rights Watch dibujaron un escenario desolador. “El presidente Magufuli ha restringido numerosos derechos básicos”, destacó la organización. Su gobierno lideró una campaña de intimidación en la que los cuerpos de seguridad persiguieron a periodistas, activistas, ONG y opositores, que empezaron a ser arrestados arbitrariamente y recibir todo tipo de amenazas.

Bajo la administración del presidente Magufuli, proteger los derechos humanos, como asegura un activista tanzano que prefiere guardar su nombre, “se transformó en un trabajo peligroso”.

Los expertos en política tanzana no tienen claro si la presidenta Hassan dará un golpe de timón. El público general aún no conoce sus ideas políticas ni sus maneras de actuar, a pesar de que ocupó numerosos cargos públicos desde 2000. La mandataria tanzana es una persona modesta que eligió trabajar sin llamar la atención del resto de los ciudadanos. Los compañeros que trabajaron codo con codo con ella destacaron tanto su preparación —estudió administración pública en Tanzania y en Reino Unido— como su temperamento tranquilo —a menudo la describen como una persona honesta, reflexiva, habilitada para escuchar todo tipo de opiniones antes de tomar decisiones importantes—. Sin embargo, su gobierno, integrado por aliados cercanos a Magufuli, probablemente encontrará obstáculos para corregir la deriva autocrática de la administración anterior. Hasta el momento, la presidenta sólo ha aprobado dos cambios dentro de su gabinete.

En palabras del académico Issa G. Shivji, de la Universidad de Dar es Salam, “el principal desafío de la presidenta Hassan será restaurar un entorno en el que el pueblo pueda sentirse libre de expresar sus puntos de vista sin temor a represalias”. Después de cerca seis años de medidas diseñadas para empequeñecer el espacio político de la oposición, Shivji destacó que Tanzania precisaba más que nunca de una líder con las características de la presidenta Hassan. “Nuestro país necesita un mandatario que permita un liderazgo participativo, en vez de alguien propenso a la toma de decisiones inmediatas de forma autocrática”.

Hassan no tardó en responder. El pasado 6 de abril ordenó la reapertura inmediata de algunos medios de comunicación prohibidos por la administración de Magufuli, una decisión que Salome Kitomari, del Instituto de Medios de África Meridional (MISA), entre otros periodistas, recibieron como una inyección de esperanza. “Tras ser testigos de una reducción de la libertad de expresión de la prensa tanzana, con procesos judiciales en contra de los periodistas críticos e intimidaciones, espero que éste sea el primer paso de un cambio de rumbo. Creo que la presidenta Hassan acaba de demostrar que es distinta a su predecesor. Por eso, espero lo mejor de ella”, dice Kitomari.

Política exterior. La muerte del presidente Magufuli ocurrió en un momento en el que las relaciones de un buen número de socios internacionales parecían dirigirse a un punto de no retorno. Después de décadas de colaboración —desde mediados de 80, Tanzania destacó como uno de los mejores alumnos en la región tanto Banco Mundial como del Fondo Monetario Internacional—, los abusos de los derechos humanos por parte de su gobierno, así como su posición negacionista con respecto al coronavirus, impulsaron a países como Estados Unidos a replantear su relación con el país. En octubre de 2020, pocos días después de las elecciones generales de Tanzania, un comunicado en la página web del Gobierno estadounidense visibilizó las tensiones entre ambos Estados: “Los comicios, empañados por irregularidades generalizadas, fueron la culminación de años de persecuciones sistemáticas de los partidos políticos en la oposición, las organizaciones de la sociedad civil, y los medios de comunicación independientes. Estos hechos han creado una situación política compleja que complica las relaciones de Tanzania con EE UU y otros socios internacionales”.

El pasado mes de enero, esas acusaciones alentaron a la administración de Donald Trump a prohibir la entrada a Estados Unidos a un número indeterminado de funcionarios tanzanos “que subvirtieron el proceso electoral”. Las sanciones americanas se sumaron a las llamadas de atención de la Unión Europea, el Banco Mundial o países como Dinamarca, que en los últimos años decidieron congelar o anular por completo donaciones multimillonarias al gobierno de Tanzania.

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Barco que viene desde Hong Kong con destino a Dar Es Salam, Tanzania. Andrew Aitchison / In pictures via Getty Image

La posición geoestratégica de Tanzania en el océano Índico, unida a sus recursos naturales —una industria pesquera próspera, diamantes, gas natural, cobalto, oro, etcétera— y una serie de políticas fiscales beneficiosas para los inversionistas, llamó la atención de empresarios de todo el mundo. Los donantes convirtieron a Tanzania en el segundo país del África subsahariana que recibía más fondos de la comunidad internacional: desde 1990 hasta 2010 percibió 26.850 millones de dólares en asistencia. Pero el presidente Magufuli, que siempre mostró más preocupación por los asuntos internos de Tanzania que por la política exterior, no dudó en poner en marcha medidas proteccionistas que iniciaron disputas tanto con los donantes como con las compañías mineras foráneas. Tras acusar a esas empresas de estafar al pueblo tanzano, la administración de Magufuli canceló unilateralmente algunas licencias de explotación, decomisó cantidades enormes de minerales, o exigió multas de hasta 190.000 millones de dólares.

A pesar de las críticas, el ex presidente nunca se mostró dispuesto a dar un paso atrás: respondió que, en vez de resolver las tensiones diplomáticas con los países occidentales, prefería cooperar con naciones como China.

La agresividad de Magufuli contrasta con el tono conciliador que adopta la presidenta Hassan en sus discursos públicos. Después de sustituir al ministro de Relaciones Exteriores y Cooperación Internacional del gobierno anterior por Liberata Mulamula, una diplomática con más de 35 años de experiencia como embajadora de Tanzania en México, Estados Unidos, Canadá y la sede de la ONU en Nueva York, la mandataria pidió a su nueva compañera restaurar la relaciones del Gobierno tanzano con el resto de los países.

Por el contrario, para proteger los enlaces de Tanzania con otros Estados africanos, la presidenta Hassan heredó de su predecesor un camino menos deteriorado. Entre los líderes del continente, ni siquiera las medidas proteccionistas del presidente Magufuli destrozaron la reputación panafricanista de Tanzania, que a partir de los años 60 destacó como un refugio indispensable de ese movimiento político. Durante tres décadas, bajo el liderazgo del presidente Julius Nyerere, el gobierno tanzano impulsó la creación de círculos intelectuales en los que los académicos conectaban con los estudiantes o activistas que lucharon por la independencia verdadera los pueblos de África.

El pasado domingo, la mandataria tanzana firmó en Entebbe ( Uganda) un acuerdo con su homólogo ugandés, el presidente Yoweri Kaguta Museveni, y los representantes de la petrolera Total para construir un oleoducto entre ambos países. “Uganda y Tanzania son amigos de sangre. Bajo mi dirección, consolidaré y ampliaré nuestras áreas de cooperación”, dijo Hassan.

Educación. En los 80, mientras que un sinnúmero de naciones del continente presentaba las tasas de escolarización más bajas de todo planeta, el 96% de los niños tanzanos estaban matriculados en escuelas primarias. Pero ese milagro no duró mucho tiempo. Ese porcentaje se desplomó poco tiempo después, cuando el país aceptó las recetas neoliberales tanto del Banco Mundial como el Fondo Monetario Internacional. Los informes de la ONU reconocieron que la reducción del gasto público, así como una serie de privatizaciones, impidieron que muchos alumnos completasen sus estudios. Como destacó el doctor en Relaciones Internacionales Mbuyi Kabunda, la tasa de analfabetismo aumentó del 10% en 1986 al 32% en 1992.

Los alumnos encuentran tantos obstáculos para estudiar que, en la actualidad, según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), sólo el 30% de los niños de 14 a 17 años están matriculados en institutos. Aunque la administración de Magufuli puso en marcha programas para promover la matriculación de estudiantes, todavía queda mucho camino por recorrer.

Además, en 2017, el presidente Magufuli anunció que su gobierno expulsaría sin miramientos de sus colegios públicos a las estudiantes embarazas. En un país donde, según el Fondo de Población de Naciones Unidas (FPNU), una de cada cuatro adolescentes de 15 a 19 años son madres, esa norma impidió a miles de alumnas completar sus estudios. Durante tres años, ni siquiera las críticas de los activistas ni las ONG empujaron a su administración a dar un paso atrás. El mandatario protegió su decisión como un deber religioso: “Mientras sea presidente ―dijo―, ninguna adolescente embarazada podrá regresar a la escuela. No podemos permitir que ese comportamiento inmoral impregne nuestros colegios e institutos”. La prohibición se aplicó de manera estricta hasta mediados de 2020, cuando el Banco Mundial amenazó al Gobierno tanzano de cancelar un préstamo de 500 millones de dólares.

Bajo la dirección de la presidenta Hassan, el Ejecutivo tanzano podría eliminar definitivamente esa norma del código penal. En 2005, cuando ocupaba el cargo de ministra de Trabajo, Género e Infancia del archipiélago de Zanzíbar, la mandataria tanzana ordenó su supresión en las islas semiautónomas.

Economía. Magufuli tuvo una despedida multitudinaria. Miles de ciudadanos se reunieron en las calles de Dar es Salam, una ciudad de seis millones de habitantes en la costa tanzana, para rendir sus últimos respetos al mandatario. No llevaban mascarillas ni respetaban las distancias de seguridad. Para defender al fallecido, sus simpatizantes solamente necesitaban mirar a su alrededor y señalar las obras que fomentó su administración y transformaron en buena medida el paisaje de Tanzania. En Dar es Salam, la construcción de una vía férrea que unirá sus puertos más importantes en el océano Índico con otros países de la región avanza con pasos agigantados. El Gobierno tanzano también reactivó una aerolínea nacional —Air Tanzania—, asfaltó más de 3.500 kilómetros de carreteras y expandió la red eléctrica por numerosas zonas rurales, entre otros proyectos de gran envergadura.

Sin embargo, esas obras faraónicas dejaron en el país una sombra demasiado alargada. En abril de 2020, el presidente Magufuli reconoció que su gobierno gastaba alrededor de 700.000 millones de chelines tanzanos al mes (254 millones de euros) para pagar sus deudas. A pesar de que, según las estadísticas oficiales del estado tanzano, la recaudación de impuestos creció desde 800.000 millones de chelines mensuales en 2015 a 1,5 billones mensuales (547 millones de euros) a principios de 2020, el Gobierno encontró problemas para hacer frente a esos gastos. Por eso, el presidente pidió al Banco Mundial un alivio de sus deudas.

La administración de Magufuli —conocido tanto por sus simpatizantes como por sus detractores como “tingatinga” (“buldócer”, en suajili) por el ímpetu con el que empujó sus programas— empezó una serie de reformas profundas para reducir la corrupción política y obtener más impuestos de las multinacionales que operan en su país. Tenía un objetivo ambicioso: incentivar la creación de un país industrializado para reducir la dependencia de Tanzania de otras naciones.

La presidenta Hassan ha heredado de su predecesor, además de numerosas obras importantes sin terminar, como un oleoducto de 1.450 kilómetros de longitud que transportará el petróleo de Uganda hasta el puerto marítimo de Tanga, en el océano Índico, una factura abultada con los acreedores. Por otro lado, las caídas tanto del turismo internacionaluna industria que sustentaba el 13% del PIB— como del comercio global de materias primas por la COVID-19 darán más dolores de cabeza a la administración de Hassan.

Las predicciones de analistas como Michaela Collord, de la Universidad de Oxford (Reino Unido), y Thabit Jacob, de la Universidad de Roskilde (Dinamarca), señalan que la mandataria tanzana probablemente retomará un sendero parecido al que escogieron los predecesores del presidente Magufuli y secundará un crecimiento económico liderado por el sector privado. Ese modelo sostuvo un desarrollo macroeconómico constante durante más de dos décadas, situando a Tanzania como una de las economías de más rápido crecimiento del mundo, pero también produjo un aumento de la desigualdad. Según el Programa Mundial para los Alimentos (PMA), las dietas saludables continúan siendo inasequibles para una buena parte de los hogares tanzanos, una situación que provoca que uno de cada tres niños padezca retrasos en su crecimiento.

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Mujeres en Zanzibar, Tanzania. Mahmut Serdar Alakus/Anadolu Agency/Getty Images

Igualdad de género y otros asuntos sociales. Magufuli compartió con el primer presidente tanzano —Julius Nyerere, que gobernó el país desde 1964 hasta 1985 e impulsó una sociedad que reproducía características tanto del socialismo científico como de los modelos socioeconómicos de algunos pueblos africanos precoloniales— el mismo partido político y el objetivo de reducir la dependencia de su Estado de otras potencias. Sin embargo, como destacó el analista Nizar Visram, “difícilmente podemos identificarle como político antimperialista o incluso progresista”. De hecho, sus discursos e ideas recuerdan a las del ex presidente estadounidense Donald Trump.

“Queremos concentrarnos en los intereses de nuestro país. Tanzania ha hecho demasiados sacrificios en el pasado en nombre de otras naciones. Esto debe cambiar. Tanzania primero”, dijo el presidente Magufuli en abril de 2017. Como Trump, el mandatario tanzano usó tanto alegatos nacionalistas como discursos religiosos para sostener su popularidad. Según el analista Leiyo Singo, la decisión del Ejecutivo tanzano de ignorar la pandemia de coronavirus “parece estar motivada por razones políticas. Magufuli no es ni un hombre inculto ni un cristiano tan devoto. En realidad, usa retóricas religiosas de manera estratégica para su supervivencia política. Aunque Tanzania es un estado secular, sus ciudadanos son bastante religiosos. Por eso, los políticos de Tanzania se escudan en la religión para proteger la legitimidad de sus gobiernos a pesar de la ineficacia de las instituciones estatales para entregar bienes y servicios básicos”.

“Debemos tener en cuenta que la pandemia llegó al este de África poco antes de las elecciones generales, que se celebraron el pasado 28 de octubre”, nos contó una periodista tanzana que pidió el anonimato por su seguridad. “En los anteriores comicios, el partido político del presidente Magufuli, que gobernó Tanzania desde los 60 sin grandes obstáculos, venció con los peores resultados de su historia. Quizás, su gabinete pensó que podría ocultar con represión algunas muertes e infecciones de coronavirus, pero si las medidas para contener a esa enfermedad debilitasen la economía tanzana y el pueblo entero pasase hambre, ni siquiera las Fuerzas Armadas serían capaces de contener el descontento social”.

“La presidenta Hassan debe escoger entre seguir el camino populista de su predecesor, o iniciar las reformas para construir un estado que garantice al pueblo algunos servicios sociales con o sin la COVID-19”, razonó la periodista.

Para muchos analistas, el ascenso al poder de la mandataria tanzana también es un golpe sobre la mesa en contra de una sociedad donde el espacio político está dominado en buena medida por los hombres. En su libro When Hens Begin To Crow. Gender And Parliamentary Politics in Uganda, la académica Sylvia Tamale describió cómo las naciones africanas heredaron del período colonial Estados construidos a partir de las ideas victorianas que predominaban en Europa a principios del siglo XX. Esas estructuras, que evolucionaron hacia nuevas estructuras de dominación que persisten hasta el momento, “promovían sistemáticamente el privilegio y el poder masculino, y solidificaban la subordinación de las mujeres”. El liderazgo de la presidenta Hassan podría convertirse en una grieta en ese modelo. Como destaca la periodista Rosebell Kagumire, quizá deberíamos considerarlo como “un salto grande hacia la realización de los derechos, la dignidad y el poder de todas las mujeres y niñas”.