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Un grupo de personas se manifiesta en Nairobi, Kenia, contra el maltrato o asesinato de personas a manos de la policía. (Boniface Muthoni/SOPA Images/LightRocket via Getty Images)

¿Será la supresión absoluta de los Estados de África la única solución correcta a los problemas de los pueblos africanos?

Los manifestantes no estaban dispuestos a dejar las calles de Lagos hasta que el Gobierno escuchase sus reclamaciones. Por eso ignoraron el toque de queda que el presidente nigeriano impuso el pasado 21 de octubre, la noche en la que los cuerpos de seguridad llegaron a un punto de no retorno: dispararon munición real contra los protestantes, matando a al menos 69 personas. Gracias a las redes sociales, esas protestas, que empezaron a principios de octubre en las ciudades más pobladas de Nigeria, traspasaron las fronteras coloniales: hubo manifestaciones en otros países africanos. Pero poco después de las matanzas a manos de las autoridades, algunos grupos que apoyaron las concentraciones desde el principio pidieron a los nigerianos terminar con ellas. No querían ser los responsables de más muertes.

Los activistas pedían cambios profundos en el Gobierno de Nigeria. Estaban hartos de la incapacidad de los políticos para acabar con las enormes desigualdades sociales de su país. Aunque esta nación del oeste de África es la principal productora de petróleo del continente, el 40% de su población —83 millones de personas— está por debajo del umbral de la pobreza, según el Banco Mundial. La disparidad económica es tan alta que un exagente de inteligencia estadounidense, Matthew Page, la describió como “uno de los problemas más serios de Nigeria”. Pero la chispa que desencadenó las protestas fueron los abusos de un grupo especial de la policía nigeriana. Los agentes del Escuadrón Especial Antirrobo (SARS) estaban acostumbrados a actuar a sus anchas, secuestrando, matando, robando y torturando con impunidad. Cansadas de sus excesos, centenares de personas exigieron la desaparición de esa unidad, y lo consiguieron: el presidente Muhammad Buhari la desarticuló a mediados de octubre.

Los cuerpos de seguridad de numerosas naciones africanas han puesto en marcha una guerra oscura en la que los asesinatos extrajudiciales son habituales. Sus campos de batalla son los barrios más empobrecidos. Es un fenómeno que se repite por todo el continente. En Mathare, una de las barriadas de Nairobi, la capital keniana, el sonido de los disparos es tan común que sus habitantes los llaman “los ringtones del gueto”. Mientras que algunas personas defienden la mano dura de las autoridades, preocupadas por un presunto aumento de la delincuencia en sus países, activistas como Wanjira Wanjiru insisten en que la finalidad de esos homicidios es impedir todo tipo de levantamiento social: son advertencias brutales, una manera de demostrar al pueblo que el Estado está capacitado para responder con violencia a las amenazas contra la clase dominante.

Los Estados de África han abandonado a su suerte a los habitantes de las barriadas y las regiones rurales, que, a menudo, carecen de hospitales o centros de salud, sistemas de alcantarillado y escuelas, entre otros servicios básicos. Mientras que el gasto estatal en seguridad o en infraestructuras para favorecer el tránsito de materias primas para su exportación aumenta por todo el continente, solamente seis naciones africanas —Botsuana, Burkina Faso, Malaui, Níger, Ruanda y Zambia— usan al menos el 15% de sus presupuestos en sanidad. Pero ni siquiera esos países ofrecen una atención sanitaria universal de calidad, según un informe de las Naciones Unidas. Ese desinterés de las élites políticas por un porcentaje enorme de la población tiene consecuencias importantes. Como destacó el escritor Ngugi wa Thiong’o, que también es uno de los académicos más celebrados del continente, “incapaz de ofrecer incluso los servicios sociales más básicos, el Estado poscolonial ve considerablemente mermada la posibilidad de que la población le preste lealtad. Los ciudadanos miran al Estado con recelo, como a un enemigo del pueblo”. Para sobrevivir, muchos gobiernos han creado cuerpos de seguridad implacables, sin escrúpulos, armados hasta los dientes.

Estados despreocupados por el bienestar del pueblo

Al escritor Bwesigye bwa Mwesigire le disgusta que otras personas le llamen “ugandés”. Lo considera un insulto para sus antepasados, que lucharon contra los colonialistas británicos. Antes de la ocupación europea, el territorio que ahora conocemos como Uganda estaba habitado por numerosas sociedades. Algunos de esos pueblos resistieron las invasiones colonialistas con guerras de guerrillas. Pero los británicos respondieron con firmeza: masacraron a miles de personas. Su objetivo era sustituir las instituciones precoloniales por un Estado-nación diseñado para abastecer al Reino Unido de materias primas baratas: crearon Uganda.

“El punto de partida de mi política es que el Estado-nación de Uganda es un acto de violencia y no debería existir: debe ser abolido”, dice Mwesigire, quien compagina su tarea de escritor con trabajos como activista y divulgador.

Algunos pueblos africanos precoloniales desarrollaron Estados centralizados con ejércitos preparados para proteger sus instituciones políticas, o monarquías que, en el momento de las invasiones colonialistas, tenían un linaje más antiguo que el de numerosas casas reales europeas. A lo largo de todo el continente brotaron pueblos con características propias. Muchas eran sociedades comunales que practicaban la agricultura, la pesca o el pastoreo en un contexto que no era feudal ni capitalista. No tenían Estados. Tampoco existían las clases sociales ni la propiedad privada. En su libro Africa: A Biography of the Continent, el escritor John Reader señaló: “una de las más importantes aportaciones de África a la historia de la humanidad fue demostrar que los humanos somos capaces de vivir de una manera bastante pacífica sin establecer ciudades ni Estados”.

“Los Estados contemporáneos de África son importaciones colonialistas”, dice el doctor Mbuyi Kabunda, profesor de relaciones internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid. “No se construyeron para garantizar el desarrollo de los pueblos africanos, la democracia o los derechos humanos —continúa—. Son meros instrumentos administrativos de agresión externa”.

Como ocurría durante el período colonial, los Estados de África son aliados de la explotación, poniendo los recursos naturales y humanos del continente al servicio de otras potencias. Durante décadas, políticos o académicos como Dani Wadada Nabudere, Samir Amir o Georges Nzongola-Ntalaja, entre muchos otros, advirtieron de los peligros de esas estructuras: sus características, heredadas del colonialismo, siguen facilitando el dominio del capital extranjero.

“Los problemas actuales de África no son una cuestión de elección personal: surgen de una coyuntura histórica —escribió Thiong’o—. Y sus soluciones no son tanto una cuestión de decisión personal como de una transformación fundamental en la estructura de nuestras sociedades, empezando por una ruptura real con el imperialismo y sus colaboracionistas internos. El imperialismo y sus aliados comerciales en África jamás de los jamases serán capaces de desarrollar el continente”.

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Un grupo de personas se manifiesta en Italia contra las acciones del gobierno francés en África. (Simona Granati – Corbis/Getty Images,)

“Debemos eliminar los Estados de África”

En octubre, poco después de que las autoridades nigerianas disparasen contra los manifestantes de Lagos, Mwesigire señaló que los Estados africanos no solamente se “establecieron con masacres y genocidios contra los pueblos indígenas que resistieron al imperialismo, sino que, en la actualidad, continúan sustentándose con más derramamientos de sangre”. A mediados del 2016, cuando el presidente Joseph Kabila, de la República Democrática del Congo, intentó retrasar las fechas de las elecciones generales y cambiar la Constitución para mantener su cargo, miles de jóvenes protestaron en las calles. Durante tres años de manifestaciones, los agentes de seguridad congoleños mataron a al menos 300 manifestantes. En una nación donde, a pesar de disponer de cantidades enormes de recursos naturales, ocho de cada diez personas tratan de sobrevivir con menos de 1,25 dólares diarios, la legitimidad del presidente Kabila y el Estado estaban por los suelos.

Un escenario similar se repitió en Uganda a mediados de noviembre, dos meses antes de las elecciones generales: los cuerpos de seguridad dispararon munición real para dispersar a las personas que protestaban en contra de la detención del líder opositor, el músico Bobi Wine. Hubo al menos 54 muertos, según fuentes oficiales. Las manifestaciones duraron tres días, el mismo tiempo que Wine permaneció en custodia policial, acusado de infringir las restricciones contra la COVID19 durante su campaña electoral. El Gobierno del presidente ugandés, Yoweri Kaguta Museveni, tiene un historial largo de abusos policiales para silenciar todo tipo de protestas o levantamientos sociales.

El doctor Kabunda estudió la etimología del vocablo “serikali”, que en suajili significa “Estado”. Es una palabra compuesta. El primer lexema procede de un término árabe: “siri”, “secreto”. La segunda parte es un préstamo lingüístico de varios idiomas bantúes: “kali”, “malvado”. “Esa es la percepción que tienen numerosos pueblos africanos de sus Estados: son grupos de personas malvadas que guardan secretos”, razona el doctor Kabunda. “Debemos eliminar esos Estados —continúa—. En su lugar, tenemos que construir Estados adaptados a las necesidades y aspiraciones de los pueblos de África”.

Mwesigire opina de una manera parecida: “No deseo una Uganda nueva —dice Mwesigire—. Yo sueño con la abolición de Uganda”. “La opresión está tan arraigada en nuestras mentes y en nuestra visión del mundo que cuando sueñas e imaginas la libertad muchas personas dicen que estás loco —continúa Mwesigire—. En palabras de Thomas Sankara [presidente de Burkina Faso desde 1983 hasta su asesinato en 1987; inició una serie de reformas para reducir el dominio económico de las potencias extranjeras en su país], “es imposible conseguir un cambio fundamental sin ciertas dosis de locura, una locura que proviene del inconformismo, de la valentía que necesitamos para rechazar las fórmulas viejas e inventar otro futuro”. Además de los cuerpos de seguridad del presidente Museveni, tenemos estructuras de opresión dentro de nuestras mentes. Debemos liberar nuestras mentes. Debemos atrevernos a soñar lo imposible. Tenemos que enojarnos y enloquecer para producir un cambio radical”.

Los poderes imperialistas y sus socios africanos, que pusieron de rodillas o derrocaron a los regímenes que se opusieron a su dominación, no han logrado acallar a numerosas voces que continúan insistiendo en la importancia de abolir los Estados de este continente para construir en su lugar estructuras alternativas. Mwesigire y Kabunda no están solos. En el prólogo del libro Guerra y paz en África: visiones retrospectivas de un continente buscando la paz, la periodista Rosebell Kagumire escribió: “Los Estados de África, construidos durante el período colonial, siguen siendo una imitación, si no una extensión, de la maestría colonial. […] La violencia, la ausencia de prestación de servicios o la tendencia al autoritarismo no son una creación africana, sino más bien una imitación y continuación de los Estados colonialistas.  […] Para superar la colonización, debemos de mirar más allá de las formas en la que Europa definió a África. […] Necesitamos una reconfiguración de estos Estados desde sus orígenes hacia un sistema más adecuado”.

 

Para Wanjira Wanjiru, Bwesigye bwa Mwesigire y el doctor Mbuyi Kabunda, por todo lo que me habéis enseñado (palabras del autor).