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Un grupo de personas celebra la victoria de Joe Biden en el Grand Lake Theater en Oakland, California. (Paul Chinn/The San Francisco Chronicle via Getty Images)

He aquí las claves para entender cómo funciona el sistema electoral estadounidense, a quiénes beneficia y a quiénes perjudica y cuáles son las vías para cambiarlo.

Joe Biden no ganó las elecciones de 2020 porque alrededor de 7 millones de votantes lo eligieran por delante de Donald Trump. La victoria provino de unos 200.000 votantes en un puñado de los llamados “estados bisagra”. En 2000 y 2016, los candidatos republicanos que perdieron el voto popular, George W. Bush y Donald Trump, ganaron en el colegio electoral. Esto está claro incluso para un observador casual, pero existe un fenómeno similar en el Congreso. Los senadores republicanos, que actualmente controlan el Senado con una ligera mayoría, representan a unos 20 millones menos de estadounidenses que sus homólogos demócratas.

Por lo tanto, por gobierno de la minoría no me refiero a uno en minoría en el modo en el que se dan en los sistemas parlamentarios, sino más bien a que se trata del gobierno de una minoría de gente. El Gobierno de Estados Unidos, especialmente el sistema electoral y el propio Congreso, otorga más peso y por lo tanto más poder a los ciudadanos que residen en áreas y estados menos poblados. Esto coloca en desventaja a los ciudadanos de zonas urbanas y de los estados con grandes poblaciones. Esa es la razón de que Biden tuviera que ganar una mayoría popular tan grande para asegurarse la victoria en el colegio electoral y también es el motivo de que para los demócratas sea tan difícil, quizás imposible, controlar el Senado. Y es la razón de que Trump fuera presidente durante cuatro años a pesar de que la mayor parte del país estaba horrorizada con él.

 

Un sistema que beneficia a unos y perjudica a otros

Para comprender este fenómeno, primero hay que entender cómo el gobierno de la minoría está integrado en el sistema de gobierno federal de Estados Unidos. Cincuenta estados compiten por el poder, pero sus poblaciones oscilan entre los 578.000 habitantes de Wyoming hasta los alrededor de 39,5 millones de California. A pesar de estas enormes diferencias, cada estado está representado por dos senadores. Esto se ve agravado por el hecho de que hay un mayor número de estados rurales pequeños que de grandes. Y a pesar de que la Cámara de Representantes se concibió originalmente para equilibrar la representación del Senado no lo logra suficientemente.

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Un grupo de personas rezando durante un mitin de Donald Trump en Avoca, Pennsylvania. (Spencer Platt/Getty Images)

Las consecuencias de todo esto son notables. El nombramiento de Amy Coney Barrett para el Tribunal Supremo, que otorga a los conservadores una mayoría de 6-3 en esta institución, es quizás la más importante. Un Senado controlado por los republicanos se negó a votar la candidatura de Merrick Garland propuesta por Barack Obama en el periodo previo a las elecciones de 2016 argumentando que la cita electoral estaba demasiado cerca y era la gente quien debía decidir. Cuatro años después, un Senado liderado por republicanos se apresuró a aprobar a todo correr la nominación de Barrett solo unas semanas antes de las elecciones.

Esta decisión, tomada por un presidente que no fue elegido por una mayoría de estadounidenses, tendrá un profundo impacto en la política del país durante los próximos años, ya que algunas políticas que sí son respaldadas por la mayoría de los estadounidenses, como el derecho al aborto, el acceso a asistencia sanitaria pública o el matrimonio entre personas del mismo sexo podrían ser declaradas inconstitucionales. Si bien el destino del Senado se decide en la segunda vuelta de dos elecciones que se celebrarán en Georgia el 5 de enero, es muy probable que Biden se enfrente a un Congreso dividido que le deje sin medios para emprender acciones legislativas con las que solucionar problemas de representación y con escaso o ningún margen para hacerlo.

En 1789, la Cámara de Representantes comenzó con 65 miembros. Esta cifra se basó en una población estimada de 3,7 millones de habitantes repartida por 13 estados, lo que suponía un representante por cada 57.169 personas. La Cámara se fue ampliando regularmente a medida que se añadían estados y la población crecía hasta que todo el proceso encalló en la década de 1920. El censo de ese año mostró un desplazamiento continuo de población desde las áreas rurales a los centros urbanos, por lo que los representantes rurales lucharon a brazo partido para hacer descarrilar una redistribución que reduciría su poder e incluso pusieron el tope del tamaño de la Cámara en 435 miembros en una ley de 1929.

El gerrymandering, el trazado de los límites de los distritos (que a menudo adquieren formas absurdas) con el fin de favorecer a un partido sobre el otro, también tiene la culpa de estas diferencias. Sucede tras realizarse un censo, algo que se produce cada diez años, y favorece al partido que controla el estado en ese momento. Y aunque el número de estados que hacen uso de comisiones bipartidistas para delimitar distritos está creciendo —17 utilizarán este tipo de comisiones para volver a trazar distritos basándose en el censo de 2020—, todavía son una minoría y en muchos casos se trata de los estados más urbanos y demócratas.

Si volvemos a California y Wyoming, podemos ver cómo funciona todo esto. Los californianos tienen 53 representantes, cada uno de los cuales encarna aproximadamente a 745.000 personas, mientras que Wyoming tiene uno que representa a 578.000. Esta tabla de Pew Research refleja cómo la representación de los estados varía desde menos de 600.000 habitantes en algunos hasta más de un millón en otros. Puede que no parezca una diferencia tan enorme, en especial en comparación con el Senado, pero los números se concentran más a medida que se suman para la representación del colegio electoral.

La representación de cada estado en el colegio electoral se basa en el número de senadores (2) más el de representantes (que van de 1 a 53), lo que concentra aún más esta ventaja rural sobre las zonas urbanas. Debido a este sistema, un voto en las elecciones presidenciales en Wyoming, que tiene tres votos electorales, cuenta 3,7 veces más que un voto en California, que tiene 55 votos electorales. La gran mayoría de los estados tiene un sistema en el que el ganador se lo lleva todo, lo que significa que una vez que un candidato alcanza el 51% gana todos los votos electorales. No importa que, en 2016, Hillary Clinton ganara California por casi 4,3 millones de votos (61,5% frente al 31,5% de Trump), que es una cifra más alta que los 2,8 millones de votos por los que ganó el voto popular a nivel nacional.

 

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Un grupo de personas sostiene la Constitución de EEUU durante la manifestación "Count Every Vote Rally". (Bryan Bedder/Getty Images for MoveOn)

Tres posibles (pero poco probables) soluciones

Cambiar esto es extremadamente difícil, como sucede con todo cambio institucional, pero algunas posibilidades son: primero, modificar el número de estados (por ejemplo, añadiendo Washington D.C. o Puerto Rico o dividiendo California); segundo, ampliar la Cámara de Representantes; tercero, que todos los estados firmen un acuerdo en el que empleen sus votos electorales en favor del candidato que gane el voto popular o cuarto, eliminar el sistema electoral. Pero ninguna de ellas lo resuelve todo y, de nuevo, son soluciones muy difíciles y controvertidas.

California se caracteriza por ser un excelente ejemplo de esta representación injusta. Cualquier mapa de Estados Unidos muestra cómo los estados se van haciendo más grandes a medida que se avanza hacia el oeste hasta acabar en California. Puede que no sea el estado más grande en términos de extensión, eso corresponde a Alaska y después a Texas, pero tiene, con mucho, la mayor población. Texas ocupa el segundo lugar, con 10 millones menos de personas. Mientras un estado tan poblado cuente como solo uno en el Senado, se está quedando muy por debajo de su potencial en términos de representación. De modo que ha habido unas cuantas propuestas para dividir el territorio. Cal 3 es una de estas propuestas y dividiría el estado en tres partes. Debería haber sido sometida a un referéndum en las elecciones de noviembre de 2018, pero el Tribunal Supremo de California la sacó de las papeletas con el fin de estudiar su constitucionalidad.

Como todo cambio institucional, la idea de dividir California en tres es difícil, pero triplicaría la representación del estado en el Senado. Si Washington D.C. y Puerto Rico se convirtieran en estados, eso también añadiría algunos escaños urbanos más al Senado.

Como se mencionó anteriormente, la Cámara de Representantes no ha crecido en más de un siglo. En 2018, el consejo editorial del New York Times abogó por ampliar la Cámara hasta los 593 miembros argumentando que a los propios legisladores que redactaron la Constitución les sorprendería que no se haya expandido en tanto tiempo y que eso pondría a Estados Unidos en línea con otras democracias maduras del mundo. Al igual que dividir California o agregar nuevos estados, se trataría solo de una solución parcial.

Otra idea está dirigida específicamente al colegio electoral. El Pacto Interestatal del Voto Popular Nacional (NPVIC, en sus siglas en inglés) es una solución de base estatal que garantizaría que el ganador del voto popular nacional se convierta en presidente. Actualmente, 16 estados y el Distrito de Columbia se han adherido a este pacto, acordando dar sus votos electorales a quien resulte ganador del voto popular. Esta solución evita el espinoso tema de la reforma constitucional, que sería necesaria para abolir por completo el sistema electoral.

Lo que nos lleva a la solución más directa pero más difícil: eliminar el colegio electoral. Aunque existe un amplio consenso entre los expertos en que el colegio electoral no es democrático y debe abandonarse, hacerlo requiere pasar por el arduo proceso de una enmienda a la Constitución. Al menos dos tercios tanto de la Cámara como del Senado deben aprobarlo, así como 38 de los 50 estados. El apoyo del público ya está ahí: según una encuesta de Gallup de septiembre, el 61% de los estadounidenses apoya la abolición del colegio electoral. Pero un desglose de esta encuesta por afiliación a partidos desvela dónde está la línea divisoria: el 77% de los republicanos quieren mantener el sistema como está, mientras que el 68% de los independientes y el 89% de los demócratas quieren cambiarlo. Mientras los republicanos sigan beneficiándose de este sistema, no apoyarán el cambio.

 

Nada permanece igual para siempre

Esta ventaja republicana no es nueva y tampoco será permanente. Durante la mayor parte de su historia, Estados Unidos ha vivido periodos en los que uno u otro partido tenía más poder a pesar de representar a menos personas y cuando ha abusado de él se han producido graves consecuencias o una reacción violenta. A finales del siglo XVIII, en la Asamblea de Pensilvania estaban subrepresentadas las voces más radicales que se mostraban a favor de una revolución contra el dominio británico. Estos ciudadanos lograron su venganza durante el Congreso Continental al puentear la asamblea colonial y establecer una representación equitativa para cada uno de los condados del estado en el nuevo órgano legislativo.

Décadas más tarde, los estados esclavistas mantuvieron el poder minoritario a través de arreglos constitucionales tales como admitir un equilibrio entre estados esclavistas y libres para no cambiar el equilibrio de poder en el Senado. Pero la admisión de California como un estado libre junto con el Compromiso de 1850 cambió el equilibrio, con 13,4 millones de personas viviendo en estados libres, significativamente más que los 9,7 millones de habitantes de los estados esclavistas, de los cuales 3,2 millones eran esclavos que no podían votar. Las tensiones aumentaron en torno a la Ley de Esclavos Fugitivos que obligaba a las autoridades del Norte a capturar y devolver a los esclavos fugitivos a sus dueños mientras las regiones esclavistas intentaban imponer un gobierno minoritario que en última instancia condujo a la secesión y la Guerra Civil.

Lo más probable es que el cambio demográfico sea lo que ponga fin a este periodo de gobierno de la minoría republicana. Los mejores ejemplos recientes de esto son Arizona y Georgia, que se decantaron del lado demócrata en las elecciones de 2020, ya que ambos son estados en los que ha crecido la diversidad racial. Y luego está el caso de Texas, que siempre había sido un sólido estado republicano y en la práctica se convirtió en uno bisagra en 2020. Muchos analistas pensaron que las consecuencias de todo esto llegarían antes para los republicanos, que han abrazado a un electorado mayoritariamente blanco y masculino. Parecía que el país seguiría el mismo camino de la superdiversa California, donde los republicanos no son capaces de ganar elecciones a nivel estatal. Si bien la elección de Trump en 2016 demostró que estaban equivocados, a medida que la población de Estados Unidos continúe volviéndose más diversa, seguir dependiendo de una base electoral de hombres blancos se convertirá en una receta para el desastre y ambos partidos concentrarán más su atención en esos otros votantes, alterando el mapa electoral y el equilibrio de poder.