El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, atiende a una reunión con altos cargos militares en Ankara. Adem Altan/AFP/GettyImages
El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, atiende a una reunión con altos cargos militares en Ankara. Adem Altan/AFP/GettyImages

El primer ministro turco, que aspira a la presidencia en las elecciones del próximo 10 de agosto, consolida su poder en un país más aislado internacionalmente, en gran medida, a causa del inestable escenario regional.

Erdogan y Obama ya no se hablan. O mejor dicho: no tienen apenas nada que decirse ya. Los que tienen ahora contacto intenso son en cambio sus ministros de Exteriores: Ahmet Davutoglu y John Kerry.

Y eso que hace apenas dos años que el Presidente estadounidense incluyó al Primer Ministro turco entre los cinco líderes mundiales con los que le unía una amistad basada en “vínculos de confianza”. Los lazos eran estrechos, decía, entonces.

Curiosamente, a medida que Erdogan se consolida en los dos últimos años como el hombre fuerte de Turquía -su partido ganó las municipales del pasado marzo y superando el 44% de los votos escrutados después de un gran escándalo de corrupción, aparte de que el verano pasado el país vivió sus mayores protestas antigubernamentales desde la llegada al poder de Erdogan en 2002- la  imagen de su país en la escena internacional sufre un deterioro mayor.

Dicho de otro modo: cuanto de forma más intenta desarticula todo intento de oposición, más evidente aflora el ansia de Erdogan  por controlar totalmente los mecanismos estatales... y con mayor empuje emerge su retórica islamista. El pasado marco, el avance notorio en la democratización y el terreno de libertades individuales que vivió el país de 2007 a 2010 aproximadamente se revela con el tiempo como un paso necesario para neutralizar el poder del Ejército y la clase kemalista.

La última vez que Erdogan y Obama tuvieron contacto telefónico directo fue en febrero y desde entonces mientras el duro y polémico estilo del Primer Ministro turco suma apoyos en el interior del país como “el hombre que se atreve a decir lo que otros callan”-en especial con su crítica a Israel, que él mismo califica como el hacer público de “verdades incómodas”- el actual premier recoge más y más críticas en el exterior debido a su escaso talante diplomático. A Erdogan poco le importa ser tirado de orejas en la diplomacia internacional por potencias como Berlin, Washington o Tel Aviv. También porque sabe que su lugar en los difíciles equilibrios en Oriente Medio es, por el momento, insustituible.

Y así las cosas el líder turco no se corta un pelo. Como muestra un botón: cuando el tres de junio de este año acusó al entonces corresponsal de la CNN International, Ivan Watson, de ser un agente al servicio de una potencia extranjera, Erdogan expresó lo que en la ideología -mejor: el imaginario- islamista es una verdad indiscutible e inapelable: “En Occidente no tienen una prensa independiente y libre, como siempre afirman. Eso son personas que trabajan con encargos, sí, con encargos, trabajan como si fueran espías”.

La Casa Blanca mostró su malestar por estas palabras, pero Erdogan ...