Una década después de su declaración de independencia, Kosovo sigue atrapado entre el limbo político y el bucle diplomático.

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Reflejo de una mezquita en los espejos rotos del edificio del Parlamento kosovar, Prístina, 2016. Armend Nimani/AFP/Getty Images

En los tiempos de la Yugoslavia socialista los servicios públicos se hacían cargo de las tareas de mantenimiento de los edificios que, en su mayoría, estaban en manos de las cooperativas de vivienda. Con las privatizaciones y la desintegración del país, cada propietario se hizo cargo de su piso y el funcionamiento de los ascensores y el telefonillo, el arreglo de la fachada, la limpieza de las escaleras y el adecentamiento de los buzones de correo dependió por primera vez de la comunidad de vecinos. No debe resultar extraño, por tanto, que el aspecto de las zonas comunes, en muchos edificios del espacio exyugoslavo, deje mucho que desear en relación al interior de las casas, que luce según el buen criterio individual y el dinero que haya en la cuenta corriente. Nunca fue fácil lograr la armonía desde el primer día en una comunidad de vecinos.

Cuando el Parlamento kosovar declaró la independencia, una broma tuvo su eco en Prístina sobre el símbolo elegido para tal ocasión. En una imagen reproducida mundialmente, Hashim Thaçi, hoy presidente, entonces primer ministro, junto a Fatmir Sejdiu, estuvieron posando menesterosos delante de las cámaras con unos marcadores negros frente a unas letras grandes y amarillas donde ponía “Newborn”. El que preguntara a los locales por qué no habían elegido una frase en albanés, tal vez se encontrara de bruces con algo del sarcasmo típicamente local: “en Kosovo no solo había albaneses, serbios, goranis, romaníes... Sino también alemanes, estadounidenses, italianos, austriacos, franceses, belgas, ingleses, holandeses, portugueses…” Diez años después de aquella declaración y casi veinte después del fin de la guerra, Kosovo sigue instalado en su limbo político particular.

El Gobierno actual se sostiene con una mayoría de 61 escaños de los 120 que hay en el Parlamento, de los cuales solo 11 corresponden al partido del Primer Ministro, Ramush Haradinaj. Los ministerios están repartidos entre ocho partidos diferentes, hasta el punto de que una mayoría de expertos sostiene que los mismos problemas que terminaron con la coalición de gobierno de 2017, bombas de gas en el Parlamento mediante, difícilmente se resolverán sin desaguisados políticos en 2018. Más de 150 días después del comienzo del mandato una de las principales promesas electorales sigue incumplida: la liberalización de visados. Los ciudadanos kosovares son los únicos al oeste de Minsk que no disfrutan de ella. La UE ha dicho que el acuerdo de demarcación territorial con Montenegro es un criterio fundamental para revisar la liberalización. Una votación en el Parlamento debería haber resuelto este asunto en septiembre de 2016, pero unas movilizaciones lo impidieron. Según la oposición en aquel momento, en la que estaba el propio Haradinaj, el acuerdo con Montenegro haría perder a Kosovo 8.000 hectáreas de terreno.

El Ejecutivo actual se mantiene gracias a los apoyos de Srpska ...