Simpatizantes de Ibrahim Traore muestran una bandera rusa frente a la embajada de Francia en Ouagadougou, Burkina Faso. (Stringer/Getty Images)

Putin’s War, From Chechnya to Ukraine

Marc Galeotti

Osprey 2022

Russia in Africa

Samuel Ramani

Hurst, 2023

Un repaso a las principales claves de la política exterior de Rusia en dos continentes a través de un par de libros.

La debacle de la invasión de Ucrania emprendida por Vladímir Putin en 2022 fue una sorpresa para la mayoría de los observadores occidentales de Rusia y todavía más para el principal culpable. El intento del líder ruso de reconstruir y modernizar el Ejército para tratar de restaurar la posición de su país en el mundo parecía haber dado fruto en la segunda guerra de Chechenia (1999-2000) y en operaciones posteriores concebidas para reafirmar los intereses del país más allá de sus fronteras, en Georgia, Crimea y Siria. El escritor y profesor Marc Galeotti presenta un examen detallado de la doctrina militar rusa y de los distintos brazos y servicios armados, con fascinantes retratos de los mandos de las Fuerzas Armadas y de los responsables de las operaciones encubiertas. El autor es un prolífico cronista estudioso y consultor militar y sus amplios contactos en toda Rusia le permiten obtener numerosas imágenes personales y testimonios presenciales de oficiales rusos en activo y retirados.

Putin’s Wars, From Chechnya to Ukraine también explica muy bien hasta qué punto estos conflictos han remodelado Rusia, incluida su devastadora invasión de Ucrania. Galeotti recuerda a sus lectores que, en los 90, Moscú estaba “cada vez más descontenta con el trato que recibía y le preocupaba que Occidente empezara a considerarse potencia hegemónica, banquero y policía del mundo, todo en uno”. Este es el contexto en el que Putin descubrió su talento para resolver problemas. “Negoció y llegó a acuerdos con todo el mundo, desde empresas extranjeras hasta la mafia. La indignación expresada por Occidente ante los brutales métodos utilizados para someter Chechenia también contribuyó a forjar su concepción geopolítica. En primer lugar, “le parecía hipócrita y de mala fe, teniendo en cuenta, en su opinión, su voluntad de dejar que Washington librara la guerra contra Al Qaeda como quisiera. Pensaba que Chechenia era su frente en la “Guerra mundial contra el terror”, y “parece que le ofendía verdaderamente que los gobiernos occidentales cuestionaran sus métodos”. Sin embargo, también observó que Occidente se limitaba a pronunciar duras críticas y fórmulas diplomáticas para expresar su preocupación. Empezó a convencerse de que los países occidentales, “en especial cuando se encontraba con hechos consumados y con un serio argumento en contra, a pesar de todo su poderío económico y militar, carecía de un arma estratégica crucial: la voluntad”. Esa, pareció ser su conclusión, “era la ventaja estratégica de Rusia”.

Ahora que el país sigue protagonizando las noticias en el mundo occidental, conviene recordar los profundos vínculos que unen a Putin y los altos mandos militares con el crimen organizado. Los oficiales de Chechenia “hacían de todo, desde contratar ilegalmente a soldados como mano de obra hasta utilizar vuelos y convoyes militares (que estaban exentos de controles policiales y aduaneros) para introducir de contrabando heroína desde Asia Central y coches robados desde Europa”. El autor señala que Occidente subestima el verdadero gasto militar ruso, que queda enterrado en gran parte en otras partidas presupuestarias. Ese mismo intento de evaluar el gasto real mediante comparaciones al tipo de cambio del mercado hace que se infravalore enormemente el rearme de China, “algo de lo que todos deberíamos ser conscientes”. Putin recibe gran parte de sus informaciones del mundo exterior de los servicios de inteligencia, cuya importancia ha aumentado con los años. Vivir en una burbuja cada vez más pequeña lleva a cometer errores de cálculo, que es lo que parece haber ocurrido antes de la invasión de Ucrania. Los servicios secretos y sus corresponsales ucranianos no se dieron cuenta de lo mucho que habían cambiado Ucrania y sus gobernantes desde las operaciones rusas en el Donbás en 2014 y la invasión de Crimea. “La aventura del Donbás fue un error que salió caro”, escribe Galeotti, que “empujó a Kiev a reformar su Ejército con una rapidez y eficacia impresionantes”.

Equipo militar ruso destruido en Dmytrovka, Ucrania. (Maksym Polishchuk/Getty Images)

Otra cuestión sobre la que escribe el autor es la relación de Moscú con Pekín: en opinión de un oficial ruso que él conoce, “dentro de 20 años, Rusia será o una especie de aliado de Occidente, o un vasallo de China”. La naturaleza de esas relaciones, ahora y en el futuro, es uno de los aspectos más difíciles de comprender y, sin embargo, es fundamental. El autor de este espléndido libro concluye que “lo irónico es que los mismos analistas occidentales que estaban seguros de que Rusia iba a invadir también estaban seguros de que iba a ganar”. La razón de ese error fue que no valoraron suficientemente la capacidad y la voluntad de los ucranianos de luchar en una guerra para la que llevaban reflexionando, planeando y entrenándose desde 2014. Las equivocaciones que cometieron los rusos apuntan a la incapacidad absoluta de modernizar su Ejército, a cuyos fallos, además, se añadieron los vínculos con el mundo criminal. Galeotti escribe que “es imposible exagerar lo devastador que ha sido el impacto [de estos errores]”. Veinte años de grandes gastos tirados a la basura.

Solo entre febrero y junio, el Ejército sufrió 15.000 bajas, más de las que experimentaron los soviéticos en 10 años en Afganistán. La conclusión es desalentadora: “Después de haberse equiparado con figuras históricas como Pedro el Grande, Putin corre el riesgo de parecerse más a Nicolás II, el último zar, que pensó que la Primera Guerra Mundial era una oportunidad para recuperar la legitimidad, tanto él como su régimen”. Lo que consiguió fue condenarse a sí mismo y a su dinastía. ¿Tendrá que tomar las decisiones difíciles quien suceda a Putin? ¿Quién puede ser ese hombre?

El libro Russia in Africa, Resurgent Great Power of Bellicose Pretender?  (Rusia en África, ¿gran potencia resurgente o belicoso aspirante?) se hace la pregunta correcta sobre la política rusa en general. En muchos momentos se lee como si fuera una novela de espías y, como es de esperar en una obra de tal dimensión, tiende a caer en generalizaciones. A primera vista, es un buen libro, pero el tono sistemáticamente antirruso cansa enseguida al lector. El autor ignora con demasiada frecuencia el alcance de las intervenciones francesas y estadounidenses en los asuntos del continente durante el último medio siglo. 

En lo que respecta a Argelia, Samuel Ramani parece tener unos datos casi siempre equivocados. Cita las opiniones de jefes militares o líderes políticos rusos y sus conflictos internos, pero sabe muy poco sobre la historia reciente de los países del Magreb. Argelia es un socio importante de Rusia en la región, pero mantiene una política de País No Alineado desde su independencia, hace 60 años. Compra alrededor del 70% de sus armas a Rusia (otras a Italia y Alemania), pero también colabora estrechamente con Estados Unidos en la lucha contra los grupos islámicos radicales. En 2011, el presidente argelino, Abdelaziz Buteflika, advirtió a Occidente de que la destrucción del régimen libio ese mismo año provocaría una oleada de emigración ilegal hacia Europa y desestabilizaría el Sahel; los militares británicos y franceses transmitieron la advertencia a sus respectivos gobiernos, en privado. A Argel no le gusta que las grandes potencias extranjeras intervengan en países que están a su lado y nunca ha aceptado la presencia extranjera en sus bases militares.

El autor no conoce prácticamente nada de la política interior de Argelia, la historia de la industria del petróleo y el gas en el país ni la guerra civil de los 90. Ramani escribe que “la falta de cambios de personal en el Ejército argelino y el dominio del FLN (Frente de Liberación Nacional) disminuyeron la preocupación de Rusia por la influencia del movimiento Hirak en las decisiones de política exterior del país”. La verdad es que el FLN se ha quedado vacío de contenido desde hace 30 años. No es ni la sombra del partido único en el poder que fue desde la independencia en 1962 hasta 1992. ¿Dónde ha encontrado pruebas de “la cobertura contrarrevolucionaria de los medios de comunicación franceses” sobre el Hirak? Seguí de cerca este movimiento con mucha regularidad durante nueve meses. Las opiniones expresadas en los medios franceses fueron variadas, aunque durante las primeras semanas muchos periodistas de París no podían creer que las protestas no fueran organizadas por islamistas, sino fundamentalmente por jóvenes argelinos, incluidas muchas mujeres que coreaban consignas en árabe y bereber, pero también en francés e inglés. La idea de que Rusia ganó algún tipo de guerra de información inexistente está completamente fuera de lugar.

Ramani escribe sobre el gasoducto Argelia-Níger-Nigeria, que se extiende a lo largo de 4.128 kilómetros de territorio del desierto sahariano. Éste nunca pasó de ser un proyecto. Y prosigue: “Rusia ha intentado adelantarse a la construcción de este gasoducto proponiendo una alternativa a Marruecos”. Esta historia es apócrifa. Escribe que Argelia prefería “unos precios más bajos para el gas, que facilitaran sus exportaciones a Europa del este a través de Italia”. Son dos informaciones completamente ajenas a la realidad.

El objetivo de la visita de Putin a Argel en marzo de 2006 era advertir a Buteflika de que su política de liberalizar las inversiones extranjeras en el sector equivalía a vender la industria del petróleo y el gas a Estados Unidos y otros intereses occidentales. El rey de Arabia Saudí había hecho a Buteflika una severa advertencia en el mismo sentido unos meses antes. Argelia cedió a las presiones y su ministro de Energía, Chakib Khelil, que tenía buena relación con el entonces vicepresidente estadounidense Dick Cheney, abandonó la estrategia pensada.

Por último, pero no por ello menos importante, el autor escribe que “Francia, Arabia Saudí e Irán apoyaron a los militares argelinos, al Frente Islámico de Salvación (FIS) y al Grupo Islámico Armado (GIA), respectivamente” durante la guerra civil que estalló en 1992. Esta es una burla de lo que verdaderamente pasó.  Francia y la mayoría de los países de la UE se negaron a vender armas a Argelia durante toda la guerra civil. EE UU proporcionó al país acceso a informaciones obtenidas por satélite que permitieron al Ejército desbaratar los ataques contra los yacimientos de crudo y gas del Sáhara; y ni Arabia Saudí apoyó nunca al FIS ni Irán respaldó al GIA.

Estos errores me hacen dudar de la veracidad de lo que cuenta el autor sobre los demás países africanos, que conozco menos que el norte del continente. La influencia cada vez mayor de Rusia y la posibilidad de que sea duradera merecen un análisis serio. De momento tendremos que recurrir a excelentes estudios más breves como el artículo de Paul Stronski “Russia’s Growing Footprint in Africa’s Sahel Region” y el de Tony Barber “The Struggle to Woo Africa” (Financial Times, Europe Express, abril de 2023). A muchos africanos les suenan huecas las críticas occidentales a Rusia porque, en las 60 décadas transcurridas desde la descolonización, han visto a las grandes potencias utilizar el Derecho internacional en su propio beneficio en demasiadas ocasiones. Europa critica la presencia de China en África como una forma de robar sus recursos y acusa a Rusia de falta de escrúpulos, pero para muchos africanos no hay gran diferencia entre el comportamiento de unos extranjeros y otros. El legado del imperialismo europeo no solo afecta a las actitudes, tanto en Europa como en África, sino que estructura las relaciones económicas. Y además hay otro detalle también importante: los prejuicios han hecho que los europeos subestimen a qué velocidad y hasta qué punto han perdido influencia. Ocurre lo mismo en Oriente Medio, y el autor muestra una bendita ignorancia de la historia reciente. 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.