Un repaso a la situación de emergencia social causada por las drogas en algunos de los países más afectados por su consumo, y las medidas que están tratándose de poner en práctica para enfrentar el problema.

El mercado de las drogas ha experimentado importantes cambios en todo el mundo durante los últimos años. La creación constante de nuevas drogas sintéticas ha restado importancia a la histórica relación entre territorio y tráfico. En paralelo, el debate público sobre la conveniencia o no de cambiar el enfoque de algunas políticas prohibicionistas ha dejado de ser un tema minoritario, casi tabú.

Un buen ejemplo es el consumo de cannabis, la droga más consumida a nivel global tras el alcohol. Se ha despenalizado en muchos países, y crece el número de Estados en los que forma parte de las campañas políticas el tema de la legalización de su cultivo y venta –incluso se han llegado a plantear referéndums.

Sin embargo, los problemas relacionados con consumo de estupefacientes siguen patrones erráticos: no han desaparecido, como podría suponerse, en los países políticas públicas activas y han aumentado en aquellos con mayor dejadez institucional. Las causas y la intensidad de las emergencias sociales provocadas por las drogas son diversas en función del nivel de desarrollo económico, pero afectan por igual a todo tipo de países. Aunque en todos los casos tienen que ver con causas socioeconómicas –y hasta geopolíticas– concretas y muy profundas: hasta el punto que, por comparación, casi todas las políticas implementadas para solucionar los problemas, incluso las relativamente más avanzadas –y, por supuesto, las más represivas– no dejan de ser meros parches. Existen problemas de demanda, pero también por parte de la oferta. El traficante de metanfetamina chino o el de heroína mexicano tiene poco que ver con el ejecutivo de una compañía farmacéutica estadounidense que produce opiáceos. Al menos en base a la ley. Aunque los efectos sociales de los lucrativos trabajos de todos ellos no difieren demasiado.

 

Estados Unidos

Ex drogadictos, activistas y trabajadores sociales se manifiestan pidiendo una mejor política para abordar el consumo drogas por parte del Estado., Nueva York, 2017. Spencer Platt/Getty Images

En 2015 se superó la cifra de muertes por sobredosis de drogas (excluido el alcohol, otro serio problema) desde que hay registros fiables: algo más de 52.000 estadounidenses murieron por esta causa. A falta de datos definitivos, algunas estimaciones calculan que en 2016 podría haberse superado esta cifra, con al menos 59.000 fallecidos más que los estadounidenses muertos durante la Guerra de Vietnam.

El origen de esta epidemia está en la prescripción desmesurada de pastillas contra el dolor por parte de los médicos estadounidenses. En un país en el que la sanidad no es tanto un servicio público como un gran negocio, marcas como Vicodin, Oxycontin y Percocet con principios activos opiáceos, como el fentanilo, fueron prescritas con la ligereza con la que en otros Estados se recetan el paracetamol o el ibuprofeno. Varias farmacéuticas han sido multadas por falsear las propiedades de sus productos y algunas están siendo investigadas por supuestamente sobornar a los médicos para que los prescribieran más a menudo. Muchos de los pacientes que se hicieron adictos bajo prescripción médica comenzaron a buscar opiáceos ilegales en las calles cuando dejaron de recibir recetas. Esa demanda, según algunas investigaciones, habría reforzado la ruta del narcotráfico ya existente, a causa de la metanfetamina, entre China –donde se producen buena parte de los precursores de los opiáceos ilegales– y los cárteles mexicanos encargados de elaborar y vender la mercancía final al cliente.

La Administración estadounidense ha anunciado que está elaborando un plan para tratar de paliar la epidemia. Ha encargado al gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, la presidencia de la comisión de preparación de dicho plan. Las medidas tomadas por Christie en su estado han sido señaladas como adecuadas por muchos expertos: centros de rehabilitación para presos –buena parte de la población carcelaria cumple condena por delitos relacionados con las drogas–, aumento en el gasto de naxolona –un medicamento que revierte sobredosis– y más clínicas de metadona, entre otras medidas. El problema –político– es que implican más gasto en programas sanitarios, justo lo contrario de lo que promete la Administración Trump.

 

Tailandia

Un policía tailandés muestra metaanfetaminas en Bangkok. Lillian Suwanrumpha/AFP/Getty Images

Según cifras oficiales, en 2015 había en Tailandia 1,3 millones de adictos a las drogas (un 2% de la población) frente a los 400.000 estimados en 2007. Este país ha sido históricamente un gran productor de opio, formando junto con Laos y Birmania el Triángulo de Oro de la producción de amapola (un cuarto de todo el opio mundial se produce en la región). El consumo de opio, sin embargo, no es el principal problema del país en materia de narcóticos. Al igual que ocurre en otros muchos países del sureste asiáticos (como Indonesia o Filipinas, por citar dos de los más poblados) el aumento del consumo de estupefacientes está relacionado con las metanfetaminas. Uno de los principales motivos para su consumo entre la población local –el turismo es un capítulo aparte– tiene que ver con los efectos vigorizantes que se obtienen para poder acometer largas jornadas de trabajo. De hecho, la versión local más consumida recibe el nombre de yaba, y es una combinación de metanfetamina y cafeína presentada en forma de pastilla (por lo general de color rojo). La mayor parte de la producción de yaba llega a Tailandia procedente de Birmania, país convertido en un centro de producción de metanfetamina con destino al resto del continente asiático. También son grandes productores de metanfetamina para todo el continente Laos y Corea del Norte.

El yaba, como el shabú, es una droga barata –llamada “la droga de los pobres”– y está asociada a entornos urbanos e industrializados. Pero en las zonas rurales del sur del país (mayoritariamente musulmanas) están enfrentando también un serio problema de adicción relacionado con la hoja de una planta consumida históricamente por los campesinos para obtener un extra de energía: el  kratom, de la familia del café. Los efectos moderados de su consumo –similares a los que produce mascar hoja de coca– se potencian si se combina con metanfetamina o benzodiacepinas.

Hace un par de años, comenzó en Tailandia un largo debate político que ha culminado a comienzos de 2017 con algunos cambios legislativos que han reducido las penas por posesión y tráfico de drogas. Está por ver si son primeros pasos en un cambio más profundo de políticas en un país que, como ocurre en varios Estados de la región, aún sigue condenando a muerte a los traficantes de estupefacientes.

 

China

Pacientes en rehabilitación por consumo de drogas en la provincia de Yunan, China. Guang Niu/Getty Images

En 2015 había 2,75 millones de consumidores registrados por el Gobierno (75% menores de 35 años), y según las mismas fuentes oficiales se estimaba que los consumidores de drogas podían estar entre los 13 y los 15 millones. El registro oficial de consumidores se nutre de los controles aleatorios que las autoridades realizan en las calles y a la salida de los locales nocturnos: si das positivo, te arrestan (si eres extranjero, te deportan). Medidas que se suman a las duras penas de cárcel para usuarios e incluso la pena de muerte para los traficantes.

En 2014, las autoridades chinas iniciaron una campaña de represión contra el consumo y el tráfico de drogas –el hijo de Jackie Chan fue su víctima más conocida– que no parece estar dando los frutos esperados. Uno de los indicadores usados para calcular el volumen de comercio, las incautaciones, aumentaron en los últimos años significativamente (más de un 126 entre 2013 y 2014, por ejemplo). Crece el consumo entre los jóvenes (se estima que se ha extendido a un 90% de las ciudades), sobre todo de drogas sintéticas. También crece la preocupación por la facilidad con la que esos estupefacientes (y los componentes químicos para elaborarlos) son comercializas por Internet para pequeños usuarios y transportadas en barcos hacia México y EE UU, el país líder con diferencia en toxicomanías. Al mismo tiempo, Estados como Birmania y Corea del Norte albergan a muchos de los mayores proveedores de metanfetamina de China, que se suman al incremento en el número de productores locales de todo tipo de sustancias psicoactivas sintética, de la ketamina al fentanilo.

Las ONG que se ocupan de los problemas relacionados con las drogodependencias afirman que las autoridades chinas deberían ampliar su estrategia de ayuda a las personas adictas. Actualmente existen clínicas de metadona (728 en todo el país en 2014) y a muchos adictos se les obliga a someterse a duros tratamientos de desintoxicación, pero faltan tratamientos rehabilitadores comprehensivos modernos y no hay, hasta la fecha, una estrategia específica para afrontar el gran problema con el consumo de drogas sintéticas, anfeta y metanfetaminas (más del 80% de los consumidores registrados toman este tipo de drogas).

 

Irán

La mano de un policía iraní con unos paquetes de droga. en Teherán. Hasán Ammar/AFP/Getty Images

Según una encuesta reciente llevada a cabo por la organización estatal iraní encargada del control de narcóticos, el número de adictos en Irán se habría doblado en los últimos seis años. Estamos hablando de unos 2,8 millones de personas que consumen “drogas regularmente”. Las cifras no serían tan alarmantes –en un país con 80 millones de habitantes– si no fuera porque las drogas con más adictos (casi el 70%) provienen del opio, cultivado en Afganistán, el mayor productor mundial, que también enfrenta graves problemas relacionados con el consumo. La onda expansiva del opio afgano afecta a buena parte de Asia Central. Además del bajo precio de la sustancia, las escasas perspectivas socioeconómicas de buena parte de la población joven iraní estarían contribuyendo a favorecer el consumo de drogas. No son las únicas causas. Se ha detectado, por ejemplo, un consumo creciente de metanfetamina entre mujeres jóvenes que la usan para perder peso.

El Gobierno iraní ha venido colaborando con Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) y con diversas ONG en la implementación de estrategias para reducir los efectos de las adicciones, entre los que se encuentra la trasmisión del SIDA. También existen numerosos programas para la distribución de metadona (ya los hubo antes de la Revolución Islámica de 1979). Además,  este año se ha presentado una propuesta de ley para aprobar una moratoria en la aplicación de la pena de muerte para aquellas personas acusadas de traficar con menos de 100 kilos de drogas orgánicas y menos de dos kilos de drogas sintéticas. Actualmente, una persona puede ser condenada a muerte por la simple posesión de 30 gramos de drogas sintéticas o más de cinco kilos de opio o 30 gramos de heroína.

 

Brasil

Gente en una barrio conocido como cracolandia en la ciudad de Sao Paulo, Brasil. Miguel Schincariol/AFP/Getty Images

Convertido en punto de partida rumbo a Europa –junto con Ecuador, Venezuela y Argentina– de buena parte de la cocaína que se produce en Suramérica, Brasil se ha convertido también en el segundo consumidor de cocaína –el primero es EE UU– y, probablemente, el primero de crack.  El consumo de drogas en Brasil exacerba los endémicos problemas de desigualdad económica y racial que, junto con la amplia disponibilidad de armas, han convertido el país en uno de los más violentos del mundo. En 2015 se contabilizaron 52.000 homicidios (unos 25 asesinatos por cada 100 habitantes). El tráfico de drogas es uno de los ámbitos en los que más asesinatos se producen. El perfil mayoritario de los muertos: hombres, jóvenes, con baja escolaridad y negros. Un 71% de los asesinados encajaría en este perfil, cuando los afrodescendientes brasileños suponen en torno a un 50% de la población total.

Otro de los problemas asociados al tráfico de drogas es el de la sobrepoblación carcelaria. Los motines y matanzas dentro de las prisiones son frecuentes, como el ocurrido durante el pasado Año Nuevo en una cárcel de Manaos. Los grupos del crimen organizado controlan las prisiones, y desde los centros penitenciarios, en muchos casos, controlan los diversos tráficos ilícitos, entre ellos el de drogas. La reforma legislativa realizada hace más de una década para evitar las condenas a prisión de los consumidores y pequeños traficantes ha fracasado: si en 2005, el 9% de los reclusos lo estaban por delitos relacionados con narcóticos, hoy representan el 28% de los hombres y el 64% de las mujeres. El sistema penitenciario alberga 620.000 presos a pesar de estar diseñado para sólo 370.000. El Gobierno brasileño ha anunciado un plan para construir más cárceles de forma inminente, tras la última gran masacre en un presidio de Manaos el pasado mes de enero.

En los últimos años se han puesto en macha pequeños programas de ayuda a los adictos al crack, como el llamado “Brazos abiertos” en uno de los barrios de São Paulo conocidos como “Cracolandias”. Las condiciones de vida de los pocos adictos amparados por el programa –atención médica, comida, ayudas económicas– han mejorado. No faltan, sin embargo, voces críticas: para algunos este tipo de programas no hacen sino financiar indirectamente a los traficantes, mientras que para otros no deja de ser sólo una tímida acción frente a una epidemia de adicción y delito con profundas raíces socioeconómicas. De momento, las operaciones de más envergadura contra las drogas siguen pasando por una ineficaz militarización.

 

Arabia Saudí

Hojas de khat , consumido en la Península arábiga. Carl Court/AFP/Getty Images

Hace unos meses, los titulares de los medios internacionales informaron del tráfico de la anfetamina Captagon en territorios controlados por el autoproclamado Estado Islámico. En su origen fue una medicación para tratar trastornos nerviosos –inventada y comercializada en Estados Unidos– y hoy llega a  Arabia Saudí y a otros países del Golfo producida sobre todo en Líbano y Siria. Es la droga de referencia en buena parte de Oriente Medio: es barata y fácil de producir. Arabia Saudí es el principal consumidor de la región. Existen pocas cifras fiables sobre el consumo en el Reino, pero las autoridades estiman que los 60 millones de pastillas incautadas aproximadamente cada año representarían tan sólo un 10% del consumo total en el país. Ha llegado a incautarse un cargamento de dos toneladas de pastillas en un jet privado de unos los príncipes saudíes que quería salir del Líbano. También se usa abundantemente hachís procedente de Afganistán y el khat, la hoja estimulante consumida en Estados vecinos como Somalia o Yemen.

El consumo y el tráfico de estupefacientes no han dejado de crecer en Arabia Saudí a pesar de que cuenta con una de las legislaciones más duras en materia de narcóticos y de alcohol. Para los consumidores son comunes las penas de prisión y las flagelaciones. Para los traficantes, es frecuente la pena de muerte por ahorcamiento o decapitación: incluso para pequeños traficantes actuando de mulas, portando la droga en su estómago. Por lo que respecta al tratamiento de las adicciones, hace unos meses, las autoridades aprobaron una nueva legislación permitiendo a los centros privados ofrecer tratamientos de rehabilitación a los adictos. Una medida que ampliará las opciones de tratamiento, antes limitadas a unos pocos centros públicos hospitalarios, algunos de ellos dentro de las propias prisiones. Cada vez son más frecuentes las campañas de sensibilización en los medios. El tema de las drogas en el Reino ha dejado de ser tabú.

 

Suráfrica

Un adicto muestra un pequeño paquete que contiene Nyope en los suburbios de Johannesburgo, Suráfrica. Mujahid Safodien/AFP/Getty Images

A comienzos de la  pasada década comenzó a extenderse en las calles surafricanas de los barrios más pobres una droga llamada nyaope, un cóctel variable de diversas sustancias basado en la heroína mezclada con efedrina, cannabis, detergente, arsénico, fármacos contra el SIDA o antidepresivos. En uno de los países con una de las tasas de prevalencia más altas de SIDA, parece haberse extendido un nuevo modo de consumir los cócteles de drogas baratas que tiende a economizar la dosis: el bloodtooth (nombre que es, a su vez una combinación de dos palabras: la tecnología bluetooth y de blood, sangre en inglés). Un adicto se inyecta la droga, y a continuación extrae un poco de su sangre para que otro se la inyecte. La segunda calma, al menos, el síndrome de abstinencia. También está bastante extendido el uso de metanfetamina, conocida localmente como tik.

Faltan estudios fiables sobre la tasa de consumo de drogas en Suráfrica, aunque se le considera el Estado con más adictos de todo el continente. En los últimos años, numerosos informes (de la OMS, entre otros) han afirmado que hasta un 15% de los suráfricanos –el país cuenta con casi 56 millones de habitantes– podrían tener algún tipo de problema relacionado con el abuso de sustancias (incluido el alcohol). Es un porcentaje muy elevado, quizá demasiado.

Las cárceles surafricanas está superpobladas, en buena medida por detenidos y condenados relacionados con asuntos de drogas. En su último informe mundial sobre este tema, la UNODOC reconoce el importante papel de Suráfrica como destacado país de paso en el continente, junto con Nigeria, de buena parte de la cocaína suramericana rumbo a Asia. También se recoge un emergente consumo de nuevas drogas sintéticas y de drogas legales como codeína o metacualona mezcladas con otras sustancias para potenciar sus efectos. Como ocurre en la mayoría de países, las autoridades surafricanas parecen empeñadas en mantener, sobre todo, un enfoque penal a la hora de abordar el grave problema de salud, con escasos programas públicos de atención a drogodependientes.

 

Australia

Bolsas con metaanfetamina incautada por la policía australiana., Sydney. Saeed Khan/AFP/Getty Images

El país austral presenta un perfil de consumo de estupefacientes muy parecido al de otros Estados desarrollados: el alcohol es lo que más problemas de adicción causa, pero no deja de crecer el consumo de metanfetamina y, sobre todo, de drogas legales. En los últimos años, la emergencia social por el abuso de metanfetamina ha ocupado el debate público sobre el consumo de drogas: el número de tratamientos de rehabilitación relacionados con el uso de metanfetamina se ha incrementado en un 175%. En 2014 causó casi 200 muertes por sobredosis.

Sin embargo, se ha prestado menos atención al incontrolado crecimiento del consumo de drogas legales. Las benzodiacepinas –como los tranquilizantes Valium o Xanax– y los opiáceos –como la oxicodona, la morfina y la codeína–  supusieron la mayor parte de las más de 800 muertes causadas en los últimos años por estas familias de sustancias. El patrón de crecimiento de estos últimos es muy similar al registrado en EE UU. Por establecer una comparación de muertes con España: Australia tiene unos 24 millones de habitantes, frente a los 46 de España, donde se registraron 455 muertes por sobredosis en total. En 2015, la Asociación australiana de médicos ya advirtió de que el país afrontaba una emergencia sanitaria en relación con el abuso de sustancias legales.

Como decimos, las autoridades australianas han centrado sus esfuerzos de concienciación durante los últimos años contra el consumo de drogas en la metanfetamina. Sin embargo, el problema de adicción a las drogas legales está comenzando a ser abordado. Desde 2018, será necesaria una receta –como ocurre en la mayoría de países europeos– para comprar codeína (un opiáceo, que antes se incluía en jarabes infantiles de venta en España sin receta). Además, cada vez más estados australianos están implantando sistemas de control para monitorizar el consumo de opiáceos y benzodiacepinas con el objeto de limitar también su uso abusivo.