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Familias migrantes protestan en la estación de tren de Atenas porque no se les permite desplazarse a otros Estados miembros,2019. ANGELOS TZORTZINIS/AFP/Getty Image

Algunas claves para entender el flujo de migrantes, demandantes de asilo y apátridas que se producen dentro de las fronteras de la Unión Europea, de unos países a otros. ¿Cuál es la magnitud del fenómeno? ¿Y las dinámicas de las redes criminales?

Los medios suelen detenerse en la imagen de las llegadas y en los datos de detección de migrantes irregulares en las fronteras exteriores de la UE, pero ¿qué ocurre con las personas migrantes, demandantes de asilo y apátridas que llegan a territorio europeo de manera irregular, sin cruzar oficialmente una frontera? ¿O bien los que entran con documentación falsa o aquellos que pasaron de ser legales a irregulares al perder validez sus títulos de estancia en Europa? ¿Cómo conocer la magnitud de un fenómeno del que no hay datos agregados a nivel europeo? Según las agencias Frontex, Europol y EASO, tan solo se puede intuir las tendencias y patrones de estos movimientos. Hay algunos indicadores indirectos, como el país de entrada, el punto de acceso geográfico y el posible tránsito o las pistas que ofrecen las redes criminales que pululan en la clandestinidad y abusan de la desesperación de sus víctimas (traficantes, redes de trata, falsificadores de documentos). Ciudades costeras, urbes con conexiones de transporte internacional, la libertad de movimiento del Espacio Schengen o el apoyo de las redes y diásporas instaladas en los Estados de tránsito y destino, alimentan una zona gris donde conviven dos mundos que se cruzan por la calle, pero sin llegar a abordarse: el de los verdugos y sus víctimas, el de las personas sin derechos y los ciudadanos protegidos. La Europa fortaleza parece flaquear.

En febrero de 2016, Europol alertó sobre la desaparición de 10.000 niños y niñas migrantes y demandantes de asilo. “No todos son sometidos a explotación criminal, algunos han podido quedar en manos de familiares. Pero no sabemos dónde están, qué están haciendo o con quién”. Dos años después, casi lejana la crisis migratoria de 2015, el Consejo Europeo alertaba del impacto de los movimientos secundarios en la eficacia e integridad del Sistema Europeo Común de Asilo (SECA) y el acervo de Schengen. Estos movimientos secundarios mucho menos visibles pero probablemente tan numerosos como las llegadas, son desplazamientos de nacionales extracomunitarios y apátridas entre países Schengen o de la UE, sin el consentimiento de las autoridades nacionales responsables, con o sin mediación de traficantes de migrantes.

En el informe del Parlamento Europeo sobre “el coste de la no Europa en la Política de Asilo” (2018) se identifican una serie de barreras al sistema de asilo europeo que podrían suponer un impacto económico de 49.000 millones de euros anuales para la UE. Entre los desajustes y fallos del sistema SECA sobresalen las escasas vías legales de entrada y estancia, las deficiencias del sistema de Dublín para garantizar la solidaridad entre los países miembros a la hora de asignar al Estado responsable del examen de las solicitudes de asilo, la falta de una legislación armonizada en la UE, las barreras para acceder al mercado laboral, la deficiente aplicación de los retornos (ejecución limitada, riesgos de retornos ilegales, violación de derechos en países terceros, etcétera) y, en especial, el incumplimiento de derechos fundamentales protegidos por normativa europea e internacional.

Según Europol, a pesar de la considerable disminución de llegadas en 2018, los movimientos secundarios facilitados por grupos criminales no han dejado de crecer. La facilitación es un negocio criminal muy rentable, con bajo riesgo y fácil adaptabilidad, que cuenta con la vulnerabilidad y el silencio de las personas traficadas, que ponen sus pocos recursos y sus vidas en manos de redes que los maltratan, extorsionan, prostituyen, secuestran o venden a redes de trata. El dinero fluye sin control ni huellas en una banca informal, estilo hawala. El uso de documentación fraudulenta es común tanto para fines de tráfico y trata, como para su venta en el mercado negro con el objetivo de llevar a cabo fraudes de identidad y la obtención de visados. Estos grupos criminales y otros oportunistas, merodean cerca de centros de detención o internamiento de extranjeros, de nudos de infraestructuras internacionales o de áreas donde se concentran migrantes (hubs). Zonas fronterizas especialmente vigiladas como las que separan Francia e Italia, o Francia y Bélgica del Reino Unido por el Canal de la Mancha, las islas griegas, los pasos montañosos de los Balcanes o los enclaves de Ceuta y Melilla son zonas de ojeo y captación para los traficantes. Ofrecen sus servicios de transporte clandestino en ferris, coches, camiones o trenes, casas seguras para pernoctar en el viaje, matrimonios de conveniencia, documentos falsos, rutas a pie con GPS incluido, pequeñas embarcaciones para atravesar el Canal de la Mancha o cruzar por el litoral Adriático desde los Balcanes. Estos grupos criminales cada vez más violentos y sofisticados reclutan a nacionales de países de origen como señuelos para engañar y atraer a sus compatriotas y ofrecen sus servicios logísticos a través de las redes sociales.

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Refugiados sudaneses viviendo en las calles de París, 2019. CHRISTOPHE ARCHAMBAULT/AFP/Getty Images

Los motivos para embarcarse en estas migraciones interiores son variados: desde un sistema de protección social más ventajoso en el país de destino, la reunificación familiar, una mayor facilidad para obtener documentación, el apoyo de redes familiares o sociales o mejores opciones laborales o salariales. No está claro si priman los factores económicos, laborales o políticos, pero lo cierto es que suelen coincidir con otros más personales como la existencia de una diáspora nacional, un lenguaje común o una cultura más cercana.

Tampoco hay más certeza sobre las rutas. Los países tradicionales de destino (como Francia o Alemania) pueden serlo también de tránsito (hacia Reino Unido o Países Bajos, por ejemplo) y los de entrada (como España o Italia) ser también destino desde otra ruta (para los que entraron por Croacia, por ejemplo). Para desentrañar esta madeja de perfiles, rutas y datos tan solo se cuenta con indicadores indirectos o aproximados, ya que no hay información suficiente para trazar esos viajes desde el punto de entrada al de destino.

Existen algunos indicadores parciales como el sistema de identificación dactilar EURODAC, a pesar de sus serias limitaciones: no recoge datos personales salvo huellas, deja fuera a todos los menores de 14 años y los datos se borran a los 18 meses. Según Frontex, en 2017 y 2018 Italia, Grecia y España fueron los países principales de origen de movimientos secundarios. En España, el número de migrantes irregulares detectados en la frontera sur en estos años fue superior a 75.000, mayoritariamente argelinos, guineanos, marfileños, malienses y marroquíes. Aunque España es desde hace tres décadas un país de destino migratorio, hoy es sobre todo un país de tránsito: hacia Francia y Alemania por tierra y hacia Irlanda y Reino Unido en transporte aéreo.  La mayoría de los recién llegados a las costas españolas siguen inmediatamente su camino hacia el norte. Francia o Alemania también están convirtiéndose en países de tránsito hacia otros Estados vecinos (en el caso de Alemania hacia Francia, Países Bajos o Austria, entre otros, y en el caso de Francia hacia Alemania, España o Reino Unido).

Abordar los movimientos secundarios requiere soluciones a varios niveles, desde la mejora de la información, al intercambio y análisis de datos desde un enfoque integrado. Pero sobre todo exige voluntad política y compromiso para salir del status quo y desbloquear la reforma de un sistema de asilo europeo que empuja indirectamente a estas migraciones interiores.

Desde el punto de vista operativo, hace falta una mayor cooperación en el manejo y análisis de la información entre las agencias Frontex, Europol, Eurojust y EASO. Su visión es parcial y fragmentada, en función de las operaciones en las que participa y la información que voluntariamente aportan los Estados miembros o países terceros. La cooperación debería abarcar otras agencias europeas como Eurostat, Eurojust o eu-Lisa, actores globales como ACNUR o la OIM e incluso a la sociedad civil (como Missing Children Europe en el caso de la prevención y protección de menores desaparecidos y objeto de explotación sexual).

En segundo lugar, un mayor compromiso político en la lucha contra redes criminales de migrantes y de trata de seres humanos. La resiliencia e impunidad de estas redes que abarcan no solo el transporte clandestino, sino la falsificación de documentos de identidad o viaje, o la organización de matrimonios de conveniencia, interactúan o coinciden con otro tipo de criminalidad en las que sus víctimas pueden también quedar atrapadas como el tráfico de drogas o las redes de trata de personas.

Por último y más importante, en un plano político y de valores, es imprescindible desbloquear y acometer finalmente la reforma del Sistema Europeo Común de Asilo, no solo para dar cumplimiento a nuestras obligaciones legales, sino también ofrecer las mismas oportunidades y mejorar las posibilidades de integración social y laboral de migrantes y demandantes de protección internacional. El desafío que los movimientos secundarios suponen para Schengen es aún mayor que el de las llegadas a las fronteras exteriores, porque estos viajes interiores afectan a los países más ricos y a los más alejados de la frontera sur. Una de las causas del Brexit fue precisamente la sensación de pérdida de control de la política migratoria, para un país que ni siquiera estaba en el espacio Schengen, y es también el carburante de los discursos xenófobos. La Europa fortaleza no funciona, la captura de las migraciones en la narrativa securitaria es inefectiva, o en cualquier caso inoperante e injusta. Los movimientos secundarios son el nuevo síntoma de posponer la gestión de las migraciones en lugar de la obsesión de frenarlas.