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Líderes talibanes involucrados en las conversaciones que se llevaron a acabo en Doha, Catar, 2019. KARIM JAAFAR/AFP/Getty Images

Las claves sobre las conversaciones entre Estados Unidos y el grupo insurgente afgano que han sido recientemente suspendidas. ¿En qué punto estaban? ¿Cuáles son los principales obstáculos?

Las negociaciones entre los talibanes y el Gobierno estadounidense habrían pasando desapercibidas en nuestros medios de comunicación si no hubiera sido por un tuit de Donald Trump. El presidente de EE UU anunció la cancelación de la reunión en Camp David con los talibanes, motivado por un atentado en Kabul en el que murió un soldado estadounidense (además de más de una decena de civiles y con centenares de heridos). La razón aducida no era más que una excusa.

Desde el nombramiento del enviado especial, Zalmay Khalilzad, en septiembre de 2018, se han desarrollado nueve rondas ininterrumpidas de diálogo con los talibanes, durante los cuales han muerto al menos 15 soldados estadounidenses. En ninguna de esas ocasiones, los contactos pararon. Ni siquiera el asesinato del hermano del actual líder talibán, Haibatullah Akhunzada, cerca de Quetta, Pakistán, paralizó el diálogo. Asimismo, ninguna de las dos partes han cesado sus campañas. Los talibanes intensificaron las ofensivas para capturar más territorio y presionar desde una posición de mayor poder a través de su arma más poderosa: la violencia. Igualmente, buscando una posición de mayor fortaleza, Washington aumentó las campañas de bombardeos para presionar a los talibanes. La ONU estima que en lo que llevamos de año 2019, el número de bajas civiles causadas por EE UU y las fuerzas de seguridad afganas ha sido superior a las causadas por los talibanes. La tendencia es una pesadilla para la población civil: desde 2016 (aunque las bajas civiles llevan en aumento desde 2010) las víctimas civiles superan los 5.000 afectados anuales. Solo en 2019, las víctimas son 3.812 personas (hasta junio), con 1.366 fallecidos y 2.446 heridos. Las palabras paz y negociación son de lo más sospechoso para la población. Pero los afganos, tras más de 40 años de guerras entre unos y otros, están desesperados.

 

Una negociación de largo recorrido

Desde que los talibanes salieran escaldados en la operación Libertad Duradera, allá en 2001, han pasado 18 años de guerra. Las fuerzas de EE UU, tras invadir Afganistán en octubre de 2001, consiguieron echar a los talibanes del poder en poco más de un mes. A la huida de los líderes del Emirato Islámico, que abandonaron Kabul bajo el amparo de la noche el 12 de noviembre, se le unió la estampida de los talibanes del resto de provincias, que cayeron como fichas de dominó en 24 horas. Sin embargo, ahora se sientan a la mesa con Estados Unidos, a través de su enviado, Khalilzad, con quien hablan de tú a tú y desde una posición de ventaja. Hay algo claro para todos: la guerra tiene que parar. Khalilzad abandonó el principio con el que comenzó los contactos basado en el “nada está acordado hasta que todo esté acordado”, con cuatro demandas iniciales. Tras nueve rondas de contactos, las cuatro condiciones con las que partían las negociaciones se redujeron a dos: la retirada de las tropas y la garantía de que organizaciones terroristas no utilizaran Afganistán como plataforma para atentar en EE UU y sus aliados. No obstante, las otras dos condiciones no fueron descartadas, sino postergadas y condicionadas al cumplimiento de las dos primeras. Vemos las cuatro condiciones con detalle.

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El enviado especial de EE UU en Afganistán, Zalmay Khalilzad, en Doha, 2019. KARIM JAAFAR/AFP/Getty Images

La primera es la retirada de las tropas estadounidenses, para la que se llegó a un acuerdo de principios en enero de 2019. En la actualidad, hay unos 14.000 efectivos, además de cerca de 8.000 soldados bajo mando de la OTAN. Los talibanes, consistentemente, han demandado la salida de las tropas, a las que ven como fuerzas de ocupación, y por lo tanto, la principal razón para la guerra. Mientras haya tropas hay guerra y esa es una de las razones por las que no han dejado de luchar durante las negociaciones. El relato que los talibanes están vendiendo en sus filas es que esta retirada de efectivos de EE UU es un nuevo triunfo contra una superpotencia.

El problema principal de este paso está en el plazo de retirada y cómo se coordinará con las negociaciones intraafganas. Es difícil establecer los tiempos para el repliegue total de los militares extranjeros. Los talibanes exigen que se realice en 12 o 14 meses máximo, mientras que Washington considera que es poco tiempo para desmantelar una maquinaria bélica de 18 años. Tras la firma del acuerdo bilateral (que hasta el momento del tuit, estaba previsto en septiembre), las primeras 5.000 tropas serían evacuadas en un plazo inferior a cinco meses. EE UU condiciona la retirada del resto al cumplimiento de los acuerdos, especialmente, que se inicie el diálogo intraafgano.

La segunda demanda es la garantía de que los talibanes no permitirán que se planifiquen atentados terroristas desde suelo afgano en territorio estadounidense o de sus aliados, lo que fue la principal razón para invadir el país tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. El cómo pueden consumar este punto, cuyo cumplimiento se basa en las garantías del acuerdo escrito acordado por ambas partes, es una incógnita. Esta condición es tan compleja como el resto. Hay varias milicias antigubernamentales que libran batalla junto o paralelamente a los talibanes. Pero fundamentalmente, los dos grupos insurgentes más relevantes son Daesh o el Estado Islámico del Gran Jurasán y Al Qaeda. Los talibanes luchan efectivamente contra el primero, dado que los considera enemigos, especialmente, debido a que los talibanes (de raíz teológica hanafí e ideológica deobandí), desprecian el salafismo y lo consideran ajeno a Afganistán. En cuanto a Al Qaeda, la relación es más particular, dado que han compartido experiencias durante décadas. Aunque desde 2016 la cadena de mando talibán es más eficiente, organizada y unificada (al menos, comparada con el pasado), parece más complicado que todos los comandantes talibanes accedan a rechazar a los insurgentes extranjeros entre sus filas.

El Consejo de Seguridad de la ONU sigue dudando del compromiso talibán para separarse de Al Qaeda. En un informe emitido en julio de 2018, sigue considerando que los miembros de la red terrorista internacional continúan demasiado implicados en las actividades de los talibanes (formación y entrenamiento) para que haya una separación real. Lo que es más previsible es que los talibanes no participen en la organización de atentados en países extranjeros, dado que su agenda es fundamentalmente nacionalista y afgana, y esta actividad de Al Qaeda ha sido fuente de fricción entre ambos. El nombramiento en 2015 de  Sirajuddin Haqqani, líder de la Red Haqqani, la más cercana a Al Qaeda, como el segundo emir del liderazgo talibán, complica esta tarea. Aún así, el principal líder del movimiento, Akhunzada no ha reconocido públicamente el liderazgo de Al Zawahiri. Estrategia o distanciamiento, esa es la incógnita.

El tercer objeto de los acuerdos son las negociaciones intraafganas, que han sido relegadas al cumplimiento de las dos primeras. Desde el inicio de los contactos, lo que más ha trascendido ha sido la negación de los talibanes a sentarse a hablar con el Gobierno de Kabul, al que siguen considerando un títere al servicio de EE UU. Este punto precisamente es uno de los que más controversia genera entre la sociedad afgana. Consideran que los talibanes no han sido elegidos por los ciudadanos y, por lo tanto, no tienen legitimidad para sentarse con EE UU. Su única baza es la violencia que ejercen y el control de buena parte del territorio (los porcentajes son debatibles), siendo un verdadero gobierno en la sombra.

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El Presidente de Afganistán, Ashraf Ghani , en la Universidad de Columbia, Estados Unidas. TIMOTHY A. CLARY/AFP/Getty Images

Sin embargo, los talibanes no se han negado a hablar con el Gobierno afgano, sino que han especificado que no lo harán hasta que no haya retirada de tropas. Las dudas surgen respecto a la posición del Ejecutivo una vez se vayan las tropas internacionales. Hay quien estima que, una vez evacuadas, no habrán impedimentos para que los talibanes marchen sobre Kabul y tomen el gobierno por la fuerza. El temor a una guerra civil es real. Es por ello que incluso Trump, que inicialmente quería replegar las tropas de golpe, condiciona la retirada de su totalidad a que se negocie con el gobierno de Ghani. Los talibanes quieren un calendario de retirada y quieren negociar con el Ejecutivo afgano evidenciando su debilidad y dependencia de los extranjeros. Para más complicación, la legislatura de Ashraf Ghani finalizó en mayo y las elecciones presidenciales han sido aplazadas tres veces (están previstas para el 28 de septiembre). El futuro papel de Ghani en el diálogo afgano depende del resultado en las urnas. Necesita que sea contundente para que su posición sea más ventajosa. La fortaleza del Gobierno afgano proviene de la legitimidad electoral, aunque sea especialmente débil dadas las divisiones del gobierno de “unidad” con Abdulá, con quien el presidente Ghani comparte gobierno tras el fiasco de las elecciones presidenciales de 2014. Las controversias de los procesos electorales, fraudulentos e imperfectos, y el carácter faccionario de la política afgana, facilitan el caos administrativo. No obstante, a ojos de los afganos, a pesar de las deficiencias del sistema, Ghani y Abdulá siguen siendo sus representantes electos. El futuro de ese respaldo tras la retirada de las tropas (tanto en el mantenimiento de las Fuerzas Armadas afganas y su financiación, así como el de las elecciones) es incierto.

El parón de las negociaciones por el tuit de Trump deja en el aire este paso que es fundamental para que avance el proceso. De hecho, ya se había acordado una lista de 15 intermediarios del Ejecutivo afgano para llevar a cabo la siguiente ronda de negociaciones intraafganas que iban a tener lugar en Oslo, con la mediación noruega. Este paso además, puede requerir meses, dado que son muchos los temas a incluir en la agenda: la naturaleza del futuro gobierno, cambios en la Constitución afgana, la reintegración de los talibanes en el presente sistema o la transformación del sistema, entre otros.

El cuarto de los objetivos de las negociaciones, y el más relevante para los afganos, es el alto el fuego permanente. El cese de la violencia (menos por parte de Daesh) de tres días durante la fiesta del eid en junio de 2018, dio esperanza cuando no se la esperaba. Por primera vez, se veía que la paz era posible, no solo para los civiles afganos, sino también para muchos combatientes talibanes jóvenes, que desoyeron las órdenes de sus comandantes y visitaron las ciudades. Las imágenes de concordia no gustaron al liderazgo talibán, temeroso de las divisiones en sus filas.

 

Con un tuit llegó el caos

Regresando a Donald Trump, éste se saltó el guión al anunciar la visita de los talibanes y del presidente Ghani a Camp David, antes siquiera de haber firmado el acuerdo y sin contar con nadie. La sorpresa de los negociadores talibanes fue mayúscula, que esperaban la firma del acuerdo bilateral en público (con garantes del vecindario como testigos: China, Rusia y Pakistán) antes de la visita a EE UU. Asimismo, Trump dejaba en entredicho el trabajo de Khalilzad, que había dado su palabra en este acuerdo, especialmente cuando lo de Camp David era realmente una escenificación más que otra cosa. Además, no estaba en el guión la presencia de ninguna representación gubernamental afgana. Trump invitó al encuentro a Ghani, que dada las circunstancias, tenía poco que perder aceptando. La cancelación es otra bofetada más al presidente afgano, quien en pro de este acuerdo, ha tenido que aguantar cómo Estados Unidos ha supeditado las elecciones presidenciales a las negociaciones con aquellos que no paran de atentar y ningunearle.

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Un marine estadounidense en Afganistán. WAKIL KOHSAR/AFP/Getty Images

Una de las promesas electorales de Trump era la retirada de las tropas de Afganistán. Acabar con la guerra más larga. Con el objetivo en mente de las elecciones de 2020, las prisas han traicionado el ritmo que requiere este proceso tan importante. La pregunta del millón es ¿por qué? ¿Por qué cancelar la foto de Camp David? Una versión plausible que circula en Twitter, dentro de la dificultad de entender la ilógica de una personalidad tan voluble, parece tener que ver con la megalomanía de Trump. Más allá de lo inoportuno de organizar un encuentro con los talibanes en la semana del 18º aniversario de los atentados del 11 de septiembre, la voluntad de atribuirse el mérito ha traicionado el proceso. Trump estaba convencido de ser capaz de poder negociar con los talibanes y el presidente afgano el siguiente paso por sí mismo. Sin embargo, al forzar el encuentro entre las dos partes antes de la firma del acuerdo de principios, rompió el ciclo de las negociaciones. ¿Por qué Camp David? No parece del todo absurdo que Trump quisiera emular a Jimmy Carter y los Acuerdos de 1978. ¿Buscaba su propio premio Nobel de la paz? Si detrás de esta fantasía además está su obsesión con Barak Obama, tal vez, estuviera intentando conseguir méritos para llevarse el galardón.

Al parecer, el ex asesor de seguridad John Bolton, puede estar detrás de la decisión de Trump. Su destitución el 12 de septiembre da esperanzas de que el proceso no esté del todo muerto. Bolton era uno de los principales halcones que rodeaban al presidente estadounidense que se posicionó desde el principio claramente en contra de las negociaciones. Tal vez Trump dijera bajo su influencia “nosotros no construimos naciones, sino que matamos terroristas.” Sin embargo, al otro lado, está Michael Pompeo, quien nombró a Zalmay Khalilzad y quien todavía tiene expectativas de poder sacar adelante un acuerdo. La necesidad de salir de Afganistán sin dar la impresión de ser una rendición, es fundamental de cara a sus votantes.

Independientemente de la imperfección de las negociaciones y del torpedeo de Trump, es imprescindible que éstas se retomen. El momento tiene que aprovecharse, dado además el respaldo internacional. Al negociar, EE UU y los talibanes han admitido las tablas en la guerra y, por tanto, que no habrá una victoria militar ni una rendición de ninguna de las partes. Hay también un inusual consenso entre los principales vecinos, China, Rusia, Irán y Pakistán, que en la pacificación de Afganistán comparten intereses con Washington, aunque cada uno por sus propias razones. Todos ellos estaban invitados a participar en la siguiente fase de negociación intraafgana en Oslo. La resolución del conflicto afgano ya no pasa por un juego de suma cero, sino por la colaboración y cooperación de las partes. Estos países tienen que aceptar que la resolución de la guerra afgana pasa por la adopción de una estrategia beneficiosa para todos. El compromiso se tiene que centrar en pacificar un territorio que cada día se empobrece más y que no deja de absorber un número ilimitado de recursos que solo alimentan la continuidad del caos.